Reflexión del Evangelio, Domingo 20 de Noviembre

Evangelio según San Lucas 23, 35-43

Después de que Jesús fue crucificado, el pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes burlándose decían: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”. Sobre su cabeza había una inscripción: “Éste es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Él le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

Reflexión del Evangelio – Alfredo Acevedo SJ

La liturgia de este domingo nos invita a celebrar a Jesús como Rey del Universo. Estamos finalizando el año litúrgico para comenzar uno nuevo. Porque así es el movimiento propio de la vida: terminamos algo para comenzar lo nuevo; nos despedimos, asumimos el duelo, y nos disponemos a recibir aquello novedoso que la vida presenta. Soltar para volver a recibir. Sin uno, no es posible vivir lo otro.

En este marco es que Jesús aparece como Rey de todo, y de todos. Aquel que no necesitó soltar para recibir, porque era todo don, decidió animarse a vivir este proceso humano.

 En el relato del Evangelio, aparecen varios personajes que expresan, bajo el concepto de salvación, este deseo de retener, de no soltar. ¿Qué es para muchos la salvación sino el deseo de prologar aquello que somos y tenemos? De ahí que el pedido del malhechor “sálvate y sálvanos” tenga todo el sentido. ¡Claro! Aquella lección de entregar la vida para salvarla aún no la habían aprobado. Por eso, para ellos, salvar-se no es otra cosa que retener, poseer o conservar. Para Jesús, en cambio, el tema de la salvación no sólo es diferente a eso sino su opuesto. Podría decirse que Él sí está salvándo-se la vida, pues, no busca retenerla, sino entregarla. Entregar es lo que salva, lo que da vida y plenifica, aunque muchas veces también duela. He aquí la paradoja clara del evangelio: cuando se pierde, se encuentra; cuando se da, se salva.

En el texto lucano, que nos ubica en el momento de la cruz, magistrados, soldados y malhechores hablan, se expresan. Tal vez, mucha otra gente también lo hacía a modo de chisme: “¿este no era Jesús, el hijo de María?”, “¿este no era aquel que enseñaba en la sinagoga y andaba con un grupo de amigos y amigas?”. Lo cierto es que el único que acierta en el comentario es el letrero que alguien colgó sobre Jesús: “Este es el rey de los judíos”. Y es frente a ese letrero que el “otro” ladrón pide a Jesús aquello que lo salvará: el recuerdo.

 Lo lindo es la constatación de que los recuerdos salvan. Aquel hombre ajusticiado, puesto en cruz, como Jesús, no pide ser salvado. Tampoco pide que no se le tengan en cuenta sus pecados. “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, es lo único que le dice a Jesús.

 Los recuerdos salvan. Pero no los recuerdos que se manipulan para escapar o evadir la realidad, sino los genuinos, aquellos que nacen del corazón y la memoria agradecida, aquellos recuerdos que están ahí, en lo profundo del corazón y que aparecen de vez en cuando para salvarnos de la rutina, de los miedos e inseguridades que nosotros mismos nos fabricamos. Ese recuerdo, gestado en el corazón de Jesús, fue lo que salvó al “otro” ladrón. ¿Habrá acaso algo más lindo que sentir que somos re-cordados por Dios? Porque al ser re-cordados, estamos pasando de nuevo por el corazón de Dios, estamos pasando por aquel lugar donde sólo estamos los dos, Él y yo. Nada más. Por eso, la exigencia de soltarlo todo se hace imperiosa. La promesa es grande, y vale la pena.

Pidamos el Señor la gracia de no conformarnos con lo poco o mucho que tenemos, porque seguro que es menos de lo que Dios va a regalarnos.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

500 años de la Reforma Protestante y una Histórica Visita del Papa

El pasado 31 de octubre, Francisco visitó la ciudad sueca de Lund para participar junto con varios representantes de la Iglesia Luterana, en una ceremonia conmemorativa de los 500 años de la Reforma. Un evento ecuménico excepcional. Particularmente los conflictos, pero también los intentos de unión fracasados a lo largo de la historia del cristianismo europeo.

Antes del Concilio Vaticano II, para los católicos la figura de Lutero era negativa (salvo raras excepciones entre algunos teólogos católicos). Después del Concilio las cosas cambiaron. El camino ecuménico ha hecho grandes progresos.

Para entender las implicaciones históricas de este extraordinario evento, CPAL Social ha entrevistado al historiador del cristianismo y pastor valdense Paolo Ricca, uno de los protagonistas del camino ecuménico.

Profesor Ricca, la próxima semana el Papa Francisco se va a dirigir a la ciudad de Lund, histórica para la Iglesia Luterana, con el ánimo de participar en el inicio de las celebraciones de los 500 años de la Reforma Luterana. Un hecho histórico que puede aproximar cada vez más a católicos y luteranos. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Para mí es un hecho histórico de gran importancia por varios motivos. Por exigencias de brevedad mencionare apenas dos. El primero es obvio: la presencia del Papa en Lund es una novedad absoluta. Es la primera vez en la historia que un Papa participa públicamente de la celebración de la Reforma, que fue condenada por Roma como herética y juzgada por más de cuatro siglos, hasta el Concilio Vaticano II (1962- 1965), como un elemento desorientador de la verdad cristiana. La presencia del Papa en Lund modifica profundamente ese veredicto negativo e implica un juicio positivo: la Reforma fue, en su conjunto, un bien.

