Reflexión del Evangelio del Domingo

Evangelio según San Lucas 7, 36- 8, 3.

 Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”.

Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”.

“Di, Maestro”, respondió él.

“Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”.

Simón contestó: “Pienso que aquél a quien perdonó más”.

Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”.

Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”.

Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”.

Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

Reflexión del Evangelio – Por Maximilino Koch SJ

El texto que la liturgia nos presenta este domingo nos invita a recrear nuestra mirada. Porque nuestra mirada se encuentra nublada, llena de prejuicios que encadenan relaciones, las retienen en cajones estancos y no abren posibilidad a lo nuevo. La mirada de Jesús es, por el contrario, una mirada que acoge, que invita a una nueva vida, que abre posibilidades.

Si leemos con atención, el verbo “ver” aparece dos veces en el texto. La primera se refiere a la mirada del fariseo, el dueño de la casa. Ha invitado a un gran profeta ya conocido en todo Israel. Ha guardado las formas mínimas de cordialidad, por lo que podemos pensar que este personaje quiere saber si efectivamente Jesús es aquel que la gente dice. Lo mantiene a distancia y no envía lavar sus pies ni derramar perfumes sobre aquel hombre, como hacía un buen anfitrión de aquel tiempo. Y mientras recibe a este hombre a quien estudia, contempla cómo una prostituta se ha colado en la escena. Sin decir palabra, con el atrevimiento que solo una mujer así puede tener, se ha metido en su casa y se derrama en lágrimas ante los pies de Jesús.

La mirada de este personaje es fría, distante. Ha tomado el rótulo que la sociedad le ha dictado a la prostituta y él mismo ha puesto un rótulo sobre Cristo: no puede ser el gran profeta del que hablan. El juicio severo ya no se dirige a la mujer –quien ya no merece ser considerada– sino al mismo invitado que, dejándose tocar, ha roto las normas de la cordialidad, las de la sociedad y las Leyes dictadas por Moisés. En un segundo, Jesús también ha recibido su rótulo.

Nuestra mirada suele ser como la del fariseo. Solemos catalogar a las personas según su capacidad, su desempeño, sus actitudes, sus posibilidades. Y nos relacionamos de modos distintos según la categoría de la persona. Nos sentimos legitimados a tener buen trato con doctores o diplomáticos, pero también a sentir desconfianza y desprecio ante un pobre, un mendigo, un convicto. Nuestros juicios, tomados en un instante, impiden que nos relacionemos con los demás de forma transparente y genuina. Los juicios se instalan en nuestras vidas y condicionan nuestras miradas y modos de actuar.

Hasta este momento, Jesús ha sido todo pasividad. Se ha dejado invitar por un fariseo asistiendo a su casa. Ante la mujer, no ha pronunciado palabra sino que solo se ha dejado tocar. Ha dejado que tanto uno como otro actúen y expresen lo que sienten. Pero ante el juicio de este dueño de casa, sale de su pasividad e invita al fariseo a mirar de nuevo. Él no ve a una prostituta: se refiere a ella como una mujer. Desafía al fariseo a que contemple cómo ella, entre lágrimas y sollozos, ha sido capaz de reconstruir su capacidad de amar. La mujer se ha sentido acogida, perdonada y ya no debe responder por el rótulo que se ha ganado ante la sociedad, sino que responder desde su más íntima profundidad: desde su capacidad de amar.

Es Cristo el que hace mirar la realidad de una manera nueva, donde el otro tiene una posibilidad de construir su futuro y dejar de estar preso de un momento de su historia. Una mirada que reconoce en el otro la posibilidad de sentir, de llorar, de amar. Es Cristo el que nos invita a despojarnos de nuestros prejuicios y de los roles que ocupamos o debemos ocupar en la sociedad. Nos invita a acoger y a pedir ser acogidos. A consolar y a pedir ser consolados. A perdonar y a pedir ser perdonados. Nos invita, fundamentalmente, a amar. Y, también fundamentalmente, a reconocer nuestra necesidad de ser amados.

