Confiar y reconocer… como José
Dios se presenta en la intimidad. El Padre -que ve en lo secreto- elige lo pequeño y oculto para compartirse. Desde esa entrega, se hace fértil: la Palabra -‘Camino, Verdad y Vida-, no se entierra sino que se siembra.
Se siembra en José, en la intimidad del sueño. En el reposo de la razón, el corazón se abre a un nuevo lenguaje, para dialogar ‘como un amigo con otro’. Para compartir en el más hondo y sincero sótano del ser, la única certeza mayor que cualquier argumento: la fe.
Fe que es llamada al reconocimiento y a la confianza. Que pone en situación de confiar y vencer las incertidumbres; de arrojarse a la posibilidad y, también uno, sembrar la vida en el Otro que reclama con suavidad. Y acerca, también, la invitación a reconocerlo a Él y recalcular el centro del existir: desde la aridez hacia Su promesa; desde la propia pequeñez, a la Otra pequeñez, la Suya.
San Ignacio nos propone una espiritualidad construida sobre la base del reconocimiento: de tanto bien recibido, del conocimiento interno, de la contemplación, de que todo es gracia.
Somos invitados a reconocer nuestro fundamento en Dios, para la alabanza, el servicio y la reverencia. Alabanza que es reconocimiento del Bien y su celebración. Servicio en el don, que es compartir lo recibido, por iniciativa del Padre. Reverencia expresada la ofrenda de sí, al mayor amor y servicio en todo -y en todos.
Somos participados del conocimiento interno del Señor, para más amarlo y seguirlo. Un saber interior por la intimidad de la experiencia y, a la vez, profundo, que se abra al misterio inagotable de Su persona. Y así estrechar el lazo que nos une a Su sueño y pasión por los últimos, haciéndolos nuestros… y seguirlo.
Somos convocados a contemplar, dejando que Su divinidad escondida se proyecte -y nos impregne- de Verdad y Vida. Para abrazarnos al quebranto y dolor que comparte el Señor, identificado con el padecer del mundo… y hacernos, con Él, oblación.
Somos convidados a la alegría y al gozo de compartir la tarea y ‘oficio de consolar’ (EE 224), reconociendo -y haciendo manifiesta- la Resurrección por sus frutos (‘Verdaderos y santos efectos de ella’). Es Dios quien ha resucitado a Jesús; es Él quien vive en mí; es el mismo Jesús quien está entre nosotros.
En estas etapas, vamos construyendo la respuesta al Padre que, amándonos incondicionalmente tal como somos, nos sueña mejores de lo que vamos siendo. Con la confianza que Él deposita en nosotros y el reconocimiento de Su gracia, hacernos cargo de la tarea: sumergirnos en la misión que nos es dada.
Y en Navidad, nos llega el tiempo de despertar. De confiar en el sueño de Dios sobre nosotros. De reconocer Su presencia, puesta al cuidado de nuestras manos. Dejarnos impregnar por la Palabra y dar a luz una respuesta agradecida. Todo es gracia.
amDg
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