El Desierto, Dios y Tú

Al arrancar la Cuaresma, uno de los lugares recurrentes, de las referencias que una y otra vez aparecen en textos, reflexiones y miradas, es el ‘desierto’.

Desierto que forma parte de todas las vidas en algún momento.

Lugar de silencio, de búsqueda, de aridez desnuda. Desierto donde no hay distracciones que a uno le permitan evadirse constantemente. No te dé miedo adentrarte en sus arenas. De hecho, lo necesitas. Todos necesitamos ese espacio más vacío, donde las palabras sobran y las verdades se imponen. Desierto cotidiano, que uno puede vivir en medio de la ciudad, de sus rutinas. En medio de la vida y sus ritmos. Y allá, en esa soledad tan tuya. Donde no caben amigos ni enemigos, propios ni ajenos, en ese lugar donde estás solo tú, ahí, también, Dios.

Fuente: pastoralsj.org

Pedazos de Corazón

Pedazos de corazón son los nuestros, que van quedando en las personas, en los lugares, en las comunidades.

Una idea que siempre tuve clara, recién ahora me animo a empezar a vivir.

Pedazos de corazón que son misterio, oveja perdida y perla escondida.

Los pedazos son siempre más y el corazón igual de íntegro.

¿Cómo lograr esto?

No es un querer de hierro, ni espiritual o desencarnado.

Es un querer de Dios, pero en nosotros.

Siempre nuevamente afianzado y creciendo.

Es un querer que se hace vida, una otra vida que quiere.

Es un querer que se hace comunidad, voz de los sin voz.

Es un querer que corrige el movimiento mismo del querer, porque no es alguien o algo que entra en el corazón sino el corazón mismo que sale detrás de alguien y alguien.

Cuanto más se aleja, más corazón en pedazos es.

Crecen los pedazos, crece el corazón.

Por otro lado, si pretende quedar cerca de sí, queda un fuerte… pero helado corazón.

Y es el mismo corazón el que desea, entonces, hacerse pedazos para descubrir en su querer, tantos seres queridos, y el querer de Dios

Marcos Alemán SJ

La Gente Buena

Hoy quiero dedicar unas líneas a la gente buena. No me refiero a la buena gente, es decir, todos aquellos con quienes nos cruzamos cada día o tenemos algún encuentro casual y que hacen la vida más fácil con su amabilidad y su simpatía. De esta buena gente, gracias a Dios, no falta.

Hoy, sin embargo, quiero hacer un homenaje a la gente buena, es decir, a aquellos que, por su compromiso de vida, por sus gestos y sus detalles, por su manera de sentir, de mirar y de caminar por la vida apuntan a algo más sublime, quizá a algo que les sobrepasa a ellos mismos. Por ejemplo, aquel que renuncia a un puesto de trabajo que cualquiera quisiera para sí para dedicarse a algo más vocacional y que ayudará a más personas aun cobrando mucho menos; la que atraviesa medio mundo −literal−por acompañar los momentos importantes −bodas y funerales− de su gente cuando todo el mundo entendería que no viniera; el que abre las puertas de su casa para acoger a otro que se ha quedado en la calle y pasadas unas semanas no se le nota ni que está incómodo con su intimidad invadida ni que está haciendo un favor.

 Gestos pequeños que dejan entrever un corazón grande. Detalles gratuitos que son impagables para quien los recibe. Muestras de bondad  que apuntan más allá de la persona.

Y es que esta gente buena nos abre los ojos: Dios nos cuida a través de sus gestos desinteresados. Sólo queda agradecer y hacerse pequeño. Con estos detalles sencillos, una vez más, se derrumban nuestros cálculos de «esto te he entregado, esto espero recibir» y los desenfoques sobre nuestra figura en los que nos colocamos más arriba o más abajo del lugar que nos corresponde. Porque de esta gente buena recibimos algo inesperado e inmerecido y porque, reconozcámoslo, nos dan mil vueltas.

