«Yo a estos chicos los admiro, me emociona verlos con el título, se lo ganaron, se lo merecen», dice Adrián Alvarado, profesor de Agropecuaria, en referencia a los jóvenes que terminan el secundario en la Escuela «Fe y Alegría» de Taco Pozo, provincia del Chaco.
«Todos podemos estudiar», afirma orgullosa la abuela de una alumna del mismo colegio. Y cuando dice todos, se refiere a las personas de humilde condición, como ella y su familia.
Todas las escuelas de la asociación «Fe y Alegría» nacen de la solidaridad de familias humildes y del coraje de algún sacerdote de la orden jesuita que escucha su reclamo por una educación que cambie sus vidas y abra oportunidades a sus hijos: empiezan dando clases en alguna casa prestada, en un barrio marginal, con el trabajo solidario de muchos, y, cuando el proyecto alcanza una masa crítica de alumnos, Fe y Alegría apela al Estado, para que cree los cargos docentes, y a la generosidad de donantes privados nacionales e internacionales para construir el edificio.
En lo que antes era un basural o un descampado, se levanta ahora una escuela de contornos sencillos, pero de ambientes amplios, funcionales, limpios, luminosos; en una palabra: dignos. Así han nacido 6 escuelas en la Argentina: dos en la provincia de Salta –en la Capital y en Embarcación-; una en Monterrico (Jujuy), dos en Chaco (Resistencia y Taco Pozo), y dos en Corrientes (Capital y Bella Vista). Además de dos centros de formación de adultos en San Miguel y Vicente López en el gran Buenos Aires. Esta ONG jesuita internacional nació en realidad en Venezuela, en 1955, por iniciativa del padre José María Vélaz (1910-1985), para proveer una educación de calidad para las comunidades más marginadas. Hoy ya tiene obra en más de 20 países, con un millón y medio de alumnos y 500.000 docentes (450 en Argentina). Fue declarada de interés social por la Unesco y tiene estatus consultivo en Naciones Unidas.
Con el objetivo de dar a conocer un trabajo que se viene desarrollando en silencio en la Argentina desde hace 18 años, Fe y Alegría convocó a una charla en su sede –ubicada en la Residencia Regina Martyrum, en la calle Sarandí de la Capital Federal, durante la cual presentó un documental sobre el trabajo que desarrollan (ver el extracto de 8 minutos en esta nota).
«La educación para los pobres no debe ser una educación pobre», dijo Fernando Anderlic, el director nacional de la asociación, en la reunión. Una afirmación de espíritu contrario al que anima las últimas disposiciones de las autoridades nacionales y provinciales del área, que causaron mucha polémica en días recientes y que dejan traslucir un concepto de inclusión social que va en detrimento de la excelencia educativa. «La educación debe ser una herramienta de transformación para que los alumnos cambien y puedan cambiar su entorno; una educación que enseñe a crear, a trabajar y a hacer cosas productivas», señaló Anderlic.
Las escuelas Fe y Alegría se abren allí «donde nadie quiere ir», agregó el director. La periferia geográfica y existencial del mundo, como la define el papa Francisco. Esos sitios donde no se enfrenta solo el desafío de enseñar, sino todos los dramas de la sociedad moderna, agravados por la situación socioeconómica. Droga, violencia, embarazo y suicidio adolescente…; una realidad que debe ser contenida por estas escuelas, nacidas de un reclamo de la propia comunidad en la cual se insertan.
En Argentina, el proyecto está a punto de entrar en una nueva etapa: con las primeras camadas terminando el ciclo educativo –algunos ex alumnos ya son docentes en estos establecimientos-, ahora la ONG quiere abocarse a la problemática de la vinculación entre la escuela y el mundo del trabajo.
«Si hasta ahora hicimos todo esto en silencio, sin darnos demasiado a conocer, imagínense lo que podemos hacer si alguien nos da una mano», se entusiasma el director Anderlic, que gestiona los proyectos con un equipo de 10 personas desde la oficina de Buenos Aires. En sus escuelas, públicas y gratuitas, pero de gestión privada, los índices de repitencia y deserción son más bajos que la media. Abarcan todos los niveles, desde el inicial hasta la formación de adultos.
Educan a los alumnos en los valores cristianos, pero respetando las creencias de cada uno de ellos. Fe y Alegría no transmite sólo conocimientos; también inculca principios, como el de la solidaridad, la cooperación con los otros alumnos, la responsabilidad y la confianza en la capacidad de cambiar la realidad, propia y circundante. «Prefiero dar antes que recibir», dice uno de los chicos. Y Darío, que a los 47 años está haciendo un curso de albañilería en uno de los centros de formación de adultos en San Miguel, afirma: «No está todo perdido, si uno quiere estudiar, puede».
Fuente: infobae.com