El segundo motivo es que el Papa al visitar Lund, continúa el proceso de descentralización en relación a Roma, que ya había sido iniciado por él mismo hace algún tiempo, por ejemplo, yendo a África para inaugurar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia. La unidad cristiana, de acuerdo con este Papa, se construye “caminando juntos”, pero ese camino común no lleva necesariamente a Roma. No hay duda de que el viaje del Papa a Lund contribuye a acercar a católicos y luteranos, sin embargo, no en el sentido de traerlos a todos de vuelta al redil romano.

Ciertamente, en la base de ese gesto del Papa Bergoglio, un Papa muy atento a la gestualidad, hay un cambio de actitud de los católicos en relación a la figura de Lutero. Tanto que el Papa recientemente hizo una declaración muy significativa: Lutero fue “un remedio” para la Iglesia Católica. ¿Usted cómo interpreta esa afirmación?

El juicio de los católicos a Lutero cambió mucho en estas últimas décadas. Al decir que Lutero fue “un remedio” para la Iglesia Católica, el Papa dice una verdad indudable, aunque sea necesario aclarar que la Iglesia Católica, en alternativa a la Reforma de Lutero, implementó con el Concilio de Trento (1545-1563) una reforma propia y al mismo tiempo una contrarreforma, justamente para no tomar el “remedio” propuesto por Lutero. Sin embargo es cierto que aunque indirectamente, el “remedio Lutero” también benefició y mucho, a la Iglesia Católica.

“Del conflicto a la comunión” es el título de un importante documento luterano-católico redactado por la Comisión Luterano- Católica para la Unidad, en dónde se aclara el paradigma del camino hecho desde los años 1980 hasta hoy. Aunque todavía no estemos en unidad plena, lo que nos une es mucho más que lo que nos divide. Le pregunto: ¿después del consenso alcanzado acerca de la doctrina sobre la justificación por la fe, qué falta para sellar la plena comunión?

Faltan dos cosas. La primera es el reconocimiento de las Iglesias evangélicas como Iglesias de Jesucristo y no como “comunidades eclesiales” (como está en el Concilio Vaticano II), que no se sabe bien lo que significa (o somos Iglesia o no somos), y en todo caso, es una definición en la cual las Iglesias evangélicas no pueden reconocerse. Sin este reconocimiento, la comunión no es posible.

Lo segundo que hace falta es una plataforma doctrinal común, formulada en conjunto, en la cual se diga cuál es la “esencia cristiana” que todos deben compartir para que exista comunión de fe y cuales son por el contrario, las doctrinas, las elecciones éticas y prácticas de piedad sobre las cuales podemos tener opiniones diferentes, sin que esto impida la comunión. En cuanto a la “purificación y la cura de las memorias” se trata de una operación necesaria pero delicada: requiere prudencia, paciencia, inteligencia espiritual y sentido de historia.

Volvamos a Martín Lutero. Usted es un insigne historiador del cristianismo, alumno de Oscar Cullmann (uno de los teólogos más importantes del siglo XX). ¿Cómo ha cambiado la historiografía católica y protestante sobre el reformador alemán? ¿Cuál es el punto común alcanzado sobre Lutero?

La historiografía católica sobre Lutero, como ya dije, cambió mucho. Hasta comienzos del siglo XX, Lutero era un “monje imposible” (así lo llamaba Nietzsche) o rebelde, o loco, también excesivo, absurdo, desorientador, quien obedecía diversos impulsos pero no la exigencia de una fe. Después, los historiadores católicos comenzaron a reconocer en él una auténtica búsqueda religiosa. Después, se admitió que, por lo menos sobre algunas cuestiones, Lutero fue como dijo el cardenal Willebrands en los años 1980 “nuestro maestro común”. Hoy en día la meta alcanzada juntos es la de considerar a Lutero como un verdadero reformador de la Iglesia cristiana.

Desde su punto de vista valdense, ¿qué perspectiva ve para el camino ecuménico?

Las perspectivas para el camino ecuménico son buenas en el sentido en que cuando en cualquier Iglesia se explica lo que es ecumenismo y lo que se quiere alcanzar, éste es bien aceptado y en ocasiones se recibe con entusiasmo. El ecumenismo parece ser, para todos los que lo conocen y entienden, una bella perspectiva o mejor, una elección necesaria: hoy en día no podemos ser cristianos sin ser ecuménicos. El ecumenismo está inscrito en el futuro de toda la cristiandad. Su futuro solo puede ser ecuménico.

