Resurrección

Lo que Dios quiere donarnos con la resurrección es una vida más grande que aquella a la que nos vamos acostumbrado, una vida más plena que la que nos damos a nosotros mismos, una vida más rica que la que decoramos con dinero, una vida más honda que la que apenas rozamos con nuestro corazón, una vida más entera que la que se nos fragmenta con el estrés, una vida más alta que la propuesta por la cultura, una vida más musical que ruidosa, más carnal que sensual, más espiritual que boba, una vida más llena de él en los hermanos y menos del propio ego, una vida más libre y menos esclava, una vida más luchada y menos fácil, una vida cada vez más amplia y generosa llena de rostros, una vida más divina, y por tanto más humana. Como la del Resucitado.

Emmanuel Sicre SJ

El acontecimiento de la Resurrección ¿Por qué primero en el corazón de las mujeres?

“El primer día después del descanso sabático, muy de madrugada, las mujeres se vinieron al sepulcro llevando los perfumes aromáticos que habían preparado. Y encontraron la piedra corrida a un lado del sepulcro y habiendo entrado, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Y aconteció, en su perplejidad a causa de esto, que de pronto se les presentaron dos varones con vestiduras deslumbrantes. Como quedaron amedrentadas inclinando sus rostros hacia el suelo, ellos les dijeron: «¿A qué buscan al Viviente entre los muertos? No está aquí, resucitó (se puso en pie). Recuerden cómo les habló cuando aún estaba en Galilea, diciendo: “Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que al tercer día se levante.”» Y se acordaron de sus palabras. Y vueltas del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Eran María Magdalena, y Juana, y María, la madre de Santiago; y las demás mujeres que las acompañaban dijeron esto mismo a los Apóstoles. Y parecieron a sus ojos como vacías de sentido estas palabras y no las creyeron. Pedro, sin embargo, levantándose fue corriendo al sepulcro, y agachándose, ve (que estaban) sólo las sábanas de lino fino, y se volvió a casa (a lo suyo propio), admirándose de lo acontecido” (Lc 24, 1-12).

 

Contemplación

Estaban las cosas pero no estaba el Cuerpo del Señor.

Estaba la tumba, con la piedra removida, pero las mujeres no encontraron el Cuerpo del Señor Jesús. Pedro se asomó agachándose y “vio sólo las sábanas de lino fino”.

No hay nada más presente que un cadáver. Uno lo deja en un lugar y cuando vuelve sigue allí, igual, reclamando un entierro con su mudez en descomposición.

A las discípulas, que llevaban los perfumes aromáticos, la ausencia del Cuerpo les pesó con el peso de la piedra removida, que era su preocupación.

A Pedro, que habría podido remover la piedra, le llamó la atención un detalle delicado: las sábanas de lino fino solas, sin el Cuerpo del Señor Jesús que habían envuelto.

A Juan le llamará la atención un detalle más sutil aún: el sudario enrollado aparte de las sábanas de lino (había visto a Lázaro salir de la tumba vendado y con el sudario sobre el rostro).

Lucas nos dice que Pedro regresó a casa (a lo suyo propio) admirándose por lo que había acontecido. Este volver a lo nuestro, a nuestras cosas, es propio de la experiencia religiosa: uno siente que “sale un poco de sí y se mete en lo de Jesús y luego vuelve a lo suyo, a lo habitual…”, tenemos esta experiencia de meternos en las cosas de Dios y luego dejarlas –admirándonos- para volver a lo nuestro.

Lucas utiliza la misma palabra que los discípulos de Emaús le dirán a Jesús: “¿Sos el único que no sabe lo que ha acontecido?”.

Cuando se trata de cosas, los acontecimientos son un “sucederse” de las cosas, un pasar… Cuando se trata de personas, acontecer significa “nacer”, venir a la vida.

¿Qué es lo que acontece en la Resurrección de Jesús? Acontece que dejan de tener peso los acontecimientos de cosas y pasa a tener peso y fuerza de irradiación el Acontecimiento de la Persona de Cristo Resucitado.

Ya no se trata de que “pasen cosas”.

La charla sobre las cosas pasa a ser “charlatanerías” y las palabras sobre Jesús, en cambio, pasan a ser Evangelio.

