Mirados desde Dentro del Dolor

Vivimos tiempos en que el Papa Francisco nos invita a compartir el dolor de inocentes asumiendo como él lo hizo en la cruz los pecados que no eran de Él.

Por Tomás Bradley SJ

Esta expresiva imagen está en una capillita de Campaña de esta zona de Tacuarembó, Rincón de la Aldea. Le llamaron Cristo Redentor. Un rostro dolido, sangrante, bien vivo, que mira de frente.

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Los invito a rezar con ella. Rezar en ella con los dolores concretos que conocemos de nuestra gente. Los dolores de nuestra Iglesia sumida en la vergüenza de faltas graves de hijos que han traicionado sus ser “padres”. Vivimos tiempos en que el Papa Francisco nos invita a compartir el dolor de inocentes asumiendo como él lo hizo en la cruz los pecados que no eran de Él: «Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co 12,26). Estas palabras de san Pablo resuenan con fuerza en mi corazón al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas. (…)La única manera que tenemos para responder a este mal que viene cobrando tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos involucra y compete a todos como Pueblo de Dios. Esta conciencia de sentirnos parte de un pueblo y de una historia común hará posible que reconozcamos nuestros pecados y errores del pasado con una apertura penitencial capaz de dejarse renovar desde dentro. (Carta al pueblo de Dios del Papa Francisco del 20 de Agosto de 2018).

Pedimos en los EE en la primera semana, vergüenza y confusión. Esta situación es bien concreta y nos “escracha” contra el pecado real que daña. Se nos está invitando a dar desde nuestra debilidad, desde nuestra miseria. Y digo “nuestra”. No “de” otros. Si así lo viviéramos, no estaríamos entendiendo la lógica de los EE que nos invita a entrar y padecer con. Y desde allí gozar de la misericordia.

Es tentación frente al pecado encerrarse en él, solamente, y quedarse lamiendo la herida de la “fantasía narcisista herida en su orgullo de no ser quién se pretendía”. Puede aparecer en lo personal o en lo comunitario. La defensa y la excusa suelen ser los atajos para esquivarle al pinchazo de ser hermanos en serio. El corazón que ha dejado que Cristo esté en centro, sentirá la vergüenza ajena y la hará propia. Aunque el pecador material no lo haga. Porque la actitud interior del corazón herido de amor se deja alcanzar por la mancha de la suciedad de sus hermanos. Lo deja hacer a Cristo que se embarra con él y ofrece su vida para que Cristo pueda volver a redimir, asumiendo el dolor de la consecuencia del daño.

¿Qué soluciona con esto? NADA. Ese no es el punto. Sino generar una conciencia de fraternidad que vincula desde la ternura herida que acompaña y muere con. ¿Qué solucionó Cristo en cruz? La petición que hacemos en esa primera semana de los EE, nos confronta a nosotros. No cuestiona la efectividad de la acción del Señor. Por ello hablamos de la teología del “fracaso”. Es en la total inutilidad de nuestra entrega, en la total infecundidad del amor en el Cristo que mira de frente y desde dentro el dolor inocente y culpable desde la cruz (como en la imagen que contemplamos) que puede obrar la misericordia infinita del Padre. Desde dentro. Desde abajo.

La resurrección manifestará eso: los amo como son. En su huidas a Emaús (Lc. 24), en sus encierros por miedo (Jn. 20, 19), en sus añoranzas de tiempos pasados (Jn. 20, 11-18). La fidelidad cristiana se fragua desde la experiencia de la impotencia. No puedo conmigo, ni con los demás. Y se hace grito de plegaria con el salmista: ¡Ten piedad de mí, oh Dios, por tu bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y purifícame de mi pecado! (Salmo 51) Que la oración de súplica nos envuelva en estos tiempos. Que ahondemos. Que huyamos de la opinología y nos dediquemos a pedir perdón desde el compromiso real en el que está cada uno. Más misericordiosos, más humildemente comprometidos.

Fuente: Fundación Jesuitas Uruguay

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