Criterios de Discernimiento para Pensar la Teología del Pueblo

Cómo construir una Iglesia ‘pobre y para los pobres’, que funcione como un cuerpo integrado desde la propuesta del Papa Francisco y la Teología del Pueblo.

Por Félix Palazzi

Una opción teológica y pastoral de inspiración latinoamericana

A lo largo de sus discursos, el Papa Francisco viene teologizando su acción pastoral desde criterios que provienen de la “Teología del Pueblo” o también conocida como “Teología de la cultura”. (…)

La teología del pueblo se inspira en el llamado que hicieron los obispos argentinos en 1969 con la publicación del “Documento de San Miguel”. En él encontramos algunos de los criterios de discernimiento y las líneas de acción pastoral que el Papa viene promoviendo en fidelidad al Concilio Vaticano II (1962-65) y a las Asambleas Generales de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas, especialmente las reunidas en Medellín (1968), Puebla (1979) y Aparecida (2007). En esta última el entonces Cardenal Bergoglio hizo sendas reflexiones sobre el sentido liberador de la “evangelización de la cultura”.

Francisco viene proponiendo un nuevo modo de ser de Iglesia que asuma su talante profético en la vida pública.(…) En fin, si apostamos por «una Iglesia pobre y para los pobres» con todas sus «consecuencias en la vida de fe de todos» (EG 198). Lo que el Papa propone no es una mera aplicación radical de la doctrina social de la Iglesia, como muchos analistas suelen entender al no estar familiarizados con la opción teológica y pastoral latinoamericana de fondo que inspira al magisterio de Francisco.

Ser ciudadanos en el seno de un pueblo

En el discurso de Apertura de la Congregación Provincial XIV de los Jesuitas en 1974, Bergoglio manifiesta «la convicción de que es necesario superar contradicciones estériles intraeclesiásticas para poder enrolarnos en una real estrategia apostólica que visualice al enemigo y una nuestras fuerzas frente a él». Argentina vivía entre conflictos sociales y divisiones al interno de la Iglesia Católica. Una parte importante del clero y la vida religiosa apoyaba al peronismo. En medio de esta situación, el padre Bergoglio, quien era para ese entonces provincial superior de los jesuitas en Argentina, pide «recordar los infecundos enfrentamientos con la Jerarquía, los conflictos desgastantes entre ‘alas’ (por ejemplo, ‘progresista’ o ‘reaccionaria’) dentro de la Iglesia. Terminamos dando más importancia a las partes que al todo».

A raíz de esta experiencia de divisiones y fracturas sociopolíticas y eclesiásticas, nace un nuevo ideal, el de construir un proyecto de nación y de Iglesia. Bergoglio se propuso fomentar una unidad mayor a la coyuntural entendiendo que el bien común, que es «el todo», es más importante que cada postura y opción individual, a las que se refiere como «las partes». Al absolutizar la visión individual de la realidad, se anula el diálogo y toda posibilidad de alcanzar al bien común. El tema de construir esta unidad mayor, o bien común, aparece como central en la teología que inspira a Bergoglio.

Sin embargo, como solía decir Lucio Gera, padre de la Teología del Pueblo, es necesario el cambio de algunas «mentalidades» que impiden alcanzar este fin. ¿Qué criterios debemos tomar en cuenta, entonces, para lograr el bien y el desarrollo integral del pueblo? (…)

Hacia mediados de la década del 70, el padre Bergoglio comienza a formalizar algunos criterios que ayuden a discernir la participación en la vida pública. Propone los siguientes: «la unidad es superior al conflicto, el todo es superior a la parte, y el tiempo es superior al espacio». Casi 40 años después, en el 2010, los retomará como Cardenal en la Conferencia que diera con motivo del Bicentenario de la Independencia, y ahí agregará un cuarto criterio de discernimiento: «la realidad sobre la idea». (…) Hagamos una breve reflexión en torno a estos criterios de discernimiento que propone Francisco.