En este domingo, pidamos al Señor una mirada nueva sobre nuestros hermanos. Pidamos vincularnos genuinamente, apartando las nubes que nos impiden ver lo esencial en la vida del otro. Pidamos ver al otro del mismo modo como lo ve Jesús.

 Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Restauración del Manuscrito de los Ejercicios Espirituales

Un legado que permanecerá para las futuras generaciones gracias a una minuciosa restauración: el manuscrito más antiguo de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Este documento, que atesora notas autógrafas del santo de Loyola, es el referente de la espiritualidad ignaciana y sin embargo, vivía amenazado por el paso del tiempo y la corrosión del ácido de las tintas.

Recientemente ha sido objeto de un tratamiento que le permitirá seguir siendo en el futuro un tesoro vivo entre los libros espirituales. Así lo corroboraba el secretario de la Compañía de Jesús, Ignacio Echarte, quien durante una conferencia en el Pontificia Universidad Gregoriana de Roma presentó los resultados de este proceso de conservación encargado por la Curia General que atesora el manuscrito en el Archivum Romanum Societatis Iesu.

El encargo se hizo a la restauradora Melania Zanetti de la Università Cattolica del Sacro Cuore. El proyecto, financiado por la Fundación Gondrá-Barandiarán, fue dirigido por Carlo Federici, de la Universidad Ca’ Foscari de Venecia y de la Escuela Vaticana de Biblioteconomía.

Echarte destacaba entonces el valor de este manuscrito, escrito en español. A diferencia de otros libros de este tipo, en los que los autores presentan sus propias experiencias espirituales y la dinámica interna de su propio viaje personal, este es un libro práctico. Un manual de usuario que lo convierte en un texto vivo.

Lo equiparó a una partitura musical que hay que practicar para escuchar el sonido que contiene. Su interpretación implica a tres personajes principales: “Tres melodías que se entrelazan armoniosamente”, decía Echarte. Como libro espiritual, su primera melodía procede de la Palabra de Dios.

En segundo lugar, el texto contiene información para la persona que hace los ejercicios y vive la experiencia. La tercera persona que interpreta la melodía es quien acompaña el proceso, el compañero y agudo observador de la experiencia.

El manuscrito ha llegado frágil y enfermo sin fecha. Desde el comienzo de la Compañía de Jesús ha sido reconocido como «autógrafo» de Ignacio, quien murió en 1556. El texto de la mano de uno o varios escribas, contiene correcciones o adiciones de Ignacio en 32 puntos. Se imprimió en español en 1615, 59 años después de la muerte del autor, si bien, antes salió a la luz la traducción italiana.

Sus 63 hojas contienen 25.000 palabras, 370 párrafos (según la numeración en el margen actualmente en uso), que han aportado a la literatura innumerables frutos: traducciones, lecturas filosófica, filológica, teológica, antropológica, psicológica… y publicaciones de padres como Sommervogel, Iparraguirre y Polgar.

Títulos, referencias, autores y citas que dan fe de la influencia de este manuscrito. Si bien, la importancia de este documento radica en la ayuda ofrecida a lo largo de los siglos a las personas para encontrar un camino. «Y esto hace que sea un clásico de la espiritualidad cristiana».

Fuente: Grupo de Comunicación Loyola

 

Obras de Misericordia: Dar de beber al sediento

¿Cómo saber de qué tienen sed quien está sediento? ¿Cómo calmar la sed del mundo? Pastoral SJ actualiza la vivencia de las Obras de Misericordia en este año Jubilar que tenemos para reflexionar y rezar especialmente alrededor de ella.

Por Javier Dias SJ

A veces llegar de una carrera y que te den a beber una lata de coca cola, más que quitarte la sed, te genera aún más ganas de seguir bebiendo. Cuando Jesús nos dice a cada uno de nosotros “denles ustedes de beber”, confieso que me entra un poco de “miedo” porque no siempre es fácil encontrar lo que de verdad “quita la sed a cada uno”.

