Entradas

‘La paz y la alegría son centro en el trabajo del MEJ’ – Entrevista a Javier Rojas Sj

 Con ocasión del reciente Encuentro Mundial del Movimiento Eucarístico Juvenil (MEJ) en Radio Vaticano entrevistaron al padre jesuita Javier Rojas, responsable del Apostolado de la Oración (y de su rama juvenil, el MEJ) en la provincia argentino-uruguaya.

En la entrevista realizada por el jesuita Guillermo Ortiz el padre Javier recuerda los cinco días en el que delegaciones de 38 países se reunieron en Roma para celebrar el centenario del MEJ. El Encuentro Mundial tuvo como lema ‘Para que mi alegría esté en ustedes’ y los participantes tuvieron una audiencia con el Papa en el Aula Pablo VI.

“Las dos pautas que se quieren trabajar son la paz (porque viene de la confianza, de nuestro abandono en Dios) y la alegría (que brota de la gratitud, de la gratuidad de un Dios que nos quiere)”.

“Nosotros en el apostolado de la oración entendimos que ese recen por mí es también recen conmigo. Estas intenciones que yo les ofrezco al apostolado de la oración son también mis intenciones. Ayúdenme a continuar en este proceso de conducir la barca de la Iglesia hacia el horizonte que Dios nos va llevando con su oración.

“El crecimiento humano no está desligado de las tensiones, de los conflictos, incluso el dolor, la soledad, formar parte del proceso humano y también forman parte del crecimiento en la fe”.

“Creo que cuando Francisco dijo la amistad en Jesús nos da la paz… en Jesús nosotros encontramos nuestra verdad más honda y la verdad más honda es que somos queridos incondicionalmente«.

Los jóvenes del MEJ se marchan con el “testimonio de que vale la pena conocer a Jesús y encontrar ahí la fuerza para seguir luchando, para seguir adelante”.

Fuente: News.Va

El Corazón de Jesús sana el Amor Insano

Por Javier Rojas SJ y Alejandra Vallina

«Vengan a mí los que están cansados

y agobiados, y yo los aliviaré.»

Mt. 11, 28.

Si algo nos agobia es no tener un lugar tranquilo donde descansar y percibirnos amados gratuitamente. Con frecuencia nos sentimos cansados y exigidos. Luchamos diariamente yendo de un lugar a otro para lograr nuestras metas, pero no tenemos un espacio sencillo y cálido adonde ir a descansar y a recuperar las fuerzas. El agobio puede ser aún mayor si, además, no contamos con un corazón dispuesto a recibirnos tal y como somos.

¿Qué agobia al hombre y a la mujer de hoy? El estrés, sin dudas. Correr de aquí para allá nos enferma silenciosamente. Mayor agobio aun, nos produce estar perdiendo la capacidad de amar y de sentirnos amados gratuitamente.

No hay mejor lugar donde hallar la paz y el descanso que el alma necesita, que el Corazón de Jesús. Ese corazón es nuestro remanso, nuestro bálsamo, nuestro cobijo seguro.

Con frecuencia nos sentimos agobiados, preocupados y estresados demás. Malogramos nuestra salud física, mental y espiritual corriendo tras objetivos que ni siquiera son los que ansiamos. Perseguimos éxitos irreales. Buscamos ser apreciados por lo que tenemos o lo que podemos lograr. Nos evadimos, corremos velozmente, no respetamos nuestro ritmo…Pero lo que en verdad necesitamos, es que nos amen gratuitamente por lo que somos. Sin pretender que seamos otro distinto, mejor o peor.

El Sagrado Corazón de Jesús nos introduce en el misterio del amor de Dios. Amor gratuito e incondicional que sana. Amor perfecto e infinito que cura los corazones agobiados y tristes. No hay mayor seguridad que el Corazón de Jesús. Y sin embargo, tantas veces buscamos valor y seguridad en las cosas externas, vanidosamente pobres.

Una de las consecuencias de vivir agobiados es que perdemos la capacidad de disfrutar y de amar gratuitamente, volviéndonos interesados y mezquinos.

