Reflexión Evangelio de Marcos 8, 27-35

Por Franco Raspa SJ

El evangelio de Marcos de este domingo, nos relata un momento de la vida pública de Jesús. El texto nos sitúa junto al Señor y sus discípulos, caminando hacía un poblado a las afueras de Galilea. Hagamos el esfuerzo por seguir la invitación del evangelista, poniéndonos también nosotros en el camino. Acércate al Señor y a sus compañeros ¿Qué oyes? ¿De qué hablan? ¿Qué es lo que vienen conversando por el camino?

Si bien no se nos dice, qué venían conversando; lo cierto es que mientras caminaban, Jesús les pregunta acerca de su propia identidad. “¿Quién dice la gente que soy Yo?” Pregunta que en principio no compromete la opinión de sus discípulos; que responden a una sola voz “algunos dicen que…”, pero el Señor va más allá, como si deseara acercarse a la profundidad de sus corazones. “Y ustedes ¿quién dicen que soy Yo?” El único que toma la voz es Pedro, confirmando frente a todos “Tú eres el mesías”.

Y tú, que también vienes caminando junto al Señor ¿quién dices que es Jesús?

El evangelio nos cuenta que el Señor, invitando a callar a los suyos, comienza a enseñarles con claridad lo que le iba a suceder. Jesucristo frente a sus amigos, manifiesta el camino de su pascua.

Una vez más, es la figura de Pedro la que sale a escena, conduciendo al Señor “aparte”. Separándolo del grupo, lo lleva a un lugar oculto y allí lo reprende. ¿Cómo se explica esta reacción del hombre, que hace un momento, había confesado a Jesús como el Mesías? ¿Qué habrá pasado por el corazón de Pedro? ¿Qué habrá sentido?

No sabemos que fue lo que Pedro le dijo a Jesús, pero sí queda claro, cuál fue la reacción del Señor. Que dándose vuelta, primero miró a sus discípulos. Es decir, que Pedro también estaba con ellos. Recién allí viene la respuesta del Hijo de Dios, “Retírate, ven detrás de mí Satanás”.

¿A quién desafía Jesús si no es al mismo Pedro?

El Señor reta a aquel que es capaz de enturbiar, y entristecer el corazón de los hombres, con falsas razones. A aquel, que entrando con temor en el corazón de Pedro, lo confunde haciéndole creer que es él quien marcha delante del Señor. Es al mismo Satanás, a quien Jesús increpa diciéndole, tú no irás delante de mí. Yo soy el Señor, no tú.

Pensemos, en cuántas ocasiones de mi vida me he visto en la situación de Pedro. ¿Cuáles han sido aquellos momentos, en los que el maligno enturbiándome la mirada, me hizo creer que él era más poderoso que nuestro Señor? ¿En qué situaciones, me ha hecho creer que Jesucristo, me había abandonado?

El segundo movimiento del Señor, que nos relata el evangelista Marcos es la llamada que Jesús hace a toda la multitud. Que ubicándolos junto a sus discípulos, les comienza a anunciar como debe ser el camino, de aquellos que desean caminar con Él.

El seguimiento al que Jesucristo nos invita, es ir tras sus pasos. Sin adelantarnos. Sin embargo, Jesús introduce aquí una frase, que sondea las profundidades de nuestro corazón. “El que quiera venir detrás de mí, que renuncié a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Renunciar, cargar y seguir. En estos tres verbos, el Señor de la vida nos da las pistas para nuestro propio caminar. En estos tres verbos, se resume el modo en cómo vivió el Hijo de Dios. Renunciar, cargar y seguir, nos hablan de una invitación a hacer de nuestra vida, una donación y entrega.

Pero esta frase quedaría incompleta e incómoda, sino fuese por la mirada y el horizonte que el mismo Jesucristo le otorga; al terminar diciendo “el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará”. Es decir, que es solo en la persona de Jesús, donde nuestro corazón descansa, porque es solo en Él, donde la renuncia, la carga y el seguimiento al que Él nos llama, cobran sentido.

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