Deporte, Encuentro Fraternal y Paz en el Mundo

Los Juegos Olímpicos poseen una fuerza y un significado que va mucho más allá de lo estrictamente deportivo. Sin embargo, tendemos a perdernos y fijar la mirada únicamente en el medallero. Este texto nos invita a ir más allá de esos datos y darle un sentido más profundo a la gran cita deportiva.

Por Alfonso Alonso-Lasheras, SJ.

El deporte ha ido ganando terreno en nuestra sociedad actual y su proliferación viene avalada por dimensiones muy diversas: la salud, el ocio, los beneficios económicos de las marcas, la ambición, la crisis de identidades, la educación de la juventud, la integración social, los medios de comunicación… Una realidad polifacética que la hace difícil de encorsetar en un único juicio. No cabe duda de que es un camino para la educación de los jóvenes, es el origen de grandes alegrías para muchos, ayuda en la cohesión social, forja el carácter y es creador de identidad; pero también puede derivar en un mero y sucio negocio que justifica cualquier cosa, que sirve para alienar a las masas y que –cuando se meten por medio ambiciones políticas, económicas o raciales– pasa a ser fuente de discordias y violencias, como tantas veces hemos visto. Así el deporte se desvirtúa pasando a ser un medio, no de competición, sino de batalla. Por eso es necesario pedir y trabajar para que sea de verdad camino de encuentro fraterno y forjador de paz.

Paseando por Olimpia y contemplando sus milenarias ruinas, el Barón Pierre de Coubertin soñó que aquel culto al valor heroico, a la nobleza, al esfuerzo personal y a la dignidad del espíritu humano, podía resurgir. Creía que el deporte podía juntar cada cuatro años en algún lugar del mundo a mujeres y hombres de todo continente, raza y religión, para que demostrasen su fuerza, su valor y su destreza, dando lo mejor de sí mismos para honrar no meramente a su nación o a su familia, sino a la humanidad entera. Su sueño se materializó, por primera vez en la era moderna, en 1896 con los primeros Juegos Olímpicos, que él mismo denominó “de la paz”. Lo cierto es que el deporte, cuando no está contaminado de las mencionadas “impurezas”, esconde una doble dimensión profética y utópica.

Lo hace al mostrarnos en qué consiste la verdadera humanidad y dignidad de las personas, lo hace al revelar una gran variedad de valores y virtudes, lo hace al fomentar la utopía que invita a soñar con un mundo mejor, lo hace al empujar a darlo todo y a luchar por aquello en que se cree. Para ello se vale de cientos de historias concretas de sacrificio y superación que testimonian que es posible vivir con relaciones de verdadera afectuosidad, donde se busca que reine la justicia, donde se aceptan y perdonan las ofensas y errores de los otros porque se ha aprendido a aceptar sanamente la limitación y los fracasos propios y ajenos sin excusas, donde todo lo que se vive es absolutamente real sin lugar para esconderse y en coherencia con lo que se dice. Los diferentes deportistas que testimonian todo esto, son auténticos “apóstoles de la dignidad” y podemos llegar a pensar que el mundo iría mejor si todos tomásemos ejemplo de ellos.

Por todo ello, el lema ”Citius, altius, fortius” no es una invitación a mostrar la supremacía de unos sobre otros, ni a excluir a los más débiles sino que, acorde al espíritu olímpico, es un desafío no sólo para los atletas sino para todo ser humano, es una llamada a asumir la fatiga, al sacrificio en pos de las metas importantes de la vida, siempre intentando superar los límites personales y la dificultades que surjan. Porque la vida es como un gran partido en el que uno sólo se puede sentir contento si sabe que lo ha dado todo haciéndolo lo mejor posible. Porque en la vida, casi todas las cosas realmente importantes están cuesta arriba, empezando por la propia felicidad. Y es ahí donde el deporte nos enseña a todos a luchar y a desgastarnos por aquello que merece la pena.

Cuenta la leyenda que las ciudades griegas a las que retornaban atletas triunfantes con la corona de olivo sobre sus cabezas, derribaban parte de sus murallas para que entrasen por esas aperturas. Ojalá que el deporte hoy, como entonces, también sea herramienta que ayude a crear fraternidad, a tender puentes y a derribar muros.

Entre Paréntesis

 

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