Sin embargo, infelizmente, es necesario reconocer que todavía el ecumenismo es un hecho ampliamente minoritario en todas las Iglesias. Hoy en día están en curso muchos diálogo

s entre las Iglesias, pero éstas todavía piensan y actúan en el sentido del monólogo, como si cada una de ellas fuera la única Iglesia existente. Eso se percibe, entre otras cosas, en el hecho de que muchas Iglesias no practican entre sí la hospitalidad eucarística, es decir, cada una celebra por sí misma la Cena del Señor sin hospedar ni acoger a los cristianos de otras Iglesias. Por lo tanto, la situación ecuménica de la cristiandad todavía es bastante contradictoria. Por otro lado, el cristianismo es la única gran religión del mundo en la cual existe un movimiento ecuménico. No solo eso, sino que hoy en día, parece crecer el consenso entre las Iglesias al concebir como “diversidad reconciliada” la unidad cristiana que ellas intentan manifestar.

¿Qué significa para usted celebrar los 500 años de la Reforma en una época de globalización?

La reforma en el siglo XVI fue un evento global que tiene que ver no sólo con Alemania, sino con toda Europa. Para mí, celebrar los 500 años de la reforma es principalmente, un acto de gratitud a Dios por haberla suscitado. En segundo lugar, es una admisión de responsabilidad. La responsabilidad es la de revivir en nuestro tiempo la herencia que la reforma nos dejó, la cual yo resumiría así: anunciar la realidad de Dios como gracia y libertad.

Fuente CPAL Social

 

¿Qué Paz Desear en Medio de esta Guerra?

Frente a los actuales enfrentamientos y antagonismos que atraviesan nuestra sociedad y al mundo entero: ¿cómo buscar la paz? ¿Cómo es esa paz que queremos construir?

Por Emmanuel Sicre, sj

“Esforzarse por llegar a ser de manera que podamos ser no violentos.”

Simone Weil

No es una novedad que estamos en guerra. Inclusive los que no la sufrimos de cerca y tenemos tiempo para escribir sobre la guerra y la violencia. Mientras sea el hombre contra el hombre, todos estamos en guerra directa o indirectamente. ¿Por qué?

  • Porque, en principio, no vivir estado de guerra no significa no ser afectado por ella. Los recursos humanos y las fuerzas morales, los recursos económicos y naturales que la guerra devora son hipotecas que pagaremos tarde o temprano.
  • Porque la lógica mediática a la que asistimos nos hace partícipes y cómplices de las dinámicas de violencia instituidas como una cotidianidad descarada. Cada vez que cedemos al impulso de los medios masivos de comunicación a tocar la muerte injusta con los ojos y los oídos, nuestra sensibilidad, amarrada a lo que pensamos, se va transformando más y más en una piedra que luego lanzaremos contra el otro, contra la masa, y, en definitiva, contra nosotros mismos.
  • Porque mientras la paz no sea posible para todos, no podremos llamarle paz en serio. Pero ¿de cuál paz seremos dignos los seres humanos? ¿Qué paz nos conviene desear?

Una Paz sin Guerra Justa

Debemos apelar a una moralidad que vaya más allá de la legítima defensa. Esto implica un cambio de mentalidad desde la temprana edad donde nadie entienda que otro debe ser violentado en su dignidad por una causa que lo hace, en apariencia, merecerla. Es necesario, como dice Simone Weil: “Esforzarse por sustituir cada vez más en el mundo la violencia por la no violencia eficaz.” Quizá pueda comprenderse esto como un quietismo falso que se conforma con “no hacer el mal”, pero que tampoco hace el bien. En este sentido, podríamos decir que la abstención también resulta una forma de violencia porque disminuye la no-violencia.

Esto conlleva una formación voluntariosa, disciplinada y programática para llegar a ser no-violentos. Pero, ¿cómo romper inercias que violentan al ser humano desde el inicio de su vida con prácticas, incluso inconscientes, como jugar a la guerra, divertirse con la muerte del “malo”, ceder al impulso del bulliyng y callar ante la injusticia? ¿Cómo pensar la vida sin violencia? Preguntas como éstas nos conducen de lleno a reflexionar, entonces: ¿qué es la violencia? Y más ¿es posible la no-violencia? De ser así, ¿qué destino tienen las incontenibles negociaciones interiores con las que lidiamos para no dañar y no hacernos daño? ¿Acaso la fuerza de la ira envuelta en la violencia podrá tener otra dirección que no sea la de volcarla sobre el otro? Creo que sí, hay testimonios de mártires de la no-violencia que supieron usar la fuerza, no para ejercerla en contra de los demás, sino para resistir y transformar la realidad.

Una Paz que Tenga el Rostro del Otro

La única forma posible de que la no-violencia sea un estilo de vida personal y social es que el otro no sea una amenaza. Cuestión “imposible” para el ser humano. Y justamente, por ser un imposible, las reacciones ante él pueden entrar en dos planos contrapuestos: el plano de la utopía esperanzadora o el escepticismo burlón. He aquí la elección personal de la conciencia desde la que ejercemos éticamente nuestro lugar en el mundo. Es decir, buscando caminar hacia el horizonte de la utopía en el proceso de nuestra vida, o dejándonos embargar por un escepticismo autocondenatorio que no conoce sino la violencia atmosférica de la que no está dispuesto a salir.