Sus nombres deberían estar escritos en una placa para ser recordados. Y si bien raras veces obtendrán un reconocimiento público, al menos sus nombres deberían estar bien grabados en un lugar donde podamos nosotros mirar de vez en cuando.

Porque la gente buena sostiene el mundo o, más modestamente, nos sostiene a nosotros.

Cada vez que nuestra fe tiemble, que nos sintamos solos, que desconfiemos del género humano o que comprobemos que es posible darnos un poquito más, deberíamos volver la vista a esos nombres para reconocer que Dios ya nos amó primero y que espera de nosotros que también nos entreguemos con bondad.

Vaya, pues, este homenaje agradecido a la gente buena al que, estoy seguro, muchos de los que lo han leído se querrán apuntar.

Sergio Gadea SJ

¿De qué tipo es nuestra Libertad?

La libertad es uno de esos temas imposibles de abarcar, pero que siempre viene de visita y hay que atenderlo. No podemos despedirlo sin más, es parte de nosotros. Constituye el núcleo fundamental de toda vida humana. Por eso, en su gran mayoría las personas afirmamos ser libres y con derecho a ejercer la libertad.

Pero al mismo tiempo ¿no nos encontramos a nivel interior con la paradoja de querer ser libres sin poder experimentarlo, de desear la libertad y no poder conseguirla, de anhelar ejercerla y no lograr hacer lo que queremos en verdad por temor? ¿Qué sucede cuando más libres queremos ser y más presos nos sentimos? ¿Qué será aquello que viene a la mente cuando pensamos en nuestra posibilidad de ser libres? ¿Qué pasaría si fuéramos libres en serio?

Una libertad simplemente humana

Lo que sucede con frecuencia es que creemos que la libertad es algo abstracto, filosófico o político. Y resulta ser algo más bien concreto y tangible en más de una ocasión. Si alguien nos dijera: “¿Eres libre de hacer, pensar, o decir esto o aquello? Probablemente diremos a la ligera que sí, pero cuando nos detenemos con honestidad se advierte que dicha libertad no es tan cristalina y pura como pretendemos. Si no ¿por qué hacemos cosas que no queremos? ¿por qué nuestros pensamientos y sentimientos más de una vez nos dominan? ¿por qué decimos cosas que hubiésemos preferido callar o viceversa? Esto indica que hay algo en el fondo de nuestra libertad que le hace contrapeso y no la dejar ser libre. ¿Qué es aquello que “opaca” nuestra libertad?

La herencia platónica nos ha hecho pensar que existe una idea de libertad absoluta, pero lo cierto es que no existe la libertad como tal sin seres humanos. No hay libertad, hay hombres libres. Y los seres vivimos en un contexto concreto, delimitado por una historia y una geografía, tenemos ciertas características psicológicas y personales heredadas e intransferibles, habitamos un mundo con otros seres tan personas como tú y yo, pertenecemos a instituciones que tienen reglas, soñamos con un futuro que nos motiva a seguir caminando en la vida. Cada uno de estos elementos multiplicados por la cantidad de seres humanos del mundo y de la historia forman parte de eso que llamamos libertad personal y colectiva. Complejo, sí, pero humano, encarnado y real.

Esto da la pauta de que quien quiera conocer cuál es la intensidad de su libertad personal deberá cuestionarse, al menos, sobre quién es, de dónde viene, cuál es su contexto, quiénes habitan su vida y cómo lo afectan, cómo es su carácter, su debilidad y su fortaleza. Habrá de preguntarse cómo es el mundo que le toca vivir, cómo es aquel sueño que lo invita a seguir vivo.

Si no, seguirá pensando que su libertad es algo abstracto que lo lleva a reclamar todos los derechos y a no cumplir con ninguna obligación que no le guste, creerá la falacia de que su libertad comienza donde empieza la del otro marcando el territorio como si los demás fueran sus enemigos, tendrá las fantasías del niño omnipotente que puede solo contra el mal, sentirá que él es su propio fundamento y que no le debe nada a nadie, pensará que todos gozan del mismo grado de libertad y le reclamará mezquinamente a los demás que se ajusten a su parámetro de análisis de la realidad.