Aquí pega un giro el hablar del mundo.

Los noticieros transmiten incesantemente noticias sobre lo que sucede en el mundo, sobre las cosas que pasan. El evangelio en cambio difunde la Buena Noticia sobre el acontecimiento más significativo de la historia, acerca de lo que “ha llegado a ser realidad”: que Jesucristo ha resucitado.

¿Y dónde acontece Esto? En el corazón de las discípulas, que fieles en su amor van de madrugada con perfumes al sepulcro.

La Resurrección acontece en los corazones.

No hay otro lugar físico donde pueda acontecer.

La tumba está vacía, las sábanas de lino fino no tienen ya su contenido, el sudario yace sobre la losa.

La Resurrección acontece en ese delicado espacio –donde la carne y el espíritu laten acompasadamente- que es el corazón humano. Y en primer lugar, acontece la resurrección del Señor en el corazón de las discípulas, en su perplejidad, nos dice Lucas: “Aconteció, en su perplejidad a causa de no encontrar el Cuerpo del Señor Jesús” (en su desconcierto y “aporía” –sin salida- en que quedaron sus mentes), que de pronto se les presentaron los ángeles de la resurrección y les anunciaron que Jesús está vivo.

La resurrección acontece primero como Anuncio, como Palabra que al ser oída por unos corazones que han quedado inmóviles de perplejidad, sin saber qué sentir, les da algo concreto y verdadero para sentir.

Los ángeles orientan esos corazones que están en suspenso con una pregunta: ¿A qué buscan al Viviente entre los muertos?

La pregunta les revela la dirección en que estaban buscando: es una dirección equivocada, por eso no ven nada. Iban con toda la furia a embalsamar un cadáver, a poner perfumes a una tragedia, a sellar con amor una nostalgia en la cual podrían llorar con razón para siempre: el Cuerpo muerto del Señor Jesús.

Ellas comprendían bien lo que había significado tener al Señor Jesús en esta tierra, haber podido compartir con él atardeceres junto al fuego y madrugadas frías.

Valía la pena levantarse al rayar el alba para ir junto a Él y quizás enterrarse en vida y hacer de esa tumba lugar de culto para todos los tiempos, ya que nunca volvería a existir Alguien tan hermoso y bueno como el Señor Jesús.

La sencilla pregunta de los ángeles de la resurrección y la afirmación límpida y clara “No está aquí, sino: resucitó”, produce un click en sus mentes y las mete instantáneamente en el acontecimiento de la Resurrección. Pero este acontecimiento lleva su tiempo, tiene sus pasos: no se trata de que “vean y toquen” inmediatamente el Cuerpo del Señor Jesús resucitado. El acontecimiento es de tal magnitud que se necesitará toda la historia de la humanidad para ponernos a la altura, para entrar en Él y que acontezca en nosotros.

El primer paso que les hacen dar los ángeles a las mujeres (y nosotros podemos ir tomando debida nota) es “recordar”: “Recuerden cómo les hablaba cuando estaba con ustedes en Galilea”. Para que la resurrección acontezca –dado que es algo que sucede sólo en los corazones- es necesario que adquiera el ritmo con que vive nuestro corazón. El corazón vive recordando y proyectando, los sentimientos del corazón nunca están quietos, beben recuerdos y proyectan acciones de vida. El corazón atrae la sangre desde todos los confines de nuestro cuerpo, con las huellas de lo vivido por cada órgano, y la purifica en sí con el soplo fresco del oxígeno, para lanzarla de nuevo a vivificar el cuerpo. En este ritmo vital tiene su espacio el acontecimiento de la resurrección: todos los recuerdos de lo vivido con Jesús tienen que ser recuperados amorosamente para recibir el Soplo de aire fresco del Espíritu, que irá haciendo ver toda su Verdad y su sentido a cada cosa de la vida del Señor: “era necesario que el Hijo del Hombre padeciera…”.

