Semblanza del P. Juan Carlos Constable SJ

A un mes del fallecimiento del P. Juan Carlos Constable SJ, compartimos las palabras que Guillermo Blasón le dedica a modo de agradecimiento por su vida y su testimonio.

“Juan Carlos, misionero siempre”
(*30/04/1938, +24/01/2023)

Por Guillermo Blasón SJ

Conocí a Juan Carlos en mi primera experiencia de noviciado, en Semana Santa de 2000. Al llegar a Boquerón me encontré con una realidad que no sabía que podía existir en mi país. Me recordó a un viejo documental llamado “Historias de la Argentina Secreta”. Y eso era Boquerón, una gran historia escondida en el monte santiagueño. Desde ese momento, Boquerón no pudo salir de mi corazón. Ya Juan Carlos lo decía: “Boquerón no es soga, pero ata”.

Luego tuve la dicha de ser enviado a Boquerón al magisterio. Al haber llegado en febrero, me acuerdo que me sorprendió una gran lluvia. Pensé que no llovía en Boquerón; claro, luego no llovió más hasta septiembre. Y así es Boquerón. Un gran contraste. Contraste de sequedad y lluvia, de aislamiento y calidez humana, de injusticias y bondad de la gente. Ese año de magisterio junto a Juan Carlos lo recuerdo como uno de los años más felices de mi vida como jesuita. Ahí experimenté que es posible enamorarse de un pueblo, y que eso llene tu corazón. Ese sentimiento me ha dado vida todos estos años de jesuita.

Compartimos mucho con Juan Carlos en aquel año. Yo aprendí mucho de él. Le pedí que fuera mi padrino de ordenación. Una de las cosas que más valoro como jesuita es que lo veo como quien “hizo guardia” en Boquerón. Sé que alguna vez se había pensado en que dejáramos la parroquia. Y su presencia desde 1975 hizo que Boquerón se conociera a través de las distintas generaciones de los jesuitas.

Recuerdo cómo los estudiantes que llevaba desde la Universidad Católica de Córdoba se quedaban enamorados del lugar. Cuántos jóvenes y grupos misioneros también quedaron “atados” al monte. Juan Carlos sabía “vender” muy bien a Boquerón. ¡Gracias por tu presencia misionera hasta que llegara el relevo!

También aprendí de Juan Carlos su forma de encarar la misión en el monte, lo que él llamaba “la línea misionera”. Claro, él pertenecía a esa estirpe de misioneros populares, rurales, de los años 70. Siempre buscaba integrar la promoción social con la vida pastoral. Especialmente valoro el respeto a lo que las comunidades habían guardado generación tras generación en sus celebraciones religiosas, aquello que seguramente dejaron sembrado los antiguos misioneros en la misión de Petacas. Por eso las fiestas patronales siempre tuvieron ese halo ancestral, místico. El respeto por lo que el pueblo ya está viviendo en su fe lo aprendí de Juan Carlos.

Le tocaron unos últimos años difíciles en cuanto a su salud. Le dolía no poder ir tanto al monte a celebrar misa, aunque con un guiño pícaro a la vida, unía su historia a la de Arrupe. También le costó ser misionado a la enfermería. Pero lo aceptó con obediencia y generosidad de jesuita. Aún así firmaba en sus mensajes “Misionero siempre (ahora en la enfermería)”.

Descansa en paz querido Juan Carlos. Como la canción que lleva tus versos, viviste esa “alegría de ser testigo del Señor”, del Grandote, como lo llamabas.

Doy gracias a Él por llamarte a ser Su compañero.

Gracias Juan Carlos, “misionero siempre”.

Guillermo Blasón SJ

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