“La Iglesia católica tiene que convertirse en una Iglesia mundial”
Cristina Fontenele
En entrevista exclusiva con Adital, el doctor en Teología Carlos Schickendantz explica los desafíos de la Iglesia latina, destacando que ésta perdió el contacto con otras tradiciones cristianas, lo que condujo a un empobrecimiento de la noción de Iglesia. Como escenario futuro, él indica que la Iglesia Católica necesita convertirse en una Iglesia mundial, con una tradición que se construye a partir de procesos de inculturación de distintas realidades.
Schickendantz es autor de varios libros y artículos, ya fue vicerrector de la Universidad Católica de Córdoba, en Argentina, y, actualmente, es director de publicaciones de la Colección de Teología de los Tiempos, del Centro Teológico Manuel Larraín, en Chile. El teólogo analiza también las diferencias entre las iglesias europeas y las latinoamericanas, y confirma que «no se medía con la misma vara” a las producciones latinas ya las producciones de otros lugares.
¿Cuál es el nuevo impacto del Vaticano II?
Un nuevo impacto viene con la ascensión de Francisco como obispo de Roma, en una doble línea. Por una parte, se recupera un concepto del Concilio: la categoría de ‘pueblo de Dios’. Esto tiene una gran significación, porque es una categoría que el Concilio eligió, no como otra entre otras, sino como la más adecuada para describir la naturaleza de la Iglesia. Francisco recupera la noción de ‘pueblo de Dios’, con todas las consecuencias que esto tiene, participación y responsabilidad de laicos y laicas en la vida de la Iglesia, en fin, sujetos históricos, etc.
Y la segunda es la metodología del lavado de pies, que fue tan importante en América Latina, que no fue adecuadamente recibida en el gobierno universal. Esta metodología fue muy importante en América Latina, para desarrollar una identidad eclesial y, particularmente, la opción preferencial por los pobres.
Si pudiera hablar sobre cinco grandes reformas en la Iglesia ¿cuáles serían?
Una sería, como dice Francisco, ‘yo intento realizar una vuelta al Evangelio’, ‘hacer, de nuevo, que el Evangelio sea operativo, eficaz, que sea el centro de mi preocupación’. Mucha gente que conoce a Francisco diría que su gran señal es una vuelta al Evangelio y una forma de vida, desde el Papa, que es transparente y refleja más el Evangelio.
Una segunda cosa tremendamente importante es colocar el papado, este símbolo internacional tan relevante, al servicio de la justicia y de los pobres de la Tierra. El Papa tiene mucha relevancia a la hora de hablar de Estados Unidos, de hablar de la ONU; en su forma de vida, en su agenda para colocar a la Iglesia al servicio de los desfavorecidos.
Un tercer punto podría ser, lo que hoy se dice sobre ‘sinodalidad’ de la Iglesia. Una Iglesia que haga funcionar toda su riqueza, recuperando y poniendo más valor en la fe de los cristianos, laicos, hombres y mujeres en la vida de la Iglesia; de un modo que le permita aprovechar toda la potencialidad de la Iglesia, modificando una estructura bastante monárquica de autoridad.
Un cuarto punto podría ser el tema de las mujeres, tan importante para la vida de la Iglesia. Un tema que todavía, como muchos reconocen, está muy atrasado el reconocimiento de su dignidad, de su participación en la toma de decisiones, en el ejercicio de ministerios en la Iglesia.
Y un quinto punto, el tema de la inculturación. El Papa está decidido a dar más valor a las iglesias regionales, o sea, a los diversos contextos. La misma consistiría en una menor preponderancia de la dimensión normativa, una salida del centro, y mayor énfasis en los procesos de inculturación en las propias regiones, a través del discernimiento de las propias iglesias. Éstos podrían ser algunos puntos que están en ejecución y que ya se van mostrando sucesivamente.
Hablando sobre reformas, ¿cómo evalúa los escándalos sexuales del clero y la actuación del Papa Francisco en este asunto? Porque hay mucha polémica, algunas personas apoyan al Papa y otras creen que él no hace lo suficiente.
Éste es un tema muy complicado, que, gracias a Dios, salió a la luz. Es preciso reconocer que el Papa Benedicto XVI hizo un avance importante en este punto. Pero es un tema inacabado, como bien se dice. Es preciso colocar el foco sobre todo en las víctimas, ya no se puede reescribir el pasado. Tenemos que tratar de, por una parte, atender a las víctimas, en todo que se pueda, escuchándolas para que nos digan cómo podemos ayudarlas, después de los daños que fueron causados. Tenemos que revisar nuestras estructuras, para que suenen las alarmas cuando se produzca este tipo de hechos, y pueda ser detectado cuanto antes.