El primero es: ‘el tiempo es superior al espacio’. Lo más importante en cualquier praxis pastoral, o sociopolítica, es iniciar procesos porque «uno de los pecados que a veces hay en la actividad socio-política es privilegiar los espacios de poder sobre los tiempos de los procesos» (2010). Para muchos agentes pastorales, académicos y políticos, es más importante la cantidad que la calidad, el poder que el servicio, la estructura y los proyectos que la relación real y próxima al otro. La consecuencia es clara: «somos una sociedad fragmentada que ha cortado sus lazos comunitarios» (Cf. La nación por construir, 2005). De ahí la necesidad de superar el individualismo feroz que domina en los países más desarrollados y construir la fraternidad entre los pueblos, pasando de la creciente globalización de la indiferencia a otro modelo que privilegie el encuentro antes que la ocupación de los espacios ¬—políticos y religiosos— y la obtención de ganancias —económicos— como fines en sí mismos.

El segundo criterio es: ‘la unidad es superior al conflicto’. Esto significa que para que se logre el bien común hay que «meterse en el conflicto, sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de una cadena, en un proceso» (2010). El fin de esto ha de ser la unidad mayor y así la superación de las divisiones y los conflictos coyunturales que podamos estar atravesando. Construir la unidad significa recuperar tres elementos: la memoria de las raíces, la captación de la realidad presente y el coraje del futuro. El reto está en construir «una unidad plurifacética. Alejada de lo hegemónico, tanto de un proyecto globalizante, que uniformiza y elimina la diversidad, como de un relativismo atomizador y despersonalizante» (2005).

El tercer criterio, y quizás el más interesante frente a la creciente cultura de la indiferencia, es: ‘la realidad sobre la idea’. Como él nos explica: «la realidad es, mientras que la idea se elabora». Pero, se pregunta: «entre realidad e idea: ¿qué está primero? La realidad. Ella es superior a la idea» (2010). Aquí hace eco del método teológico latinoamericano al reconocer la necesidad de «ver» primero aquello que se muestra y es evidente ante nuestra mirada, lo que no puede ocultarse porque es un «hecho». Entre otros, podemos mencionar al consumismo derrochador y a la inequidad social que afectan a las grandes mayorías de la humanidad (Laudato Si, 48.49.90.109). Si nos quedamos en «lo ideal» podemos vivir la falsa ilusión de valorar positivamente el actual proceso de globalización, pero al «ver la realidad» que nos rodea descubrimos que nos estamos deshumanizando, que estamos perdiendo «toda referencia a lo común y con todo intento por fortalecer los lazos sociales» (LS 116).

El cuarto y último criterio es: ‘el todo es superior a la parte’. Esto significa que «un ciudadano que conserva su peculiaridad personal, su idea personal, está unido a una comunidad, como sucede con la figura del poliedro. Por ello, la característica fundamental del ser ciudadano es la projimidad» (2010). Con esta expresión, el entonces Cardenal Bergoglio proponía un estilo de vida evangélico que permitiría superar el individualismo atroz que nos distingue como sociedad moderna, pero que, a la vez, frustra a tantos que viven sumergidos bajo la cultura de la indiferencia y la indolencia, donde cada uno vela por sus propios proyectos e intereses, mientras considera al otro como uno más del montón, de la masa, con quien no logra edificar una conexión real, una relación prolongada o un mundo de vida compartido.

(…)

Las consecuencias para la institución eclesiástica son claras. Necesita una conversión pastoral o cambio de mentalidad como decía Lucio Gera. Lo que vio suceder en los procesos sociopolíticos, ahora lo ve en la Iglesia. Por eso, su palabra sigue vigente, llamando a superar «la lucha por el poder que sirve a intereses individuales y sectoriales; de posicionamientos y ocupación de espacios, más que de conducción de procesos» (2010).

Fuente: Teología Hoy

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