Servicio de la fe y Universidad jesuita

“¿Cómo ha evolucionado la perspectiva sobre el `servicio de la Fe´ en las instituciones educativas de la Compañía de Jesús en América Latina en los últimos años?”.

Por Ernesto Cavassa, S.J.

Una carta del P. General sobre “los jesuitas destinados al apostolado intelectual” (24 de mayo de 2014) nos recordaba la “larga tradición de compromiso con el apostolado intelectual que tiene la Compañía de Jesús”, dentro de la cual se inscribe el servicio que algunos brindamos en las instituciones de educación superior, sean propias de la Compañía o encomendadas a ella.

El trabajo universitario no agota el llamado apostolado intelectual; sí es, sin embargo, una de las modalidades en que éste se ejerce. En América Latina, según los datos del Informe para la elaboración del Proyecto Apostólico Común de la CPAL (2010), la actividad universitaria de las 30 instituciones de AUSJAL, comprendía unos 250,000 estudiantes, 20,000 profesores y alrededor de 260 jesuitas, aunque no todos a tiempo completo.

Se me ha pedido que desarrolle en este artículo la pregunta siguiente: “¿Cómo ha evolucionado la perspectiva sobre el `servicio de la Fe´ en las instituciones educativas de la Compañía de Jesús en América Latina en los últimos años?”. El pedido ya advertía de la complejidad del tema y la dificultad para tratarlo de modo exhaustivo. Para acotarlo, me remito a algunos documentos oficiales de la Compañía que han hablado del “servicio de la fe” en estos años. De otra parte, lo circunscribo a las instituciones educativas universitarias y a tres preguntas que me han surgido ante esta propuesta. A pesar del cliché que nos suelen colgar a los jesuitas (“siempre responden con otra pregunta”) me parece que ellas pueden ayudarnos a explorar algunos aspectos subyacentes en el tema solicitado.

¿Servicio a la fe o servicio a la misión?

La expresión “servicio de la fe” (diakonia fidei) nos remite a nuestra tradición. La Compañía fue fundada para la “propagación de la fe”, según la Fórmula del Instituto (1550). La Congregación General (CG) 32 (1975) formuló la misión de la Compañía de Jesús hoy en términos de “servicio a la fe y promoción de la justicia”. La expresión puede dejar la impresión de que se trata de dos términos en paralelo, con objetivos diferenciados, unidos solo por la partícula conjuntiva. No fue esa la intención de la Congregación. El decreto 4 sobre “Nuestra misión hoy” afirma que “la misión de la Compañía de Jesús hoy es el servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta, en cuanto forma parte de la reconciliación de los hombres exigida por la reconciliación de ellos mismos con Dios” (n° 2). Como vemos, la frase es más compleja e integradora que el lema que la intenta resumir.

Tal vez por ello no fue fácil la asimilación de la misión así concebida. Para ello, fue necesario superar la división entre los abanderados de la fe y los promotores de la justicia. Es interesante, en este sentido, el balance que expresa el P. Kolvenbach en Santa Clara (6 de octubre del 2000), veinticinco años después de la promulgación del decreto 4. Retoma la autocrítica de la CG 34: “reconocemos que no todo ha ido bien…dogmatismos e ideologías nos han llevado a veces a tratarnos más como adversarios que como compañeros” (d. 3, n° 2) para reconocer que “nosotros, los delegados de la CG 32, no éramos conscientes de las dimensiones teológicas y éticas de la misión de servicio propia de Cristo. Si hubiésemos prestado más atención a la diakonia fidei, quizá hubiésemos evitado algunos malentendidos provocados por la expresión “promoción de la justicia”. ¿Y qué se entiende –según el P. Kolvenbach- por diakonía fidei?: “Con ella se refiere a Cristo, el Siervo sufriente que lleva a cabo su diakonia en un servicio total a su Padre hasta dar la vida por la salvación de todos”.

Y eso fue lo que, de hecho, ocurrió. La Compañía aprendió en los años subsiguientes lo que ya había captado premonitoriamente el P. Arrupe: el decreto 4 implicó en muchos casos incomprensión, ruptura con antiguas relaciones, persecución y, para varios de nuestros compañeros, el martirio.

El sector universitario –al inicio, reacio a los cambios- mostró a lo largo de estos años su modo particular de asumir y desarrollar este “servicio a la fe del que la promoción de la justicia es una exigencia absoluta”. En palabras del P. Kolvenbach: “Es ya un estereotipo repetir que la universidad no es una torre de marfil y que no es para sí misma sino para la sociedad. Más allá de la teoría, el sentido profundo de esta afirmación lo dio el testimonio de Ignacio Ellacuría y sus compañeros, asesinados en la UCA de El Salvador, que con su vida demostraron la seriedad del compromiso de ellos y de su Universidad con la sociedad. Pocos hechos como éste han causado tanto impacto y se han prestado a tanta reflexión en nuestras universidades en estos últimos años” (Monte Cucco, 27 de mayo de 2001). El decreto 17 de la  CG 34 (1995) sobre “la Compañía y la vida universitaria” es el cierre de todo un proceso de veinte años en los cuales la Universidad jesuita aprendió lo que significaba en este continente el “servicio de la fe”. Un servicio sellado con sangre.

Esa misma Congregación General nos define desde entonces como “servidores de la misión de Cristo” (decreto 5). Este decreto –clave para el modo de entendernos- nos habla del importante aporte que ha significado el compartir la vida de los sectores populares para nuestra fe: “nuestro servicio, especialmente el de los pobres, ha hecho más honda nuestra vida de fe, tanto individual como corporativamente: nuestra fe se ha hecho más pascual, más compasiva, más tierna, más evangélica en su sencillez”. ¿Cómo ha evolucionado, pues, el servicio a la misión? En la medida en que nos hemos vinculado más estrechamente a los pobres hemos entendido mejor nuestra fe, nuestra misión, la justicia que brota del Evangelio.

El mismo documento habla también de la misión haciendo una adecuada distinción entre misión y ministerios. Podemos –dice- estar en diversos ministerios (social, pastoral, educativo, de gobierno, etc.) pero “todos tenemos una misma misión”. El decreto avanza además otro punto: “nuestra identidad es inseparable de nuestra misión” (n° 4). La misión brota de la identidad. ¿Y cuál es nuestra identidad? Ser “compañeros de Jesús”. “La misión de la Compañía brota de la continua experiencia de Cristo Crucificado y Resucitado que nos invita a unirnos a Él en la tarea de preparar al mundo para que sea el Reino de Dios consumado” (n° 6). Misión, identidad, Jesús…son términos correlativos que van a marcar toda actividad apostólica. Si algo ha evolucionado en estos años es la conciencia de una mayor integración de estos aspectos en el servicio que realizamos. La última Congregación General ha seguido reflexionando sobre los mismos y ha incluido también el de “comunidad” (CG 35, d. 2, n° 19).