El acontecimiento de la Resurrección necesitará muchos corazones –todos en realidad-, por eso los ángeles pondrán en movimiento de Anuncio Evangélico los pies de las discípulas que irán a contar estas cosas a los Once y a todos los demás. En el corazón de esa comunidad de amigos y amigas en el Señor irá aconteciendo la resurrección (y sólo entrando en ese ámbito cordial –en la Unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz- será posible vivir en la fe el acontecimiento de la resurrección del Señor Jesús). No podrá ser captada por ningún noticiero ni reconstruida con ningún método histórico crítico que no se meta en la realidad de lo que viven estos corazones. Afuera no pasa nada. Pasará lo que harán estos testigos. Pasará que habrá obras de caridad que construirán las manos de los discípulos. Pasará que habrá una alegría contagiosa que revelarán sus rostros y sus liturgias. Y llamará la atención este “fulgor” de la resurrección. Pero lo decisivo acontecerá siempre dentro del corazón y se comunicará de corazón a corazón.

Así, las cosas tienen ahora su centro en la Persona del Señor resucitado, que las recapitula en torno a sí. Y a ese Señor no tenemos acceso que podamos forzar, sino que Él viene a nosotros cuando quiere y entra si encuentra abierta la puerta de nuestro corazón. El se hace presente cuando nos ponemos en situación de unir nuestros corazones con el de otros, ya sea en la oración, ya sea en el servicio del anuncio del evangelio y de las obras de misericordia. No podemos “entrar” en el ámbito de la resurrección con métodos periodísticos o científicos. Pero podemos disponernos a percibir al Señor que viene, estando juntos como las discípulas y los discípulos, insistiendo en la oración en los lugares de dolor como la Magdalena, dialogando de las cosas que acontecen en torno a Jesús, como los de Emaús, yendo a nuestro trabajo cotidiano juntos, como Pedro y los discípulos que se fueron a pescar…

Hoy están de moda los libros de “historia de Jesús” (Hasta en Discovery Chanel tenemos los enigmas de la “historia de Jesús”). Sin ánimo de polemizar con los expertos, a veces siento que, aunque sean interesantes para aclarar muchas cosas que uno no sabe del mundo antiguo, lo que se informa con este “género literario periodístico” termina por ocultar lo único importante.

¿Y qué vendría a ser lo único importante? Que la vida de Jesús y los acontecimientos que se dieron en torno a Él no nos han llegado como noticia histórica, como noticia de un hecho que sucedió en el pasado y que se aleja irremisiblemente de nuestra vida a medida que esta avanza hacia el futuro. Lo primero no fue una noticia periodística.

Lo primero fue lo que aconteció en el corazón de las discípulas.

El Señor elige esos corazones para sembrar la semilla buena del primer anuncio porque son corazones fieles, simple y auténticamente fieles, sin cavilaciones, sin vueltas. Creo que el no valorar lo que significa un corazón así, entero, como sólo una mujer puede dar (y la resurrección necesita ese ámbito íntegro como el Verbo necesitó el corazón de María para encarnarse) hace que se tome como anecdótico el hecho de que el Señor se haya aparecido primero a las discípulas: a María, como nos hace contemplar Ignacio, a la Magdalena y a sus compañeras, Juana y María la de Santiago y a las demás que andaban en su compañía. Hay que valorar en todas sus dimensiones que sean estos corazones los primeros en dar cabida al acontecimiento de la resurrección. En otro ámbito se hubiera diluido en mil versiones y hubiera sido como la semilla que cae en los distintos terrenos malos y mezclados.

Notemos además que la resurrección no necesita un corazón inmaculado como el de María. El Verbo ya se encarnó de una vez para siempre en su carne sin pecado y ahora está inculturado, ya ha purificado nuestra carne y su sola presencia purifica lo que toca. Basta que se lo reciba con fe (pero fe íntegramente fiel, no como la de Tomás) y en un corazón comunitario. Así son los corazones de estas amigas y por eso prende en ellas como un Fuego el Espíritu de la Resurrección.

Cuando vemos a Pedro poner sus distancias, creer y dudar, ir y venir, sopesar y calcular, esperar y dar tiempo… comprendemos por qué el Señor hizo que su resurrección aconteciera primero en el corazón de las mujeres.

