El Rector del Colegio del Salvador, fundado en la Ciudad de Buenos Aires en 1688, con estas palabras le da la bienvenida al ciclo lectivo 2018.
Por Lic. Ricardo Moscato
“Conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconocido, pueda en todo amar y servir”
Querida comunidad educativa:
Me es grato saludarlos y darles la bienvenida al curso escolar del 2018. Los invito a caminar y celebrar juntos el 150 aniversario del Colegio del Salvador desde su apertura un 1 de Mayo de 1868 como continuidad del Colegio de Loreto (1617) y del Colegio San Ignacio (1662)
Este año nos recibe un renovado Patio del Sagrado Corazón, el patio de las “palmeras”, luego de una obra de puesta en valor. Es un símbolo del espíritu del Colegio, desde donde compartimos memoria y promesa. El canto del agua de la fuente, la cruz elevada al cielo desde la cúpula de la Iglesia, los brazos abiertos del Sagrado Corazón de Jesús, la mirada misericordiosa de la Virgen María, las palmeras centenarias, las placas de los que pasaron por las aulas, todo es agradecimiento por lo vivido y, a la vez, desafío para imaginar el porvenir. Es memoria del camino educativo recorrido, animados por la espiritualidad ignaciana al servicio de la misión evangelizadora. Expresa la promesa como Esperanza de una Argentina educada y educadora, justa y solidaria, con y para los demás.
La fuente, con su agua, es quizá uno de nuestros símbolos más queridos. Símbolo de la vida, de la frescura de lo nuevo que renace y se comunica. Testigo de tantas generaciones, este año lo será de los que ingresan, de los que permanecen y de los que se despiden, desde los más chiquitos de Sala de dos años, camada 165 y futuros egresados del 2033, hasta los más grandes de Quinto año, la 150. La identidad, como el agua de la fuente, se renueva con la pertenencia y la pertinencia. La identidad ignaciana nos da la solidez de nuestra forma vital. Se es porque se pertenece, a la Iglesia, a la Compañía de Jesús, a nuestra ciudad y al país. Y educamos desde la pertinencia fecunda de nuestro proyecto educativo, que busca tejer pacientemente, en tiempos de desbordes y desamarres, de muros y grietas, las filiaciones posibles con Dios y con el prójimo, con el saber y los valores, en nuestra patria, para este mundo.
Desde 1868 nuestro colegio es punto de referencia educativo y de arraigo espiritual, mediador y puente de lazos sociales, ámbito de encuentro y diálogo entre geografías y territorios, entre tiempos y personas, entre propios y extraños, entre fe y cultura. Vivimos una realidad más compleja y cambiante que hace 150 años, distinta, desafiante que requiere más humildad para comprenderla y más coraje y audacia para sembrar en ella las semillas del Evangelio. Nuestras raíces históricas configuran una identidad en movimiento para educar a través del diálogo generacional que integra continuidades y rupturas, memoria del pasado y apertura al futuro.
Los invito para que en esta celebración de los 150 años, primero sea el agradecimiento y luego las otras palabras, las que piden perdón, las que dicen que hay que hacer, las que diagnostican, las que proyectan. Memoria agradecida a la Compañía de Jesús, a nuestra patria, a la Ciudad de Buenos Aires y las familias que nos permiten sembrar buenas raíces en “tierra profunda” para el futuro. Agradecimiento a tantos jesuitas y laicos que con su saber y pasión han construido la cotidianeidad de una trayectoria histórica, espiritual y cultural al servicio de la sociedad. Las raíces anclan las plantas y los árboles en la tierra, alimentándose de ella y asimismo renovándola. Así también, nuestra comunidad educativa necesita recrear sus raíces, para seguir dando buenos frutos y ser bendición para otros. La raíz del Salvador está en Dios. Por eso nos anima un espíritu de acción de gracias por la presencia de su Misericordia a través de las distintas circunstancias y pruebas de nuestra historia. En clave de examen espiritual, Ignacio nos invita a reconocer la acción de Dios en la historia, agradecer sus beneficios, pedir perdón por no estar siempre a la altura y la gracia para ser mejores colaboradores de ella.