Esta mejor comprensión de la integralidad de la misión se ha reflejado en el modo como AUSJAL se ha percibido a sí misma, especialmente en los últimos años. No por azar se ha priorizado el acento sobre la “identidad y misión” de  nuestras instituciones. Los seminarios realizados entre los años 2002 y 2005 son la mejor expresión del modo como las Universidades en América Latina han sabido recoger los planteamientos que la Compañía ha venido realizando sobre su misión hoy. La conciencia de tener que responder a ella desde nuestras obras apostólicas es hoy un dato asumido. El reto es, más bien, lograr que identidad y misión sean asumidos cada vez más por toda la comunidad universitaria.

¿Pastoral universitaria o descubrimiento del Dios presente y activo en la realidad?

No es extraño vincular espontáneamente “servicio a la fe” en las universidades jesuitas a la llamada “pastoral universitaria”, entendiendo ésta como un conjunto de acciones orientadas a promover y fomentar la fe cristiana principalmente entre los jóvenes. La pastoral universitaria comprende, por ello, actividades litúrgicas, catequéticas, sacramentales; en algunos casos, ofrece conferencias y encuentros sobre religión, cultura, sociedad y, en vinculación con medio universitario, suele proponer experiencias que vinculen al estudiante con la realidad social del entorno.

Todo esto es, sin duda, necesario en nuestras instituciones. Pero la profundización en el sentido de misión nos hace ver también que “el servicio de la fe” debe apuntar a algo más; debe llevarnos, en palabras de la CG 34, a “situarnos en lo más íntimo de la experiencia humana” (decreto 2, n° 6) para -como dice la carta sobre el apostolado intelectual- “descubrir a Dios presente y activo en lo más profundo de la realidad, y a compartir ese descubrimiento”.

Ese descubrimiento supone, como dice la CG 35, “una mirada contemplativa de situarse en el mundo, de contemplar a Dios que actúa en lo hondo de la realidad” (d. 2, n° 6). Nada más lejos, por tanto, de “la globalización de la superficialidad” (A. Nicolás, Encuentro Mundial de Rectores, México 2010). El mayor servicio de los que constituyen nuestras comunidades universitarias, según él, es “promover profundidad de pensamiento e imaginación” o, como dice el plan estratégico de AUSJAL: “Frente a esa `globalización de la superficialidad´, AUSJAL debe propiciar la profundidad del conocimiento, a través de tres principios enraizados en la tradición ignaciana: imaginación, creatividad y sentido crítico. De ese modo, nuestro apostolado creativo provoca un proceso dinámico en la búsqueda de respuestas a los problemas reales de nuestro tiempo”. Esa búsqueda de respuestas es, para muchos, una búsqueda de sentido de vida.

El servicio a la fe nos debe llevar, pues, a las búsquedas de sentido que se plantean los jóvenes de nuestras universidades. Para muchos, son “situaciones límite” donde se encuentra “energía y nueva vida” (CG 35, n° 7) o, en términos de la reciente carta del P. General, esas búsquedas nos llevan a “aquellas fronteras que son parte de nuestra condición humana y que no escatima esfuerzos por tender puentes de reconciliación”. El apostolado intelectual y, por tanto, también el que se realiza en la universidad jesuita debe, de acuerdo a estos documentos, contribuir a tender puentes entre la fe y la razón o entre la fe y las culturas, en un momento en el que estos nexos se encuentran debilitados.

¿Cómo llegar a esas experiencias de vida y energía presentes en la realidad, a esas “situaciones límite” que se constituyen en “fronteras” existenciales? La Compañía siempre ha encontrado en los Ejercicios Espirituales uno de los caminos más eficaces. Y, por ello, ha animado a todos los jesuitas (no solo a los expertos en espiritualidad) a dar los Ejercicios (CG 35, d. 3, nº 21). Uno de los temas en los que se ha evolucionado más en los últimos años es en la oferta de Ejercicios en todas nuestras instituciones. Al mismo tiempo, hemos crecido también en una mejor comprensión de lo que son los Ejercicios como experiencia de encuentro en profundidad con uno mismo y de la necesidad de recuperar espacios como éstos en medio del bullicio cultural en que nos hallamos. Además, en muchos lugares, la experiencia de acompañar, orientar o dar Ejercicios ha pasado de manos de los jesuitas a las de laicos, religiosos o sacerdotes diocesanos, dándole una impronta propia.

Sin embargo, siendo los Ejercicios una propuesta indeclinable en el “servicio de la fe”, la práctica de las últimas décadas nos habla también de otro avance fundamental: un modo específico de articular la dinámica de los Ejercicios a la propuesta educativa, que se suele llamar “pedagogía ignaciana”. El énfasis en los procesos, el acompañamiento personalizado, la tutoría, la formación en la experiencia, la relación teoría y práctica en la articulación de los syllabus, la incorporación de las nuevas tecnologías, el enfoque innovador en las carreras a ofrecer, etc. son asumidos desde un “proyecto educativo común” a los diferentes sectores educativos, sean escolarizados o no, formen parte del sector público o privado o se abran a muy diversas modalidades educativas (desde el aula de clase hasta la educación radiofónica). Es interesante notar que esta propuesta resulta atractiva no sólo a quienes comulgan con la espiritualidad ignaciana sino a quienes se sienten atraídos por la misión de la Compañía en nuestras sociedades. Un paso ulterior les puede permitir descubrir que la propuesta educativa está preñada de la dinámica espiritual de los Ejercicios.

En este punto, hay aún mucho por hacer. El mismo concepto de “pedagogía ignaciana” es hoy objeto de debate. Pero la temática envuelta en él ya está en la agenda de las diferentes redes y ha llegado para quedarse. No hace mucho, la Carta de AUSJAL 37 (2012) dedicó el número a plantear la vinculación de la pedagogía ignaciana con la educación superior. En los años recientes, varios eventos internacionales han estado enfocados a explorar este campo. Se ha abierto un “centro virtual de pedagogía ignaciana” como repositorio y fuente de consulta de este enfoque. De este modo, pues, “el servicio a la fe” en nuestras instituciones cuenta con, al menos, dos propuestas en constante crecimiento: los Ejercicios Espirituales y la Pedagogía Ignaciana, cada una con su propia especificidad y ambas, en la perspectiva de la misión común.

¿Experiencias de proyección social o ser “hombres y mujeres para los demás” formados en instituciones de incidencia social?

Unos de los aspectos en los que nuestras universidades han evolucionado más, en la línea de poner en práctica el decreto 4 de la CG 32, es la consolidación del área de proyección social o de responsabilidad social universitaria. En este campo, hay también diversidad de propuestas, desde las experiencias de voluntariado hasta los servicios ofrecidos desde centros próximos al campus universitario o la constitución de redes de centros que incluyen servicios universitarios en espacios populares como son los barrios periféricos urbanos o las comunidades rurales.