Después necesitaba que su Vida se hiciera estructura, Iglesia, disposiciones, leyes, procesos… y para ello le daría a Pedro y a sus compañeros todo el tiempo que necesitaran. Pero mientras tanto, la Resurrección tenía que “encarnarse”, nacer, estar viva, comunicarse –con esa capacidad afectiva de comunicarse que tienen las mujeres y que las unifica en torno a la realidad que tienen entre manos sin poner distancia abstracta como hacemos los varones-. Mientras los hombres medían las consecuencias políticas –por decirlo así, en el sentido de construcción social de la palabra- del acontecimiento, las mujeres lo daban a luz.

El corazón de la mujer es capaz de cambiar íntegramente en un instante todas sus expectativas cuando nota en sí que hay una vida nueva en ella. Esta capacidad de captar la vida nueva en un instante y de convertirse enteramente hacia ella con aceptación amorosa (no importa que a veces sea con gozo inmediato y otras con gozo y angustias) es lo que necesita Jesús para que su resurrección “Acontezca”, se haga real y vivificante en este mundo.

La resurrección es algo que sigue Aconteciendo en los corazones fieles. Admirados como Pedro, por el Anuncio de las discípulas, digamos: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible” (1 Pe 1, 3).

Diego Fares sj

 

Agradecimiento – Votos 2015

Hoy que concluimos este tiempo de Noviciado que dio comienzo a nuestro camino de Jesuitas, son muchos los rostros y los nombres de aquellos que se han ido cruzando en este camino y han hecho posible el encuentro con Dios, que nos va enamorando.

Es difícil transmitir la experiencia vivida, las huellas que en nosotros se han ido generando al compartir con tanta gente. Y a su vez más difícil encontrar el modo de expresar nuestro agradecimiento a todas ellas. De igual manera, queremos decir en sencillas palabras, aquello que surge desde un deseo profundo de dar gracias “por todos estos dones recibidos.”

En principio queremos dar gracias a nuestras familias por el don de la vida y de la Fe: porque en nuestras casas aprendimos a compartir con generosidad y a valorar lo simple del paso de Dios en la vida diaria. Y porque en lo incierto y a veces incomprensible de nuestro camino, se animan a confiar y a acompañarnos.

A la Compañía de Jesús, por dejarnos caminar por esta senda de hacernos y ser compañeros del Señor. Y en ella a los Jesuitas, que nos han acompañado y han estado cerca en este tiempo. En especial queremos agradecer a Alejandro, nuestro Provincial: por su escucha atenta y su cercanía.

A  Juan Carlos y Marcelo, y a la comunidad de los dos años de noviciado, especialmente a Pablo, Ernesto y Cristian, por alentarnos siempre, por la paciencia y la confianza en todo momento y por el testimonio de su consagración. Queremos además agradecer a Laura, por su delicadeza, su atención y su espíritu de servicio en el noviciado.

Agradecemos también a la comunidad de Ciudad Mi Esperanza y a la Parroquia San Ramón Nonato, a la comunidad de Nuestro Hogar 3 y la Parroquia Jesucristo Salvador del Mundo: por la amistad y el trabajo compartido, por el testimonio de alegría, de Fe, de lucha y de compromiso que nos han regalado durante estos dos años.

A la familia Márquez y a todas las familias que trabajan en el cortadero de ladrillos, por enseñarnos silenciosamente el valor del trabajo, del compartir entre todos lo que se tiene, y de preocuparse por los demás y sus necesidades.

A las comunidades jesuitas de San Ignacio en Montevideo y San Francisco Javier en Resistencia, y al personal de los Hospitales Español y Perrando: por habernos hecho sentir parte de sus trabajos cotidianos y del deseo de servicio a los enfermos, en quienes encontramos a Jesús en la Cruz y en la soledad.

Quisiéramos también agradecer de modo especial a la comunidad de San José del Boquerón: a Marcos, Juan Carlos, Nico, Rodrigo y Mary. Con ellos a tanta gente que encontramos en el monte santiagueño, en las comunidades y en las escuelas donde trabajamos, que nos han manifestado el rostro de Dios en su fe, su alegría, su hospitalidad ilimitada, su confianza y amistad para compartir el tiempo, la mesa, los mates, las alegrías y los dolores de la vida.