Los invito a educar celebrando y a celebrar educando. Ante los desafíos de la educación es un tiempo oportuno para profundizar aprendizajes integrales y efectivos a través del mejoramiento institucional, la innovación pedagógica y el acompañamiento pastoral. Implica renovar compasión solidaria y sensibilidad religiosa “con y para los demás”. Insistir en una pedagogía de la mirada que integre los ojos de la inteligencia, que queremos provocar, y los ojos del corazón que queremos conmover. Junto a las familias, educar en una mirada que integre el poder con la bondad, y la bondad con la belleza, las exigencias con el amor, que sea testimonio del “ser y del hacer”, de la oración y de la acción. Para ello compartimos una inteligencia histórica capaz de discernir la trayectoria educativa ignaciana y recrearla a la luz de los signos de los tiempos para innovar. Comprendemos la innovación educativa como actitud y proceso de búsqueda de nuevas ideas y aportes para la solución de los desafíos educativos, que provocan cambios en nuestras prácticas y en el contexto. Una buena práctica de innovación ha de ser creativa, efectiva, sostenible y compartible. El camino recorrido desde hace tres años por el Sistema de Calidad en la Gestión escolar (SCGE) animado por FLACSI le pone medios concretos a este objetivo. Este año se expresará en la finalización del Proyecto Curricular actualizado y articulado entre los tres niveles y con una segunda autoevaluación de calidad de todo nuestro proceso educativo. Continuaremos con la implementación del MAFI (Mapa de aprendizajes integrales) y avanzaremos en nuevas formas de evaluación integral.
Los invito entonces a celebrar desde la cotidianeidad fecunda con el día a día de los aprendizajes. Tendremos actos y actividades especiales cuya agenda oportunamente compartiremos. Lo hacemos con humildad y sencillez, desde nuestra identidad ignaciana en cuyo corazón está la Fe que promueve justicia en el diálogo con los demás y en el cuidado de nuestro planeta. Lo hacemos como parte de la red global de educación de la Compañía de Jesús, testimonio de la Encarnación en nuestro mundo cambiante, tan necesitado de reconciliación con Dios, con los demás y con la creación.
Hemos elegido como lema del año “En todo amar y servir”. Expresa una aspiración profunda que San Ignacio nos propone en los Ejercicios Espirituales. En todo, significa encontrar a Dios en “todas las cosas y personas”, en nuestra vida cotidiana, descubriéndolo aún en lo ambiguo y opaco para lo cual necesitamos educarnos en una nueva sensibilidad contemplativa. Encontrar a Dios en nuestro día a día del colegio y hacer de nuestro colegio comunidad educativa, lugar de encuentro con Jesucristo.
Amar es el presupuesto de toda educación, ya que no se educa lo que no se ama. Como padres y educadores sabemos del amor como lucha frente a nuestros propios egoísmos y comodidades. Amar a cercanos y lejanos. En nuestra comunidad y saliendo de ella. Con amor que recibe muchos nombres: amistad, pasión, compasión, respeto, paciencia. Porque también se aprende a mirar con misericordia, a comprender otras vidas, acompañarlas en las buenas y en las malas y actuar en consecuencia. Y como dice San Ignacio hay que poner el amor más en obras que en palabras. Y aquí entra el servir.
Servir es la disposición para ayudar, atender, sanar. Servir en lo cotidiano. En la familia, en el trabajo, en el descanso. Sirven las palabras y los gestos; los silencios y las miradas; sirve nuestro tiempo, si lo empleamos bien; y la risa que se contagia; las canciones que nos alegran, los conocimientos que entusiasman, los esfuerzos por levantar al que anda caído. Sirve dar la vida cada día aunque sea difícil y a veces cueste. Sirve estudiar, formarse, aprender. Servir es crecer dándose cuenta que los talentos son dones de Dios a cultivar para el Bien común. Junto con las familias, somos el espacio donde aprendemos que el servicio al otro humaniza. Queremos seguir siendo escuela del servicio generoso a Dios y a los hermanos, especialmente a los más pobres y desamparados. Ignacio de Loyola lo aprendió al mirar, conocer y amar a Jesús y estamos convocados a seguir sus huellas
Agradeciendo a los educadores, laicos y jesuitas, su renovada vocación y a todas las familias su confianza, colaboración y esfuerzo cotidiano, los invito a ponernos en manos de María, Madre de la Misericordia. Un saludo especial a las familias que se incorporan este año. Bienvenidos al Colegio del Salvador,
Fuente: Colegio del Salvador