¿Cómo relacionarnos con esfuerzo por ser no-violentos con el otro? Considerándolo como uno mismo o como uno de la familia. El problema yace muchas veces en que no nos es posible amarnos ni a nosotros mismos, y mucho menos evitar la violencia incluso con los que amamos al interior de nuestra familia. Pareciera impregnado en nuestro ADN el hecho de rechazar al otro. Por eso, es necesaria una pedagogía del amor propio que libere al hombre de ser una amenaza para sí mismo, y lo abra a la salvación que le viene desde el rostro del otro.

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La Misericordia como Proyecto de Vida

No dejar que se nos escape el verdadero sentido de la misericordia y la invitación que se nos ha hecho a lo largo de este año jubilar.

En diciembre de 2015 dio la vuelta al mundo la noticia sobre la convocatoria que hizo el Papa Francisco de vivir, desde ese momento, un Año Santo, el Año de la Misericordia; convocatoria que se formalizó con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro.

Desde ese momento, hasta estos días, el Santo Padre en sus diferentes homilías, intervenciones y alocuciones, ha hecho referencia a distintos aspectos que conllevan el vivir la Misericordia. Mensajes que unas veces son noticia, otras son motivo de inspiración para la predicación de sacerdotes, en ocasiones se convierten en tema de las clases de religión, en otras quedan como palabras que deambulan por las redes sociales y no debería ser así.

El profundo sentido humano que tiene esta convocatoria amerita que asumamos la Misericordia como un verdadero proyecto de vida, porque no solo nos conduce a ser mejores personas, sino a participar en la construcción de una sociedad en la que cada uno sea reconocido como un verdadero ser, único e irrepetible, con todas sus realidades, limitaciones y posibilidades.

El soporte de esta propuesta lo podemos encontrar en la definición del Diccionario de la Lengua Española de la palabra Misericordia: “Virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos.” Definición que encaja perfectamente con lo que de ella ha dicho el Papa Francisco: “es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida.” (Bula de Convocación del Jubileo Extraordinario de La Misericordia, 11 de abril de 2015)

Esta invitación que nos hace el Santo Padre a todos, seamos o no creyentes; tiene como eje central poner al “otro” en un lugar privilegiado, es decir por encima del “yo”, gran desafío para una sociedad que parece privilegiar el egoísmo, el individualismo y el personalismo.

Pero además no es a cualquier “otro”, sino al que sufre, al esclavizado, al que es excluido, al ignorado, al desplazado, al despojado de sus bienes, de su honra, de sus afectos, al que fue víctima, pero también al que fue victimario; ese “otro” que a veces no reconocemos porque nuestra visión se ha nublado por la rabia, el rencor, los resentimientos… emociones que se desvanecerían si acudiéramos al perdón.

Aparece entonces el primer gran impacto de hacer de la Misericordia un proyecto de vida: perdonar; comenzando por nosotros mismos, pues hay momentos en los que nos damos tantos latigazos por nuestros errores, que quedamos sin aliento para recomenzar el camino.

Misericordia sin perdón no se entiende, como tampoco se entiende ninguna de las dos sin amor. En palabras del Papa Francisco: “la Misericordia es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano.”

Fuente: CPAL SJ

 

¿Religión o espiritualidad? Tan Lejos, Tan Cerca

Un texto que nos ayuda, primero a definirlas y diferenciarlas y luego, ver cómo se relacionan.

Por Ignacio Sepúlveda

En los últimos años han surgido con intensidad distintos movimientos reivindicativos de una nueva espiritualidad. Algunos autores intentan definir la espiritualidad como aquello que es del (E)espíritu, pero esta definición no da mucha claridad. Es complejo poder precisar qué se entiende por espiritualidad. Y esta dificultad radica, creemos, en dos puntos fundamentales: la novedad del fenómeno (aunque la espiritualidad en sí es muy antigua) y las diferentes definiciones que sus mismos defensores dan de ella. Aun así, intentaremos señalar algunas características de este nuevo fenómeno.

En una primera aproximación a la espiritualidad algunos filósofos y sociólogos de la religión destacan su aspecto subjetivista. Hay una centralidad de la propia vivencia sobre las tradiciones o dogmas que destacan en las comunidades religiosas. Junto con lo anterior, pareciera haber un gran acento en la idea de la unidad entre lo esencial de uno mismo (self) y el todo. Por otra parte, se da la preminencia de la búsqueda personal (autónoma) auténtica de un sentido plenificante que no se encuentra en los dogmas y ritos de las comunidades religiosas tradicionales.

En su trabajo, el sociólogo de la religión Wade Clark Roof se fija en las diferencias entre religión y espiritualidad a través de varios testimonios recopilados en sus investigaciones. Así, las religiones pondrían su acento en la doctrina y tradición, mientras que la espiritualidad se acercaría más a un sentimiento interior de relación con el todo. Su foco es la trascendencia la propia plenitud. Por otra parte, se pone un fuerte énfasis en los sentimientos (aunque hay espiritualidades que se distancian de ellos), lo que la puede hacer propensa a quedarse en una suerte de intimismo. Meredith McGuire, por su parte, entiende la espiritualidad como una sensación de condición individual en proceso, que sugiere una experiencia no terminada que está en desarrollo y es abierta.