Nos gustaría, además, dar gracias a todos aquellos que se sumaron a nuestro camino cuando peregrinamos hacia San Nicolás: a todas las personas que nos abrieron las puertas de sus casas y de sus vidas, con quienes compartimos nuestras búsquedas, necesidades y cansancio. En especial a las Carmelitas de San Nicolás, por esperarnos y recibirnos siempre con alegría.

A la Comunidad de la Pastoral Carcelaria y a los chicos de los Institutos de Menores: por permitirnos conocer sus historias y sus sueños de un futuro distinto, y compartir juntos al Dios de la Misericordia.

Por último queremos dar gracias por el don de la amistad que nos une, y por los nuevos amigos que dentro de la Compañía surgen y dan fuerza a nuestros pasos.

A fin de cuentas, queremos dar gracias a Dios Padre por tantos bienes recibidos, por haberse hecho presente en todos estos rostros y nombres concretos, y sabiendo que es el Señor quien nos ha llamado, queremos encomendarnos a sus oraciones y los invitamos a que juntos le pidamos a María que con su amor de madre nos sostenga, para que repitamos como ella el SI de una entrega confiada e irrevocable. Ave María.

¡Muchas Gracias!

Marcos Stach, Agustín Borba Diperna y Matías Hardoy

 

Muerte ¿Dónde está tu aguijón?

“El primer preámbulo es la historia, que es aquí cómo después que Cristo expiró en la cruz y el cuerpo quedó separado del alma y con él siempre unida la Divinidad, su alma bienaventurada, igualmente unida a la Divinidad, descendió al lugar de los muertos…” (Ejercicios Espirituales, N° 219, a).

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio tienen en este «preámbulo» como bisagra entre la Tercera y la Cuarta Semana, entre la Pasión y la Resurrección, una propuesta que podemos considerar específica para profundizar en ese misterio del Sábado Santo.

Jesús murió. San Ignacio nos invita a detenernos frente al Señor verdaderamente muerto y a apropiarnos de la «solidaridad» que este morir del Hijo de Dios en su humanidad contiene respecto a todo el género humano. El texto hace referencia a una verdadera muerte, ruptura de la unidad esencial del cuerpo y del alma. Dios habita incluso la muerte, se apropia de la muerte. El texto habla del cuerpo muerto «unido a la Divinidad» y de la bienaventurada alma, ahora separada de este cuerpo que la había sustentado, «igualmente unida a la divinidad». Es decir, la divinidad experimenta la des-integración de la muerte en Su muerte de Jesús. «Descendió al lugar de los muertos»: murió.

Es la culminación del despojo, del anonadamiento -hacerse nada- que el Dios Hijo inició cuando, en amor y obediencia al Padre y por la salvación de todos los hombres, había asumido la condición de creatura. El amor lo llevó a ese vaciamiento total de sí, hasta habitar el no-ser de la muerte.

En lo que me es personal, este misterio se me hizo relevante ante el cuerpo muerto de mi querido abuelo. Rígido, frío, descolorido y sobreviniéndole los demás accidentes propios de un cadáver en una sala velatoria… «Ni siquiera en este trance estamos solos, Tata, porque también este “dejar de existir” de la muerte fue habitado por el amor».

Es vertiginoso, hay una nada habitada donde la única palabra, todavía a la espera de la Resurrección, ya es el amor, el amor de aquél que lo ha asumido todo, incluso la muerte, por amor-obediencia al Padre, por amor a nosotros.

 Y el que nos ha acompañado hasta en la muerte, también nos acompaña en todos los anticipos de la muerte, en todos los absurdos que para muchos constituyan una “muerte en vida”. La palabra más sólida es su amor.

 Leonardo Amaro, SJ

 

¿Qué no encontramos?