¿Acaso es posible que nuestro amor se haya enfermado? Cuando el amor es sano enciende la vida de quienes están cerca. Es un amor que revitaliza y reanima. Por el contrario, cuando está enfermo daña todas las relaciones personales comenzando por las relaciones con los más cercanos. Identificamos amor con actitudes, gestos y formas que no son más que síntomas de que el verdadero amor no está… Porque si posee una característica el amor sano, es que siempre ofrece descanso y amparo. El amor verdadero tiene una fuerza tal, que puede transformar una vida por completo. Una poesía hecha canción lo explica de modo perfecto: “Solo el amor, engendra la maravilla. Solo el amor convierte en milagro el barro”. (S. Rodriguez)

El amor que une, cobija y sana nunca tiene «dobles intenciones». Es el amor «insano» el que no considera a los demás como personas únicas e irrepetibles. Generalmente las utiliza para cubrir «soledades” y genera culpas en los destinatario. Esclaviza con dádivas y se presenta como «indispensable» para vivir.

La paradoja de las personas que padecen un amor «insano» es que por debajo de esa máscara de generosidad esconden un profundo anhelo de amor gratuito. Exigen y reclaman tanto, que terminan siendo abandonadas al pretender que un amor humano, frágil y limitado satisfaga plenamente su necesidad de afecto.

Jesús, es el médico del corazón cansado y agobiado. En su corazón sanamos nuestra capacidad de amar y de amarnos.

Hay tres características fundamentales del amor que deseamos exponer:

1.- El amor sano sostiene: Esta es una característica del amor sano. Cuando amamos a los demás estamos dispuestos a no juzgarlos, sino por el contrario deseamos ayudarlos a caminar, pero al propio ritmo, sin empujar, apurar o detener. El amor sano sostiene al otro en su individualidad, respeta su libertad e invita al despliegue de lo mejor de cada uno.

Jesús nos invita a caminar junto a Él. De este modo vamos seguros y confiados. Él estuvo frente a quienes eran acusados y despreciados por los demás, y supo ver más allá de las apariencias. Supo «penetrar la corteza de la apatía y de la indolencia» que cubría el corazón de muchos de ellos. Ese amor gratuito transformó la vida de aquellas personas para siempre.

2.- El amor sano propone: El amor verdadero no busca tener siempre la razón sino encontrar juntos la verdad. Un amor es genuino cuando busca la verdad. El amor sano no alardea de lo que sabe, no manda desde una supuesta excelencia, sobre lo que “hay que hacer”, sino que ofrece herramientas para que cada persona encuentre la verdad dentro de ella misma.

El amor sano ayuda a cada uno al encuentro consigo mismo. Y es en ese encuentro secreto, donde logramos escuchar la voz de Dios. Jesús en el evangelio ayudó a que sus oyentes encontraran a Dios en su corazón haciéndoles preguntas o contándoles parábolas. Dios nos habla en el silencio del corazón. En lo secreto, en lo profundo.

3.- El amor se ofrece: El amor genuino es generoso. Siempre espera hacer el bien y lo que es bueno para los demás. El amor que no espera nada no es amor. El amor cuando se ofrece de verdad tiene una sola intención –no dobles intenciones- “busca el bien mayor”. El amor sano está dispuesto a renunciar a lo propios intereses por el bien de los demás.

Jesús al ofrecer su vida nos dio la vida eterna. Así selló, de una vez y para siempre, un vínculo de amor entre Dios y los hombres.

En toda persona habita el deseo de amar y de ser amada. Pero sólo cuando hemos experimentado el amor incondicional y gratuito de Dios comprendemos qué significa amar de verdad.

Jesús fue muy claro y contundente cuando aconseja a sus discípulos. Consejo, por otra parte, con el cual pretende que todos los hombres podamos sanarnos, en lugar de enfermarnos: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado».

El suyo es un amor que se ofrece, que sostiene al débil y que sobre todo busca la verdad.

 

100 años de presencia en el corazón del mundo

Por Javier Rojas Sj

Queridos amigos:

La vida es don. Es ofrenda que se entrega y se comparte generosamente.