En contraste con la ‘religiosidad’, la ‘espiritualidad’ puede ser usada para referirse a patrones de prácticas y experiencias espirituales que comprenden la ‘religión vivida’ como algo individual. La ‘religiosidad’, por su parte, tiende a describir la religión individual en términos de características tales como la membrecía formal o de identificación, porcentajes de participación en servicios religiosos, frecuencia en la oración o en la lectura de los textos sagrados, o el consentimiento a ciertas creencias y mandatos morales de una iglesia determinada.

Charles Taylor, por su parte, afirma que los que oponen espiritualidad a religión, creen que la espiritualidad se define por una especie de exploración autónoma que el sujeto debe hacer por sí mismo (aunque muchas veces hay un guía que acompaña la experiencia). Junto con esto, hay un rechazo a todo el moralismo religioso y a todas las expresiones ‘fetichistas’ que se encuentran en las iglesias. Esta postura proviene de dos reacciones: la primera de ellas es que no se siente la necesidad de la disciplina religiosa y, la segunda, el sentimiento de que las respuestas dadas por las iglesias son demasiado rápidas, demasiado fáciles y trilladas, y que ellas no reflejan una búsqueda profunda.

Muchas veces estos movimientos espirituales –que cubren un amplio rango de creencias muy distintas entre sí y que, por desgracia, se meten a menudo en el mismo saco- se tienden a concebir como movimientos que solamente intentan potenciar el desarrollo humano, pues se focalizan en la inmanencia y en el puro perfeccionamiento interior, dejando de lado las preocupaciones de contenido más social o trascendental. Aunque algunas veces esta crítica puede ser verdadera, quedarse en ella puede significar perder de vista la verdadera realidad espiritual de nuestro tiempo: la búsqueda individual de la trascendencia. El sociólogo y antropólogo inglés Paul Heelas afirma que muchas de las expresiones espirituales ponen el acento en el bienestar inmanente. Pero sería injusto decir que todos los movimientos espirituales modernos caen bajo el mismo patrón, pues en la actualidad muchos buscan ir más allá.

La riqueza de la espiritualidad, como muchos autores destacan, apunta a la transformación personal y al descubrimiento –o redescubrimiento- de la dimensión más profunda del ser humano. Leonardo Boff, quien también ha trabajado el tema de la espiritualidad, cita al Dalai Lama para explicar que se la espiritualidad: “no produce en usted una transformación, entonces no es espiritualidad”. La espiritualidad debe generar una transformación que nos abre desde la mera individualidad a un espacio de paz en medio de los conflictos y desolaciones sociales existentes. En este sentido, la espiritualidad remitiría a lo más profundo del ser humano. Así, la espiritualidad no sería un movimiento para estar o sentirse bien –como puede ser en el movimiento New Age-, sino para desinstalarse y hacer que nos pongamos en un camino de crecimiento. Como alguno ya habrá notado, desde esta perspectiva espiritualidad y religión no son tan lejanas como se podría pretender. Ambas tienen la apertura a la trascendencia y, se quiera o no, también un elemento social.

Es importante afirmar, pese a lo que algunos pudieran señalar, que este nuevo fenómeno de las llamadas nuevas espiritualidades no parece ser una moda pasajera con fundamentos frágiles, sino más bien un fenómeno fuerte que seguirá dando de qué hablar en el futuro.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Santos Mártires Rioplatenses

“Las Reducciones jesuitas en la región del Paraguay son ampliamente conocidas. Para muchos, ellas son el mejor trabajo apostólico de la Compañía. San Roque González es el primer americano que se entrega a la noble evangelización de sus compatriotas guaraníes.

De San Alfonso Rodríguez decían: ‘Fue a acabar la Tercera Probación entre los guaycurúes, que es la más trabajosa reducción. Ha comenzado a predicar en aquella lengua. Es el primer Padre que ha comenzado a vencer esta dificultad, porque es el idioma más difícil de la tierra’.

Mártires de las Reducciones del Paraguay. Dieron su vida en defensa de los más necesitados. Murieron por su manera de hacer las cosas siempre centradas en Jesús y el Evangelio”.

Fuente: Ser Jesuita

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Son los primeros mártires de las misiones del Río de la Plata. La Iglesia universal los celebra el 17 de Noviembre, pero la Compañía de Jesús el 16.

San Roque González de Santa Cruz nació en Asunción del Paraguay. Fue ordenado sacerdote diocesano a los 22 años. Sin embargo sus anhelos de misión lo llevaron a ingresar en la Compañía de Jesús en 1609. Una vez puesto en camino fundó 10 reducciones o pueblos en las famosas reducciones guaraníticas del Paraguay. Uno de esos pueblos fue la actual Yapeyú.

Juan del Castillo y Alfonso Rodríguez fueron dos sacerdotes jesuitas españoles enviados a las misiones en el Río de la Plata.

