El mundo cuando conversas

Para reflexionar sobre la capacidad de entrar en diálogo con las personas que nos rodean: una llamada que se profundiza y difunde progresivamente a lo largo y ancho del mundo.

Admiro a la gente que tiene capacidad de conversar. No a los charlatanes, de verborrea incesante pero a veces hueca. Tampoco a quienes se escuchan a sí mismos, y entienden que el otro es únicamente público. Admiro a esos otros que son capaces de compartir historias, bucear en sus vidas, comunicarse desde la alegría y el dolor, desde la palabra y la mirada… no necesariamente con conversaciones trascendentes o profundísimas. A veces es el comentario de la última noticia, la narración sencilla de lo ocurrido en la jornada o la pregunta sincera por el otro. Y es que cuando conversas de verdad, cuando compartes un poquito de ti y del otro, parece que el mundo es más cálido.

Fuente: Pastoral SJ

Características del Joven Ignaciano

En este artículo desarrollamos seis dimensiones desde las que los jóvenes ignacianos están invitados a pensar su Fe y la realización del Proyecto de Dios para sus vidas. Los puntos que presentamos a continuación no son sólo una propuesta de reflexión para los jóvenes, sino también un recurso para quienes los acompañan. Este acompañamiento tiene como objetivo principal colaborar con el encuentro personal con Jesucristo, y ayudar a conocer y asumir la propia vocación, como respuesta a la experiencia del amor de Dios.

1) Dimensión Fe-Misión:

Haciéndose consciente de la acción de Dios en el mundo, el joven que hace la experiencia ignaciana, se entiende como parte de un proyecto mayor que engloba a toda la creación. Dentro de este proyecto, quiere descubrir su lugar para colaborar con Dios. El dónde y cómo de esta colaboración nace como fruto del discernimiento, que es un proceso en el cual se predispone a escuchar la voz de Dios en su vida, para poder elegir su vocación. Es un proceso que se hace desde la libertad, y es un llamado que se vive dentro de una comunidad, implicándose con la vida de otros.

2) Dimensión Fe-Afectividad:

Se trata de integrar todas los ‘amores’ de su vida para ponerlos en torno a un amor que es Principio y Fundamento: el Amor de Dios. Este amor está cimentado en una experiencia de encuentro personal con Jesús, que se ha profundizado en el camino ignaciano. Es la experiencia de un amor que acaba por ‘afectarlo todo’. Y esto se refleja en el modo de vivir la relación con los demás, en cómo se gestionan y entienden sus afectos y su sexualidad.

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3) Dimensión Fe-Razón:

La fe del joven ignaciano no es puramente sentimental. Las elecciones que se dan a través del discernimiento implican incorporar las razones y las consecuencias de un determinado modo de seguimiento, al mismo tiempo que buscan la confirmación del Espíritu. Así el joven encuentra y da razones de su fe y su práctica religiosa, e intenta hacer que su vida sea coherente con aquello que cree. Pone así su potencial y sus competencias intelectuales al servicio de Dios.

4) Dimensión Fe-Justicia:

El joven ignaciano, así como busca reconocer la acción de Dios en el mundo, también se da cuenta de aquellas realidades injustas y las estructuras que las promueven. Sabiéndose parte del proyecto del Reino, se compromete con palabras y obras para servir a sus hermanos, especialmente aquellos más humildes y desfavorecidos, entendiendo que en ellos se sirve a Cristo mismo. Al mismo tiempo, busca encarnar los valores de justicia que Jesús anunció en las bienaventuranzas; y se preocupa por la participación social y política desde la vocación a la que se siente llamado.

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5) Dimensión Fe-Comunidad:

La experiencia de Fe del joven ignaciano no puede quedarse en una vivencia individual, sino que encuentra un valor especial en poder compartirla con otros y en ser parte de una familia universal en Cristo. Reconoce a la comunidad y a la Iglesia como un lugar donde Dios se hace presente y actúa. Se siente parte responsable de la misión de la Iglesia y sabe aprovechar la riqueza de los sacramentos y la Palabra vivida y compartida con los demás.

