Rezamos a un Padre que está en el cielo pero, ¿dónde está hoy el cielo?

Rezamos a un Padre que está en el cielo. Tal afirmación o nos salva y pone en camino, o bien nos lleva a un letargo insospechado. Así de radical. Lo segundo, porque podemos quedarnos sentados mirando al cielo y volvernos cristianos acomodados a la espera de un Dios romántico, que en algún momento decida escucharnos y tomar parte de nuestros deseos. El cielo ha sido siempre la imagen de un lugar en el cual hallamos salvación, pero ¿dónde está hoy el cielo? ¿dónde encontrar a nuestro Padre para experimentar esa sensación de sentirnos salvados, seguros, abrazados?

Es curioso oír diferentes canciones populares que conectan el ‘cielo’ con alguna persona a la que se ama profundamente. Eric Clapton, en su canción Tears in Heaven, canta con un amor paternal enorme a su hijo fallecido: «¿Me tomarías de la mano si te viese en el cielo?/ Más allá de la puerta, hay paz, estoy seguro». Acá la experiencia del cielo hace conectarse al ser humano con aquella persona que lo hace sentirse vivo, pleno, completo. Led Zeppelin en Stairway to Heaven, termina hablando del cielo en estas palabras: «y si escuchas muy atento,/ la melodía vendrá al fin a ti,/ cuando todos sean uno y uno sean todo». Sientes acá cómo el cielo se conecta con una experiencia universal, común a todo ser humano: nuestro hondo deseo de comunión. Esto hace al hablante de la canción, movilizarse e ir en busca de esa ‘escalera’ que le permita alcanzar tan profundo anhelo.

Y, así, muchas otras expresiones humanas en el arte invitan a mirar al cielo no como algo etéreo, separado de nuestra realidad, sino como algo que habita en cada uno de nosotros. El ‘cielo’ se halla en aquellas situaciones y relaciones que hacen a la mujer y al hombre apasionarse por la vida. Es bello ver cómo Dios se manifiesta en este deseo del ser humano, y pone algo tan trascendental y misterioso, al alcance de nuestra cultura y entendimiento. Quizás por esto cuando se nos narra en el libro de los Hechos de los Apostóles, la Ascensión de Jesús al cielo (cf. Hch 1, 6-11), y los discípulos se quedan mirando absortos hacia este, unos hombres vestidos de blanco los reprenden y dicen: «¿Qué hacéis mirando al cielo?» La pregunta los saca de su abstracción, los lleva al amor, de vuelta a Jerusalén; al lugar donde comenzarán a construir la Iglesia. La pregunta los ubica en el lugar donde encontrarán en esta vida el cielo que Dios quiere regalarles.

Un jesuita chileno, Pepe Aldunate, dijo una vez que: «la eternidad (=cielo) es importante, pero la eternidad se construye en el tiempo y, el tiempo es importante». Como vemos, el cielo nos moviliza e interpela, nos lleva a aquellos lugares, personas y situaciones en las cuales experimentamos el profundo deseo de unirnos con la humanidad; también la humanidad más frágil y necesitada de comunión. Y ahí, en ese deseo de construir el cielo en la tierra y de encontrarnos unos con otros, hallamos a Dios, ahí nuestro Padre, hablándonos con pasión, ternura y amor.

Max Echeverría Burgos, sj

Fuente: pastoral.sj

Reflexión del Evangelio – Domingo 5 de julio

Evangelio según San Mateo 11,25-30.

Jesús dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.»

Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Conocí a Carlos Riesgo en Madrid, en una comunidad de Fe y Luz que lleva por nombre Ephetá, que significa: ¡Ábrete! Una comunidad que reúne, alrededor de la Palabra de Dios y de la construcción de la fraternidad, a niños y niñas con alguna deficiencia mental o psíquica, a sus familiares y a sus amigos. Jean Vanier y Marie Hélène Mathieu, fundaron estas comunidades hace ya más de treinta años y se han ido extendiendo a lo largo y ancho del mundo. En Colombia existe ya una comunidad de Fe y Luz que se llama ‘Camino de Betania’ y en muchos países estas comunidades han ido creciendo de modo lento y pausado, como debe ser el proceso de cualquier obra que de verdad quiera llegar a ser grande, como las ceibas de nuestros campos o el grano de mostaza del Evangelio.

Carlos sufre de una parálisis cerebral y tiene muchos problemas para moverse y para hablar; pero sus ojos, vivos como centellas, dicen más de lo que sus difíciles palabras alcanzan a expresar. Un buen día, a propósito de un encuentro al que fuimos un fin de semana junto con otras comunidades llegadas de otras ciudades, me pidieron que estuviera especialmente pendiente de Carlos los tres días que estaríamos reunidos. Él se defiende muy bien y hace prácticamente todo por sí mismo; lo único que necesitaba era apoyo y respaldo por cualquier eventualidad. Yo acepté el reto con mucho gusto.

Ese bendito fin de semana recibí una de las lecciones más importantes de mi vida; en esos tiempos estaba yo haciendo unos estudios de especialización en teología y contaba con un grupo de distinguidos profesores, todos ellos doctores. Sin embargo, el mejor profesor que tuve durante esos años fue Carlos Riesgo, no lo puedo dudar. Él necesitaba apoyo y yo necesité paciencia… mucha paciencia, porque Carlos lo hace todo lentamente, a su ritmo: comer, moverse de un lugar a otro, acomodarse en su silla, arreglarse por las mañanas… Y, dentro de lo que hace lentamente, lo que más me costó trabajo fue su forma de hablar… Desacelerarse un fin de semana completo, para los que vamos por la vida como una moto, no resulta un trabajo fácil.

Cada vez que Carlos quería decirme algo, comenzaba a articular difícilmente las palabras, tratando de hacer una frase comprensible. Y yo, con el acelere de siempre, trataba de adivinar lo que quería decir, sin dejar que él terminara. Tan pronto yo lo interrumpía con una frase que no era la que él estaba tratando de armar, hacía un gesto con la mano y comenzaba de nuevo su tortuoso esfuerzo por expresarse. De nuevo, el hábil sabelotodo, que quiere apurar el paso y ganar tiempo, se me salía con otra frase que tampoco lograba adivinar el trabalenguas. Y vuelva a empezar… Hasta que, poco a poco, fui aprendiendo que cuando yo me quedaba callado y esperaba a que Carlos terminara de decir lo que quería decir, a la velocidad que él iba, entonces, ¡oh milagro!, entendía que lo que quería era un vaso con agua o que le alcanzara fruta…

“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste de los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido”. Este grito de júbilo de Jesús debió nacer después de haberse encontrado con alguna de estas personas que la sociedad desprecia o considera inútiles. Son ellos los depositarios de los secretos del Reino de Dios. Por eso, gracias a Carlos, el Señor me gritó: ¡Ephetá! para enseñarme a escuchar a los demás sin interrumpirlos; para aprender a callar y a respetar el ritmo de los sencillos… No se si he logrado vivir todo esto, pero siento la responsabilidad de alabar con Jesús la ocurrencia de Dios de revelarle los misterios del Reino a los más pequeños, ocultándolos de los sabios y entendidos. Por eso, tenemos que pedir todos los días que el Señor quiera abrir nuestros oídos para saber escuchar sus mensajes y dejarnos evangelizar por los más pobres de nuestra sociedad. “Sí, Padre, porque así lo has querido”.

Fuente: jesuitas.lat

Los Centros Ignacianos de Espiritualidad de América Latina comparten sus experiencias con la virtualidad

El pasado jueves 18 de junio, miembros de los Centros Ignacianos de Espiritualidad (CIEs) de América Latina y el Caribe se reunieron vía online para compartir las nuevas experiencias vividas durante los meses de la pandemia del Covid-19. Un encuentro que estuvo liderado por el P. Jorge Ochoa, S.J, Coordinador de la Confederación Latinoamericana de Centros Ignacianos de Espiritualidad – CLACIES, con el propósito de compartir ideas, materiales y nuevas formas de realizar su misión.

Un total de 31 personas participaron del encuentro (1 religiosa, 1 dominico, 12 jesuitas y 17 laicos). Cada uno tuvo una intervención de cinco minutos para presentar las actividades organizadas por sus CIEs a través de las redes sociales y los medios virtuales, durante el periodo de marzo y mayo de este año.

Algunas de las iniciativas más significativas fueron las siguientes:

  • Ejercicios Espirituales de ocho y quince días a través de la Web, haciendo uso de diversas plataformas y redes: Youtube, Zoom, Whatsapp, Facebook, entre otros.
  • Diplomados de formación de acompañantes espirituales y de EE.
  • Distribución de Materiales (documentos, oraciones, conferencias…) a través de las redes sociales.
  • Acompañamiento espiritual a través de distintos medios: Whatsapp, Zoom, Meet, teléfono…).
  • Oraciones grabadas en video y distribuídas a través de Youtube.
  • Encuentros virtuales semanales de oración.
  • Actualizaciones de páginas web, boletines y plataformas digitales.

Este encuentro ayudó a los Centros Ignacianos de Espiritualidad a tomar conciencia de la necesidad de adaptarse a las herramientas tecnológicas digitales para continuar con el trabajo programado. También sirvió hacerse conscientes de que esta nueva modalidad ha dejado de lado el acompañamiento a las personas que carecen de internet. Esta dificultad, se ha convertido en un reto para encontrar la manera de llegar a la población más vulnerable.

El P. Hermann Rodríguez, Delegado de Espiritualidad de la CPAL también participó en este encuentro y dejó algunas preguntas abiertas como reflexión: ¿Cómo garantizar el acompañamiento en estas propuestas de servicio virtual? ¿Cómo ampliar este grupo con otras muchas experiencias que se han suscitado por causa de la pademia? ¿Cómo dar seguimiento a los acompañantes que se han formado?

Fuente: jesuitas.lat

 

La devoción al Corazón de Jesús, una larga historia y muchos jesuitas

La devoción al Corazón de Jesús tiene una larga historia, desde el “corazón traspasado de Jesús” en el Evangelio de San Juan, interpretado en la mística medieval como herida que manifiesta la profundidad de su amor, pasando por las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII y el culto posterior al Sagrado Corazón en el siglo XIX, con su inscripción en una dinámica apostólica con el Apostolado de la Oración, hasta la Divina Misericordia con santa Faustina Kowalska a principios del siglo XX. Incluso el Papa Pío XII llegó a escribir una Encíclica sobre el Sagrado Corazón, Haurietes aquas (1956). A lo largo de la historia ha habido diversas inculturaciones de esta devoción, con diversas formas y lenguajes, pero siempre para que el Padre nos revelara en toda su profundidad el misterio de su Amor a través de un símbolo privilegiado: el corazón vivo de su Hijo resucitado. Pues “el Corazón de Cristo, es el centro de la misericordia”, dice Francisco.

Celebramos este año el centenario de Margarita María de Alacoque, canonizada el 13 de mayo 1920 por el Papa Benedicto XV. Es con la ayuda del Padre Claude de la Colombière, un jesuita, que dará a conocer el mensaje que el Resucitado le reveló sobre la profundidad de su misericordia. En 1688, seis años después de la muerte del padre Claude, la Hermana Margarita tuvo una visión final en la que, a través de María, el Señor confiaba a las Hermanas de la Visitación y a los Padres de la Compañía de Jesús la tarea de transmitir a todos la experiencia y la comprensión del misterio del Sagrado Corazón. Doscientos años más tarde, la Compañía de Jesús aceptó oficialmente esta “misión agradable» (munus suavissimum), por el Decreto 46 de la 23ª Congregación General (1883), y la confió al Apostolado de la Oración.

Desde 1861, el P. Henri Ramière SJ, director del Apostolado de la Oración, había iniciado la publicación del “Mensajero del Corazón de Jesús” y animaba una red de más de 13 millones de miembros. Este Apostolado, iniciado por los jesuitas, hoy conocido como Red Mundial de Oración del Papa, inscribe su misión en la dinámica del Corazón de Jesús, en una perspectiva de disponibilidad apostólica.

El P. Adolfo Nicolás SJ impulsó el proceso de recreación de este servicio eclesial en 2009, que condujo a una profundización de la tradición espiritual del Apostolado de la Oración y a una actualización de la devoción al Corazón de Jesús para hoy. La Red Mundial de Oración del Papa tiene una manera propia de entrar en la dinámica del Corazón de Jesús que llama “El Camino del Corazón”. Como dijo el Papa Francisco en ocasión del 175 aniversario del movimiento, es el fundamento de su misión, una misión de compasión por el mundo.

El discípulo a quien Jesús más amaba, el que mejor conocía el Corazón de Jesús, recostado junto a él (Jn 13,23) fue también el primero en reconocer a Jesús Resucitado a la orilla del lago de Galilea (Jn 21, 7). Cuanto más cerca uno está del Corazón de Jesús, más percibe sus alegrías y sus sufrimientos por los hombres, mujeres y niños de este mundo; y reconoce su presencia hoy como ayer, obrando en el mundo. Cuanto más cercanos somos al Corazón de Cristo, menos indiferentes somos a lo que nos rodea, deseando comprometernos con Jesucristo en este mundo, al servicio de su misión de compasión. El P. Pedro Arrupe veía la esencia de la devoción al Corazón de Cristo en la unidad del amor a Dios y al prójimo, y es lo que deseaba vivir: “nuestro modo de proceder es el modo de proceder tuyo.”

Fuente: jesuits.global

Reflexión del Evangelio – Domingo 28 de junio

Evangelio según San Mateo 10,37-42

El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió.
El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo.
Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Alguna vez mi maestro de novicios me contó la historia de uno de los Padres del desierto al que acudían muchos discípulos en busca de una guía para recorrer el camino de la santidad. Uno de los jóvenes buscadores estaba particularmente preocupado por el secreto de la perseverancia; veía que eran muchos los llamados y pocos los que, efectivamente, se mantenían firmes hasta el final de sus días en el camino comenzado. El Abba, como se les solía llamar a estos Padres durante los primeros siglos de la Iglesia, le dijo al joven novicio:

Cuando un hombre sale con su jauría de perros a cazar, va buscando un venado o una liebre entre los montes y los valles. En un momento determinado uno de los perros reconoce con su olfato la presencia de la presa a lo lejos. Sin perder un instante, comienza a correr y a ladrar, señalando el rumbo a los demás perros y al cazador. Los demás perros también corren y ladran, pero no saben, propiamente hablando, detrás de qué van… por eso, cuando aparecen los obstáculos en el camino, los matorrales cerrados, las quebradas profundas, las cimas infranqueables, se llenan de miedo y dejan de correr. No tienen la culpa, porque, sencillamente, no saben a dónde van, ni qué buscan. Pero el perro que logró olfatear la presa, no tiene inconveniente en superar todas las dificultades que se le puedan presentar en su camino, hasta que llega a atrapar a su presa en compañía de su Señor.

Algo parecido nos pasa en la vida a todos los cristianos. Si no tenemos claro detrás de quién vamos, si nos enredamos haciendo relativo lo absoluto y absoluto lo relativo, terminamos perdiendo el rumbo y olvidando para dónde vamos y qué es lo que buscamos. Esto mismo es lo que pretende San Ignacio de Loyola al proponerle a la persona que quiere hacer los Ejercicios Espirituales, una reflexión que se conoce como el ‘Principio y Fundamento’. Les recuerda que el fin último del ser humano es Dios mismo y que “todas las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado” (Ejercicios Espirituales 23).

La conclusión a la que llega San Ignacio de Loyola es que debemos hacernos “indiferentes a todas las cosas creadas (…) en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados” (Ibíd.). La palabra indiferentes no significa aquí que no nos importen las cosas, sino que no queramos escoger sino aquello que nos conduce al fin para el que hemos sido creados. Todo está coloreado por este amor absoluto y último de nuestra vida.

Allí es donde está señalando Jesús cuando dice: “El quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no merece ser mío”. Jesús no nos dice que no queramos a nuestros padres o hijos; no faltaba más. Lo que dice es que no se puede querer nada ni a nadie, más que a él. El absoluto es él. Es más, ni siquiera es posible quererse a sí mismo más que a él. Para ser discípulos de Jesús tenemos que estar dispuestos a tomar nuestra cruz y seguirlo cada día… tomar nuestra cruz, no la suya, porque la suya ya la llevó él, como bien recuerda don Miguel de Unamuno. Como el perro cazador, debemos tener claro detrás de qué vamos en nuestra vida, para llegar a alcanzar el fin último para el que fuimos creados. Haber experimentado el amor absoluto que le da sentido a todos nuestros amores, sea en el sacerdocio, en la vida religiosa o en la vida matrimonial, es lo único que garantiza que llevemos a feliz término el plan de Dios en nosotros.

 

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del evangelio – Domingo 21 de junio

Evangelio según San Mateo 10,26-33.

No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido.
Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo.
Ustedes tienen contados todos sus cabellos.
No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo.
Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.»

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

San Hilario de Poitiers vivió en el Siglo IV, en la época del emperador Constancio, hijo de Constantino. La Iglesia atravesaba una etapa de expansión y estrenaba legitimidad, habiendo sido declarada, ya no sólo religión permitida, sino Religión oficial del Imperio. Aparentemente, se trataba de un momento bueno y deseable; sin embargo, después tantas persecuciones y martirios, durante los primeros siglos, los cristianos habían comenzado a tener un estilo de vida mediocre y cada vez más instalado, en una Iglesia que se iba haciendo rica y poderosa. En estas circunstancias, San Hilario escribe unas palabras que me vinieron a la memoria al leer el texto del Evangelio de Mateo que nos propone la liturgia para el domingo XII del tiempo ordinario, en este ciclo A:

«¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me hubieses concedido vivir en los tiempos de Nerón o de Decio…! Por la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, yo no habría tenido miedo a los tormentos (…). Me habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos declarados, ya que en tales casos no habría duda alguna respecto a quienes incitarían a renegar… Pero ahora tenemos que luchar contra un perseguidor insidioso, contra un enemigo engañoso, contra el anticristo Constancio. Este nos apuñala por la espalda, pero nos acaricia el vientre. No confisca nuestros bienes, dándonos así la vida, pero nos enriquece para la muerte. No nos mete en la cárcel, pero nos honra en su palacio para esclavizarnos. No desgarra nuestras carnes, pero destroza nuestra alma con su oro. No nos amenaza públicamente con la hoguera, pero nos prepara sutilmente para el fuego del infierno. No lucha, pues tiene miedo de ser vencido. Al contrario, adula para poder reinar. Confiesa a Cristo para negarlo. Trabaja por la unidad para sabotear la paz. Reprime las herejías para destruir a los cristianos. Honra a los sacerdotes para que no haya Obispos. Construye iglesias para demoler la fe. Por todas partes lleva tu nombre a flor de labios y en sus discursos, pero hace absolutamente todo lo que puede para que nadie crea que Tú eres Dios. (…) Tu genio sobrepasa al del diablo, con un triunfo nuevo e inaudito: Consigues ser perseguidor sin hacer mártires” (Jesús Álvarez Gómez, Historia de la Vida Religiosa, Publicaciones Claretianas, Madrid, Volumen I, 1987, 170).

Afortunadamente, hoy contamos con el testimonio de auténticos mártires que no han querido someterse dócilmente a los embates de una sociedad que niega, en la práctica, los principios más fundamentales del Evangelio del Señor. Hay quienes han denunciado un orden injusto que aplastaba a las mayorías, como San Oscar Arnulfo Romero, asesinado hace cuarenta años en El Salvador, mientras celebraba la eucaristía; otros, como Monseñor Isaías Duarte Cancino, tuvieron el valor de señalar el influjo de los dineros del narcotráfico en la elección de congresistas en Colombia; y junto a ellos, muchos hombres y mujeres, fieles al Evangelio, han estado dispuestos a morir antes que ceder frente a una sociedad que nos quiere postrados por el silencio y la pasividad.

No se trata de buscar el martirio por el martirio; Luis Espinal, jesuita catalán, asesinado en Bolivia por denunciar las injusticias de un régimen totalitario, escribió poco antes de morir una oración que tituló: No queremos mártires. Tampoco hoy queremos mártires. Pero tampoco queremos una Iglesia que le tenga miedo a los que matan el cuerpo… Como bien lo afirma Jesús, hay que tenerle miedo, “más bien al que puede darles muerte y también puede destruirlos para siempre en el infierno”.

En lugar de dejarnos cooptar por los halagos de una sociedad cada vez más opulenta y suficiente, tenemos que ser testimonio vivo de una propuesta que, efectivamente, contraste con lo que nos invita a vivir el orden establecido. De lo contrario, como en la época de San Hilario, terminaremos siendo apuñalados por la espalda, mientras nos acarician, delicadamente, el vientre.

Fuente:jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Solemnidad del Corpus Christi

Evangelio según San Juan 6, 51-58.

Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Había una vez un pan malo que, tan pronto salió del horno, fue colocado, contra su voluntad, en la vitrina de la panadería junto a otros muchos panes. Poco a poco los clientes se fueron llevando todos los panes y sólo quedó el pan malo que siempre que trataban de agarrarlo, gritaba y protestaba para que no lo tocaran. De pronto, llegó una señora a comprar pan y, como no encontró más, se llevó el pan malo que refunfuñó disgustado: – “¿A dónde cree que me lleva?” La señora le dijo: –“Pues te llevo a mi casa, donde hay cuatro niños que te esperan para poder ir a la escuela a estudiar todo el día”. El pan malo no tuvo más remedio que dejarse llevar, pero siguió refunfuñando para sus adentros… Tan pronto estuvo en medio de la mesa del comedor de la familia y se sintió amenazado por los cuatro niños, comenzó a gritar: –“¡No tienen derecho a hacerme daño! ¡Yo no quiero que me partan, ni estoy dispuesto a que me coman! ¡No lo voy a aceptar de ninguna manera!”.

Los niños, estupefactos, se contentaron esa mañana con el café con leche y algunas galletas que había del día anterior… Dejaron el pan malo sobre la mesa y se fueron a la escuela sin discutir más con el… Pasaron los días y la señora terminó tirando el pan malo a la basura, porque se puso tieso y nadie se lo quería comer…

Había, en cambio, otro pan bueno que tan pronto salió del horno, crujiente y tierno, se sintió feliz de que se lo llevaran de primero para la casa de una familia numerosa. Cuando lo colocaron sobre la mesa, sabiendo que lo iban a partir y que se lo iban a comer, agradeció a Dios porque podía darle vida a los niños que iban a estudiar a la escuela. Tuvo miedo y le dolió cada uno de los embates del cuchillo que lo fue rebanando poco a poco; luego, cuando sentía cada mordisco, sufría, pero sabía que los niños lo necesitaban para jugar, para estudiar, para reír toda la mañana. Así que se ofreció con generosidad hasta el final, sin dejar sentir el dolor que lo embargaba.

Esta historia la suelo contar a los niños y niñas cuando hacen su primera comunión; a partir de este sencillo cuento, converso con ellos sobre el valor de la entrega, del sacrificio por los demás, de la entrega generosa de Dios a través de su Hijo en la Eucaristía. Los niños, como los que escuchaban al Señor, se preguntan aterrados: ¿cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?

Leyendo a santo Tomás de Aquino, podemos entender un poco mejor el sentido de la fiesta de hoy y de los textos bíblicos que nos propone la Iglesia para la celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres (…) Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión (…)”.

Participar de la vida del Señor, por haber comido su carne y haber bebido su sangre, es participar de su vida divina, que no es otra cosa que una vida entregada, por amor, hasta la muerte. Por eso, “el que come de este pan, vivirá para siempre”, porque es una vida que no termina, sino que se transforma en vida para el mundo, como el pan generoso que se hizo risa y alegría en los niños del cuento.

Fuente: jesuitas.lat

Charles de Foucauld, siete palabras para el hombre de hoy

El beato Carlos de Foucauld recibió el colosal encargo de recuperar la milenaria tradición de sabiduría de los padres del desierto y de actualizarla. En ocasión de su próxima canonización, compartimos este artículo de Pablo D’ors que escribiera al cumplirse el centenario de su muerte en 2016.

En esta tesis propone siete palabras que ilustran y reflejan más logradamente el aporte de aquel a quien hoy llamamos hermano universal.

Búsqueda

La vida de este hombre fue totalmente insólita. Foucauld no se parece a nadie. Decía de sí, según las épocas, que quería ser monje o ermitaño, pero lo cierto es que viajó muchísimo, que se asentó en distintos sitios, que fue un peregrino estructural. Este cambio de horizonte, geográfico pero sobre todo existencial, esta metamorfosis constante que le llevó a ser hoy explorador disfrazado de judío y mañana autor de un diccionario tuareg, hoy soldado del Ejército francés y mañana jardinero de unas monjas en Nazaret, pone a las claras su continua búsqueda. Foucauld, como Gandhi o Simone Weil en otros órdenes, hizo de su vida un auténtico y continuo experimento.

Conciencia

Se pasó la vida escrutando su conciencia, entrando en las motivaciones de sus actos, examinando cada detalle minuciosamente, como aprendió de san Ignacio, proyectando sueños con que dar cuerpo a una intuición, mirándose en el espejo de Jesucristo, su Bienamado, estudiando lo más conveniente, reprochándose sus faltas, agradeciendo los dones recibidos… Foucauld, que fue un soldado en su juventud, no dejó de serlo en el fondo en su madurez. No solo era un enamorado, sino un estratega: alguien que planifica su entrega: que refuerza los flancos más endebles, que diseña planes para dar fecundidad a su ingobernable amor. Pasó muchísimos días y horas en la más estricta soledad y en el más riguroso silencio. Y en ese caldo de cultivo, aprendió a escuchar. Y obedeció a la voz que escuchaba y, más que eso, hizo de esa escucha y de esa obediencia un estilo de vida: siempre escuchando y obedeciendo, siempre tras la aventura de ser uno mismo. Siempre entendiendo que él era la mejor palabra, acaso la única, que Dios le había concedido.

Desierto

Foucauld se convirtió en África del Norte, admirándose de la extraordinaria religiosidad de los musulmanes. Entendió el desierto primeramente en clave metafórica, de ahí que buscara ser monje al principio en Ardèche y luego en Akbés y hasta en Tierra Santa; pero pronto volvió al desierto del Sahara, el de su juventud, a su amado Marruecos y a su deseada Argelia. Y allí era donde el destino y la providencia le esperaban. Quizá porque pocos parajes de la tierra, al estar tan desolados, pueden evocar y remitir con tanta fuerza al mundo interior. Foucauld es un recordatorio permanente de cómo sin desierto y purificación no hay camino espiritual.

Adoración

En medio de ese desierto, Foucauld adora. Esta es una palabra que hoy nos resulta extraña, pero adoración significa, simple y llanamente, que el hombre no se realiza por la vía del ego, sino saliendo del propio micromundo y superando esa tendencia tan nefasta como generalizada a la apropiación y autoafirmación. Adoración quiere decir tan solo dejar de vivir desde el pequeño yo para dar paso al yo profundo, donde mora el huésped divino. Lo sepan o no, todos los que buscan al misterio por medio de la meditación, tienen –tenemos– en Charles de Foucauld a un maestro insigne. Amó mucho porque calló mucho. Hablamos de él porque se vació de sí.

Nombre

«Te quiero, te adoro, quiero darlo todo por ti, cuánto me amas, cuánto te amo, te doy las gracias, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, te alabo, mi Bienamado…». Pocos hombres en la historia como Foucauld han dejado un testimonio escrito tan elocuente de su apasionado amor por Jesús de Nazaret. El nombre de Jesús, como un incansable mantra, acompañó a Foucauld durante casi todos los minutos de su vida. Era un loco de amor, un apasionado de ese nombre, alguien que dejó que el nombre, y la persona a quien evoca, le poseyeran. Esto significa que la soledad en que Foucauld vivió era acompañada, por dura que en algunas ocasiones le pudiera resultar. Que su silencio era sonoro, por doloroso que se le pudiera hacer muchas veces. Solo hay una palabra que explica la increíble peripecia humana de Foucauld: Jesús.

Corazón

El nombre de Jesús fue arraigando en su conciencia y en su corazón, de modo que ambas, unidas al fin en lo que podríamos llamar el corazón consciente, eran el lugar en que esa Presencia moraba. Foucauld fue, desde luego, un sentimental. Aunque su llamada era a la oración contemplativa y silenciosa, nunca abandonó la oración afectiva, alimentada por palabras e imágenes que le inflamaban. Practicó lo que los hesicastas llaman la guardia del corazón: sentir la vida, oculta y frágil, en cada palpitación; sentir la Vida con mayúsculas en esa vida nuestra, tan limitada como intensa, tan humana y tan divina.

Fracaso

Al término de su vida, poco antes de ser asesinado, Foucauld se encuentra con las manos felizmente vacías. Podría decirse que a lo largo de su existencia cosechó un fracaso tras otro: fue el último de su promoción en el Ejército, del que estuvo a punto de ser expulsado repetidas veces por sus escándalos e indisciplina. Fracasó también como patriota y abortó su vocación de explorador, echando a perder una brillante carrera profesional. Monje fallido de la trapa de Heikh. Fallido también su quimérico proyecto de adquirir el monte de las Bienaventuranzas para instalarse allí como ermitaño. Ni una sola conversión tras años de apostolado. Ni un solo seguidor tras haber redactado tantos borradores de una regla para sus proyectados ermitaños. Ignorado por la administración civil y por la eclesiástica, ni un esclavo redimido, ni un compañero para su misión… Foucauld es uno de los mejores iconos del fracaso. Porque prefirió los últimos puestos a los primeros, la vida oculta a la pública, la humillación al encumbramiento. Por todo ello, Foucauld es esa imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia. Y por todo ello veo a menudo a las gentes del mundo caminando en una dirección y a Foucauld en la contraria. Pero no es el único; hay otros con él, solitarios todos, todos locos. Y el primero de esa fila es el propio Jesucristo, el más loco de todos.

Pablo d’Ors

Fuente: alfayomega.es

Corpus Christi: el Papa celebrará la misa en la Basílica de San Pedro

La Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que el papa Francisco celebrará la Misa por el Corpus Christi el domingo 14 de junio, a las 9.45 (hora de Roma) en la Basílica de San Pedro y a la que asistirán unos 50 fieles. Al final de la celebración, tendrá lugar la exposición del Santísimo Sacramento y la bendición eucarística.

El 18 de mayo se reabrieron las iglesias de Italia y del Vaticano para la celebración de la misa con presencia de fieles, luego de varias semanas en que las Eucaristías solo se podían celebrar de forma privada para evitar contagios. Sin embargo, aún se deben mantener medidas sanitarias como la reducción del aforo y el distanciamiento entre personas.

Fuente: www.aica.org

 

Reflexión del Evangelio – Solemnidad de la Santísima Trinidad

Evangelio según San Juan 3, 16-18

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Hace ya muchos años, viajé con algunos compañeros jesuitas a una zona rural del municipio de Marulanda, Caldas, para tener una misión entre los campesinos de la zona. Para los que no conocen, Caldas está en la región central del país, pero con una orografía muy cerrada. Hay muchos pueblos, pero la comunicación entre ellos no es fácil, porque las montañas son monumentales… Pasar de una cima a la otra, atravesando las hondas quebradas, es una proeza digna de titanes.

Llegamos a la escuelita de la vereda y nos encontramos con un grupo de niños que no tenían ninguna instrucción religiosa y que no conocían nada, más allá de lo que dejan ver estas colosales montañas que los rodean por todas partes. Nos tocaba prepararlos para la primera comunión, que tendríamos el último día de la misión. Cuando me senté con uno de mis compañeros a pensar sobre la mejor forma de llegar a los niños, nos pareció que debíamos comenzar por lo más sencillo: enseñarles a darse la bendición, pues ni siquiera esto sabían. Ustedes no alcanzan a imaginarse el enredo que se nos formó cuando tratamos de explicarles que Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo… Los niños nos miraban con una cara de admiración, como quien se asoma a un abismo insondable, como los que teníamos a nuestro alrededor.

Es un lugar común decir que es muy difícil predicar sobre la Santísima Trinidad; pero yo creo que la dificultad no está sólo en el que predica, sino también en el feligrés que se sienta en la banca a escuchar un acertijo que no acaba de entender nunca… “Tres personas divinas y un solo Dios verdadero”, decían nuestros abuelos… La mejor explicación de este misterio de la Santísima Trinidad la leí en san Agustín, que solía decir: «Aquí tenemos tres cosas: el Amante, el Amado y el Amor»; un Padre Amante, un Hijo Amado y el vínculo que mantiene unidos a los dos, el Espíritu Amor.

En último término, de lo que se trata es del misterio del amor en el cual estamos insertos: “Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”. El amor de Dios, como el nuestro, no puede entenderse sino como entrega generosa y despojo de sí mismo. El amor supone un éxodo del amante hacia el amado, y de éste hacia aquél. San Ignacio de Loyola lo expresa muy bien en su famosa Contemplación para alcanzar amor: “El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia, dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE 231).

Tal vez a los niños de aquella lejana vereda de Marulanda lo único que les quedó claro fue que Dios nos había enviado hasta allí para acompañarlos en su crecimiento en la fe y para expresarles su amor hacia ellos. Y esto mismo los pudo impulsar a amar un poco más a este Dios misterioso y a sus hermanos y hermanas, en quienes se quedó viviendo para siempre.

Fuente: jesuitas.lat