Hoy, toda la comunidad MEJ celebra 100 años de presencia en el corazón del mundo. La alegría que brota en nuestro corazón nace de sentirnos amados incondicional y gratuitamente por Dios.

Sabemos que la vida que se comparte por amor no se empobrece ni se pierde sino que enciende otras vidas. Nuestra espiritualidad eucarística exige que nos convirtamos en aquello que recibimos: que seamos hombres y mujeres eucarísticos. Que derribemos las fronteras del propio egoísmo para salir al encuentro del que necesita esperanza.

El desafío que tenemos en el MEJ es que nuestra vida se vuelva eucharistía, es decir, «acción de gracias». De Dios recibimos gratuitamente su amor y en el servicio a los demás derramamos sobre el mundo el amor que hemos recibido.

Cuando entregamos nuestra vida al servicio, no nos perdemos a nosotros mismo sino que nos encontramos y nos reconocemos como discípulos de Jesús. Una vida que se entrega por amor no se pierde sino que se vuelve alimento.

Al celebrar el Jubileo del MEJ renovemos nuestra respuesta de amor a Jesús y María comprometiéndonos a servir en la Iglesia, en el corazón del mundo, viviendo al Estilo de Jesús.

Feliz Día “mejinos”

Pentecostés: Siete maneras de expresar el amor

Por Javier Rojas Sj

Recibir el Espíritu Santo prometido no es otra cosa que recibir el amor de Dios manifestado ya en Jesucristo. Ese amor pleno de gozo, que viene de Dios en su Espíritu, se manifiesta en los hombres de muy diversas maneras, y en cada uno busca desarrolla el amor que recibimos en el bautismo.

San Pablo en la primera carta a los corintios en el capítulo 13, habla de las características de ese amor y de sus diversas manifestaciones. Los siete dones del Espíritu son maneras diversas de la manifestación de un único amor de Dios.

¿Qué manifestación de amor necesitas desarrollar más en ti en este momento de tu vida?. ¿Te lo has preguntado?

El amor sabio

Es el que nos permite saborear y gustar “internamente” de esos momentos que no tienen nada de “inteligente” sino que son simplemente expresión del corazón. ¡Vivimos tantas cosas y cuán poco disfrutamos verdaderamente de ellas! Sabiduría viene de sabor y no de saber, por ello el amor sabio es aquel que comprende y vivencia las cosas desde el corazón. Amar sabiamente es descubrir y valorar en el otro aquello que para él o ella es importante. Es rescatar del otro aquello que le produce bienestar y gozo y saber potenciarlo. El amor es sabio cuando aprendemos a saborear lo que se tiene sin lamentar la ausencia de lo que espero. El amor sabio, dedica tiempo a estar con los hijos “sin hacer nada”, disfruta con un amigo de un café hablando “de la vida”, comparte con la persona amada momentos de “sobremesa”.

El amor comprensivo 

Es el amor que entiende. Es esa dimensión del corazón que permite considerar y penetrar la belleza de las cosas que vive el otro y es capaz de valorar y apreciar. El amor comprensivo, no es solo “dejar que las cosas sucedan”, sino que es involucrase y comprender la experiencia vital del otro. El amor comprensivo es bondadoso y paciente. El amor comprensivo no mide ni regula al otro desde sus propias perspectivas, sino que sabe esperar los tiempos y los momentos. Ser comprensivo con los demás es haber fundado el amor en la esperanza de que el bien que habita en los otros se manifestará a su debido tiempo.

El amor es comprensivo cuando no impone una manera de amar sino que busca que el amor sea comprensible para el otro.

El amor atento

El don del consejo es esa capacidad que tiene el amor de saber enfrentar las situaciones difíciles de la vida, con serenidad. El amor que desarrolla el don del consejo sabe entender y “ponerse en el lugar del otro”. No recita fórmulas ni expende recetas, sino que se compromete con los sentimientos del otro y se vuelve compasivo. Ser atentos en el amor es haber desarrollado la capacidad de sentir con el otro y de involucrarse con la vivencia afectiva del otro sin perder la objetividad. Amar y estar atento es con-sentir con la persona a la que se ama. El amor es atento cuando acompaña en silencio el dolor del otro, y sabe esbozar una sonrisa con las logros de los demás. El amor atento tiene delicadezas y no teme expresar el amor.

