Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42
Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
La liturgia del Viernes santo nos propone todos los años la lectura de la pasión del Señor, tal como la presenta el evangelio de San Juan. Quiero llamar la atención hoy sobre las veces que perdemos el sentido de los textos, cuando los leemos separados de su contexto; un ejemplo típico de esto, me parece que puede descubrirse en la siguiente historia:
«El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de la aldea: «Tenemos la absoluta certeza de que ocultan ustedes a un traidor en la aldea. De modo que si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible, a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance».
En realidad, la aldea ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. Pero ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado el bienestar de toda la aldea? Días enteros de discusiones en el Consejo de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde planteó el asunto al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía: «Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación».
De forma que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, si bien antes le pidió que le perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro. Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes de la aldea. Por fin fue ejecutado.
Veinte años después pasó un profeta por la aldea, fue directamente al alcalde y le dijo: «¿Qué hiciste? Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto». «¿Y qué podía hacer yo?», alegó el alcalde. «El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia». «Ese fue vuestro error», dijo el profeta. «Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos»» (De Mello, Canto del pájaro).
Si recuerdan, este pasaje está en el mismo Evangelio de San Juan; son las palabras de Caifás, el Sumo Sacerdote. Cuando el Sanedrín está discutiendo lo que deben hacer ante Jesús, después de la resurrección de Lázaro, Caifás pronuncia estas palabras que son la sentencia de muerte de Jesús (Juan 11,50). No basta, pues, encontrar LA respuesta a nuestros interrogantes; es fundamental leer todo el pasaje, todo el texto y si es necesario el capítulo o el libro entero, para entender una frase. Cuando sacamos las frases de su contexto, es muy fácil que nos engañemos.
Es conocida la queja de personas que son entrevistadas para algún periódico o revista y que se quejan porque han colocado frases que efectivamente dijeron, pero son presentadas sin el contexto de la conversación, de la pregunta, etc. Pero aquí no aparece sólo la necesidad del contexto; aparece también la necesidad de leer primero la situación en la que estamos; ya hemos dicho que el Evangelio o la Biblia no son una fuente infinita de fórmulas para aplicar inmediatamente a la vida; es fundamental mirar a los ojos del que tenemos al frente; mirar a los ojos de la misma realidad a la que queremos responder y ante la cual tenemos que reaccionar.
Cuando Jesús está hablando del amor a los enemigos y la forma de ayudarles a que cambien dice: «(…) al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra» (Mateo 5,39); sin embargo esto no es una norma para aplicar directamente sobre toda realidad; Jesús está hablando de no resistir al mal con mal; invita a vencer el mal con el bien, vencer el odio con amor… Cada uno tiene que ver cómo, de acuerdo a sus circunstancias y SU situación, tiene que responder. Hoy nos cuenta el Evangelio de Juan cómo, cuando Jesús estaba siendo juzgado por el Sanedrín, el Sumo Sacerdote le pregunta sobre sus discípulos y su doctrina; Jesús le respondió que siempre había hablado en público, y que no había dicho nada en secreto, que le preguntara a los que lo habían oído… «Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?» Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Juan 18,22-23). Es una reacción distinta, en una situación similar a la de la frase de la que estamos hablando; ¿será que Jesús se contradice? ¿será que Jesús no es coherente con lo que dice? ¿será que Jesús predica pero no aplica, como decimos tanto de muchas personas?
El principio sigue igual: No responder al mal con mal; vencer el mal a fuerza de bien; eso significa que en cada situación tenemos que inventarnos una respuesta nueva, que sea coherente con el principio, pero no que reproduzca una fórmula. Si esto no fuera así, ¿qué haríamos con afirmaciones como las siguientes?: «Si pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que con los dos manos o los dos pies, ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna del fuego» (Mateo 18,8-9).
Por tanto, tenemos que tener en cuenta que el Evangelio no es para aplicarse sin más; no se trata de una lista de normas, fórmulas, recetas… Es una vida que nos puede inspirar e ilumina nuestra propia vida, pero no nos exime de buscar nuestras propias respuestas a nuestras propias circunstancias. Dejemos que este texto de la pasión del Señor nos ilumine y nos anime a buscar la mejor forma de asumir hoy la pasión de nuestro pueblo y nuestra propia pasión, sin repetir fórmulas ni responder con estereotipos.
Fuente: jesuitas.lat