Triduo de Adviento: ¿Qué quieres que haga por tí?

Segundo día del Triduo de preparación para la Navidad ofrecido por el Padre Javier Rojas Sj en la Iglesia de la Compañía de Jesús, de la ciudad de Córdoba, los días 17, 18 y 19 de diciembre . 

Prepararse para vivir el nacimiento de Jesús es un proceso que lleva a dejar de pensar en lo que significa el Nacimiento y abrir los sentidos del corazón para poder descubrir la verdad de ese misterio que se está revelando en un niño envuelto en pañales.

Y decíamos que cuando nos acercamos al pesebre a contemplarlo, surgen preguntas que pueden ayudarnos a llegar a un nuevo nacimiento, a compartir con Él su nacimiento. Y la primera pregunta que nos ocupaba ayer, es aquella que hizo Jesús al comenzar su ministerio: ¿Qué Buscas?

Y en esa Pregunta, Jesús no solamente nos interrogaba por lo que necesitábamos, sino también por la marcha, por el rumbo que lleva nuestra vida. Es decir, una pregunta en la que está incluído también un interrogante. El modo que tengo de vivir, la manera que tengo de relacionarme, el camino que he elegido ¿Me conduce a aquél fin, a aquella meta, a aquél lugar que quiero alcanzar?

Decíamos: todos necesitamos la Paz: queremos sentirnos amados, queremos sentirnos entendidos. Y aquí surgía la pregunta de si el modo que tienes de vivir, de relacionarte te hace factible el vivir con Paz, el sentirse aceptado, el sentirse perdonado.

A veces equivocamos el camino. Vamos a buscar los que buscamos en lugares equivocados ¿Se acuerdan aquél famoso dicho “no le pidas peras al olmo”? A veces necesitamos que Jesús nos diga eso: “Me parece que estás buscando peras en el olmo”; “me parece que estás buscando algo en el lugar equivocado”. A veces el lugar, a veces la persona, a veces la carrera… Lo que buscas, lo que realmente quieres para tí, tal vez no lo vayas a encontrar ni en esa persona, ni en ese lugar, ni en esa carrera, ni en ese modo de proceder…

Vamos a interrogarnos, siguiendo el Evangelio, si el camino que llevamos nos conduce al lugar que queremos alcanzar. Eso fue lo que reflexionamos ayer.

Hoy vamos a profundizar en otra pregunta también muy bonita del Evangelio:

Ya cerca de Jericó, había un hombre ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué era aquello, y le dieron la noticia: es Jesús, el Nazareno que pasa por aquí. Entonces empezó a gritar ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’

Los que iban delante le levantaron la voz para que se cayara, pero el gritaba con más fuerza ‘¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!’ Jesús se detuvo y ordenó que se lo trajeran, y cuando tuvo al ciego cerca le preguntó: ‘¿Qué quieres que haga por tí?‘. Le respondió: ‘Señor, que yo vuelva a ver’.

Palabra de Dios

 Esta es la pregunta que vamos a reflexionar en esta noche ¿Qué quieres que haga?

Dice el texto que este hombre que estaba ahí, al borde del camino, un limosnero ciego, ya había escuchado hablar de Jesús, de este hombre que parecía que solucionaba los problemas ¿no? El que estaba ciego se curaba, el paralítico caminaba, aquella hemorroíza, resucitaba a los muertos. Para este ciego, cuando escuchó decir que era Jesús el que pasaba dijo ‘Aquí está la solución a todos mis problemas. Todo lo que necesito es llamar la atención de Jesús para que me arregle la vida y me solucione todos los problemas’.

Dice el Evangelio también que empezó a gritar, el hombre tenía claro su objetivo: era llamar la atención. Y los que estaban cerca, dice el Evangelio, le gritaban diciéndole ‘Cállate, no grites’. Como siempre, aquí hay pedigueños molestando a todos: ‘Estamos hartos de tus pedidos y de tus reclamos’. Pero aquí el evangelista Lucas parece querer resaltar una actitud que nos hace bien saberla. Dice el texto que Jesús se detuvo y que dijo “Tráiganlo, que venga”. ¿Pueden ustedes imaginar esa situación, hacer como dice San Ignacio ‘la contemplación del lugar’?