El amor soporta

Este don del espíritu hace que el amor se manifieste como fortaleza. Y la fortaleza es esa capacidad que tiene el amor de alentar y animar a la persona que se ama a desarrollar sus capacidades y talentos personales. El amor que soporta, es aquel que brinda apoyo, que sostiene y fortalece sin quebrarse. Un amor es fuerte porque ha desarrollado la capacidad de proteger. No porque resiste los golpes sin romperse. Amar es cubrir al otro en su debilidad y protegerlo en su fragilidad. El amor que soporta sabe sostener al caído, pero también empuja y alienta para que siga adelante. Soportar es también acompañar en todo momento el proceso vital de los demás. El que ama soportando es aquel que ha tomado en serio el mandamiento del amor al prójimo.

El amor conoce

Es el que ha descubierto el sentido de la vida y el valor de los esencial. El amor nos hacer reconocer lo fundamental, lo que no puede faltar. Aquello por lo que se “vende” todo para comprar la perla escondida. El conocimiento que brota del amor es el que ha descubierto lo superfluo y perecedero de esta vida y por ello se embarca en cultivar lo que es eterno y permanece siempre. El amor que conoce es el que brinda claridad para elegir, el que orienta la búsqueda de lo que es más importante. El amor que conoce es desapegado, no le interesa acumular ni amontonar riquezas donde la “polilla” y el “herrumbre” lo puedan destruir.

El amor sensible

Es el que sabe sorprenderse. El que guarda esa capacidad tan apreciable en los niños cuando descubren algo nuevo. Es el amor que exulta de gozo ante la inmensidad de la generosidad de los demás. El don de la piedad engendra en nosotros el deseo de cercanía a Dios. Es el amor que nos habla de impulsa a cobijarnos en el corazón de Dios reconociendo nuestra pequeñez y su grandeza. La propia fragilidad y el poder de Dios. El amor sensible nos permite contemplar a los demás desde el corazón de Dios. Nos impulsa a la caridad y nos vuelve solidarios ante el dolor del prójimo. Nos despierta el anhelo de justicia para aquellos que son injustamente tratados, y se encuentran desplazados por un mundo que no quiere ni acepta al más débil y pobre. El amor sensible es piadoso. No sólo juntas sus manos para orar sino que también las separa para tenderlas al que más lo necesita.

El amor respetuoso

Es el que reconoce en los demás y en la creación la manifestación de Dios. Es el amor que contempla el mundo y reconoce al Autor de la vida. El amor respetuoso trata a los demás con la dignidad que se merecen. Sabe que todo lo que se realiza “por los más pequeños” es a Dios mismo a quien lo hace. El amor, cuando es respetuoso, no sólo conoce los propios límites, sino que también reconoce el derecho de los demás. Quién ama respetuosamente no trata a los demás como objetos sino con la dignidad de ser hijo de Dios. El amor respetuoso es cuidadoso con la obra de Dios.

En cada uno de nosotros, el Espíritu Santo cultiva el amor que Dios ha derramado con gozo en nuestros corazones.

¿Cuál de estas siete manifestaciones del amor de Dios estás necesitando cultivar más?

Triduo de Adviento: ¿Qué quieres que haga por tí?

Segundo día del Triduo de preparación para la Navidad ofrecido por el Padre Javier Rojas Sj en la Iglesia de la Compañía de Jesús, de la ciudad de Córdoba, los días 17, 18 y 19 de diciembre . 

Prepararse para vivir el nacimiento de Jesús es un proceso que lleva a dejar de pensar en lo que significa el Nacimiento y abrir los sentidos del corazón para poder descubrir la verdad de ese misterio que se está revelando en un niño envuelto en pañales.