Hoy día hay pasos que están siendo dados. Es comprensible que todo el mundo juzgue que éstos son siempre insuficientes. Pero estoy confiado en que, después de este gran destape, esta gran explosión, la Iglesia podrá aprender de los errores que fueron cometidos.
Algunas personas citan como causa de esos abusos el celibato obligatorio. ¿Qué piensa acerca del celibato?
Pienso lo que dijo el arzobispo (argentino Víctor Manuel) Fernández, que está cerca del Papa. Es necesario poner en funcionamiento un proceso de discernimiento, que implique un diálogo, reflexión, oración, y consulta de opinión de muchos y muchas. Que se abran procesos de discernimiento y busquemos lo que Dios quiere, con el criterio de dejarnos llevar por el Evangelio, y por lo mejor de la tradición de la Iglesia. Y con la preocupación de releer, hoy, la mejor estructura y la mejor decisión.
Creo que el Papa estaría abierto a un proceso de discernimiento, sin él querer decir esto o aquello. Un proceso en el cual el Espíritu de Dios, nos coloque donde nosotros podamos ver, como hizo el Concilio. Pero, ahora, con laicos y laicas de todo el mundo. Veamos adonde esto nos lleva y tomemos la decisión que necesita ser tomada. Creo que, en principio, no se puede descartar la cuestión del celibato. Nadie piensa que ésta sea la solución para la crisis que la Iglesia tiene, pero es un tema en el que no hay ningún motivo para que se posterguen los procesos de diálogo en torno de este asunto.
Es necesario tener una reflexión común, hablar abiertamente, mirar los puntos de unos y de otros, y así tomar a decisiones, como ha ocurrido siempre en la Iglesia. Porque en la Iglesia, el consenso tiene una enorme relevancia. No hay obispo de Roma, si no tiene los 2/3 de los votos, no hay un documento del Concilio, si no tiene los 2/3 de los votos.
El tema del consenso, ahora, es necesario ampliarlo, que no sea ya una cuestión solamente de los obispos. Con la eclesiología que tenemos hoy, es preciso ampliar y escuchar a los fieles, que tienen ese sensus fidei, ese olfato como dice el Papa, para discernir lo que es bueno, lo que Dios quiere, lo que es mejor…
¿Cuáles son las diferencias entre las iglesias europeas y las latinoamericanas?
Naturalmente, es una gran novedad que un papa latinoamericano llegue al obispado de Roma, y significa una realidad que es difícil de medir para los europeos. Sobre todo, porque este hombre llega con su forma de ser, de vestir, de hablar, de tomar decisiones, de rodearse de gente… Es muy diferente y representa un gran contraste con la forma de ejercer el episcopado y el obispado de Roma.
Es un hombre que se mete en ‘la Corte’, en la Curia Romana, con otra dinámica, otra forma de vestirse, de tratamiento. El Papa viene a representar, en este punto, una gran diferencia; porque lleva su forma de vida a un lugar, que es fundamentalmente distinto.
Europa está viviendo procesos que son, parcialmente por lo menos, muy diferentes de lo que se vive en otras regiones del mundo. No es lo mismo que en África, que tiene otros desafíos, una Iglesia en crecimiento, que no está en disminución, como es la sensación en distintos lugares de Europa, donde hay una Iglesia en retiro, con empobrecimiento institucional, con un fuerte proceso de inculturación.
Los procesos son muy diversos en cada lugar. Ciertamente, la Iglesia latinoamericana tiene ahora que contribuir, y creo que está bajo los ojos de todos en la personalidad de Francisco, que es un típico latinoamericano pos-conciliar. En este sentido, hay una gran diferencia con la agenda europea y la agenda asiática. Los latinoamericanos, en todo caso, continúan siendo occidentales. De repente, veremos a un obispo de Roma asiático, africano y, entonces, veremos otro destaque, otra historia, otra tradición, otros autores, lenguajes. La Iglesia va a vivir momentos muy fascinantes en la próxima década y, a veces, no tan difícil de digerir para todos.
¿Cuáles son los desafíos prácticos para esa Iglesia latina?
Como ya dijo Juan Pablo II, ‘respirar con los dos pulmones’. En el segundo milenio, la Iglesia latina, fue una tradición que de alguna forma monopolizó, perdió contacto con otras tradiciones cristianas, católicas. Y esa ruptura condujo a un empobrecimiento de la noción de Iglesia, de la noción de ministerio, a un escuchar la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, etc.
Creo que hoy la Iglesia Católica está con un desafío, como decía un teólogo alemán, hace una década, en un texto muy citado, la Iglesia Católica tiene que convertirse en una Iglesia mundial. Quiere decir, no exporta una tradición cultural latina, sino una tradición católica, que se construye a partir de procesos de inculturación de distintas realidades. No es la misma combinación que Francia, Filipinas, India, Guatemala y, por lo tanto, vamos a hacer una estructura mucho más plural, con el desafío de conservar la unidad. Pero, con lugar de destaque para la diversidad, la pluralidad, el valor del propio contexto, en el derecho, en la Teología, en la pastoral.