Ahora bien, más allá de los servicios y las experiencias puntuales, podemos preguntarnos hasta qué punto la experiencia académica, intelectual o pastoral que ofrecemos en nuestras universidades tocan el corazón de modo que las personas queden marcadas definitivamente por un proyecto de vida concorde con la misión institucional. El P. Kolvenbach solía decir que las Universidades jesuitas se verifican en sus egresados: “el criterio real de evaluación de nuestras universidades jesuitas radica en lo que nuestros estudiantes lleguen a ser” (Santa Clara, 2000).

En esa ocasión, el P. Kolvenbach recordó el emblemático discurso del P. Arrupe en Valencia.  “Ya antes de la CG 32 –dice- el Padre Arrupe había perfilado el significado de la diakonia fidei en el apostolado de la educación cuando, en el Congreso Europeo de Antiguos Alumnos de 1973, dijo: `Nuestra meta y objetivo educativo es formar hombres que no vivan para sí mismos, sino para Dios y su Cristo, para aquel que por nosotros murió y resucitó; hombres para los demás, es decir, hombres que no conciban el amor a Dios sin amor al hombre; un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia y que es la única garantía de que nuestro amor a Dios no es una farsa´. El discurso de mi predecesor no fue bien recibido por muchos antiguos alumnos del encuentro de Valencia, pero la expresión “hombres y mujeres para los demás” ayudó realmente a que la instituciones educativas de la Compañía se planteasen cuestiones serias que les llevaron a su transformación”.

En efecto, como la expresión “servicio a la fe y promoción de la justicia”, también ésta de “hombres y mujeres para los demás” marcó la educación jesuita, mostrando un objetivo claro. ¿Qué deseamos que nuestros alumnos lleguen a ser en el entorno en el que van a vivir y ejercer su profesión? “Hombres y mujeres para los demás”. Si lo logramos, la educación jesuita ha tenido éxito; si no, hemos fracasado en nuestros objetivos.

Las experiencias sociales, de voluntariado, de formación en la experiencia, cobran auténtico sentido y se hacen sostenibles en la medida en que son acompañadas por procesos académicos de reflexión que consoliden “una solidaridad bien informada” (P. Kolvenbach, Santa Clara, 2000). En el mismo discurso, continúa: “Los estudiantes a lo largo de su formación, tienen que dejar entrar en sus vidas la realidad perturbadora de este mundo, de tal manera que aprendan a sentirlo, a pensarlo críticamente, a responder a sus sufrimientos y a comprometerse con él de forma constructiva. Tendrían que aprender a percibir, pensar, juzgar, elegir y actuar en favor de los derechos de los demás, especialmente de los menos aventajados y de los oprimidos”. Una solidaridad bien informada, por tanto, que sea capaz de formar personas conscientes, compasivas, críticas y comprometidas. Un directorio actualizado de nuestros egresados y del rol que ocupan en la sociedad puede ser un buen indicador de hasta qué punto la formación ofrecida incidió realmente en ellos.

Siendo esto importante, hay que medir también el impacto social de nuestras instituciones. “Parafraseando a Ignacio Ellacuría, pertenece a la naturaleza de toda universidad ser una fuerza social, y es nuestra particular vocación como universidad de la Compañía asumir conscientemente esa responsabilidad para convertirnos en una fuerza en favor de la fe y de la justicia” (Kolvenbach 2000, citando una ponencia de Ellacuría en la misma Universidad, el año 1982). Continúa Kolvenbach: “Todo centro jesuita de enseñanza superior está llamado a vivir dentro de una realidad social (la que vimos en la “composición” de nuestro tiempo y lugar) y a vivir para tal realidad social, a iluminarla con la inteligencia universitaria, a emplear todo el peso de la universidad para transformarla. Así pues, las universidades de la Compañía tienen razones más fuertes y distintas a las de otras instituciones académicas o de investigación para dirigirse al mundo actual, tan instalado en la injusticia, y para ayudar a rehacerlo a la luz del Evangelio”.

En esa línea, nuestras universidades han trabajado con fuerza su concepción y estilo de “incidencia social”. Después de la CG 35, se ha desarrollado una red global de instituciones jesuitas para la incidencia (GIAN, por sus siglas en inglés) en diferentes campos, entre ellos el educativo, para lograr mayor eficacia en una fe que busca la justicia. Una incidencia orientada a influir en prácticas, valores, ideas y políticas que promuevan relaciones más justas y equitativas en la sociedad, basadas en el peso social que una universidad jesuita tiene en América Latina. Si bien nuestras instituciones han avanzado en esta tarea, es indudable que aún queda mucho por hacer a nivel nacional y, sobre todo, regional. También en este punto, aún no hemos extraído todo el provecho de ser una red significativa en el mundo universitario latinoamericano, que se puede potenciar aún más con una mejor relación con las redes de educación básica, organizadas en FLACSI y en la Federación Internacional de Fe y Alegría. El “servicio de la fe” que busca la justicia debe plantearse constantemente cómo ser más eficaz en un mundo cada vez más globalizado e inter-relacionado.

Conclusión

¿Cómo abordar, por tanto, esta relación universidad jesuita y servicio de la fe? En palabras de la CG 34 una universidad de la Compañía tiene que ser fiel, al mismo tiempo, al sustantivo ‘universidad’ y al adjetivo ‘jesuita’. Por ser ‘universidad’ se le pide dedi­ca­ción a “la investigación, a la enseñanza y a los diversos servicios derivados de su misión cul­tural”. El adjetivo ‘jesuita’ “requiere de la universidad armonía con las exigencias del servicio de la fe y promoción de la justicia establecidas por la CG 32, Decreto 4” (cfr. CG 34, d. 17, n. 6-7).

Estos años posteriores a la CG 32 hemos, sin duda, evolucionado en nuestra manera de integrar “el servicio a la fe” en nuestras instituciones educativas y, de modo particular, en nuestras universidades. En la medida en que nos hemos comprometido en el modo de entender nuestra misión hoy, hemos aprendido que “el servicio de la fe” en nuestras instituciones universitarias es más complejo, rico e integrador de lo que puede parecer a primera vista. Es lo que he intentado mostrar en este apretado artículo. Los frutos conseguidos nos confirman que el camino emprendido, aunque difícil y costoso, ha sido el adecuado para responder a los retos de nuestras sociedades latinoamericanas y a su demanda de una educación de calidad para todos.

La tarea, sin embargo, sigue abierta y desafiante en la medida en que en el mundo actual “se está haciendo más fácil conformarse con algo menos que la fe y que la justicia”, como bien dice la CG 34 (d. 2, nº 11). La “misión de esperanza” (CG 35, d. 2, nº 8) nos debe llevar, pues, a fortalecer el servicio de la fe sabiendo que en ello se juega también la realización de la justicia evangélica.