Y decíamos que cuando nos acercamos al pesebre a contemplarlo, surgen preguntas que pueden ayudarnos a llegar a un nuevo nacimiento, a compartir con Él su nacimiento. Y la primera pregunta que nos ocupaba ayer, es aquella que hizo Jesús al comenzar su ministerio: ¿Qué Buscas?

Y en esa Pregunta, Jesús no solamente nos interrogaba por lo que necesitábamos, sino también por la marcha, por el rumbo que lleva nuestra vida. Es decir, una pregunta en la que está incluído también un interrogante. El modo que tengo de vivir, la manera que tengo de relacionarme, el camino que he elegido ¿Me conduce a aquél fin, a aquella meta, a aquél lugar que quiero alcanzar?

Decíamos: todos necesitamos la Paz: queremos sentirnos amados, queremos sentirnos entendidos. Y aquí surgía la pregunta de si el modo que tienes de vivir, de relacionarte te hace factible el vivir con Paz, el sentirse aceptado, el sentirse perdonado.

A veces equivocamos el camino. Vamos a buscar los que buscamos en lugares equivocados ¿Se acuerdan aquél famoso dicho “no le pidas peras al olmo”? A veces necesitamos que Jesús nos diga eso: “Me parece que estás buscando peras en el olmo”; “me parece que estás buscando algo en el lugar equivocado”. A veces el lugar, a veces la persona, a veces la carrera… Lo que buscas, lo que realmente quieres para tí, tal vez no lo vayas a encontrar ni en esa persona, ni en ese lugar, ni en esa carrera, ni en ese modo de proceder…

Vamos a interrogarnos, siguiendo el Evangelio, si el camino que llevamos nos conduce al lugar que queremos alcanzar. Eso fue lo que reflexionamos ayer.

Hoy vamos a profundizar en otra pregunta también muy bonita del Evangelio:

Ya cerca de Jericó, había un hombre ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello, y le dieron la noticia: es Jesús, el Nazareno que pasa por aquí. Entonces empezó a gritar ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’

Los que iban delante le levantaron la voz para que se cayara, pero el gritaba con más fuerza ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’ Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajeran, y cuando tuvo al ciego cerca le preguntó: ‘¿Qué quieres que haga por tí?‘. Le respondió: ‘Señor, que yo vuelva a ver’.

Palabra de Dios

 Esta es la pregunta que vamos a reflexionar en esta noche ¿Qué quieres que haga?

Dice el texto que este hombre que estaba ahí, al borde del camino, un limosnero ciego, ya había escuchado hablar de Jesús, de este hombre que parecía que solucionaba los problemas ¿no? El que estaba ciego se curaba, el paralítico caminaba, aquella hemorroíza, resucitaba a los muertos. Para este ciego, cuando escuchó decir que era Jesús el que pasaba dijo ‘Aquí está la solución a todos mis problemas. Todo lo que necesito es llamar la atención de Jesús para que me arregle la vida y me solucione todos los problemas’.

Dice el Evangelio también que empezó a gritar, el hombre tenía claro su objetivo: era llamar la atención. Y los que estaban cerca, dice el Evangelio, le gritaban diciéndole ‘Cállate, no grites’. Como siempre, aquí hay pedigueños molestando a todos: ‘Estamos hartos de tus pedidos y de tus reclamos’. Pero aquí el evangelista Lucas parece querer resaltar una actitud que nos hace bien saberla. Dice el texto que Jesús se detuvo y que dijo “Tráiganlo, que venga”. ¿Pueden ustedes imaginar esa situación, hacer como dice San Ignacio ‘la contemplación del lugar’?

Imagínense a Jesús por ese pueblo, pasando por Jericó, la gente que se ha enterado, todo el mundo tiene muchas necesidades. Todos apretujándolo o gritando, todos queriendo llamar la atención. Y entre toda esa algarabía del gentío, este cieguito ahí, gritando también al costado “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!”. No sabemos, porque no dice Lucas, si también sanó a otros enfermos. Lo que sí sabemos es que, para Lucas, fue tan importante ese momento que quizo asentarlo, ponerlo por escrito.