Imagínense a Jesús por ese pueblo, pasando por Jericó, la gente que se ha enterado, todo el mundo tiene muchas necesidades. Todos apretujándolo o gritando, todos queriendo llamar la atención. Y entre toda esa algarabía del gentío, este cieguito ahí, gritando también al costado “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí!”. No sabemos, porque no dice Lucas, si también sanó a otros enfermos. Lo que sí sabemos es que, para Lucas, fue tan importante ese momento que quizo asentarlo, ponerlo por escrito.

¿Que había en el reclamo de este hombre que fue distinto a todos los reclamos y pedidos de los demás, que hizo que Jesús se detuviera?

Y no solamente se quedara ahí, y detuviera su marcha, sino que dijo “Tráiganlo”. En otros textos, paralelos a este en Mateo y en Marcos, relatan los evangelistas que alguien le dice “Vamos, levántate, que te llama”. Este es un texto también muy bonito: alguien siempre está ahí ayudándonos a acercarnos a Jesús.

La de ¿Qué quieres que haga por tí? es una pregunta que nos abre a la gracia, a la bondad de Dios. Nos ayuda a acoger con humildad nuestra limitación. Sin culpas ni reclamos, para descubrir la bondad de Dios.

Jesús se detiene también esta noche ante el lamento de tu corazón; ante el pedido de ayuda; ante la necesidad que tienes, se detendrá y te hará la misma pregunta: ¿Que quieres que haga por tí?

triduo

Yo tengo una pareja de amigos que son los dos ciegos: él es abogado (muy buen abogado) y ella canta en el Coro de Ciegos del Colón. Excelentes personas.

Un día me dijeron: “Javier te invitamos a comer una pizza”. Él me dijo que fuéramos a un lugar muy famoso en BuenosAires, que se llama “El Cuartito”. Allí se comen unas pizzas estupendas, y queda a unas 10 cuadras de mi casa. Y me dijeron: “Vamos caminando así vamos conociendo el barrio”. Y son ciegos. Cuando tú te relacionas con un ciego no sabes nunca si te están tomando el pelo o vos sos el único que no ve lo que ellos ven. Porque te dicen “Fijate que aquí está tal lugar, aquí está tal otro…”. Es increíble.

Lo simpático de esto es que yo soy el que veo, o eso fue lo que creí. Con lo cual asumí, sin preguntarles, que yo sabía el camino, que yo sabía (pero no muy bien) para dónde quedaba. En un momento, Rodrigo (mi amigo) me dice “Javier nos pasamos una cuadra”. Y está bien pero es vergonzoso, porque no sé si se está bromeando o me está diciendo en serio. Le digo “¿Cómo que nos pasamos”; “Sí, nos pasamos una cuadra, porque El Cuartito queda por Montevideo y ya estamos en Uruguay, tenemos que retroceder”. Le digo “Bueno, vamos a dar la vuelta”. Yo sigo conversando con ellos, me detengo porque estaba el semáforo en verde, osea que los autos estaban pasando. Y en ese instante, cuando yo me doy vuelta para conversar con ellos, me dice Ornella, la mujer: “Javier, ya podemos pasar, está en rojo el semáforo”.

Aunque parezca extraño, hay una manera de ver muy distinta de la que tenemos nosotros. Le dije a Ornella primero “Decime la verdad, te juro que tu secreto está a salvo conmigo ¿Cómo sabes?”. Y ella se rió porque siempre le pregunto lo mismo y ella siempre me responde lo mismo “Es sencillo Javier, porque no vibra es suelo”. ¿Ustedes se dieron cuenta de eso o no? ¿Ven que tampoco ven? O no sentimos…

Para ella, que el suelo vibre, significa que hay tránsito. En cada esquina, que el suelo no vibre, significa que puede cruzar. Es decir, hay una percepción muy distinta, hay una manera muy distinta de ver a la que estamos acostumbrados.

Jesús, cuando le pregunta a este ciego ‘¿Qué quieres que haga por tí?’, él le contesta ‘Que yo vuelva a ver’.

A veces me pregunto si esa petición que le hace este ciego a Jesús, no tendríamos que hacerla nosotros también. Es decir: ‘Señor, que me empiece a dar cuenta de aquellas cosas que perdí de vista, aquellas cosas que dejaron de ser importantes, aquellas cosas de las que ya no me doy cuenta, aquellas cosas que no veo y que me dejan al borde del camino como limosnero’.