Y digo a cada uno, porque he comprobado que “dar de beber al sediento” no es cuestión de tirar del primer bote de coca cola que tienes al lado, del primer recurso de palabras consoladoras, o de tu mejor intención. Hace falta un paso previo y fundamental que tiene que ver con escuchar con profundidad, empatizar al máximo, pero sin bajar del todo al “pozo” (en esa imagen tan ilustrativa que te explican en esos cursos de escucha activa y relación de ayuda) porque desde tan abajo, ya no vas a poder “saciarle”, y sobre todo sabiendo que no podemos ir de “salvadores” por el mundo (aunque alguna vez lo hagamos sin mala intención).

Dar de beber al sediento es una tarea complicada, que implica a veces quedarse uno con sed, que implica aceptar que no somos nosotros los que vamos a darle ese “agua” tan necesitada. En algunas ocasiones seremos sólo buenos guías del camino para encontrarla. Otras, simples mediadores, puentes con otros, que serán los que de verdad les sepan dar de beber.

Tanto en estas como en otras ocasiones, se requiere una valentía especial y sobre todo una actitud de humildad fuerte. Aceptar que aunque queramos ayudar a muchos, a todos, no podemos. Aceptar que sólo podemos ser servidores de algunos, que nuestra agua no es la que más quita la sed, aceptar que hay Uno que de verdad nos calma, nos da vida, nos quita la sed para siempre, aceptar digo, pasa por abajarnos, reconocernos frágiles y muchas veces, por ponerlo todo en sus manos, en SU voluntad y simplemente, pasa por confiar.

Ojalá sepamos en nuestro día a día, dar de beber al sediento, y en muchas ocasiones, encontrar las personas y las formas que otros nos enseñen, para dar de beber o incluso, para que otros den de beber por nosotros.

Fuente Pastoral SJ

 

Miserando Atque V: San Agustín

Continuamos compartiendo materiales de la serie miserando atque, para seguir reflexionando y ahondando más en el misterio de la Misericordia de Dios.

Por Santiago Insunza, OSA

“La grandeza de Dios es su misericordia” – (San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan 14, 5).

Víctor Frankl afirma que “la esencia del hombre es ser doliente”. Negar o disimular la propia fragilidad es una salida común, pero poco sabia. Las situaciones de vulnerabilidad se multiplican y los hombres y mujeres atrapados por el sufrimiento físico o moral nos muestran constantemente el verdadero rostro de la vida humana. Este diagnóstico no es la conclusión de una mirada hacia los demás, sino una sincera confesión personal. “Pesada desdicha oprime al género humano y él necesita la misericordia divina”. (Manual de fe, esperanza y caridad II, 7), escribe san Agustín.

El obispo de Hipona vive en su propia biografía la misericordia de Dios, se siente acogido por ella, y esta experiencia le lleva a que temas como el perdón o la compasión sean recurrentes en su predicación. El gesto más claro de la misericordia de Dios es que Cristo haya venido a nosotros (Sermón 144, 3). “¿Qué mayor misericordia que darnos a su Único, no para que viviera con nosotros, sino para que muriera por nosotros?” (Comentarios al Salmo 30, II, 1, 7). Expresa esta misma idea de forma plástica en el Sermón 229 E, 2: “¡Gran misericordia y honor que el médico haga de su sangre nuestra medicina!”.