Fuente: Jesuitas Lationamérica

La Pedagogía Ignaciana en la Educación Superior Jesuita

El Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana presenta la propuesta pedagógica para la educación superior jesuita, a través de un recorrido de las directrices trazadas en discursos de los Padres Generales y en documentos de la Compañía durante las últimas cuatro décadas. Además, se ofrece una selección de referencias sobre el tema y documentos que muestran cómo las universidades asumen el sello pedagógico ignaciano en sus programas de enseñanza, investigación y servicio/vinculación.

  1. Un modelo educativo-pedagógico transformador                  

En 1979, el P. Pedro Arrupe, en su charla a los jesuitas de México, “Universidad y educación jesuítica hoy”, resaltaba la necesidad de promover una transformación en las universidades que fermente la formación de los alumnos como “hombres para los demás”, para que sean agentes multiplicadores de cambio; una transformación sustentada en la investigación sobre los problemas humanos y de la realidad social como “apostolado intelectual” al servicio del pobre y por la justicia. Y en todo ello, comunicar “el espíritu que nosotros debemos tener, que es el ignaciano… Lo específico nuestro será aquello que se deriva de la especificidad del carisma ignaciano, traducida en vida académica, en educación, etc.” Así trazaba Arrupe, hace 40 años, las líneas básicas del modelo educativo-pedagógico ignaciano para las universidades jesuitas, al presente recogidas en sus planes estratégicos con variadas propuestas programáticas para su concreción; pero que no pocas divergencias causaron por entonces en la Compañía de Jesús, como lo analizó el P. Peter-Hans Kolvenbach, en 1985, en su discurso “La universidad jesuítica hoy”, dirigido a los rectores reunidos en Frascati-Italia, en el que ratificó  y explicó el sentido misional de dichas líneas.

Luego, en 1986, se publica el documento “Características de la educación de la Compañía de Jesús”, que reafirma el modo ignaciano de proceder (inspiración, valores, actitudes, estilo…), en procura de una formación integral con orientación al compromiso por la justicia desde la dimensión de fe que la impregna. Kolvenbach, al promulgar este documento, pidió a las universidades la adaptación de lo aplicable de sus directrices pedagógicas y, en discurso posterior, “Características de nuestra educación” en Georgetown-USA, 1989, aportó variadas pistas para hacerlo, entre ellas el uso de los valores como punto de partida para la reformulación de los planes de estudio, la dinámica Fe-Justicia como foco apostólico en todas las políticas institucionales y la práctica de la pedagogía jesuita.   

En 1993, la Compañía publica el documento “Pedagogía Ignaciana: Un planteamiento práctico”. Allí Kolvenbach expresa el objetivo último de la educación jesuita en la fórmula de “las 4 Cs”: la formación de hombres y mujeres conscientes, compasivos, competentes y comprometidos. Como “modo de proceder en la práctica pedagógica” se propone el Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI), camino para el conocimiento y transformación de la realidad, personal y social, con cinco momentos en interacción derivados de la estrategia de los Ejercicios Espirituales: contexto, experiencia, reflexión, acción y evaluación. A la luz de este documento, las universidades revisaron sus proyectos educativos e impulsaron acciones para la formación del profesorado en la pedagogía ignaciana.

En su conferencia del 2000, “Servicio de la fe y promoción de la justicia”, Santa Clara-USA, Kolvenbach ahonda en el alcance de esta opción y las características de la universidad ideal del Siglo XXI: describe los rasgos del alumno que se desea formar, el rol del profesor en la enseñanza y la investigación, y el modo de proceder que se debe reflejar en políticas y estrategias fundamentadas en la espiritualidad ignaciana; todo ello para convertirla en “fuerza social” en favor de la justicia. En el 2001, con su discurso “Universidad y carisma ignaciano”,  Monte Cucco-Italia, avanzó un paso más en el enriquecimiento de la propuesta educativa-pedagógica universitaria, al esbozar la raíz de su “por qué” en el magis y el “para qué” en cuatro objetivos que constituyen los componentes de la “persona completa” y, por tanto, de la “enseñanza integral”: práctico-profesional, cívico-social, humanista y religioso, elaborando sobre una afirmación del P. Diego de Ledesma recogida en versiones de la Ratio Studiorum. En su último discurso sobre la educación superior jesuita, dirigido en el 2007 “Al Consejo Directivo de la Universidad de Georgetown” , Roma-Italia, profundiza en esos objetivos con sus implicaciones para la enseñanza, la investigación, el servicio y la organización universitaria, acuñando expresiones en latín: utilitas, iustitia, humanitas y fides;  formulación, ampliamente divulgada luego como el “Paradigma Ledesma-Kolvenbach”.

El P. Adolfo Nicolás, en su conferencia del 2008: “Misión y universidad: ¿Qué futuro queremos?”, Barcelona-España, reflexiona de qué manera las dimensiones del Paradigma Ledesma-Kolvenbach pueden definir el “espíritu universitario”, esto es los valores que permitan inspirar futuros deseados. Posteriormente, en el Encuentro Mundial de Rectores de Universidades Jesuitas, México 2010, discierne sobre el tema “Profundidad, universalidad y ministerio académico: Desafíos a la educación superior jesuita de hoy”: frente al contexto de la globalización, resalta la necesidad de encontrar maneras pedagógicas creativas para fomentar la profundidad de pensamiento y la imaginación transformadora en los estudiantes; del abordaje de temas tocantes a la fe, la justicia y la ecología desde la universalidad; y de la renovación del ministerio académico (apostolado intelectual) entendido como “mediación entre fe y cultura”.

En los distintos discursos del P. Arturo Sosa Abascal al mundo universitario aparecen frecuentes referencias a las realidades y tendencias del entorno (políticas, sociales, culturales, económicas, éticas, ecológicas, tecnológicas, etc.), con sus oportunidades y desafíos, de los cuales deriva implicaciones para la renovación del sentido misional y la pedagogía jesuita hoy. Propone mirar a la universidad como un “proyecto de transformación social para generar vida plena”, con capacidad creativa para anticiparse a su tiempo. En este sentido, ha venido reflexionando sobre estrategias que recomienda acentuar, como las siguientes: a) la promoción de la misión apostólica evangelizadora para la reconciliación (entre los seres humanos, con la creación y con Dios), la justicia social y la sustentabilidad ecológica, en diálogo con las culturas y las religiones; b) la formación de hombres y mujeres con conciencia de ciudadanía universal, comprometidos con la justicia, la reconciliación y el cuido de lo público como bien común; c) la comprensión de la utilitas como la incidencia real de la propuesta educativa jesuita en la transformación de la sociedad; d) el fomento de las experiencias de responsabilidad social, vinculadas al currículo, aplicando la pedagogía ignaciana; e) el reconocimiento de la acción política universitaria, para la defensa de los derechos humanos y la construcción de democracias; f) la profundización del apostolado intelectual para crear ambientes de búsqueda de la verdad y de alternativas a los problemas humanos; g) la incorporación lúcida en la nueva cultura digital; h) el desarrollo de políticas inclusivas que alcancen a los marginados y de una cultura de salvaguarda de las personas vulnerables;  i) el fortalecimiento del trabajo en colaboración y en redes. Los discursos del P. Sosa sobre educación universitaria se encuentran en este enlace al CVPI. Se recomienda la lectura de “La universidad fuente de vida reconciliada”, Encuentro Mundial de Universidades encomendadas a la Compañía de Jesús, Loyola-España, 2018; y “La universidad ante los desafíos de la sociedad: Pertinencia del enfoque universitario ignaciano de responsabilidad social universitaria”, Córdoba-Argentina, 2018.

