La Palabra que la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) comparte a jesuitas y colaboradores en el mes de octubre.
Por Gabriel Roblero, SJ – Provincial de Chile
Junto con saludarles, y esperando que se encuentren bien, a continuación les comparto algunas noticias de la Provincia Chilena de la Compañía de Jesús. Durante estos meses de pandemia nos hemos adaptado a trabajar, jesuitas y laicos, principalmente, desde nuestras casas. Ha sido un tiempo cansador y desgastante, que ha puesto a prueba nuestra creatividad apostólica.
Al conectarnos, desde nuestra fe y nuestro carisma, con el sufrimiento de las personas, hemos buscado transformar el dolor y la incertidumbre en una oportunidad para servir y hacer concreto el mensaje de la fe, la justicia, la compasión y la solidaridad del Evangelio. Han surgido diversas iniciativas pastorales y apostólicas a través de las redes sociales y las plataformas virtuales, con el objetivo de fortalecer nuestro sentido de cuerpo y ponernos en disposición de entregar el mejor servicio que podemos en este tiempo.
Nuestra vida comunitaria se ha intensificado. El confinamiento nos ha permitido estar más juntos y responsabilizarnos más de la marcha cotidiana de nuestras casas. Hemos tenido momentos de compartir más profundos; la oportunidad de celebrar la Eucaristía diaria de modo más pausado; de desarrollar nuestras aficiones, o simplemente ver una película. Hemos sufrido la muerte de algunos compañeros y la salida de la Compañía de dos sacerdotes. Pero también hemos celebrado la ordenación de dos compañeros, y recibido a tres jóvenes que comienzan a vivir en nuestras comunidades, esto como parte del proceso de confirmación para pedir su ingreso a la Compañía.
Como Provincia Chilena de la Compañía de Jesús, con la ayuda de nuestra Oficina de Planificación y Seguimiento Apostólico (OPSA), hemos iniciado en agosto el discernimiento para elaborar el próximo plan apostólico (2020-2026). Vemos que la realidad social y eclesial nos está interpelando con fuerza: ¿Qué nos está pidiendo Dios en este momento de la historia de Chile, tanto a jesuitas como a laicos y laicas que colaboradores?; ¿Para qué y de qué forma queremos estar y servir al Señor? Nuestro desafío es poder contar con un instrumento que pueda, con sus mociones, inspirar, guiar y ordenar nuestro trabajo apostólico durante los próximos seis años.
Dicho lo anterior, es importante que seamos realistas. Hacemos este discernimiento en un momento sumamente difícil para Chile. Además de la crisis eclesial y de nuestra Provincia, producto de los casos de abuso, estamos atravesando como país una compleja trasformación desde octubre del año pasado, momento en que se desencadenaron las expresiones de malestar ciudadano y movilizaciones más grandes de las últimas décadas, las que volvieron a dejar de manifiesto nuestra profunda desigualdad material y de trato, situación que se ha agudizado debido a los efectos económicos y sociales del COVID-19.
Con todo, la evaluación del Plan Apostólico anterior nos permitió ver cómo dimos pasos importantes sobre las prioridades de Inclusión, Juventud y Colaboración. Al respecto, necesitamos tener una conciencia de continuidad con lo mejor que hemos desarrollado. Pero, al mismo tiempo, tenemos que tener claridad respecto de la necesidad de romper con dinámicas de poder y abuso que han erosionado la misión de Jesucristo y la credibilidad de la Iglesia y de la Compañía de Jesús en Chile.
Como jesuitas chilenos, queremos que el discernimiento del próximo Plan Apostólico encuentre una fuente de inspiración profunda en las Preferencias Apostólicas Universales de la Compañía (PAU), siendo estas un instrumento que permite profundizar el estilo de vida y misión formulado por la CG 36, que nos invita a la renovación espiritual y apostólica, incorporando a nuestra vida el discernimiento, la colaboración y el trabajo en redes. Estas Preferencias buscan inspirar un proceso de reanimación vital y de creatividad apostólica que nos haga mejores servidores.
El discernimiento que estamos iniciando, ciertamente, nos pondrá de frente a grandes desafíos y urgencias de nuestra vida y misión. Laudato si planteó, hace algunos años, múltiples urgencias respecto de nuestra casa común y el desafío de una vida sustentable; las movilizaciones del año pasado y la pandemia del COVID-19 han puesto el acento sobre la demanda por justicia y dignidad de los más pobres y marginados; la situación social y política de los últimos meses requiere que, desde nuestras obras, trabajemos por el diálogo, la reconciliación, la verdad, y la paz; la situación en que viven los migrantes y la lucha de los pueblos originarios por sus derechos fundamentales, nos interpelan para encontrar con ellos diversas formas de acompañarlos y servirlos; como miembros de la Iglesia, jesuitas y laicos/as ignacianos/as, requerimos seguir convirtiéndonos y purificándonos en temas tan importantes como el clericalismo, el rol del laicado y de la mujer, y renovarnos en los modos de transmitir nuestra fe, especialmente a los jóvenes; el ecumenismo y diálogo interreligioso siguen siendo desafíos constantes, entre otros.
Estamos pidiendo al Señor durante este tiempo de discernimiento que crezca en nuestros corazones la pasión que nos mueve, aquello que Él puso en nosotros algún día, aquello que nos hace más plenos y felices: el deseo de ser discípulos de su Hijo. En este nuevo mundo que se arrima, la cooperación será algo cada vez más necesario y fundamental. Si queremos formar a otros para que el mundo sea un mejor lugar, como Dios lo sueña, como nunca serán necesarias la solidaridad, particularmente con los más vulnerables.
Nos tocará estar más cerca, conectados, y acompañar desde la organización los valores comunitarios, la demanda de justicia desde el valor de la no violencia activa. El desafío será garantizar el interés de los pueblos y de la esfera del Bien Común. Como jesuitas, compañeros y amigos de Jesús, estamos llamados a cuidar, vigilantemente, que el sistema social, político y económico ponga por delante el bien universal, siendo guardianes de la creación, nuestra mejor herencia común. Atravesamos por un tiempo de incertidumbres, pero sabiendo que Él está todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20), y lo más importante: que Él está renovando el universo (Apoc 21, 5).