A Dios se le paga su misericordia compadeciéndose de los desdichados (Comentarios al Salmo 88, 1, 25). “¿Qué es la misericordia, sino cierta compasión de nuestro corazón por la miseria ajena, que nos fuerza a socorrerlo si está en nuestra mano?” (La ciudad de Dios IX, 5). “Se habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón” (Sermón 358 A)

San Agustín utiliza muchas veces la expresión “obras de misericordia”. Ponerlas en práctica equivale a comportarse como quien reconoce el señorío de Dios (Comentarios al Salmo 146, 15). El aprendizaje de la propia debilidad, por ejemplo la del náufrago o la del esclavo, es escuela y espuela de misericordia hacia el prójimo: “Ahora, en este tiempo de fatigas, mientras nos hallamos en la noche, mientras no vemos lo que esperamos y caminamos por el desierto hasta que lleguemos a la Jerusalén celestial, cual tierra de promisión que mana leche y miel; ahora, pues, mientras persisten incesantes las tentaciones, obremos el bien. Esté siempre a mano la medicina para aplicarla a las heridas prácticamente cotidianas, medicina que consiste en las buenas obras de misericordia. En efecto, si quieres conseguir la misericordia de Dios, sé tú misericordioso”. (Sermón 259, 3)

Lo que sea presunción, arrogancia o autosuficiencia es pura representación. La gente es frágil y acercarse con mano blanda a los demás es ejercer el arte de la misericordia. Tiene apariencia de una palabra dulzona y paternalista, pero exige talla humana, madurez de espíritu, sensibilidad crecida. Un problema compartido queda dividido por dos. Por el contrario, masticar a solas una contrariedad produce empacho y dolor añadido.

Los dramas de la sociedad humana –la de ayer, la de hoy y la de siempre– hacen necesario y urgente que ahora sea el tiempo de la misericordia (Comentarios al Salmo 2, II, 1, 10).

Fuente: Entre Paréntesis

 

El discernimiento de Ignacio de Loyola en nuestros días

El discernimiento es una de las características fundantes y universalmente aceptadas de la Espiritualidad Ignaciana. A pesar de la diferencia temporal que nos separa de San Ignacio y la creación del libro de los Ejercicios Espirituales, el discernimiento es un ejercicio sumamente actual. En este texto, el español Ismael Bárcenas SJ nos explica por qué.

Por Ismael Bárcenas Orozco

El discernimiento es la herramienta fundamental de Ignacio de Loyola en su peregrinar espiritual. Desde su rehabilitación posterior al bombazo de Pamplona, poco a poco captó esta dinámica interna. Ignacio descubre que Dios habla al interior del ser humano. El discernimiento espiritual comprende la distinción de los movimientos del buen y del mal espíritu, así como el entender sus tácticas y estrategias.

Aprender a distinguir estas mociones internas es como podremos intuir cuál es la voluntad de Dios. Las mociones son sugerencias e impulsos internos que incitan a que hagamos algo o dejemos de hacerlo. Toda moción suele incluir un estado de ánimo y un discurso. Agrupando, se distinguen dos tipos de estados de ánimo: Uno lleva a sentirse bien, tranquilo, alegre, en paz y en armonía. Otro lleva a sentirse mal, inquieto, triste, turbado y en desarmonía.

Así, cuando alguien tiene que tomar una decisión crucial, puede sentir alegría, paz, confianza y como si una voz interna le dijera: está bien que lo hagas. Por otra parte, pudiera suceder lo contrario, que sintiera inquietud, tristeza, dudas, desazón y como si una voz interior quisiera prevenir de realizar tal acción. Gran parte de la dificultad del discernimiento consiste en que las mociones suelen ser ambiguas, ya que tanto el buen espíritu como el malo pueden comportarse amables o rudos respecto a lo que estamos por decidir.

Otra dificultad en el discernimiento de espíritus consiste en que, primero, es necesario hacer un juicio sobre la situación existencial en que nos encontramos. Hay que preguntarse: ¿Mi vida sigue un curso positivo?, ¿Voy creciendo y subiendo a pesar de tropiezos eventuales? ¿O mi vida sigue un curso negativo? ¿En qué se me está yendo la vida? ¿Qué estoy haciendo de mí mismo? ¿Qué quiero hacer de mí en delante?