  1. Referencias sobre la pedagogía ignaciana en la educación superior

Como lecturas generales proponemos: «La Pedagogía Ignaciana y su fuerza impulsora: Los Ejercicios Espirituales» de Luiz Fernando Klein, S.J; “Paradigma Pedagógico Ignaciano” de Luis Granados Ospina S.J.; “Aportes de la Pedagogía Ignaciana a los desafíos del futuro” de Jesús Montero Tirado S.J.; “El Paradigma Universitario Ledesma-Kolvenbach” de Melecio Agúndez SJ; y, también, la publicación “Liderazgo ignaciano: Nuestro modo de proceder”, producida por la Red de Homólogos de Pastoral Universitaria de AUSJAL, en la que se vincula la propuesta formativa de las 4 Cs con el PPI y el discernimiento ignaciano.

Con recomendación especial para su estudio presentamos la versión digital ampliada del libro: “Pedagogía ignaciana y currículo. Implicaciones en la formación de los jóvenes en la educación superior”, resultado del trabajo colaborativo de la Red de Homólogos de Educación de AUSJAL, coordinado por Javier Loredo Enríquez. Esta versión incluye el contenido de la edición impresa (publicada en 2018 por la Universidad Iberoamericana Puebla con la Iberoamericana México, la Iberoamericana León y el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente) y más una introducción que da cuenta del propósito de la obra, la estrategia seguida y la estructura de los distintos apartados. En este documento el lector encontrará valiosas pistas para concretar y transparentar la pedagogía ignaciana en los procesos formativos y de construcción del conocimiento.

  1. Documentos que muestran cómo las universidades AUSJAL asumen la pedagogía ignaciana

La mayoría de las universidades, hoy día, tienen planes estratégicos que dan cuenta de su identidad y la visión de su proyecto académico en la docencia, la investigación, el servicio/vinculación y la gestión; presentamos dos ejemplos de reciente formulación: “Universidad Iberoamericana México-Tijuana y “Universidad Católica del Uruguay”. En casos, se tienen documentos que explicitan el modelo educativo/formativo/pedagógico; ejemplos: “Universidad Centroamericana El Salvador”, “Pontificia Universidad Católica de Ecuador” y “Universidad Alberto Hurtado”. Hay también universidades que vienen desarrollando interesantes propuestas pedagógicas para profundizar la integración curricular vinculada a la práctica/servicio de los estudiantes; ejemplo bien documentado es la experiencia del “Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente”. Además, en todas se han elaborado propuestas para la formación de los estudiantes en la dimensión espiritual; un ejemplo es la del Centro Ignaciano de la “Universidad Iberoamericana México”. Y cabe destacar el esfuerzo que se realiza desde la AUSJAL, para contribuir a la formación integral de los estudiantes con el “Programa de Liderazgo Universitario Latinoamericano (PLIUL)”. 

Otra línea común, asumida con mayor o menor grado de sistematicidad en todas las universidades, es la formación del personal en la identidad y la propuesta pedagógica institucional, complementada con la oferta pastoral en espiritualidad ignaciana. Un ejemplo de programa consolidado es “Cardoner, Sentido Javeriano” de la Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. Otro ejemplo con una programación estructurada, que incluye la formación de iniciación y diplomados en diversas especialidades académicas, es el de la “Universidad Centroamericana”

Para cerrar este Boletín, algunos comentarios. Los documentos institucionales producidos por AUSJAL y las universidades de la red, publicados en sus páginas web, dan cuenta de un significativo proceso de búsqueda y elaboración de propuestas que explicitan el sentido de su misión y las características que las distinguen como instituciones jesuitas. Pero, la generación de una cultura con el sello de la espiritualidad y la pedagogía ignaciana, en todos los procesos académicos y en la organización, sigue siendo un horizonte y reto que las obliga a profundizar mucho más en la concreción de sus propuestas.

Por otra parte, hay nuevos desafíos trazados por el P. Arturo Sosa, que necesitan ser asimilados y traducidos en la enseñanza, la investigación y el servicio/vinculación, para potenciar la acción reconciliadora y transformadora de las universidades en la sociedad. En algunas planificaciones recientes se plantea como prioridad la generación de un modelo educativo y una cultura de innovación; en casos se habla de la innovación como una línea estratégica de trabajo. Importante, en estas búsquedas, es que no se pierdan de vista y se adapten, con fidelidad creativa y criterios claros de pertinencia social, las directrices fundamentales del modelo educativo-pedagógico ignaciano para la educación superior jesuita. En tal sentido, invitamos a reflexionar sobre los planteamientos de David Fernández-Dávalos S.J., en su conferencia “La calidad académica como pertinencia social”. 

Fuente: Pedagogía Ignaciana

Si San Ignacio levantara la cabeza

“Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos.”

Por José María Rodríguez Olaizola, SJ

Se ha vuelto un recurso bastante común en algunos ámbitos cargar contra los jesuitas por no estar de acuerdo con algo de lo que algún jesuita opina. Entonces, se empiezan párrafos con comentarios del tipo «los jesuitas han perdido definitivamente el norte», «qué se puede esperar de los jesuitas (y Bergoglio el peor)», o el infalible «Si San Ignacio levantara la cabeza» Se supone, en opinión de esos comentaristas, que si San Ignacio levantara la cabeza moría del disgusto. Y que a partir de Arrupe todo fue una decadencia. Pero la verdad es que no.

Si San Ignacio levantase la cabeza probablemente estaría contento de ver que sus compañeros seguimos buscando trabajar por el Reino de Dios, en un contexto muy distinto al que le tocó a él. Que entre nosotros sigue habiendo esfuerzos -y a veces tensiones (que le digan a él los desacuerdos que tuvo con Bobadilla o con alguno más); que no siempre vemos las cosas de la misma forma, y en ocasiones hay que pelear para que cambien (el tipo de vida religiosa que él mismo impulsó no era bien visto en su época y tuvo que librar por ello algún pulso eclesial fuerte, y lo hizo); que no somos esclavos del «siempre ha sido así», como él mismo no lo fue (tanto que la misma intuición primera de una Compañía nómada ya se vio, en tiempos del propio Ignacio, corregida con la estabilidad de los colegios).