Los tres, pertenecientes a la Compañía de Jesús fueron muertos en fechas muy cercanas. Roque González, de 52 años, y su compañero Alfonso Rodríguez, murieron en la reducción de Todos los Santos del Caaró, el 15 de noviembre de 1658. Juan del Castillo, dos días después en el pueblo de Asunción de Ijuhí.

Los tres mártires fueron canonizados en 1988 por Juan Pablo II durante su visita apostólica al Paraguay.

Joven Decídete, No Se Puede Ser Todo

Una reflexión sobre la importancia de tomar decisiones frente a la finitud de la vida.

Por José Ignacio García Jiménez SJ

Lo que más caracteriza ese largo proceso que llamamos madurar es la toma de decisiones, tener que optar. Desde los pequeños escarceos adolescentes: fumar, salir (más que salir, es entrar, porque nunca parece buena la hora de volver a casa), los amigos, la forma de vestir, enamorarse, el verano, los suspensos… todas esas pequeñas conquistas que nos van indicando que el territorio para nuestras decisiones crece. Decisiones que cuando se producen nos parecen importantísimas, y que la perspectiva del tiempo nos muestra que no era para tanto. Son “cosas de la edad”, que es como decir que les pasa a todos, y eso provoca una gran seguridad, ser como todos, no disonar, es muy importante en algunos momentos.

Pero el tiempo pasa, no se detiene. Y las decisiones van creciendo en importancia; especialmente porque comprometen el futuro: estudios, profesión, pareja, vivir como pienso y para ello pensar cómo vivir. Y van surgiendo los dilemas: de las letras no se vive; en música sólo triunfan tres; prepara una buena oposición; si no lo intento ahora, ¿cuándo?; tú acaba la carrera y después haces lo que quieras; sólo se vive una vez; no dejes pasar tu oportunidad; cuando tenga trabajo entonces…. Este sí que se va convirtiendo en un momento crítico, las decisiones que tomemos estarán destinadas a dejarnos tranquilos, a contentar a los que están a nuestro lado, o a dar salida a nuestras convicciones más profundas.

La tentación de este tiempo es querer salvarlo todo. Nos gustaría ser astronautas, funcionarios y rastas caribeños a la vez, nos gustaría que nuestros sueños de éxito, de seguridad y de “ir de alternativos” pudiesen sobrevivir todos juntos. Y sin embargo no es posible. Tan sencillo y tan complicado: no es posible. Así que decídete, no se puede ser todo. Prolongar estos tiempos de vocaciones-múltiples sólo sirve para retrasar lo inevitable e impedirnos vivir a fondo las verdaderas opciones.

Primero porque no se puede servir a dos señores. No optar, querer mantener todas las puertas abiertas, significa no profundizar en ninguna. Siempre habrá una excusa, santa y convincente, para no comprometerse del todo, para no asumir las consecuencias de los compromisos.

Segundo, porque si es cierto que elegir es cerrar opciones, también es cierto que optar significa abrirnos a un nuevo mundo de posibilidades. Nos da miedo perder, pero no podemos olvidar que cuando optamos delante de nosotros se abre un nuevo horizonte que nos espera. Pero que nos espera enteros, no divididos, escindidos.

Elegir, optar, no es sencillo pero o te anticipas, o te llevan. O tomas tú las decisiones (y asumes las consecuencias), o te dejas llevar por las situaciones, y aunque te quedará el consuelo de que siempre podrás echar la culpa a otros de lo que te pasa, no vivirás la experiencia profunda de ejercer la libertad.

Fuente: Ser Jesuita

 

Reflexión del Evangelio, Domingo 13 de Noviembre

Evangelio según San Lucas 21, 5-19

Como algunos, hablando del templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: “De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto y cuál será la señal de que va a suceder?”. Jesús respondió: “Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi nombre diciendo: ‘Soy yo’, y también: ‘El tiempo está cerca’. No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin”. Después les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo. Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».

Reflexión del Evangelio – Por Maximiliano Koch SJ

En este domingo, al acercarnos al Adviento de Navidad, la liturgia nos presenta un texto difícil por su contenido apocalíptico. Para entender el mensaje, conviene tener presente que Lucas escribió su Evangelio mucho tiempo después de la muerte y resurrección del Señor y en un tiempo difícil para las comunidades cristianas. En efecto, estos grupos estaban siendo perseguidos por romanos y judíos y eran expulsados de las sinagogas. Muchos de ellos morían o, para salvar su vida, renunciaban a su fe. En aquellos momentos, seguramente la comunidad recordó palabras de Jesús en las que se anunciaban tiempos difíciles y que luego fueron recogidas en este texto, intentando explicar a los primeros cristianos que el camino del seguimiento no sería fácil.

Y no es fácil tampoco ahora. En diferentes partes del mundo, cristianos están siendo perseguidos, asesinados, deportados, silenciados por el simple hecho de querer vivir bajo las leyes del amor y la misericordia. Leyes que son traicionadas también dentro de la Iglesia y en nuestro entorno, cuando ponemos perspectivas, intereses, ideologías personales por encima del mensaje que aquéllos primeros cristianos quisieron custodiar con su vida.