¿Que había en el reclamo de este hombre que fue distinto a todos los reclamos y pedidos de los demás, que hizo que Jesús se detuviera?

Y no solamente se quedara ahí, y detuviera su marcha, sino que dijo “Tráiganlo”. En otros textos, paralelos a este en Mateo y en Marcos, relatan los evangelistas que alguien le dice “Vamos, levántate, que te llama”. Este es un texto también muy bonito: alguien siempre está ahí ayudándonos a acercarnos a Jesús.

La de ¿Qué quieres que haga por tí? es una pregunta que nos abre a la gracia, a la bondad de Dios. Nos ayuda a acoger con humildad nuestra limitación. Sin culpas ni reclamos, para descubrir la bondad de Dios.

Jesús se detiene también esta noche ante el lamento de tu corazón; ante el pedido de ayuda; ante la necesidad que tienes, se detendrá y te hará la misma pregunta: ¿Que quieres que haga por tí?

triduo

Yo tengo una pareja de amigos que son los dos ciegos: él es abogado (muy buen abogado) y ella canta en el Coro de Ciegos del Colón. Excelentes personas.

Un día me dijeron: “Javier te invitamos a comer una pizza”. Él me dijo que fuéramos a un lugar muy famoso en BuenosAires, que se llama “El Cuartito”. Allí se comen unas pizzas estupendas, y queda a unas 10 cuadras de mi casa. Y me dijeron: “Vamos caminando así vamos conociendo el barrio”. Y son ciegos. Cuando tú te relacionas con un ciego no sabes nunca si te están tomando el pelo o vos sos el único que no ve lo que ellos ven. Porque te dicen “Fijate que aquí está tal lugar, aquí está tal otro…”. Es increíble.

Lo simpático de esto es que yo soy el que veo, o eso fue lo que creí. Con lo cual asumí, sin preguntarles, que yo sabía el camino, que yo sabía (pero no muy bien) para dónde quedaba. En un momento, Rodrigo (mi amigo) me dice “Javier nos pasamos una cuadra”. Y está bien pero es vergonzoso, porque no sé si se está bromeando o me está diciendo en serio. Le digo “¿Cómo que nos pasamos”; “Sí, nos pasamos una cuadra, porque El Cuartito queda por Montevideo y ya estamos en Uruguay, tenemos que retroceder”. Le digo “Bueno, vamos a dar la vuelta”. Yo sigo conversando con ellos, me detengo porque estaba el semáforo en verde, osea que los autos estaban pasando. Y en ese instante, cuando yo me doy vuelta para conversar con ellos, me dice Ornella, la mujer: “Javier, ya podemos pasar, está en rojo el semáforo”.

Aunque parezca extraño, hay una manera de ver muy distinta de la que tenemos nosotros. Le dije a Ornella primero “Decime la verdad, te juro que tu secreto está a salvo conmigo ¿Cómo sabes?”. Y ella se rió porque siempre le pregunto lo mismo y ella siempre me responde lo mismo “Es sencillo Javier, porque no vibra es suelo”. ¿Ustedes se dieron cuenta de eso o no? ¿Ven que tampoco ven? O no sentimos…

Para ella, que el suelo vibre, significa que hay tránsito. En cada esquina, que el suelo no vibre, significa que puede cruzar. Es decir, hay una percepción muy distinta, hay una manera muy distinta de ver a la que estamos acostumbrados.

Jesús, cuando le pregunta a este ciego ‘¿Qué quieres que haga por tí?’, él le contesta ‘Que yo vuelva a ver’.

A veces me pregunto si esa petición que le hace este ciego a Jesús, no tendríamos que hacerla nosotros también. Es decir: ‘Señor, que me empiece a dar cuenta de aquellas cosas que perdí de vista, aquellas cosas que dejaron de ser importantes, aquellas cosas de las que ya no me doy cuenta, aquellas cosas que no veo y que me dejan al borde del camino como limosnero’.

