Papa Francisco: Un legado de amor y servicio | Homilía del P. Arturo Sosa

Eucaristía en memoria agradecida del Papa Francisco

Iglesia del Gesù – Roma | 24 de abril de 2025

Homilía del Padre General Arturo Sosa

Queridos hermanos, queridas hermanas:

Son muchas las maneras de acercarnos a la vida del Papa Francisco quien calzó las sandalias del pescador, las del Apóstol Pedro, al estilo de Jorge Mario Bergoglio. Un estilo que se fue haciendo y madurando a lo largo de muchos años de formación, servicio y entrega generosa, primero en la vida religiosa y presbiteral de la Compañía de Jesús, luego en el servicio episcopal a la Arquidiócesis de Buenos Aires y la Iglesia latinoamericana. Finalmente, sirviendo a la Iglesia universal como Obispo de Roma que incluye el exigente ministerio petrino de propiciar la unión de todo el Pueblo de Dios al servicio de la misión del Señor Jesucristo.

El Papa Francisco fue un hombre forjado en la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Desde ellos podemos acercarnos al estilo genuino de su vida y su servicio al Pueblo de Dios y a toda la humanidad.

El presupuesto de los Ejercicios Espirituales lo encarnó Francisco en su terca convicción de practicar y llamar al diálogo como instrumento fundamental para establecer relaciones genuinas, superar conflictos y facilitar la reconciliación. El diálogo parte del reconocimiento de las diferencias como punto de partida y “salvar la proposición del prójimo” es el inicio de caminar juntos al encuentro de una solución compartida.

El Principio y Fundamento fue, sin duda, su punto de apoyo. La vida de Francisco estaba cimentada en la roca que es Cristo, no en la arena de las propias ideas o intuiciones. Jesús al centro de su vida garantizaba reconocer a Dios como único absoluto y “curarse en salud” de cualquier idolatría, abundantes y atractivas en los contextos en los que vivió. Cuando confirmó las Preferencias Apostólicas Universales 2019-2029, como misión de la Compañía de Jesús, puso muy en claro que, para que fueran iluminadoras de nuestra vida-misión, había que fundarse en la primera de ellas: mostrar el camino hacia Dios mediante los Ejercicios Espirituales y el discernimiento. El camino hacia Dios lo muestra solamente quien lo va caminando y al experimentar al Señor actuando en su vida, es capaz de discernir las mociones del Espíritu en medio a la complejidad de la historia.

El Papa Francisco nunca ocultó su propia fragilidad ni cayó en la tentación de fingirse fuerte. La primera semana de los Ejercicios lo llevó no sólo a reconocerse pecador, a confesar sus debilidades, pedir perdón, sino a experimentar la misericordia de Dios y sostenerse en la oración de sus hermanos y hermanas. De la conciencia de sus debilidades surgía esa letanía de “no se olviden de rezar por mí”. Lo decía porque se sentía sostenido por la oración del Pueblo de Dios. Muchas veces repitió su necesidad de acudir al sacramento de la reconciliación y nos recomendó a todos hacerlo frecuentemente. De allí también su insistencia a los ministros ordenados de hacerse espejo del rostro misericordioso de Dios, de evitar juzgar en lugar de acoger con los brazos abiertos a todos, todos, todos.

La experiencia de la segunda semana de los Ejercicios se hace patente en la vida y testimonio del Papa Francisco. Conocía a Jesús a través de la contemplación asidua de los evangelios. Amaba a Jesús, el amigo, el confidente… el de los coloquios ignacianos en los que aprendió a abrirse plenamente y recibir la gracia necesaria para realizar su misión. Su escudo papal lo proclama cuando dice: miserando et eligendo. Como al publicano Mateo, Jorge Mario Bergoglio experimentó la manera personal cómo el Señor fue misericordioso y lo eligió entre sus discípulos. Durante el resto de su vida no dejó de crecer en esa familiaridad con Jesús que lleva a superar las debilidades aumentando su confianza en Él, hasta ponerse totalmente en las manos de Dios.