El relato del evangelio del día de hoy es una sucesión de cosas no encontradas

Las mujeres, Pedro y el otro discípulo no encuentran

…la tumba cerrada por la piedra…

… a Jesús muerto amortajado con la vendas…

… el rostro de Jesús cubierto con el sudario…

… a Jesús muerto dentro del sepulcro…

… el lugar donde lo han puesto…

 y todavía no habían comprendido que… él debía resucitar (Jn 20,9)

Cuando no encontramos lo que deberíamos encontrar…

Cuando ya ha terminado el tiempo del dolor…

Cuando la angustia ya no se cierne sobre nuestras cabezas

Cuando la incertidumbre ha dejado de ser esa cosa moleta que nos remuerde la consciencia

Cuando el otro ha dejado de ser nuestro enemigo…

Entonces la historia ha empezado a tomar otro rumbo….

Entonces tal vez debamos empezar a comprender que debemos resucitar con Él.

Raúl González SJ

«Sálvate A Tí Mismo y Baja de la Cruz»

Jesús en la cruz. Agonizando. Viendo que muchos amigos se iban. Unos curiosos mirando en silencio, otros gritando: “ha salvado a otros, ahora que se salve a sí mismo”. Algo difícil de entender. ¿Por qué Jesús no se bajó de la Cruz?, ¿por qué no se salvó a sí mismo? ¿Por qué no eligió el camino fácil?, ¿por qué se dejó matar? Seguramente porque “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13). Porque su dolor no estaba centrado en sí mismo sino que miraba a los otros, miraba a su Padre (“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, Lc 23,34… “Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”, Lc 23,43). Salvarse a sí mismo hubiese sido defraudar a la verdad, defraudar su misión. A Jesús lo mataron cruelmente porque amó y dijo la verdad. Una verdad que incomodaba y que privilegiaba a los desechados y excluidos, una verdad que perdonaba y hablaba de misericordia.

“Sálvate a ti mismo y baja de la cruz”, era el eslogan de los que mandaron a matar a Jesús. Ese era el motor de su vida. Poco importaba vivir para el otro, y menos hacerse cargo del dolor del que sufre. Pero, ¡ojo! Nadie está libre de vivir con este eslogan. El mismo discípulo al que Jesús había designado “piedra” sobre la cual construiría su Iglesia, lo negó y “se bajó de la cruz”. “Mejor me salvo a mí mismo”, habrá pensado Pedro. “En esta no me meto”, “hasta acá llego yo”.

La muerte de Jesús nos debe poner de cara a la pregunta del por qué o por quiénes estaría yo dispuesto a jugarme la vida. Qué verdad tengo que anunciar y qué mentira denunciar.

Para ello, “es necesario no amarse tanto así mismo que se cuide uno para no meterse en los riesgos de la vida que la historia nos exige…” diría el mártir Monseñor Romero minutos antes de que lo mataran.

PASIONCRISTO-1

En este viernes del Amor, no hay mucha receta. Hay que jugársela. Para Jesús lo importante era el Reino, el corazón de las personas, el dolor del que sufría, el llanto del papá o la mamá por sus hijos casi muertos. Jesús entregó su vida salvando a otros y cargando con la Cruz. Algo diametralmente opuesto al mensaje de aquellos que lo mataron.

Este es un día para mirar a Jesús y pedir a Dios la gracia de la confianza y la valentía de meternos sin miedo en los riesgos que la vida exige, sobre todo donde no hay perdón, donde no hay justicia, donde se excluye al homosexual o al migrante, donde hay violencia familiar, donde los niños tienen hambre o no tienen una escuela. En esto no estamos solos. Jesús va con nosotros. ¡Necesita de nosotros! Y más aún, Dios Padre nos confirma su presencia prometiendo Vida como lo hizo con su hijo en la resurrección. Él confía en nosotros y nos desafía.

Muchas veces sentiremos en nuestros oídos: “sálvate a ti mismo y baja de la cruz”, “no te metas en esto o aquello”, pero es la oportunidad para volver la mirada a Jesús de Nazaret y dejarse enamorar por Él. Hasta el último minuto de su vida Jesús amó, sobre todo a los que nadie quería amar. ¡No tengamos miedo! Cuando uno tiene a Jesús adentro, entre “ceja y ceja”, nuestra vida se transforma en pura misericordia.