¿Cuántos padres se han dejado de dar cuenta de que sus hijo ya son grandes? ¿Cuántos esposos han dejado de ver al otro como aquella persona con quien elegiste vivir toda la vida, y acompañarlo/a en las buenas y en las malas; ya sea que estés tosiendo toda la noche y no te deje dormir o cuando está sana? ¿Cuántas cosas hemos dejado de ver que hacen y son esenciales para nuestra felicidad?

Ante nuestras necesidades Dios se detiene, no pasa por alto lo que vivimos.

Dicen algunos entendidos que los seres humanos vemos sólo la novena parte de la realidad, y que para poder ver la totalidad necesitamos de otros ojos; para poder comprenderla.

Esa es una ceguera muy grande: la de creer que nosotros entendemos todo lo que vemos, y que lo que vemos es lo único que existe. Que solamente lo que yo veo es la verdad. Esa es la peor ceguera que puede existir.

Basta ver un poco nuestro gobierno para darse cuenta: cada uno de los de la oposición, que encima no saben para dónde rejuntarse, ven la solución magnífica para este país. En lugar de juntar la mirada y decir “salvemos esto”, dicen “Mi novena parte es la totalidad”. Y ahí está su ceguera. Con nuestras relaciones hacemos lo mismo “sólo lo que yo veo es la realidad, es lo verdadero y es lo que existe”. Esa, es la peor ceguera.

Dios se detiene ante nuestra vida, así como estamos; con la fragilidad que tenemos. Nos mira con ternura y nos pregunta “¿Qué quieres que haga por tí?” Cuando alguien dice a otro ¿Qué quieres que haga por tí? Está reconociendo que el otro no puede hacerlo por sí mismo. Pero el que pide, también reconoce que no puede. Cuando acompañamos enfermos a veces le decís ‘¿qué necesitas?’ ‘Pasame un vaso de agua’ porque no se puede levantar. El enfermo reconoce su limitación.

Una condición para ser ayudado por otro es reconocer la imposibilidad. Si no reconocemos nuestra limitación y nuestra imposibilidad nunca nos podrán ayudar. Es una condición básica de la relación de ayuda: saber que yo no puedo y que necesito de tí.

Cuando Jesús le pregunta al ciego ‘¿qué quieres que haga por tí?’, es como si le estuviera diciendo “¿Qué quiere ver ahora? Porque en la postura en la que estás no te das cuenta ¿Qué necesitas que te revele? ¿De qué tienes que darte cuenta?”.

A veces pedimos a Dios milagros cuando en realidad, lo que necesitamos es darnos cuenta de la situación en la que estamos. Pedimos a Dios ( y esa es también una experiencia muy metida en nuestra espiritualidad), vivimos muy sujetos a los milagros. Estamos muy sujetos a los “milagrillos” ¿Ustedes recuerdan aquella famosa propaganda (ya vieja) de unos caramelos sugus? La propaganda era que un chico iba a buscar a su prometida a la facultad; y mientras ella sale de la facultad y camina hacia el auto, él la espera, la mira, saca los caramelos sugus y dice esto: “si me toca un caramelo amarillo, me caso”. Ahí viene la prueba. ¿Y qué le sale? Amarillo. Y entonces dice “Bueno, si me sale por segunda vez”.

A veces nuestra vida de fe con Jesús, es así. Estamos esperandos que nos solucione problemitas. Y cuando lo hace dice “Bueno pero para cambiar necesito que también me acomodes esto”.

Por ejemplo, a veces decimos “Bueno, yo soportaría a mi suegra si fuera un poco más simpática”. Y si es simpática “bueno pero si es un poco menos metida”. Y si es menos metida “ojalá no existiera”.

Está muy distorsionada nuestra capacidad de darnos cuenta que el problema no es ese; el problema soy yo, que sólo tengo una visión y que por lo mismo estoy ciego.

Piense cada uno, en las veces que le ha dicho a otro “No estás equivocado, ésta es la verdad”. Y yo les digo a ustedes “No, están equivocados porque lo que hay aquí en esta Iglesia es un hermoso coro detrás mío” y ustedes me dicen que no, que lo que está detrás es un hermoso altar. Y yo les digo que no, que están equivocados porque yo lo estoy viendo. Esto pasa siempre.

