Primera Homilía del nuevo Padre General

En la mañana  del sábado 15 de octubre, se reunió toda la Congregación General 36 en la Iglesia del Gesú  para celebrar con alegría una eucaristía de acción de gracias con el Padre Arturo Sosa, que, por vez primera como General de la Compañía, tuvo la oportunidad de ofrecer un mensaje espiritual inspirado en la Escritura. Compartimos aquí su primera homilía.

Hace pocos días, en esta misma iglesia del Gesù, donde reposan los restos de San Ignacio y de Pedro Arrupe, el P. Bruno Cadorè nos invitó a tener la audacia de lo improbable como actitud propia de las personas que buscan testimoniar su fe en la compleja actualidad de la humanidad. Nos instaba a dejar atrás el miedo y a remar mar dentro como actitud necesaria para ser al mismo tiempo creativos y fieles durante la Congregación General.

 Ciertamente, la audacia que necesitamos para ser servidores de la misión de Cristo Jesús sólo puede brotar de la fe. Por eso nuestra mirada se dirige en primer lugar a Dios, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo, como nos recuerda el texto del Evangelio que acabamos de escuchar. Y como nos recuerda la Formula Instituti en el n.1: “Procure (el jesuita), mientras viviere, tener ante los ojos siempre primero a Dios, y luego el modo de ser de su Instituto”. Más aún, queremos poner todo nuestro corazón en sintonía con el Padre Misericordioso, con el Dios que es solo Amor, el Principio y Fundamento nuestro. El corazón de cada uno de nosotros y también el corazón del cuerpo de la Compañía.

 Si nuestra fe es como la de María, madre de Jesús y madre de la Compañía de Jesús, nuestra audacia puede ir aún más allá y buscar no solo lo improbable, sino lo imposible, porqué para Dios nada es imposible, como proclama el arcángel Gabriel en la escena de la Anunciación (Lc 1,37). Es la misma fe de Santa Teresa de Ávila o Santa Teresa de Jesús, cuya memoria celebramos hoy. Ella también, sin miedo, confió en el Señor para emprender lo improbable y lo imposible.

 Pidamos, pues, al Señor esta fe, para que podamos hacer nuestras, como Compañía de Jesús, las palabras de María al responder a la extraordinaria llamada recibida: he aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra. Como Ignacio y los primeros compañeros, como tantos hermanos nuestros que han militado y militan bajo el estandarte de la cruz, sirviendo sólo al Señor y a su Iglesia, queremos también nosotros contribuir a cuanto hoy parece imposible: una humanidad reconciliada en la justicia, que vive en paz en una casa común bien cuidada, donde hay lugar para todos porque nos reconocemos hermanos y hermanas, hijos e hijas del mismo y único Padre.

Por eso nos afirmamos en la convicción que tenía San Ignacio al escribir las Constituciones: Porque la Compañía no ha sido instituida con medios humanos no puede conservarse ni aumentar con ellos, sino con la mano omnipotente de Cristo Dios y Señor Nuestro, es necesario en Él solo poner la esperanza.

 Con la esperanza puesta en Dios y sólo en Él, la Congregación General continuará con sus deliberaciones y contribuirá a la responsabilidad del buen gobierno, conservación y aumento de todo este cuerpo (Cons. 719).

 Conservar y desarrollar el cuerpo de la Compañía está estrechamente relacionado con la profundidad de la vida espiritual de cada uno de sus miembros y de las comunidades en las que compartimos la vida y misión con los compañeros. Al mismo tiempo es necesaria una extraordinaria profundidad intelectual para pensar creativamente los diversos modos con los que nuestro servicio a la misión de Cristo Jesús puede ser más eficaz, conforme a la tensión creativa del magis ignaciano. Pensar para entender en profundidad el momento de la historia humana que vivimos y contribuir a la búsqueda de alternativas para superar la pobreza, la desigualdad, la opresión. Pensar para no dejar de proponer las preguntas pertinentes a la teología y profundizar la comprensión de la fe, que pedimos al Señor aumente en nosotros.

No estamos solos. Como compañeros de Jesús queremos también nosotros seguir el camino de la encarnación, hacernos semejantes a los seres humanos que sufren las consecuencias de la injusticia. La Compañía de Jesús podrá desarrollarse en colaboración con otros, sólo si se vuelve mínima Compañía colaboradora. Atención a las trampas del lenguaje. Queremos aumentar la colaboración, no solo buscar a otros para que colaboren con nosotros, con nuestras obras, porque no queremos perder el prestigio de la posición de quien tiene última palabra. Queremos colaborar generosamente con otros, dentro y fuera de la Iglesia, con la conciencia que surge de la experiencia de Dios, de estar llamados a la misión de Cristo, que no nos pertenece en exclusividad, sino que compartimos con muchos hombres y mujeres consagrados al servicio de los demás.

En nuestro camino hacia una mayor colaboración, con la gracia de Dios, vamos a encontrar siempre nuevos compañeros que hagan crecer el número, siempre mínimo por grande que sea, de colaboradores con los otros, invitados a formar parte de este cuerpo. No hay ninguna duda acerca de la necesidad de aumentar nuestra oración y nuestro trabajo por las vocaciones a la Compañía y de continuar con el complejo empeño de ofrecerles una formación que haga de ellos verdaderos jesuitas, miembros de este cuerpo multicultural llamado a testimoniar la riqueza de la interculturalidad como rostro de la humanidad, creada a imagen y semejanza de Dios.

 Apliquémonos, pues, el día de hoy, las palabras del apóstol Pablo: el Dios de la perseverancia y de la consolación os conceda tener unos con otros los mismos sentimientos a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo ánimo y una sola voz deis gloria a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Fuente: gc36.org

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