La Iglesia necesita adaptarse a los contextos locales…
Ciertamente. Un proceso de releer la propia tradición cristiana, volviéndose hacia Jesús, el Antiguo Testamento. Releer la propia tradición cristiana, en el propio contexto cultural. La organización es siempre un proceso de diálogo, de cultura, sin necesidad de absolutización alguna. El Evangelio tiene que ser nuevamente dicho, cantado, hecho Teología, hecho liturgia.
En cada contexto cultural, es necesario reinterpretar la tradición de estos 2 mil años, en un nuevo contexto cultural. Esto lleva a una gran creatividad porque aparecen nuevos destaques, algunos puntos de novedad, imprevistos. Así surgió, por ejemplo, la opción por los pobres en la historia del pos-Concilio latinoamericano. Esto es algo fascinante, que debe ser realizado por las personas de los propios lugares, no por la exportación de un sistema, de un centro de gobierno mundial que podría tener en la Iglesia católica.
Ya comentó que existían tratamientos distintos para los teólogos europeos y para los latinoamericanos. ¿Cómo ocurrió esto?
Como reconocen muchos autores, (y Francisco inclusive) en los últimos años, hubo demasiados procedimientos contra teólogos, teólogas e instituciones. Procedimientos criticables a partir de diferentes perspectivas. Una de ellas es no respetar la autonomía de los obispos y de las propias Conferencias Episcopales: pasar por encima de ellas, determinando a partir de Roma, sin escucharlas, sobre lo que debían hacer las iglesias regionales con sus discernimientos, según la Teología que cada una estaba produciendo.
Un aspecto en el cual se notó esto fue el doble patrón o doble medida, que se usó para juzgar a teólogos de otras latitudes en relación con los teólogos de Roma. Como dijo [Gustavo] Gutiérrez y algunos otros, no se medía con la misma vara las producciones de aquí y las producciones de otros lugares. Y, a veces, expresiones solamente repetidas por teólogos y teólogas latinoamericanas de expresiones europeas aquí tenía efectos, como perder la cátedra o no poder asumir cátedras en Facultades de Teología, mientras que autores europeos ni siquiera se enteraban de esto. Yo mismo tuve la oportunidad de hablar con teólogos europeos y decirle a ellos ‘vea, esa frase que usted escribió y que ahora está en nuestros textos, la Congregación de la Fe dijo que no era una frase adecuada’.
¿Qué significa la acción del Espíritu en el corazón de los pueblos?
Una cosa importante es reconocer la acción del Espíritu que opera en todas las personas, lo que está en Pablo. El Espíritu se manifiesta en cada uno, en cada una, para el bien común. Esto es una idea muy vieja, que ahora adquiere una vitalidad. Donde un hombre y una mujer toman la palabra puede estar el Espíritu, diciéndonos una palabra que no encontraremos buscando solamente en la Biblia, o solamente en el texto del magisterio, o solamente en el texto de la tradición, o en un autor teólogo. En las personas se manifiesta el Espíritu, para el bien común. Esto se otorga a las biografías, a las experiencias, a las palabras de las personas particulares concretas, cualquiera que sean sus condiciones, una autoridad que puede ser impresionante, si discernimos que ahí está el Espíritu.
Y lo mismo con los procesos culturales, que son inspirados por Dios, como reconoció el Concilio muchos de ellos. A través de un proceso de discernimiento, es necesario distinguir porque, como dicen, ‘no cualquier paloma es el Espíritu Santo, ni cualquier espíritu es el Espíritu de Dios’. Por eso, es necesario que haya un proceso de discernimiento, que nos haga discernir por donde Dios va llevando a la Iglesia.
Procesos, por ejemplo, como la defensa de la vida, del medioambiente, del trabajo, del techo, de la evangelización, por los que el Espíritu nos va llevando. Dios está vivo, nos acompaña, habla y quiere orientar a la Iglesia. Así, debemos quedarnos a la escucha de esa palabra, de ese Espíritu.
Ese Espíritu es para todos y todas. Por eso, es preciso crear estructuras que permitan que cada persona pueda hablar. Donde su palabra pueda ser dicha, escuchada y tomada en serio. La organización tiene que prestar ese servicio y posibilitar la escucha. Cuando alguien toma la palabra, puede estar hablando en nombre de Dios. No sólo los obispos, no sólo los cardenales, sino también los más simples de la Iglesia Católica. O alguien de afuera inclusive. O, como dijo el Concilio, incluso quien nos persigue, puede darnos, en algún momento, una luz que no vendría de otro lado, sino de esa biografía, de esa palabra, de esa experiencia, que aunque nos agrede, también nos moviliza.
ADITAL
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