6) Dimensión Fe-Cultura:

El joven ignaciano está inserto en su contexto social y cultural con todas sus particularidades, y en gran medida está constituido por él. Dentro de este contexto, busca crecer en diálogo y servicio a los demás, más allá de las diferencias culturales, religiosas e ideológicas. De este modo, intenta contribuir a transformar su entorno hacia una convivencia más fraterna y solidaria. Reconociendo y respetando las diferencias sociales y culturales, busca expresar su mensaje de fe adaptándolo a las diferentes culturas en las que vive y se relaciona.

Resonancias de una Pascua en Misión

Un joven de la Red Juvenil Ignaciana Santa Fe comparte los pensamientos y sensaciones que le ha generado la experiencia de Misión en el barrio de Alto Verde durante la Semana Santa pasada.

Por Mauro Torres

Cuando uno cuenta a amigos, o hasta a su propia familia; “Me voy a misionar” te cuestionan diciendo… “¿vas a dejar tu familia, tiempo, amigos, tu novia, celular, fiestas y todo lo relacionado con las ‘vacaciones’ de Semana Santa para irte de misión y compartir momentos con personas que no conoces?»

Para mí, misionar ha sido, es y será una experiencia única e irrepetible. En ella, uno se descubre a sí mismo, sus cualidades, se sorprende de lo maravilloso que tiene al darse a lo demás, de cómo Dios habla a través de amigos, de compañeros de misión, de las personas que se visitan en las casas.

Podría dividir a la misión de dos maneras:

El shock con la realidad

Primero porque para llegar a Alto Verde, hay salir de la ciudad de Santa Fe y cruzar sólo una laguna. Siempre me llama la atención como, en cuestión de minutos, la realidad cambia.

Conocer estas realidades es la prueba de que, como sociedad, no hacemos nada por los demás.

Pero me pregunto si realmente las personas no saben lo que pasa en Alto Verde. ¿Será que vivimos en burbujas tan cerradas? O, ¿será que la televisión nos ha vendido otra imagen? O, ¿será que de ver tantas escenas o noticias ya estamos anestesiados? Y así catalogamos a mucha gente de ahí.

Después de vivir, convivir, compartir momento y charlas con la gente de ahí uno se da cuenta como los medios agrandan las cosas.

El encuentro con Dios

Al encontrarse con Dios, uno se da cuenta de los dones que Él te regala: inteligencia, alimentación, confort, los mejores médicos y hospitales, automóvil, computadora, trabajo, salud, amigos sanos, familia y la Fe. Darse cuenta que debo compartir todo eso con los demás, que debo dejar algunas cosas para ayudar a los otros. ¡La felicidad está en dar!

La gente no tenía nada, y aun así te ofrecían un mate, un vaso de agua, una torta asada o nos invitaban a comer… ¡Son personas sencillas pero que tienen postgrado, maestría y doctorado en generosidad!

Debemos aprender de la sabiduría de esta gente ¿Qué saben ellos? ¿Por qué no tienen nada y son felices? ¿Por qué son tan generosos en su pobreza?

Concluir que mi misión fue, no en uno, sino en dos lugares abandonados: Uno se llamaba Alto Verde y el otro… mi propio corazón.

Descubrí que mi corazón es a veces más desierto, más seco, más pobre de lo que me imagino. Descubrir que todas mis pertenencias materiales no llenan mi corazón sino al revés, corren el riesgo de estancarlo. Sólo Dios tiene el poder de inundar con la satisfacción, la felicidad y el Amor. Él es el único que nos puede enseñar a ser como esa gente: desapegados, sencillos, alegres, verdaderamente generosos y felices. Él es el único camino

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Soledades y malas compañías

Para reflexionar sobre las buenas y malas compañías y nuestra capacidad de bien o mal acompañar.