Poder ver, en el Evangelio, es mucho más que sólo tomar conciencia de lo mucho o poco que mis ojos pueden contemplar. Es también, incorporar la mirada del otro. Ver lo que nos sucede como pareja, lo que nos sucede en el trabajo, lo que nos sucede en la familia.

Tal vez, fue porque Jesús se dio cuenta de que en este hombre había un verdadero reconocimiento de que no necesitaba mostrarse fuerte con el poder que Dios le podía dar a través de la vista, sino débil, al reconocer que no siempre tiene toda la visión que le gustaría; que se detuvo.

Yo a veces creo que Dios no nos da lo que le pedimos, no porque nos esté regateando milagritos, o porque se le estén acabando. Creo que a veces no consiente nuestro pedido porque no ve en nosotros la capacidad de poder transformarnos. Nos quedamos como niños, llorisqueando por el milagrito que no nos da, y vivimos exigiéndole, cuando lo que necesitamos en realidad es admitir que soy limitado, que soy frágil y que no puedo comprender ni ver todo lo que me sucede; que tal vez otros me pueden ayudar también.

Vamos a dedicarnos un tiempito para dejar resonar en nuestro corazón esta segunda pregunta, que el niño nos hará cuando nos acerquemos al pesebre el día de su nacimiento: ¿Qué quieres que hagas por tí? Señor, que vea. Señor, que me dé cuenta. Señor, que la soberbia no me enceguezca. Que la vanidad no me deje ver la realidad con claridad. Que la mentira no simule la verdad.

En muchas ocasiones nos hemos encontrado con personas que se lamentan no haberse dado cuenta de lo que tuvieron cerca hasta que lo perdieron ¿Se han encontrado con esas personas? Muchísimos se lamentan en la tumba de personas que han amado o que han tenido cerca, diciendo “me hubiera gustado poder decirle, me hubiera gustado poder darme cuenta, me hubiera gustado haberla abrazado más, haberla querido…”.

Tiene que ver con esta incapacidad de darnos cuenta. De prestar atención al que tenemos al lado; de mirarlo de contemplarlo; de darnos cuenta lo que están viviendo… el tiempo que vivimos parece que atenta contra todo vínculo sano; y también atenta contra el cultivo de nuestras relaciones sanas. Vivimos preguntando por el deber ‘Ya hiciste?’, ‘¿Ya te encargaste?’, ‘¿Ya terminaste?’, son preguntas que se hacen siempre con el objetivo de verificar si su obligación está cubierta. O si aquello de lo que se responsabilizó está hecho. Pero difícilmente preguntamos ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís? ¿Estás a gusto? ¿Estás contento/a? ¿En algo puedo ayudarte? ¿Necesitás algo?

El ciego necesitó que Jesús le devolviera esa capacidad de mirar mucho más allá de lo que sus ojos pudieran contemplar.

Dicen algunos autores que la pregunta básica que se nos hará es si hemos amado. Y que el amor tiene una faceta que se puede dividir en dos tiempos: la primera parte de la vida nos pasamos buscando a alguien que nos ame. En eso radica nuestra intención y nuestra búsqueda: alguien que se enamore de mí. Hasta los 40/50 uno anda persiguiendo a alguien a quien enamorar, alguien a quién seducir, a quién cautivar. Nos encanta que alguien nos diga “qué bien que estás, que joven que estás…” no sabemos por qué, pero nos gusta. Y creemos que la felicidad está en que alguien nos quiera. Cuando en realidad, nuestra plenitud máxima está en encontrar a alguien a quien amar.

Tal vez lo que el ciego necesitaba era darse cuenta de que no tenía que estar al borde del camino pidiendo limosna: algo de afecto, algo de cariño, algo de atención. Lo que necesitaba era que él hiciera centro a otro distinto de sí mismo. Preocúpate por otro, trata de que el otro esté bien. Mira al otro, deja de mirar por sus necesidades y contempla un poco al otro. Lo que estamos necesitando ver es que al lado nuestro hay alguien que necesita de nosotros.