Los jesuitas hoy en día no somos mejores ni peores que los de antes. Seguimos bebiendo en los ejercicios espirituales una aproximación al evangelio y al encuentro personal con Cristo, que es a quien seguimos. Seguimos teniendo en la espiritualidad de la encarnación (y en la consecuente mirada a la realidad) un reto para dialogar con un mundo que tiene sus propias dinámicas . El conflicto por ese diálogo tampoco es nuevo -que se les diga a los defensores de los ritos malabares y la liturgia, a finales del siglo XVII-). Tampoco es nueva la polémica que siempre ha generado la Compañía de Jesús en algunos sectores (lo de ahora palidece en comparación con las Cartas Provinciales de Pascal y la controversia sobre la moral de entonces) Seguimos tratando de estar en fronteras diferentes (y sí, a veces eso es complejo, porque la frontera tiene mucho más de intemperie). Rezamos. Celebramos. Creemos. Buscamos a Dios. Compartimos la vida en nuestras comunidades. Acompañamos a personas. Educamos. Deseamos ser fieles. Y sí, también nos equivocamos y pecamos, pero resulta que a lo más necio de este mundo es a lo que Dios llama.

¿Somos menos? Sí. ¿En parte será responsabilidad nuestra? Pues seguramente. Si san Ignacio levantara la cabeza, ¿nos echaría alguna bronca? Seguro. Pero vamos, que eso le viene de carácter (y si no, no hay más que leer el memorial del Padre Cámara y ver cómo se las gastaba con sus compañeros en los años romanos). Por supuesto que hay mucho mejorable en nosotros -siempre-, y necesitamos encontrar caminos para ser más transparencia del evangelio de modo que otros puedan sentirse invitados a compartir este camino. Pero los nostálgicos de otra época, que siempre están comparando las cifras con las de los años 40,50,60,70… de algún modo están ciegos. Es toda nuestra sociedad la que ha cambiado. Y toda nuestra Iglesia la que se reduce (por tantos motivos distintos que se escapa a este post analizarlos). Si el disgusto de algunos es que la SJ no es la de antes, a eso se le llama nostalgia. Y a nosotros lo que nos tiene que mover es la esperanza. 

Fuente: Pastoral SJ

A vino nuevo, odres nuevos – Palabras CPAL de Agosto

Compartimos la Palabra de CPAL  del mes de Agosto. El Presidente de la Conferencia, Roberto Jaramillo SJ nos invita a leer parte de un discurso del Padre General de la Compañía, Arturo Sosa SJ.

Con el permiso acordado por el P. General, compartimos algunos párrafos (puntos 3 a 5) de su comunicación introductoria a la primera sesión del Consejo Ampliado, el 10 de junio pasado. La fuerza y claridad de sus palabras dispensa comentarios. Invito a todos a hacer de estas palabras oración y motivo de conversación espiritual en las comunidades y obras (Roberto Jaramillo).

“(…) La experiencia de comunicar a la Compañía esta misión recibida del Santo Padre a través de las Preferencias Apostólicas Universales, me ha confirmado tanto en la profundidad como en la complejidad del cambio que se nos exige. (…) Tomar conciencia de haber recibido una misión del Santo Padre nos ayuda a ir a fondo en la responsabilidad que tenemos de renovar nuestra vida-misión bebiendo en las fuentes del carisma que llevó a la fundación de la Compañía de Jesús. (…) Al compartir las PAU con otros miembros del cuerpo apostólico resalta cómo el Espíritu nos llevó de buscar atender necesidades universales – como en las anteriores preferencias (2003- a vislumbrar retos para nuestra vida diaria como religiosos consagrados o personas que han aceptado la invitación a colaborar en la obra de Dios en la historia humana. (…) 

Volviendo a la carta de promulgación (2019/6–19 febrero 2019): Las preferencias apostólicas universales se proponen profundizar tales procesos de conversión personal, comunitaria e institucional. Son orientaciones para mejorar el trabajo apostólico del conjunto del cuerpo de la Compañía y el modo como realizamos nuestros ministerios en los que tomarán cuerpo (…). Las PAU, como insiste P. Endean, no son sólo acerca de lo que hacemos. These preferences are also about how God can change us. Sólo pueden orientar nuestra vida-misión si nuestra fe se funda en la experiencia personal de Dios y la convicción que de ella se deriva: Dios es más grande que nosotros, su acción trasciende ampliamente nuestros límites, quiere y puede comunicarse con nosotros, cada uno de los seres humanos. (…) 

La Compañía de Jesús vive un momento de transición cuya envergadura no es fácil de percibir para nosotros mismos que lo estamos viviendo. El Señor ya lo advirtió: Nadie echa vino nuevo en envases de cuero viejos; si lo hace, el vino nuevo hará reventar los envases, se derramará el vino y se perderán también los envases. Pongan el vino nuevo en envases nuevos. Y miren: el que esté acostumbrado al añejo no querrá vino nuevo, sino que dirá: El añejo es el bueno. (Lc 5,37-39). 

No dejemos pasar la última frase de la advertencia del Señor. Estamos no sólo “acostumbrados” a un modo de vivir y trabajar apostólicamente, sino que podemos hasta estar “orgullosos” de nuestro modo actual de vida-misión. Nos puede parecer no sólo bueno sino el mejor y nos lleva a conformarnos, a no querer otra cosa… porque el vino añejo es el bueno. El cambio de época histórica que vivimos, los cambios que se suceden a una velocidad que nos cuesta seguir… son los “envases de cuero” nuevos en los que estamos llamados a echar el vino nuevo de la Buena Noticia de Jesucristo a través de nuestra vida-misión profundamente transformada por la experiencia del encuentro con el Señor. 

(…) Es la tentación de convertir nuestra historia en mito para alimentar nuestro orgullo corporativo, en lugar de experimentarla como tradición inspiradora de fidelidad al seguimiento de Jesús y servicio de la Iglesia. Podemos vencer esa tentación si logramos vivir nuestra historia como memoria liberadora de lo relativo de cada época para ayudarnos a mantenernos vinculados y alimentados de la fuente de nuestro carisma, vocación y decisiones apostólicas. No me cabe duda de la necesidad de profundizar y ampliar el conocimiento crítico de la historia de la Compañía. Para ello necesitamos más investigadores y asegurar su trasmisión en el proceso de formación de los miembros del cuerpo apostólico. De lo contrario el adjetivo “jesuita” será sólo una especie “marca” comercial sin fuerza inspiradora de una identidad de vida-misión. 

(…) No pretendo en esta introducción –ni creo que me sea posible- hacer un recuento, ni siquiera un esbozo, de los cambios que ha experimentado la misión de la Compañía en las últimas décadas en su esfuerzo por ser creativamente fiel a los nuevos desafíos de la historia. (…) Me limito a mencionar algunas dimensiones que han estado muy presentes en la experiencia de comunicar las PAU a diversos grupos del cuerpo apostólico de la Compañía. 