¿Cuántos padres se han dejado de dar cuenta de que sus hijo ya son grandes? ¿Cuántos esposos han dejado de ver al otro como aquella persona con quien elegiste vivir toda la vida, y acompañarlo/a en las buenas y en las malas; ya sea que estés tosiendo toda la noche y no te deje dormir o cuando está sana? ¿Cuántas cosas hemos dejado de ver que hacen y son esenciales para nuestra felicidad?

Ante nuestras necesidades Dios se detiene, no pasa por alto lo que vivimos.

Dicen algunos entendidos que los seres humanos vemos sólo la novena parte de la realidad, y que para poder ver la totalidad necesitamos de otros ojos; para poder comprenderla.

Esa es una ceguera muy grande: la de creer que nosotros entendemos todo lo que vemos, y que lo que vemos es lo único que existe. Que solamente lo que yo veo es la verdad. Esa es la peor ceguera que puede existir.

Basta ver un poco nuestro gobierno para darse cuenta: cada uno de los de la oposición, que encima no saben para dónde rejuntarse, ven la solución magnífica para este país. En lugar de juntar la mirada y decir “salvemos esto”, dicen “Mi novena parte es la totalidad”. Y ahí está su ceguera. Con nuestras relaciones hacemos lo mismo “sólo lo que yo veo es la realidad, es lo verdadero y es lo que existe”. Esa, es la peor ceguera.

Dios se detiene ante nuestra vida, así como estamos; con la fragilidad que tenemos. Nos mira con ternura y nos pregunta “¿Qué quieres que haga por tí?” Cuando alguien dice a otro ¿Qué quieres que haga por tí? Está reconociendo que el otro no puede hacerlo por sí mismo. Pero el que pide, también reconoce que no puede. Cuando acompañamos enfermos a veces le decís ‘¿qué necesitas?’ ‘Pasame un vaso de agua’ porque no se puede levantar. El enfermo reconoce su limitación.

Una condición para ser ayudado por otro es reconocer la imposibilidad. Si no reconocemos nuestra limitación y nuestra imposibilidad nunca nos podrán ayudar. Es una condición básica de la relación de ayuda: saber que yo no puedo y que necesito de tí.

Cuando Jesús le pregunta al ciego ‘¿qué quieres que haga por tí?’, es como si le estuviera diciendo “¿Qué quiere ver ahora? Porque en la postura en la que estás no te das cuenta ¿Qué necesitas que te revele? ¿De qué tienes que darte cuenta?”.

A veces pedimos a Dios milagros cuando en realidad, lo que necesitamos es darnos cuenta de la situación en la que estamos. Pedimos a Dios ( y esa es también una experiencia muy metida en nuestra espiritualidad), vivimos muy sujetos a los milagros. Estamos muy sujetos a los “milagrillos” ¿Ustedes recuerdan aquella famosa propaganda (ya vieja) de unos caramelos sugus? La propaganda era que un chico iba a buscar a su prometida a la facultad; y mientras ella sale de la facultad y camina hacia el auto, él la espera, la mira, saca los caramelos sugus y dice esto: “si me toca un caramelo amarillo, me caso”. Ahí viene la prueba. ¿Y qué le sale? Amarillo. Y entonces dice “Bueno, si me sale por segunda vez”.

A veces nuestra vida de fe con Jesús, es así. Estamos esperandos que nos solucione problemitas. Y cuando lo hace dice “Bueno pero para cambiar necesito que también me acomodes esto”.

Por ejemplo, a veces decimos “Bueno, yo soportaría a mi suegra si fuera un poco más simpática”. Y si es simpática “bueno pero si es un poco menos metida”. Y si es menos metida “ojalá no existiera”.

Está muy distorsionada nuestra capacidad de darnos cuenta que el problema no es ese; el problema soy yo, que sólo tengo una visión y que por lo mismo estoy ciego.

