Reflexión del Evangelio – Domingo 26 de Mayo
Evangelio según San Juan 14, 23–29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
Reflexión del Evangelio – Por Emanuel Vega SJ
El Evangelio de hoy puede resultarnos -si lo leemos por arriba o ‘a las apuradas’- un tanto confuso y misterioso. Pareciera que al escritor sagrado -que nos regaló este bonito texto- le gustara sorprender o extrañar a sus lectores. Sin embargo, al leer a conciencia y detenidamente el Evangelio de hoy, sale a la luz que detrás de esa aparente complejidad, se esconde un mensaje muy concreto, muy sencillo y esencial: “el Señor te quiere, y se muere de ganas de que vos también lo quieras. El Señor ha abierto el juego para que entres en relación con Él, por eso te dejó su Palabra. Ahora, te toca corresponder a vos”. Todo el Evangelio de Juan es un canto al amor; es una llamada apasionada a vivir desde lo único desde lo que vale la pena vivir: el amor a Dios y a los hermanos.
Jesús deja las cosas claras ya desde el inicio: sólo el amor a Él nos hará fieles a su mensaje. A veces, los cristianos, estamos tentados a creer que nuestra fe es una mera adhesión a normas, leyes, ideas claras y distintas. Y nos olvidamos que nuestra fe es mucho más que eso: nuestra fe es adhesión existencial (vital, afectiva) a una persona: Jesús. Una persona tan auténtica, tan libre y disponible, tan entregada y cálida, que simplemente enamora. Y ese amor que surge al encontrarnos con Él, transforma las perspectivas y los horizontes desde los cuales miramos y participamos de la realidad. Ese amor que podemos sentir y vivir gracias al encuentro con el Señor, nos hace mujeres y hombres nuevos: derriba nuestras asperezas personales, nos desinstala de nuestras seguridades, nos ordena los afectos, nos educa la sensibilidad y nos posibilita sentir gusto por aquello de bueno y bello que tiene nuestro mundo. En definitiva, el amor profundo -ese que nos hace salir de nosotros mismos- nos hace más divinamente humanos. Y nos habilita a la fidelidad: te creo y te sigo Señor, porque te amo. Te sigo porque en Vos encuentro la plenitud que ansío. Sin amor, nuestra fe sería puro voluntarismo: pura formalidad sin contenido vital.
El regalo que obtendremos al vivir desde ese amor, es lo más hemoso que nos podrá pasar como creyentes: Dios vendrá y habitará en nosotros; y seremos parte de Él, unidos en un mismo abrazo. Seremos recipientes de la divinidad y el amor se nos hará carne. De este modo, realizaremos nuestra más autentica vocación: ser imagen y semejanza de Dios en el mundo; ser la oportunidad del darse de Dios en la historia. Pidámosle a Dios la gracia de poder transparentarlo en nuestra vida, con ‘todo esto’ que cada uno de nosotros somos.
Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe
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