La primera es el reto de percibir la sociedad secular como signo de los tiempos, es decir, como señal del Espíritu para inspirar modos novedosos de señalar el camino hacia Dios y contribuir a la reconciliación. La palabra “secular”, en principio, nos suena mal. La secularización la experimentamos como pérdida de algo valioso, nos produce nostalgia del pasado “católico” de la “civilización” en la que se dio el proceso de restauración de la Compañía. Percibimos mejor los extremos y amenazas de las diversas formas de secularismo -incluso las que han tomado cuerpo en nosotros- que las oportunidades que se abren en las sociedades seculares o en proceso de secularización. Una mirada “espiritual” nos plantea el reto de encontrar a Dios en la sociedad secular y mostrar el camino hacia Él. La capacidad de encontrar a Dios en todas las cosas (personas, tiempos y lugares) es el resultado del encuentro con Dios experimentado por Ignacio y trasmitido a través de los Ejercicios Espirituales. Experiencia que, al mismo tiempo, nos lleva a mejorar nuestra capacidad de escuchar el grito de los pobres y excluidos, para encontrar con ellos caminos hacia la justicia y la reconciliación. (…) 

La segunda dimensión presente en nuestra vida en un mundo globalizado es la internacionalización de nuestras percepciones, estilos de vida, formación y modos de actuar. Entiendo la palabra “internacionalización” como la superación de los límites característicos de épocas históricas anteriores en las que la “nación”, como territorio y/o pertenencia étnica o cultural, marca la identidad de personas y grupos. La globalización supone que se difuminan los límites en todas las esferas de la vida humana. También en nuestra vida cristiana, eclesial, religiosa y apostólica. Tomar conciencia de ese proceso nos ayuda liberarnos de las ataduras del pasado y adquirir la indiferencia necesaria para construir los nuevos “envases de cuero” necesarios para que el vino nuevo no se derrame. Acompañar conscientemente y adaptarnos, según la inspiración del Espíritu, a la novedad que representa esta tendencia, superar las formas del pasado y aprovechar para el evangelio las nuevas formas, relaciones y espacios que van surgiendo, es uno de los más complejos desafíos del gobierno de la Compañía. 

Por otra parte, el cuerpo apostólico universal de la Compañía es hoy –gracias a Dios- multicultural. Además, vive y actúa en una asombrosa variedad de contextos culturales. Así descubrimos otra faceta de cómo el Señor actúa en la historia. La diversidad cultural es una de las muchas formas en las que se revela la riqueza del rostro de Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza (Ef 3,10). La fe cristiana se encarna en toda cultura humana para mostrar el camino hacia Dios y transformarla a fondo mediante el perdón de los pecados, es decir, alumbrando el camino a la reconciliación en todas sus dimensiones. La relectura del libro de los Hechos de los Apóstoles en este tiempo de Pascua nos ha vuelto a recordar cómo el Espíritu Santo guio a las primeras comunidades cristianas en esta dirección y cuánta resistencia hubo que vencer para ir más allá del punto de partida de la cultura de los primeros discípulos y abrirse a otras culturas para realizar la misión de anunciar la Buena Noticia en todas partes. Esa tensión está presente al interior de la Compañía llamada a ser universal, por tanto, a hacerse cargo del tesoro de su multiculturalidad y avanzar conscientemente hacia la interculturalidad.” 

Conclusión de la fase diocesana de la Causa de Canonización del Padre Mauricio Jiménez S.J.

El pasado miércoles 31 de julio, festividad de San Ignacio de Loyola, tuvo lugar en la sede episcopal de San Miguel, Argentina, el acto por el cual concluyo la fase diocesana del proceso de Canonización del Siervo de Dios Mauricio Jiménez S.J.

 Presidió el acto el Obispo local Damián Gustavo Nannini quien estuvo a cargo de las palabras inaugurales. Luego el Vicepostulador de la Causa, Padre Julio Merediz SJ, realizó una oración para pedir la glorificación del Siervo de Dios. 

A continuación se hizo el juramento prescripto del Tribunal que instruyó el proceso: Pbro. Fernando de la Peña (Delegado Episcopal), Pbro. Hernán Palacios (Promotor de Justicia) y Hna. Isabel Fernández (Notaria). 

Luego se presentaron las cajas con los documentos y el trabajo de la Comisión Histórica que revisadas por el Obispo fueron cerradas y lacradas para ser entregadas en Roma en la Congregación para la Causa de los Santos. 

Entre los participantes se encontraban el Provincial de los Jesuitas Rafael Velasco, el Párroco de la Catedral de San Miguel, Francisco Ochiuzzi; el Superior de la Comunidad del Salvador, Andrés Aguerre S.J. y otros sacerdotes y laicos.

Fuente: CiudadSM

Fernando Azpiroz SJ comparte su experiencia de misión en China

Fernando, en su paso por la Provincia, visitó Córdoba para compartir con los estudiantes jesuitas de filosofía su experiencia en Macao y su trabajo en Casa Ricci de Servicios Sociales.

Con su humor habitual, compartió cómo conoció la Compañía a través de la figura de los Santos Mártires Rioplatenses, los inicios de su vocación y el discernimiento vocacional acompañado por el P. Rossi SJ. También destacó de qué manera fue creciendo, como experiencia espiritual, el impulso misionero.

Después de más de 10 años en China, residiendo en Macao, destaca que la fe que los impulsa no deja de sorprender a las propias autoridades locales y que su labor no tiene nada de extraordinario: “lo único curioso –apunta-, es que se desarrolla en China”. Se trata de labores que no todos están dispuestos a llevar adelante por el sacrificio que implican: es el acompañamiento de toda una vida a quienes más están sufriendo el abandono y la desprotección.

Herederos de Francisco Javier y Mateo Ricci, los misioneros jesuitas combinaron desde siempre el trabajo en educación superior –fundando la primera universidad en Oriente-, y la asistencia social –con el primer hospital, que fue un leprosario. 

Siglos más tarde, el P. Luis Ruiz SJ pasó muchos años en Macao hasta iniciar, a los 78 años, el trabajo en favor de refugiados de la Segunda Guerra Mundial, afectados por la secuelas del conflicto, con la idea de integrar a todos en un gran proyecto común: construir sólidos puentes de unión y amistad. Para esto, Casa Ricci promueve la integración de quienes, por las secuelas de la enfermedad, son excluidos pues las secuelas de la lepra o el VIH no son sólo físicas sino también sociales. 

La obra del P. Ruiz, que ahora le toca dirigir a Fernando, además de cubrir los medios de subsistencia básicos a pobres y enfermos, trabaja en pos de la promoción integral de la persona, sea en lo físico, cultural o espiritual. Desde su fundación, en la década del 50, Casa Ricci lleva atendidos más de 10000 pacientes afectados por lepra en más de 150 centros, distribuidos en 13 provincias de China.

Una participación fundamental en el cuidado de las personas, su inclusión y reconocimiento de su dignidad, la tienen las más de 70 religiosas de 8 congregaciones, viviendo en 19 comunidades, que trabajan en la asistencia diaria de los residentes.