Sí… tampoco ahora es fácil ser cristiano. Y probablemente tampoco será fácil mañana. Porque debemos reconocer que aún no sabemos amar generosamente y confiar en su poder transformador. Porque tememos ser remansos de agua mansa donde otros puedan beber. Porque no confiamos en los demás. Porque no creemos que, en el gesto de ensuciar nuestras manos para levantar al herido, se esconda una felicidad plena. Y así, la indiferencia se abre paso, evitando que el sueño de Dios se haga visible en nuestro entorno.

 Debemos reconocer que hoy, al igual que ocurrió con los primeros cristianos, nuestras respuestas son limitadas y equivocamos nuestro camino. Y debemos reconocer que nuestros propios medios no bastan para atender a una realidad dolorosa en la cual nuestros hermanos sufren los efectos de la droga, del hambre, de la soledad, de la violencia. Aunque nos cueste reconocerlo, necesitamos del Padre y de sus cuidados. Necesitamos volver a su casa para participar en la fiesta que se nos ofrece (Lc 15, 11-32).

 El Padre conoce nuestra fragilidad, nuestro pecado, nuestra impotencia. Y, sin embargo, ha querido darnos el Reino no por méritos propios, sino porque somos sus hijos amados (cf. Lc 12, 32). Y nos invitará a amar, a salir de nosotros mismos para atender las heridas de nuestros hermanos, como si en este gesto se jugase nuestra identidad más profunda (Lc 10, 25-37).

 Acercándonos al Adviento de Navidad, quizá sea tiempo de reconocer que nuestros esfuerzos no han sido suficientes para encontrar lo que deseábamos. Quizá sea tiempo de tomar conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor. Y después de reconocernos humanos necesitados, emprendamos el camino que nos lleve a la casa del Padre, donde la fiesta está preparada.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Adolescentes que se Juegan la Paga en Internet

En España se ha incluido entre el análisis de las adicciones, algunos consumos de internet que pueden verse como patológicos.

Por Xabier Riezu

El pasado 20 de septiembre se hicieron públicos los resultados del último informe del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías, centrado en jóvenes de 15 y 16 años. El observatorio es un organismo de la Unión Europea y sus estudios incluyen a 35 países europeos, entre ellos 24 de la Unión.

La novedad en este último informe es que se han decidido a incluir, junto al alcohol, tabaco y otras drogas, nuevos hábitos sociales potencialmente adictivos como el uso de internet, el juego y las apuestas online. Los resultados son muy significativos. Aunque hay motivos para preocuparse por la relación, incluso adictiva, que algunos chavales tienen con las redes sociales y videojuegos, son los datos de las apuestas online los que han hecho saltar todas las alarmas: un 14% de los jóvenes europeos ha apostado dinero en internet al menos una vez en los últimos 12 meses y un 7% lo hace habitualmente —entre 2 y 4 veces al mes, o más—. España está por encima de la media en el porcentaje de quienes lo han hecho alguna vez en los últimos meses ―16%―, pero ligeramente por debajo en el de los jugadores habituales ―6%―. El factor de género tiene una gran incidencia: mientras que entre los chicos son un 12% quienes apuestan dinero habitualmente, entre las chicas son un 2%.

Aunque no es difícil percatarse de los riesgos de apostar dinero a esas edades, el informe nos recuerda consecuencias como «deudas, déficits psicológicos y desventajas sociales» y concluye que para las instituciones ha de ser una prioridad tomar medidas preventivas.

El asunto tiene muchas vertientes. Por ejemplo, el juego es ilegal entre los adolescentes en casi todos los países, pero el tratamiento que se da a la publicidad difiere mucho de uno a otro. La banalización de los juegos de apuestas que se ha extendido en las retrasmisiones deportivas en España —y otros países— en los últimos años debería causar sonrojo a los responsables de los medios de comunicación. Aún se encuentra en tramitación el Real Decreto de Comunicaciones Comerciales de las Actividades de Juego y de Juego Responsable que limitará este tipo de prácticas.

El informe del Observatorio no aborda ese aspecto, pero sí resume lo que los estudios sociológicos han aportado al conocimiento del problema. Es un problema poco estudiado y hay interrogantes sobre los que se debe profundizar ―como, por ejemplo, la diferencia tan acusada entre chicos y chicas―, pero hay ya algunas conclusiones muy sugerentes. La investigación hasta el presente indica que factores como el nivel educativo de los padres, el tipo de familia o elementos sociodemográficos no influyen en el riesgo de que los hijos jueguen online. En cambio, sí son importantes las relaciones dentro de la familia: los adolescentes que tienen una buena relación con sus padres corren menos riesgos, aquellos jóvenes que reciben mayor atención —y mayor supervisión— de sus padres están menos expuestos. Pero la buena relación se teje a base de confianza y diálogo: altos niveles de disciplina en las normas parentales se relacionan con altos niveles de riesgo.