Según Ignacio de Loyola, la estrategia general de los espíritus cuenta con la siguiente lógica: Al que existencialmente va de bien en mejor subiendo, el buen espíritu lo animará y le dará fuerzas, consolaciones, inspiraciones, serenidad, paz y quietud. Ante los obstáculos, le hará ver que no son tan difíciles y que se pueden superar. A quien va bien en la vida, el buen espíritu le da alegría y gozo espiritual, le quita toda tristeza y turbación enemiga.

Así, estas mociones entrarán en su vida como gotas de agua en esponja. En cambio, a esta persona, el mal espíritu lo entristecerá, desanimará y turbará. Al que va bien en la vida, el mal espíritu le presentará los obstáculos como insuperables, los ideales como irrealizables, aun con ruido estridente como gota de agua que choca sobre piedra. En general, al que va bien en la vida, el mal espíritu se le presentará de forma terrible.

Algo muy importante a distinguir en la lógica de estrategias y movimientos espirituales es que, al buen espíritu, le gusta que el ser humano vaya existencialmente avanzando. En cambio, el mal espíritu intentará que retroceda. La misma estrategia se muestra en el caso de quien va existencialmente cayendo. En este caso, las tácticas de los espíritus se invierten. Al que va en decadencia, el mal espíritu le presenta el camino lleno de distracciones, falsos placeres y le dará palmadas en el hombro. A ese mismo, el buen espíritu podría atacarlo con medios terribles, punzando y mordiendo.

Desde la lógica de Ignacio, Dios nos pide algo a través de las mociones internas, por lo mismo es importante aprender a distinguirlas. Ser cristiano no es fácil, es aprender a luchar contra el mal que acecha en los fueros internos, también luchar contra la injusticia que vemos en el mundo. Sentir bonito no es en automático una moción del buen espíritu.

El buen espíritu es como ese instructor del gimnasio que nos exige dar más y sacar lo mejor que tenemos. También, nos invita a que seamos solidarios y nos unamos a las mejores causas que intentan construir un mundo más humano. Por tal motivo es que el discernimiento ignaciano mantiene su vigencia y es una gran herramienta para enfrentar los tiempos modernos.

Fuente: Entre Paréntesis

 

Reflexión del Evangelio: Domingo 5 de Junio

Lectura del Evangelio: Lc 7,11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!» El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.

Reflexión – Por Alfredo Acevedo, sj

Varios elementos pueden extraerse de este texto del Evangelio de Lucas. A simple vista, nos encontramos con un relato de revivificación. Jesús devuelve la vida a una persona. Pero no se trata de una persona cualquiera. El texto es claro. Se trata de un hijo único de una mujer viuda. No olvidemos que, en el AT, las viudas, los huérfanos y los forasteros tienen cierta preferencia delante de Dios(Ex 22,21-22; Dt 10,18). El pueblo hebreo está llamado a cuidar de ellos de manera especial. El sector más débil, por decirlo de alguna manera, de la sociedad es el que debe ser atendido de primera mano. Y Jesús lo sabe.

 Pero reparemos en la escena global. Son dos cortejos que se encuentran. El de Jesús, que iba con “mucho gentío”, y el fúnebre, que acompañaba el dolor de la madre. Como si dos fuerzas se enfrentaran. La de la vida y la de la muerte.

Jesús, que es llamado por primera vez en Lucas, Señor, título perteneciente a Dios, se acerca a esa realidad de dolor y sufrimiento. “Tuvo compasión de ella”, dice el texto. A Jesús, el dolor de las personas le revuelven las entrañas, lo conmueven desde dentro. Y por eso actúa. Lo curioso es que, en el texto, la madre no dice nada, pero recibe todo. No emite sonido, pero acoge la Palabra.

La acción de Dios se da a través de su Palabra. Una Palabra que es acción, que es obra, que transforma. No olvidemos que en la Biblia, la Palabra de Dios no es para ser oída simplemente sino vivida. Por eso, es la Palabra que logra transformar las lágrimas en sonrisas, el dolor en alegría, la injustica en posibilidad.