A lo largo del tiempo, Casa Ricci ha mantenido su espíritu de servicio, con amor solidario, aprendiendo a cooperar con los demás para dar hoy, sin demoras, respuestas a aquellos que están sufriendo. Defendiendo la vida y dignidad humana. Creando esperanza allí donde no la hay. Solidaridad allí donde reina la división y la discriminación. “Sirviendo, compartimos alegría.”

Es gracias a la presencia estable y generosa de las religiosas que se desarrolla este espíritu que Casa Ricci tiene como distintivo. A través de su testimonio, los enfermos recuperan la noción de su dignidad y comienza a cambiar la mirada que de ellos tiene el resto de la sociedad, comenzando por sus vecinos. De este modo se logra vencer los miedos y se fortalecen los puentes de vinculación con el resto de la comunidad. 

Se generan poderosos vínculos de relación entre las hermanas y los residentes que los llevan a reconocer que resulta muy difícil trasladarlas de un sitio a otro o incluso cerrar una comunidad. Y resulta insustituible su presencia en los centros para el fin que Casa Ricci se propone.

Para finalizar, Fernando compartió el aprendizaje más profundo de su experiencia en China, que tiene ver con la capacidad de sentir con el corazón del otro. Cuanto más distinto a uno es el otro con quien uno vive y trabaja, tanto más profundo e interno es el proceso espiritual de construirse como persona, con una comprensión más profunda de sí mismo y del evangelio.

Misión de Parroquia a Parroquia

Jóvenes de la comunidad parroquial Sagrada Familia de Barrio Pueyrredón, Córdoba, realizaron entre el 15 y el 19 de julio una misión en la parroquia de San Francisco del Chañar. Esta pertenece a la Prelatura de Deán Funes, al norte de la provincia de Córdoba. En la oración de envío realizada por el párroco Leonardo Amaro SJ, fueron encomendados con una doble misión: compartir y animar la fe de la comunidad de San Francisco, y a la vez  compartir la fe, el cariño y el cuidado dentro de la propia comunidad misionera. Este fue el espíritu que estuvo presente y marcó esta vivencia compartida.

Una gran familia misionera

Los jóvenes de la parroquia pertenecen a la Acción Católica Argentina (ACA). Los delegados, jóvenes mayores de edad que iban a cargo de los menores, son amigos desde que tenían menos de 8 años y eran “aspis” (aspirantes, nombre que se le da a los integrantes más pequeños de la Acción). Algunos de los misioneros son familiares entre sí. Además, dos madres se sumaron como misioneras. Acompañando al grupo misionero estuvieron los estudiantes jesuitas Joaquín Tabera SJ y Juan Luis Panizza SJ, los cuales viven en la comunidad jesuita vecina a la parroquia. Todo esto aportó a la comunidad un clima de gran familia.

Celebrando a San Francisco Solano

La primera actividad que realizaban los misioneros tras el desayuno era la oración personal. Durante el resto de la mañana visitaban las casas de los barrios La Merced y El Progreso. La tarde constaba de un espacio de formación para las misioneros acerca de la persona de Jesús y de San Ignacio y de un nuevo tiempo en los barrios, esta vez de juegos con los niños y jóvenes de la zona. Se participaba de la misa en el templo parroquial, en la cual se celebraba la novena preparatoria para la fiesta del santo patrono, San Francisco Solano. Cada día terminaba con una pausa ignaciana para recoger las mociones del día.

Una parroquia compañera

La parroquia de San Francisco del Chañar tiene un vínculo especial con la Compañía de Jesús. La Universidad Católica de Córdoba realiza desde 2017 misiones allí en las fechas de Semana Santa y del Día del Niño, a las que se les agregó esta misión de la Sagrada Familia en las vacaciones de invierno. 

Esta vinculación nace desde que el actual párroco de San Francisco es Héctor Muiño, padre de Marcos Muiño SJ, sacerdote jesuita que está misionado como párroco de la comunidad de Patriarca San José en San Miguel, Buenos Aires. Héctor es cordobés y padre de tres hijas además de Marcos. Desde que se casó se dedicó junto a su esposa de manera entregada y generosa a la misión, trasladándose primero a la Prelatura de Humahuaca, Jujuy, y luego a Deán Funes. Tras enviudar, fue ordenado sacerdote en diciembre de 2017 y nombrado párroco de San Francisco del Chañar. Desde allí atiende pastoralmente a más de una docena de comunidades del norte cordobés.

Congreso Internacional de Estudios Bíblicos en Buenos Aires

Del 16 al 19 de julio, tuvo lugar en la Ciudad de Buenos Aires, el Primer Congreso Internacional de Estudios Bíblicos; que tuvo más de 300 participantes. Entre ellos, jesuitas de distintos lugares del mundo. Alfredo Acevedo SJ (ARU) estuvo participando y nos cuenta su experiencia.

Por Alfredo Acevedo SJ

Después de terminar el cuarto semestre en el Instituto Bíblico (PIB), regresé a la Provincia, en primer lugar, para visitar a los amigos, la familia y compañeros jesuitas. Será un tiempo de reencuentros y de compartir la vida y la fe. De hecho, colaboraré en diversas actividades que me han pedido, ya sea en el Centro Manresa de Córdoba (sobre todo, ofreciendo EE) y en el CEIA de Bs. As (alguna charla sobre Biblia y política).

Pero mi visita también tuvo otro objetivo, ya que en la UCA de Bs. As.(en sus sedes de Puerto Madero y Villa Devoto), tuvo lugar el primer Congreso Internacional de Estudios Bíblicos, entre el 16 y el 19 de julio. La celebración por los 80 años de la Revista Bíblica convocó a casi 430 biblistas de toda América Latina, América del Norte y el Caribe. También se hicieron presentes biblistas y estudiosos europeos, entre los que se encontraba el P. Dominik Markl, jesuita austríaco, profesor de Pentateuco en el PIB. 

El P. Dominik tuvo dos intervenciones en el Congreso. Inicialmente hizo la valoración crítica de una de las primeras conferencias (acerca del libro del Éxodo). Fue una intervención breve pero intensa pues expuso una mirada crítica sobre el estudio realizado por un colega que piensa desde otro contexto, en este caso, la del Prof. José Rodriguez Kidd, de Costa Rica. 

Su segunda intervención fue el dictado de un mini-curso que llevaba por título “Ley, Ética y Política en el Deuteronomio”. Una especie de clase de dos horas de dos horas, en la que participaron unas 40 personas, entre profesores y estudiantes, que deseaban profundizar el conocimiento de este libro.

Uno de los objetivos del Congreso era generar los espacios para que los biblistas y estudiosos, sobre todo de América Latina, pudieran encontrarse e intercambiar información. Es clara la necesidad de profundizar en la colaboración y de estrechar lazos para que La Palabra siga enraizándose en el Pueblo fiel de Dios. Allí, todos estamos comprometidos, ya que la Palabra nos interpela y nos exige entrar en ella para comprender su sentido más hondo.