No son conclusiones que sorprendan, pero conviene tenerlas muy presentes. Internet elimina obstáculos al acceso a contenidos de todo tipo y esa es precisamente una de sus grandes virtudes. Solo la madurez y el buen criterio nos permiten seleccionar y adquirir hábitos provechosos online. ¿Pero qué ocurre en ese periodo de la vida, la adolescencia, en el que el estímulo y la experimentación toman tanta importancia para el desarrollo humano de la persona, que esta puede llegar incluso a hacerse daño a sí misma? Los datos son una llamada de atención a los padres. Internet no puede convertirse en un componente meramente individualizador en la familia —cada uno, ahí, sus intereses— ha de ser también un elemento de encuentro, una esfera compartida de la vida familiar. Cuanto más internet en casa, más diálogo, más abrazos.

Fuente: Entre Paréntesis

La Revolución Educativa del Aprendizaje-Servicio

Son nuestras prácticas las que definen nuestro carácter: aprendiendo se sirve y sirviendo se aprende.

Por Agustín Domingo Moratalla

La semana pasada tuve ocasión de participar en el VII Congreso Nacional y II Internacional de Aprendizaje-Servicio Universitario que se celebró en Santiago de Compostela. Se trata de una interesante modalidad de aprendizaje centrado en el alumno que, simultáneamente, estudia y realiza un servicio. El estudio y el servicio no siempre han ido de la mano, bien porque se plantea una enseñanza desvinculada del contexto social, bien porque se planteaba el servicio como activismo de quien hace muchas cosas sin contar que el carácter se forja en la actividad que se realiza. Una máxima configura esta pedagogía: aprendiendo “se sirve” y sirviendo “se aprende”.

Este aprendizaje vive una edad de oro en los centros de formación del profesorado cuando los profesionales de la educación tienen una elevada conciencia o preocupación social. Los profesores de estos centros saben que la universidad no es una torre de marfil donde los estudiantes se separan del mundo y se capacitan para realizar una carrera, quieren que los alumnos aprovechen los años de estudio para descubrir la realidad de un determinado barrio, de un determinado pueblo o de un determinado grupo de personas. Cuando el estudiante se acerca a estas realidades sociales descubre el sentido y valor de las materias en las que se organiza el estudio universitario.

De la misma forma que un voluntario se despierta de golpe cuando sale de su zona de confort, un estudiante que visita el barrio de la Coma en Valencia o determinadas zonas de Villaverde o Vallecas en Madrid, recibe un baño de realidad con el que entiende, de golpe, la necesidad de buscar explicaciones a situaciones que le resultan incomprensibles. El sentido y valor de la Sociología, la Psicología, el Derecho, la Economía, la Filosofía, la Medicina… o el Trabajo social se descubren al interpretar realidades de marginación, hacinamiento o desamparo. La relación con los libros, las materias y lo que técnicamente llamamos “áreas de conocimiento” ya no es la misma. El alumno articula los conocimientos desde las necesidades que ha detectado con una sensibilidad y motivación radicalmente nuevas. Descubre que necesita saber más, aprender más y, sobre todo, aprender mejor.

Con ello se produce una tensión productiva y enriquecedora entre el mundo de la acción social y el mundo del conocimiento. Acción y reflexión, al igual que teoría y praxis, ya no son dimensiones de la vida separadas por un título o certificado académico, son dos momentos de la misma actividad humana, del mismo crecimiento personal. Además, se descubre la compleja relación que mantienen el mundo del conocimiento y del mundo de la responsabilidad. Por ejemplo, se oyen frases como la siguiente: “si esto se sabe, “¿por qué no se interviene?”, “si estos diseños urbanísticos sabíamos que generaban marginación, exclusión y segregación, ¿a quién pedimos atribuimos la responsabilidad?”, “¿quién rinde cuentas de todo esto?”

Son preguntas que pueden plantearse en muchos niveles y a diferentes escalas, desde la más inmediata del barrio a la más abstracta del planeta, y eso lo sabía bien el maestro Ignacio Ellacurría. En todo caso, son útiles para vincular los procesos de capacitación de los estudiantes y el sentido de las profesiones en la sociedad del conocimiento. Y esto no quiere decir que otras formas de aprendizaje carezcan de valor o que esta sea la única forma de plantear la educación moral de nuestros alumnos. Como traté de mostrar junto a Yolanda, Carlos, Amparo y el grupo de compañeros que presentábamos las investigaciones, es una forma privilegiada para educar en los programas que hemos puesto en marcha de ciudadanía activa y, sobre todo, una forma de construir o forjar un carácter universitario presidido por la idea de servicio a la sociedad. El alumno que realiza el servicio no sólo despierta su sensibilidad, aprende competencias, descubre la relación entre las áreas de conocimiento o adquiere destrezas profesionales. Cuando se realiza bien este aprendizaje, los alumnos también desarrollan una identidad nueva y descubren que el servicio a la sociedad es una fuente de valor, plantea su estudio como servicio y aplica la lúcida máxima del “vale quien sirve”.

Fuente: Entre Paréntesis