Jesús calma el dolor de la madre y del gentío que estaba con ella. A diferencia del profeta Elías, a Jesús le basta su Palabra. Su Palabra y su presencia son las que rompen la tristeza y el dolor. Porque es Dios mismo el que visita a su Pueblo, dice el texto. Por eso, la revivificación no es tanto del hijo de la viuda sino del pueblo entero, comenzando por la madre hasta alcanzar lo más escondido de la comarca.

Así es Dios. Cuando toca la vida, la “empascua” de punta a punta. Sólo basta que nos animemos a acoger esa Vida que el Señor nos trae.

Que el Señor nos de esta gracia de dejar que nuestro mundo de sufrimiento y de dolor se enfrente con esta fuerza de vida y de alegría que el Señor quiere regalarnos.

 Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

¿Cuánto MAGIS hay en tu vida?

Los ignacianos usamos mucho la palabra ‘magis’ y con ella, solemos hacer referencia a la búsqueda del Mas. Es una palabra muy típica y representativa de la espiritualidad ignaciana. pero también como todo concepto que se usa en diversas situaciones y contextos, se ha prestado a confusión o tergiversación.

En función de esta problemática, el jesuita Darío Mollá nos acerca a la auténtica verdad del «más» ignaciano, más allá de tópicos y deformaciones.

“Era y es un pensamiento bastante generalizado que los jesuitas somos los «más» influyentes, así como los «más» maquiavélicos. Esto para lo bueno y para lo malo, los «más»”, reconoce Mollà. Pero es que estos tópicos tienen su base. En los Ejercicios de San Ignacio, el «más» y el «todo» se repiten infinidad de veces y «la mayor gloria de Dios” (AMDG) se ha convertido en un lema que identifica la Compañía de Jesús, aunque no siempre es bien entendido.

De esta lógica del «más» han derivado actuaciones personales y colectivas admirables, entregas hasta la muerte en las fronteras del mundo y de la Iglesia, pero también han derivado actitudes personales de soberbia, orgullo y prepotencia. «En pocas palabras- afirma el autor- el «más» ha generado actitudes de una profunda radicalidad evangélica, pero también comportamientos muy mundanos.”

Entonces, ¿cuándo, cómo y por qué el «más» ignaciano deja de ser el «más» de la radicalidad evangélica? Darío Mollà, teólogo y especialista en espiritualidad ignaciana, repasa los diversos elementos que lo identifican. El «más» ignaciano no nace en la mirada a uno mismo ni en la voluntad o el esfuerzo para la autoafirmación personal o institucional, sino en el deseo y la gracia de vivir el Evangelio en su radicalidad.

No hacer más cosas, sino ayudar más y mejor a los demás

Su horizonte y referencia es la fidelidad a los valores de Jesús y de su Evangelio, lo que conlleva priorizar el servicio a los que más sufren. Es cuando se pierde esta referencia a Cristo, no en lo teórico sino en lo real, en la vida cotidiana, que el «más» ignaciano se puede desfigurar hasta pervertirse y servir, incluso, de argumento para a acumular riqueza, poder o influencia.

Mollà aclara que “en el «más» ignaciano no se trata de hacer cada vez más cosas, ni de hacer cosas más grandes, sino de hacer aquellas que son posibles para ayudar más y mejor a los demás”. Por ello se trata de hacerse presentes en personas y en lugares o estructuras donde se pueda ser más eficaz en el trabajo por la justicia y a favor de los que tienen más necesidades. El discernimiento ayudará a descubrir cuáles son los lugares y la manera de servir a los más necesitados.

Jesuitas España 

 

Pausa Ignaciana

El Examen General [EE N° 43] o Pausa Ignaciana, es una instancia que se propone al finalizar el día. En ella se intenta recorrer, en 5 momentos la jornada: dar gracias, pedir luz, revisar el día vivido, pedir perdón y proponer cambios.

