Rezar es Luchar
Y sí. Rezar es luchar. El palo vertical de la cruz es estar clavado a la oración al Padre diciendo Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu o diciendo Padre, te doy gracias, porque revelas estas cosas a los pequeños, porque siempre me escuchas. (El palo horizontal es estar clavado con los brazos abiertos a los hermanos).
Rezar es luchar.
Si me siento a rezar un rato afluirán todas las “elecciones” que hice durante el día: lo que elegí de bueno, con todo el corazón (amar a los míos, cumplir con el trabajo, hacer lo que tengo que hacer…); lo que “no quise elegir” y traté de zafar, de hacer lo menos posible…; y lo que elegí sabiendo que no estaba bien. Afluirán también los agradecimientos y las peticiones por los que me preocupan.
Pero aquí viene lo bueno: rezar es luchar pero no todo el tiempo.
Rezar es como despegar vuelo en avión: hay que ajustarse el cinturón, contar hasta 32 haciendo la señal de la cruz para que suba y pasar las nubes que haya hasta alcanzar la altura de vuelo crucero, como se dice.
Entonces todo se serena.
Usando el galicismo: para rezar hay que decolar.
La oración es actividad de cielo, no de tierra.
Hay que despegarse un rato de los desplazamientos terrestres y ganar altura para mirar las cosas desde otra perspectiva, a otra velocidad.
Contra el desánimo que da luchar después de haber luchado todo el día es buena esta imagen del despegue para hacernos sentir que la oración es volar en paz.
En el Cielo profundo de la Intimidad del Padre y de Jesús y del Espíritu Santo, no hay turbulencias. De última ultimísima, la oración es Paz. Un rato de paz. Descanso en la Bondad de Dios. Cuesta lucha despegar, alcanzar la altura crucero. Cuesta lucha bajar. Pero la oración es fundamentalmente descanso y paz.
Contra el desánimo que da la imagen del conflicto ponemos la imagen de despegar.
Y para despegar hay que ir con todo.
No se despega carreteando a veinte por hora.
Esa es la dificultad de muchas oraciones en las que uno no termina de “meterse”, decimos. Pero esa imagen no es buena, Mejor decir que: no terminamos de despegar.
¿Por qué es mejor esta imagen?
Porque se puede despegar en 32 segundos, es más: se debe despegar en 32 segundos, porque si no se te acaba la pista. Cuando uno siente “quiero rezar un rato” y toma conciencia de que son pensamientos fugaces, en general uno interpreta que fueron fugaces por culpa de uno que no les hizo caso. Pero no, son fugaces porque el Espíritu quería despegar con nosotros en una oración que, en 32 segundos nos pusiera en órbita. Que dure poco ese deseo es porque hubo una experiencia real de despegue: lo que pasa es que nosotros no nos subimos.
Lo que el Espíritu quiere es que “despeguemos unos instantes”. Y si uno se acostumbra a estas “elevaciones del alma” como le llaman los místicos, de a poco le toma el gusto a rezar muchas veces por día.
El deseo “repentino” que muchas veces me viene y se va no es que se vaya porque no le hice caso. Si le hago caso en el instante y cuento hasta 32, el Espíritu me hace despegar y rezo. Si no acepto la invitación a despegar, el despega sólo y si me fijo bien, esta invitación a despegar se da muchas veces por día. Discreta y suavemente, pero si lo voy haciendo consciente, el Espíritu que reza constantemente en nosotros, nos invita a despegar con un ritmo sostenido, único para cada uno, que se reitera muchas veces por día. Para despegar basta esa inspiración, ese arranque momentáneo. Y no sólo basta sino que siempre tiene que ser así: hay que rezar a “arranques”, despegar en pocos segundos… El resto lo hace el Señor.
Diego Fares SJ
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