La contemplación de la Encarnación lleva a Francisco a adquirir la mirada universal desde la que elige participar en la redención del mundo. Esa mirada de la Trinidad es capaz no sólo de ver la complejidad y riqueza de la vida humana sino a lleva a compadecerse de ella. Hombres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y ancianos de una rica diversidad cultural, que viven las más variadas situaciones, que alternan salud y enfermedad, alegrías y tristezas, guerra y paz… unidos por el sueño de un mundo mejor. Contemplación que lleva al Dios Trino a decidir la encarnación de la segunda persona, que, despojándose de todo privilegio, sufriendo hasta dar la vida, abre el camino hacia Dios-Padre.

La meditación de las dos banderas inspira la identificación con Jesús encarnado en pobreza y humildad. Lo enseña a encontrar al Señor en los márgenes de la sociedad, en los rostros de los migrantes, de los sin techo, de los desempleados o de los que reciben un salario que no llega a fin de mes… Lo enseña a desprenderse del deseo de honores y aceptar la humillación por causa del evangelio.

Elegir el camino de Jesús lleva a encontrarse cara a cara con el misterio de la cruz. Acompañar a Jesús que lava los pies de sus discípulos para darles ejemplo de servicio a los hermanos y hermanas, parte el pan y reparte el vino para significar su entrega hasta la última gota de sangre, carga con el pecado del mundo. Abre sus brazos en la cruz por mí, por cada uno de los seres humanos. Al contemplar a Jesús crucificado, la mirada de Francisco se mueve hacia los crucificados de este mundo y su deseo de acompañar al Señor lo sube a la misma cruz desde la que puede contemplar la magnitud del desafío de transformar el mundo y elige sumar su entrega a la de Jesús.

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De las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron no sólo abierto sino vacío, aprendió a no buscar entre los muertos al que está vivo; y experimentar la consolación del encuentro con el maestro crucificado, ahora resucitado. Consolación que abre los ojos del corazón a entender lo anunciado por los profetas, a experimentar el fuego del amor incondicional, abrazarlo en la fracción del pan e integrarse a la comunidad de los discípulos, en medio a la cual aparece el Señor para confirmarlos, como nos narra Lucas en la escena evangélica que escuchamos en esta celebración.

El gozo interior de experimentar al crucificado-resucitado elimina el miedo a dar testimonio de lo que ha cambiado su vida para siempre. De allí en adelante, Jorge Mario Bergoglio consagra su existencia a compartir la alegría del evangelio. Elegido al ministerio petrino, Francisco no tiene miedo de nadar contracorriente en defensa de los derechos humanos ni de la lucha por revertir las acciones humanas que maltratan el medio ambiente. Con palabras y gestos invita a acoger los migrantes como hermanos y hermanas, hacerse cercano a los encarcelados y los descartados por la sociedad. Su voz clama constante por la paz y señala como toda guerra es un fracaso de la humanidad. El diálogo es la vía para conseguir construir relaciones justas mientras la violencia destruye puentes entre los pueblos. Mientras se estrechan los espacios de la participación democrática en todo el mundo, Francisco impulsa la Iglesia hacia la sinodalidad, es decir, a ampliar los espacios de participación para convertirse en pueblo que camina hacia la promesa del mundo en el que vivamos fraternalmente.

La experiencia espiritual sintetizada en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, interiorizada en la vida de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, culmina en la sensibilidad para encontrar a Dios en todas las cosas. La contemplación para alcanzar amor abre todos los sentidos a la capacidad de percibir la presencia del Señor en todos los aspectos de la vida personal y social, en la naturaleza y en la historia. Por eso, la palabra, gestos, estilo de vida, reconocimiento de la propia fragilidad… llevan a poner toda la confianza en Dios y sólo en Él.

Nuestro hermano y Papa, Francisco, está ya totalmente en las manos de Dios, dejemos que su testimonio siga inspirando a la Iglesia a compartir la misión redentora de Jesucristo y a la Compañía de Jesús a desear en todo amar y servir.

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