Les dejamos aquí un video de Francisco Díaz Sj que ayuda a llevar adelante este momento del día.

Ver Pausa Ignaciana

 

Obras de Misericordia: Enterrar a los muertos

Cuando enterrar a los muertos ya se ha vuelto una costumbre en la sociedad que vivimos, la propuesta de esta Obra de Misericordia se actualiza para traernos un nuevo desafío. Hoy la misión es acompañar la muerte, y ayudar a quienes han perdido a un ser querido, a ‘dejarlo ir’.

Por José María R. Olaizola sj

Supongo que habría una época en la que la gente quedaba sin enterrar. Muertos en guerras, en epidemias, o en la pobreza, tal vez eran abandonados de cualquier modo, para ser fruto de la rapacidad de animales o descomponerse a la vista de cualquiera. Quizás aún ocurra en algunos lugares del mundo. Y en esos espacios, probablemente esa delicadeza última de enterrar cuerpo, cenizas o lo que se tercie; ese pudor otorgado al cadáver, como memoria respetuosa con la persona que se ha ido, seguirá siendo, literalmente, la obra de misericordia. Pero, ¿tiene sentido en un mundo más acomodado seguir hablando del entierro como una obra de misericordia, o es tan solo una profesión más, vinculada a las funerarias o subsidiada por el estado de una forma aséptica y mecánica si no hay quien lo haga?

Creo que hay otra forma de entender esto del “entierro”. Tiene que ver con acompañar la muerte. Tiene que ver con ayudar a la gente a despedirse. Tiene que ver con cuidar el duelo. Y con facilitarle a las personas que puedan “dejar marchar” a los seres queridos. La experiencia de la muerte sí que es universal –e inevitable–. Todos pasaremos por ella, y todos acompañamos a personas que tienen que lidiar con la pérdida de un familiar, un amigo… Pérdidas que en ocasiones son dolorosísimas. En ese contexto del entierro, la misericordia se pone en juego de muchas maneras, pero en todo caso es para ayudar a los vivos a despedirse y para conceder a los que se han ido el descanso digno –abierto a otra vida en función de las creencias de cada cual– .

Misericordia, entonces, es acompañar a los vivos en la espera, en esos días difíciles de desasosiego y de acostumbrarse a la pérdida. Acompañar cerca o lejos, con la palabra o el silencio –nunca se sabe bien–. Evitarles –si es posible–los tópicos. Es acoger su dolor, sin forzarles a pasar página demasiado rápido. Es lidiar con las incertidumbres. Es dar –si uno los tiene–motivos para la esperanza. Es cuidar también que las despedidas sean dignas. Honrar la memoria de los que se van sin enzarzarse en discusiones absurdas (porque eso también pasa), y procurarles el tipo de despedida que hubieran querido.

En la película “Despedidas” se advierte la profunda sensibilidad de una forma de despedir a los muertos. También en un libro de ciencia ficción “La voz de los muertos”, de Orson Scott Card, donde se describe un precioso rito funerario consistente en contar la verdad de la vida de las personas, su verdad más profunda, más completa, más humana. Son dos ejemplos. Pero, al final, cada uno tendremos que saber cómo despedir y honrar la memoria de los que se han ido. De eso se trata.

Pastoral SJ

*Despedidas es una película japonesa estrenada en 2008, dirigida por Yojiro Takita. En ella Daigo Kobayashi, un antiguo violoncelista de una orquesta que se acaba de disolver, acaba vagando por las calles sin trabajo y sin demasiada esperanza. Por ello decide regresar a su ciudad natal en compañía de su esposa. Allí consigue un empleo como enterrador: limpia los cuerpos, los coloca en su ataud y los envía al otro mundo de la mejor forma posible. Aunque su esposa y sus vecinos contemplan con desagrado este puesto, Daigo descubrirá en este ritual de muerte la chispa vital que le faltaba a su propia vida.