Vivir desde una libertad liberada

Cuando interiormente se nos va dando comprender lo que significa ser libres pasa algo genial. Desaparecen los miedos y temores al desatarse los nudos de nuestra historia. Y entramos a la vida como hijos y hermanos. Las cosas comienzan a ubicarse en su lugar y nos despojamos de lo que entorpece la felicidad. Sentimos que los demás no son una amenaza a mi parcela de “libertad”, sino que caemos en la cuenta de que o somos libres todos, o nadie puede serlo. Nos anima la posibilidad de que seamos cada vez más las personas liberadas de condicionamientos, porque nosotros hemos sido honestos con los nuestros.

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Sabernos libres nos hace capaces de luchar hasta dar la vida por los otros sin miedo, como hacen las madres y los padres valientes. Respondemos con frescura a la pregunta de para qué ser libres. Crece el valor de la vida, el servicio y la compasión con los que temen, sufren y viven maniatados. Disminuyen las “obligaciones” y aumentan las motivaciones para hacer las cosas bien. Se vive con coraje la tensión de custodiar nuestro ser libre de las estructuras, ideologías y personas que nos esclavizan, y no dejan que nuestro espíritu participe del misterio de la verdadera vida donde la esperanza lo llena todo.

Entonces, comprendemos aquello que quiere Jesucristo para el hombre: hacerlo tan libre como él para que esté con sus hermanos cada vez más cerca del Padre.  

Emmanue Sicre SJ.

Mi Plan de Vuelo

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él»

Pregunta, en tu vida: ¿Tienes un plan de vuelo? ¿Tienes un carnet de ruta? ¿Tienes clara tu misión? ¿A dónde vas? ¿Cuál es tu rumbo? ¿Qué buscas? ¿Qué sueñas? ¿Qué quieres? ¿Qué esperas construir? ¿Quién quieres ser? ¿Qué deseas hacer?

¡Qué difícil responder a todas y cada una de estas preguntas! Y, sin embargo, Jesús lo logra, Jesús responde de una a todas estas preguntas y lo hace en el espacio de un par de tweets, dice Jesús: “he sido enviado a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

¡Sí! Jesús tiene clara su Misión, tiene claro su lugar en el mundo, tiene claro quién es y qué ha venido a hacer. En el día de hoy, podríamos también nosotros animarnos a hacer lo que él hizo, buscar el rumbo de nuestras vidas en la Palabra de Dios (Jesús encuentra su plan de vuelo leyendo, en este caso, al profeta Isaías), y confirmar ese rumbo dejando que Dios sople en nosotros su Espíritu y nos consagre, nos unja, nos envíe (Jesús reconoce sobre sí el Espíritu y la bendición de Dios, por eso se anima a la Misión).

Demos ahora otro paso y ahondemos en este sueño de vida que nos comparte Jesús. ¿No notamos algo extraño? ¿No observamos algo totalmente extraordinario y anti-mundano? En el rumbo que Jesús se traza, en la Misión que Jesús encara, en el Programa de vida que nos comparte Jesús tiene un único fin: servir a los demás, vivir para los otros, darse por entero a las necesidades ajenas, nunca a las propias. (…) Todo plan en la vida de Jesús es servicio a los demás, todo programa en la vida de Jesús es auxilio de los otros, toda misión en la vida de Jesús es que los otros tengan vida y vida en abundancia.

¡Cuánto no debiera interpelarnos este Jesús a nosotros!

El P. Adolfo Nicolás SJ. (actual General de los Jesuitas), en sus discursos a los alumnos de universidades de la Compañía de Jesús, suele decir algo bien notable: “No queremos formar a los mejores del mundo, sino que queremos formar a los mejores para el mundo, porque la excelencia de una persona se mide ante todo en su capacidad de servir a la familia humana”.

Qué gran llamada la que nos hace Jesús con su programa de vida, la de ser “hombres para los demás” (como tan bien decía otro General de los Jesuitas, el P. Arrupe SJ.). Qué gran invitación ésta de gastar la vida en el servicio a los otros. ¿Puede haber algo más cristiano que esto? A saber: des-centrarse, para poner en el centro a los otros… Olvidarse sanamente de uno mismo, para vivir ocupado de los demás… Despojarse de los propios intereses, para velar por los intereses de los pobres, de los oprimidos, de los enfermos, de los excluidos… ¿Puede haber algo más digno, más humano, más divino que acabar dando la vida en el servicio?

Dejémonos interpelar por el Proyecto de Jesús y pidamos su Espíritu para animarnos a compartir con Él, la Misión y la Vida.

P. Germán Lechini SJ. en Oleada Joven

Adora y Confia

No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.
Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que,
pese a todo,
acepta los designios de su providencia.
Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado,
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás lo veas.
Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote,
y conserva siempre sobre tu rostro,
una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.
Y en el fondo de tu alma coloca,
antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.
Recuerda:
cuanto te deprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en el nombre
de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso,
cuando te sientas apesadumbrado, triste,
adora y confía.

Teilhard de Chardin SJ

La Castidad Religiosa en el Mundo de Hoy

La castidad religiosa en el mundo de hoy (2/3), Francisco Jálics S.J. CEIA (Centro de Espiritualidad Ignaciana de Argentina), Boletín de Espiritualidad, Año XLIV | n. 237 | Abril – Mayo – Junio 2012.

Como dije en la primera parte de este trabajo, vivimos en un mundo que se desarrolla y cuyas estructuras cambian con un ritmo acelerado. La Iglesia no queriendo quedarse al margen de esta evolución, busca adaptar sus propias estructuras humanas al mundo de hoy. Vive sus valores más espirituales de una manera encarnada en la vida humana y por eso aún sus tesoros más elevados tienen una dimensión humana que evoluciona al paso del desarrollo contemporáneo. La vida religiosa participa de esta dimensión humana y por tanto está sujeta a los cambios de las estructuras humanas.

En esa primera parte expliqué el sentido de la castidad.

Veamos ahora cómo se crece en la castidad.

El religioso madura en la castidad en la medida en que madura como persona.

Como la maduración personal es un proceso continuo y casi imperceptible hay también en la castidad un crecimiento lento y permanente en el don de sí mismo, en la paz y alegría, en la comunicación con el medio ambiente y en la oración. En esta parte, sin embargo, queremos explicitar algunas situaciones especiales y un momento de crisis. Por lo tanto nos referimos a la experiencia de los religiosos que viven su consagración holgadamente o la vivieron por lo menos durante años y de pronto se encuentran en una crisis, pero que tiene la chance de ser una crisis de crecimiento. De hecho no sólo una vida serenamente equilibrada sino los conflictos que presente la vida pueden contribuir al crecimiento.

Más aún, la vida de alguna manera cuestiona a todos los mortales que no se han purificado enteramente de sus deficiencias. Ya que nadie puede pretender tal perfección, todos van logrando su madurez –y asumiendo su castidad si son religiosos por los cuestionamientos y crisis. Esto no significa que no haya una plenitud y alegría en la vida religiosa sino que el hombre es un peregrino que va caminando, reasumiendo su vida por crisis parciales o totales, pero siempre sigue caminando hacia una vida más unida a Dios y a los hombres.

El Sentido de la Castidad (PDF) – 1/3

La Castidad Religiosas en el Mundo de Hoy (PDF) – 2/3

Fuente: cpalsj.org

 

Confiados en la Promesa

«Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre»
                                                                                                                                  Lucas 24,49

Vivimos en un mundo tan inmediato que a aveces da poco tiempo para la espera. Vivimos tan urgidos por el presente que, si nos descuidamos, olvidamos apreciar el valor del tiempo, la capacidad de mirar adelante, la sucesión de los ritmos… El caso es que mucho de lo que creemos es promesa. Es anuncio, es semilla de algo que está creciendo pero que aún no ha brotado en todo su esplendor. Es Reino que está ya alrededor nuestro, pero que todavía no se ha desplegado en todo su valor.