Por Nacho Boné SJ

“Mejor solo que mal acompañado”, dice la sabiduría popular. Aún podríamos decir mejor: ¡Qué dura es la soledad hueca y sinsentido, qué cruel y hasta corrosiva la mala compañía! No insisto más ni hacen falta muchos ejemplos. A mí al menos, me basta con pensar en algunas visitas de la soledad, esa “amante inoportuna” a la que canta Sabina, y en algunas veces que acompaño, incluso a los buenos amigos, y quedamos con un sabor de boca amargo o más hundidos en ciertos desalientos y desesperanzas.

Pero más interesante, más fuerte y más verdadera es la experiencia contraria: la experiencia de la buena compañía que abre esperanzas, que nos acerca a los otros y que es tan propia de nuestro Dios. Seguimos al Señor de la Buena Compañía que nos acompaña y nos enseña a “bienacompañar”. Esto se ilumina al releer la historia de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) y, con ellos, al releer también nuestra propia historia de compañías y soledades.

Dos personas se “malacompañan” en dirección a Emaús, se alejan de los otros y van haciendo más profundas las heridas, más amarga la frustración, más argumentada su desesperanza. ¿Me suena a algún encuentro que me haya dejado, o haya dejado en el otro, un poso de temor, de inseguridad, de una tristeza más densa? ¿Me reconozco en algún modo de malacompañar profundizando en lo oscuro, dando la razón en los pesimismos y reforzando la elección de la queja o del cinismo como actitudes vitales? Sin embargo estos discípulos, son alcanzados, sin reconocerle, por el Señor de la Buena Compañía. Se pone a caminar con ellos y crea un ambiente cálido donde se pueden destapar las heridas y airear los fracasos. Se pone a caminar con ellos que venían huyendo, con miedo, frustrados, confusos. Se acopla a sus tiempos y a sus ritmos y les da confianza y seguridad. Camina con ellos y ofrece un espacio seguro, el único punto de partida para cualquier crecimiento y para escoger caminos nuevos. ¿Puedo recordar encuentros que crean ese ambiente de seguridad, de incondicionalidad, de paz verdadera? ¿No está lleno de esta seguridad mi encuentro con el Señor? ¿No he experimentado que sólo crezco cuando encuentro y ofrezco espacios seguros, no amenazantes? ¿No lo he visto también en los demás, en su fe y en su vida? Lentamente Jesús contrasta a los de Emaús con más firmeza y les desvela el sentido en la adversidad, cura algunas heridas, da argumentos y vías a la esperanza. Les va retando para que, como decía Benedetti, la soledad y la frustración sean una llama para encontrarnos en un intercambio de optimismos y confianzas: “Es importante hacerlo, quiero que me relates tu último optimismo, yo te ofrezco mi última confianza”. Ser “bienacompañados” les transporta a un lugar más allá de lo que parecía sólo frustración y fracaso. ¿Será esta la nueva perspectiva del Espíritu de Dios, será el regalo de lo nuevo…? ¿He experimentado alguna vez este giro hacia la Vida en los encuentros con otros y con el Señor? ¿No es este regalo lo más propio de Dios y su modo único de acompañarnos? ¿Será la vida verdadera acompañarnos para buscar y hallar juntos esta nueva perspectiva de gracia?

Los de Emaús aprenden a leer su propio corazón y a entender donde les lleva el Espíritu, qué caminos personales deben seguir. De huir y malacompañarse, aprenden a ser buena compañía el uno para el otro y dan un giro, vuelven hacia donde están los otros necesitados de consuelo, vuelven hacia donde está la comunidad… Terminan unidos, bienacompañados y bienacompañando. Y nosotros, tampoco caminamos ni solos ni malacompañados, caminamos desde, en y hacia la mejor compañía…

Fuente: Pastoral SJ