Marcos Muiño SJ

 

Esta noche Jesús cenará

Esta noche Jesús cenará con nosotros. Habrá que prepararse. Sé que iremos parte de los suyos. Siempre acostumbra compartir la mesa con nosotros, aunque no se le niega la entrada a nadie. Pero, esta noche, hay algo extraño en el ambiente. Jesús ha venido pronunciado un discurso al que no estamos habituados. Es comprensible. Nadie jamás podrá entender a Dios, me dije muchas veces. En Él se percibe una especie de revelación, un fantasma pero un hombre-Dios, una alucinación. Se ve a un insurrecto, un agitador, pero lento, amante, y a la vez pacífico, nervioso, todo eso junto. Esta noche cenará con nosotros. Los invitados estamos algo ansiosos hoy. Algunos, sé, irán como llevados por un halo misterioso; otros, convencidos por su mirada, por sus obras, otros por la costumbre de seguirlo. ¿Y yo?

Algunas mujeres ya están preparando la mesa. Ellas sí que lo viven distinto, es como si se supieran elegidas por este hombre misterioso. Su sensibilidad les ha dicho que este es un gran varón. Ya se siente el olor del alimento que llenará los platos. Está mezclado con una serie de aromas que recuperan toda la tradición de nuestro pueblo durante toda su peregrinación en los cuarenta años del desierto. Nunca dejé de preguntarme cómo manjares tan sabrosos fueron protagonistas de una espera desoladora. No es irrelevante la comida en estos casos, ya lo creo. Las manos de las mujeres golpean la masa, antes trigo en el mortero, que se hará pan para acompañar la cena, que se hará pan para sopar el sazonado jugo que bordea el plato.

Jueves Santo -La Última Cena

Es increíble: cada vez que pienso en esta noche me pongo nervioso, ansioso y nada puede combatir una angustia que me deja perplejo. No es que se pueda explicar porque no estoy mal, sino simplemente ansioso. Pero, de qué. Qué es lo que me desenfrena la sangre, qué es lo que galopa cerquita del corazón. Acaso no conozco este tipo de encuentros. Sí, claro. Lo de siempre, risas, comer, cantos, chistes, alegría, quedarse hasta tarde, contar anécdotas de días pasados. Es que Jesús no está muy bien en estos días, se lo ve tenso, pero al mismo tiempo como decidido; serio, pero sin querer perder de vista estar con nosotros. Parece increíble que se lo vea así. Celebraremos la pascua sus seguidores y casi ni encuentro motivos de celebración. ¿Qué es eso de su hora, qué es ‘ha llegado el tiempo propicio’? ¡Jesús, qué poco te entiendo! ¿Cómo es que te animas a decirnos que se te acabó el tiempo de estar entre nosotros para volver la Padre?

Está noche iré a la cena, me sentaré, saludaré a todos y podré observar sus rostros. Seguramente las mujeres nos servirán con gracia, como acostumbran, entre risas y piropos. La chimenea arderá entre nosotros para calentar la fría habitación del segundo piso que nos han prestado. Llamarán a comer, tomaremos nuestros lugares, probablemente haya algo de música. Qué más podré pedir. Es lo de siempre. Pero no, hoy, debo admitir que es diferente. Sí, no es como siempre. Me siento algo brujo, pero no creo que esta noche sea como siempre. Sé que la brisa que ha rosado nuestra piel en estos días tiene muy poco de lo que hemos percibido semanas atrás, uno o dos años atrás. La Pascua hoy es diferente. Pero, qué podrá tener esa brisa. Es miedo, sí, es tranquilidad, también. Realmente se trata de algo indefinible. Ignoro lo que sucede y me pesa esperar tanto. ¿Qué está pasando?

Jesús, nos has tenido tan acostumbrados a certezas, a palabras sabias, discursos consoladores, arremetidas correctas, cuentitos fantásticos y una sarta de frases escandalosas. Has logrado convertirnos en seres que poco saben vivir sin vos. Y esta noche la cena no será la misma. ¿Por qué? Qué te estás guardando bajo la manga.

Es hora de salir. Hoy el día ha sido como otros: levantarse temprano, trabajar, almorzar, descansar un poco, volver al trabajo…y ahora…. caminar para llegar a la casa de quien nos recibirá para cenar. Dejo atrás mi casa, camino lentamente y parto a la cena.

 Emmanuel Sicre SJ