Piense cada uno, en las veces que le ha dicho a otro “No estás equivocado, ésta es la verdad”. Y yo les digo a ustedes “No, están equivocados porque lo que hay aquí en esta Iglesia es un hermoso coro detrás mío” y ustedes me dicen que no, que lo que está detrás es un hermoso altar. Y yo les digo que no, que están equivocados porque yo lo estoy viendo. Esto pasa siempre.

Poder ver, en el Evangelio, es mucho más que sólo tomar conciencia de lo mucho o poco que mis ojos pueden contemplar. Es también, incorporar la mirada del otro. Ver lo que nos sucede como pareja, lo que nos sucede en el trabajo, lo que nos sucede en la familia.

Tal vez, fue porque Jesús se dio cuenta de que en este hombre había un verdadero reconocimiento de que no necesitaba mostrarse fuerte con el poder que Dios le podía dar a través de la vista, sino débil, al reconocer que no siempre tiene toda la visión que le gustaría; que se detuvo.

Yo a veces creo que Dios no nos da lo que le pedimos, no porque nos esté regateando milagritos, o porque se le estén acabando. Creo que a veces no consiente nuestro pedido porque no ve en nosotros la capacidad de poder transformarnos. Nos quedamos como niños, llorisqueando por el milagrito que no nos da, y vivimos exigiéndole, cuando lo que necesitamos en realidad es admitir que soy limitado, que soy frágil y que no puedo comprender ni ver todo lo que me sucede; que tal vez otros me pueden ayudar también.

Vamos a dedicarnos un tiempito para dejar resonar en nuestro corazón esta segunda pregunta, que el niño nos hará cuando nos acerquemos al pesebre el día de su nacimiento: ¿Qué quieres que hagas por tí? Señor, que vea. Señor, que me dé cuenta. Señor, que la soberbia no me enceguezca. Que la vanidad no me deje ver la realidad con claridad. Que la mentira no simule la verdad.

En muchas ocasiones nos hemos encontrado con personas que se lamentan no haberse dado cuenta de lo que tuvieron cerca hasta que lo perdieron ¿Se han encontrado con esas personas? Muchísimos se lamentan en la tumba de personas que han amado o que han tenido cerca, diciendo “me hubiera gustado poder decirle, me hubiera gustado poder darme cuenta, me hubiera gustado haberla abrazado más, haberla querido…”.

Tiene que ver con esta incapacidad de darnos cuenta. De prestar atención al que tenemos al lado; de mirarlo de contemplarlo; de darnos cuenta lo que están viviendo… el tiempo que vivimos parece que atenta contra todo vínculo sano; y también atenta contra el cultivo de nuestras relaciones sanas. Vivimos preguntando por el deber ‘Ya hiciste?’, ‘¿Ya te encargaste?’, ‘¿Ya terminaste?’, son preguntas que se hacen siempre con el objetivo de verificar si su obligación está cubierta. O si aquello de lo que se responsabilizó está hecho. Pero difícilmente preguntamos ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís? ¿Estás a gusto? ¿Estás contento/a? ¿En algo puedo ayudarte? ¿Necesitás algo?

El ciego necesitó que Jesús le devolviera esa capacidad de mirar mucho más allá de lo que sus ojos pudieran contemplar.

Dicen algunos autores que la pregunta básica que se nos hará es si hemos amado. Y que el amor tiene una faceta que se puede dividir en dos tiempos: la primera parte de la vida nos pasamos buscando a alguien que nos ame. En eso radica nuestra intención y nuestra búsqueda: alguien que se enamore de mí. Hasta los 40/50 uno anda persiguiendo a alguien a quien enamorar, alguien a quién seducir, a quién cautivar. Nos encanta que alguien nos diga “qué bien que estás, que joven que estás…” no sabemos por qué, pero nos gusta. Y creemos que la felicidad está en que alguien nos quiera. Cuando en realidad, nuestra plenitud máxima está en encontrar a alguien a quien amar.

Tal vez lo que el ciego necesitaba era darse cuenta de que no tenía que estar al borde del camino pidiendo limosna: algo de afecto, algo de cariño, algo de atención. Lo que necesitaba era que él hiciera centro a otro distinto de sí mismo. Preocúpate por otro, trata de que el otro esté bien. Mira al otro, deja de mirar por sus necesidades y contempla un poco al otro. Lo que estamos necesitando ver es que al lado nuestro hay alguien que necesita de nosotros.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *