El dinero como Símbolo de la Interioridad
Emmanuel Sicre, SJ
¿Qué sucede cuando manejamos nuestra interioridad de manera mercantil?
¿Qué nos enseña el manejo del dinero de nosotros mismos?
¿Qué tal si pensamos en un modo de proceder con el dinero que brota del concepto que tenemos instalado de interés?
El dinero es interés. Y los intereses son hijos de la afectividad. Nadie paga por algo que no quiere, salvo que esté obligado por la circunstancia (necesidades, salud, los demás, impuestos…). Ni nadie ahorra con sacrificios si no es porque tiene interés de gastarlo en algo que le gusta. Tampoco es fácil prestar dinero, o pedirlo, o administrarlo, o donarlo, o invertirlo. Cada vez que el dinero se mueve en nuestro horizonte aparece la afectividad. Nos afecta ganarlo, nos afecta perderlo, nos afecta pedirlo, nos afecta gastarlo, nos afecta prestarlo. En fin, manejar dinero tanto cuando hay poco, como cuando hay mucho es una habilidad. Requiere constantemente un discernimiento. Una administración de recursos.
Se juegan conceptos no sólo ideológicos como los clásicos de propiedad privada, capitalismo, socialismo, comunitarismo, contractualismo… si no que se juegan también nociones muy vitales como la fluidez, el manejo de bienes, el ahorro, la acumulación, el deber, el despilfarro, la inversión, el amor (interés por)… Todos estos elementos se ponen a funcionar en nuestro interior a la hora de pensar y sentir qué hacer con el dinero.
Hay preguntas que me parecen cruciales. ¿Cómo aprender algo de nosotros mismos al manejar dinero? ¿Cuáles son nuestros intereses? ¿En qué tipo de cosas invertimos o evitamos hacerlo? ¿Cómo administro los recursos que llegan a mis manos? ¿Qué nos dicen esas cosas de nuestras limitaciones o virtudes interiores? ¿Cómo concibo el dinero? ¿Cuánto tiempo de mi vida paso pensando qué hacer con él? ¿Cuántas fantasías sobre la riqueza nos habitan interiormente?
¿Es acaso el dinero un impedimento para vivir feliz? ¿O se puede ser feliz con lo que se tiene en una sana tensión hacia el progreso que no nos quite el sueño ni la salud?
Y finalmente el otro…
El dinero es símbolo de la relación que establecemos con los demás. ¿Compramos cariño, afecto y dedicación? ¿Consumo personas como cosas? ¿Nos vendemos para que los demás nos recompensen con algo?
Hay un tipo de relación que nos hace mucho daño y se llama retribución: «te doy par que me des, o me das porque te di». Habrá quienes sean más delicados en sus expresiones de esto pero habrá otros que no, para el caso sutiles y groseros caemos siempre en relaciones cada vez más mercantilizadas. La sociedad de consumo nos está diseñando un tipo de sensibilidad basada en la insaciabilidad y la interminable demanda de más y más.
Gracias a esto nos convertimos en glotones afectivos o austeros miedosos del desborde. Y no es raro que esto se nos traslade a la relación con los demás.
No hablo aquí de los perversos, ricos y poderosos que poco arreglo tienen, hablo de la gente que caminamos por la calle y que podríamos ser cada vez más feliz si el dinero no se convierte en el señor de nuestra casa interior. En ídolo.
¡Qué hermoso sería que podamos liberarnos de comerciar afectos y ser más gratuitos y generosos con los que nos rodean!
¡Qué alivio traería al alma saber que no tengo que venderme ni comprar a nadie!
¡Qué paz nos daría al corazón si en vez de estar preocupados por acumular riquezas supiéramos que es más lo que hemos recibido en la vida que lo que vamos a poder dar!
¡Qué sano es ver personas que saben disfrutar de lo que tienen ganado con sus esfuerzos y no andan quejándose por lo que no tienen!
¡Qué distinto sería todo si administrar y discernir fueran actitudes espontáneas!
¡Qué bella utopía la de ser administradores sagaces y no ingenuos!
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