Pero ahí sigue esa promesa, que lo es para todos nosotros. La promesa de Dios es Jesús, y su historia. La promesa de Dios es una palabra definitiva y última, la palabra dicha en una cruz que rompe el mal, y en un sepulcro que se vacía. ¿Que promesa? ¿Que palabra?

En una historia con heridas, (¿y quién no las tiene en este mundo nuestro tan golpeado?), al final la última palabra es una palabra de sanación.

En una historia con riesgos, con implicaciones y complicaciones, con daño recibido e infligido a otros (¿y quién puede decir que nunca ha hecho daño a alguien, pudiendo haberlo evitado?), al final la última palabra es una palabra de misericordia.

Es una historia con sus momentos en los que parece que todo te sonríe, pero también sus momentos de tristeza, de sufrimiento, de vació o de incertidumbre (pero ¿quién no tiene días grises o dimensiones de su vida que le generan zozobra?), al final la última palabra es una palabra de alegría.

En una historia en al que hay episodios compartidos, de fiesta, de compañías, pero también sus soledades (¿quién no se siente solo alguna vez, en esos momentos en los que te parece ser una isla inaccesible?), al final la última palabra es una palabra de comunión.

En una historia que tiene sus pequeños brotes de vida, de emoción y de canción, y también sus momentos de muerte, (y todos morimos un poco a veces, en la pérdida de nuestros seres queridos, en la distancia, en las muertes de nuestros mundos que nos tocan en las entrañas o en las renuncias que la vida nos implica), al final la última palabra es una palabra de Vida.

José María Rodríguez Olaizola SJ, «La alegría también de noche».

¿Cuánto Poner en Juego?

¿Cuánto poner en juego?
Ni mucho ni poco… todo.
Menos que eso no basta.
Toda la ternura que uno pueda
sembrar en los gestos .
Todo el valor
para volcarlo en los pasos.
Toda la verdad
para plasmarla en versos.
Todo el furor
para mostrarlo en la brega
contra lo injusto,
contra lo hueco.
El corazón entero en la búsqueda
y la urgencia toda tras tus huellas.
La compasión no puede
partirse en migajas,
ni la fe se puede celebrar a ratos.
Te estremece
del todo el dolor
del hermano, o no basta.
No cabe en el amor el cálculo
o la estrategia, sino un salto al vacío
radical, definitivo, tras tus huellas,
en tu nombre. A tu modo.
O no es Amor.

José María R. Olaizola sj

Necesitamos su sabiduría

Es el tiempo de las profecías cumplidas: “Mira, todos vienen hacia ti, tus hijos vienen desde lejos”. Es la visión del profeta Isaías en la que vislumbra el día en que Jerusalén resplandecerá y será como un luz en lo alto hacia la que se encaminarán todos los pueblos. Y el relato de Mateo sitúa a los magos de Oriente justamente a la cabeza de esta gran procesión que ya ha comenzado.

En su camino, el relato evangélico, nos recuerda que los magos de Oriente vivirán la posibilidad de quedar enredados en “las tinieblas y oscuridad que cubren la tierra” y que se hace realidad concreta en el palacio de Herodes: la mentira, la manipulación, las intrigas, el poder pervertido, los intereses mezquinos, las falsas apariencias… El camino que hoy recorren los magos de Oriente es nuestro propio camino y nos recuerdan que también nosotros nos toparemos con la oscuridad que nos enredará pero la luz de la estrella no será sofocada.

En ese mismo camino los magos de Oriente vivirán también la posibilidad de quedar deslumbrados ante otras luces y acabarán descubriendo que no orientan sino que obnubilan, ofuscan, confunden. La estrella que vieron aparecer les dará claridad, les orientará, les encaminará hasta Jesús, aquel que es la Luz y que hoy brilla para todos los pueblos.

Necesitamos su sabiduría para olernos aquello en lo que quedamos enredados y para desenmascarar lo que nos deslumbra y desorienta en nuestro propio camino hacia Belén.

Fuente: centroarrupevalencia.org