Uruguay: La pastoral bajo una “nueva normalidad”

La Iglesia en Uruguay ha abierto las celebraciones a la participación presencial de fieles. Una nueva normalidad: barbijos, alcohol en gel, bancos señalizados y ventilación de ambientes son algunos de los cambios.

Por Sebastián Sansón Ferrari – Colaborador de Vatican News

Misa de domingo a la tarde: al llegar el momento del gesto de la paz, una chica saluda a otra con el codo. Desde uno de los últimos bancos del templo otra persona sonríe por debajo del tapabocas. Este es uno de los signos de la “nueva normalidad” eclesial en Uruguay, un país que ha sido reconocido por su eficiente gestión de la pandemia de Covid-19. A esto se suma el ya habitual uso de mascarillas, la aplicación de alcohol gel, el aireamiento de los locales y la clara señalización de los puestos asignados dentro de los templos.

Tras un diálogo fluido entre la Iglesia católica y el gobierno nacional, el 19 de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, se retomaron las celebraciones con la participación de fieles. El protocolo elaborado por la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU), y avalado por el Ministerio de Salud Pública, determinó las medidas a aplicar. La primera fase fue la más restrictiva: las liturgias no podían durar más de 45 minutos, el aforo permitido era de un tercio del total de personas que entraban sentadas y no se autorizó más de una misa por día en cada parroquia o capilla.

El 1 de septiembre empezó la segunda fase que, según el comunicado del episcopado uruguayo, manteniendo todas las medidas de protección del protocolo original, introdujo tres cambios. En primer lugar, se admitieron dos celebraciones en el mismo espacio durante el día, bajo la condición de que haya siete horas de diferencia entre ellas y que el lugar sea desinfectado. En segundo lugar, la duración de las liturgias ahora puede llegar a los 60 minutos. Por último, se exhortó a que, dentro de las posibilidades de cada sitio, se realicen celebraciones al aire libre para aumentar el número de participantes y preservar las normas sanitarias.

Para respetar los cupos, las parroquias adoptaron distintas modalidades como, por ejemplo, anotarse directamente en la entrada del templo, reservar un lugar a través de una aplicación digital o inscribirse por medio de la secretaría parroquial.

El balance del episcopado uruguayo

El secretario general y portavoz de la CEU, monseñor Milton Tróccoli, obispo de la diócesis de Maldonado-Punta del Este-Minas, valora positivamente este periodo como un tiempo de recuperación de la actividad pastoral.

“El tener que suspender muchas actividades y, sobre todo, la misa con presencia física de fieles fue un gran dolor, aunque también fue un tiempo de creatividad y de buscar otras formas de comunicación con la comunidad de los fieles. A partir del comienzo de las celebraciones litúrgicas también se comenzaron a dar pasos para retomar, con los debidos cuidados, otras actividades pastorales, sobre todo las catequesis de niños, adolescentes y jóvenes. Vemos importante que no se pierda el sentido comunitario de la fe y su vivencia, especialmente en los sacramentos. Igualmente, que la comunión espiritual no deje de lado la comunión con el Cuerpo de Cristo en la hostia consagrada”, comenta el obispo.

Respecto de la respuesta de la feligresía, el pastor la considera muy buena, ya que ve una participación activa tanto en los momentos de las celebraciones transmitidas por medios digitales, como ahora, cuando se puede asistir presencialmente. Además, explica que progresivamente han sido más fieles los que se han acercado nuevamente a celebrar su fe y también a varias actividades que se pueden realizar cumpliendo con los protocolos establecidos. “Ha sido un gran consuelo este tiempo el desarrollo de lo que podemos llamar ‘el Evangelio de la caridad’. Se ha multiplicado la ayuda en alimentos y ropa que reciben las parroquias y capillas, así como los grupos -sobre todo de jóvenes- que salen a repartir canastas de alimentos y ropa a los más necesitados. Lamentablemente, se ha multiplicado también la demanda, signo de otras consecuencias de esta pandemia, que no son sólo sanitarias”, detalla monseñor Tróccoli.

Desafíos que persisten

Pese a estos avances en el retomar una normalidad relativa de la vida litúrgica y pastoral, el portavoz de la CEU asegura que aún quedan desafíos pendientes, como reforzar el sentido comunitario de la vivencia de la fe y también que no se pierda la creatividad que se ha desarrollado en este tiempo. “La utilización de las redes sociales para acortar distancias y favorecer encuentros es algo que tenemos que seguir desarrollando”, exhorta. Además, reconoce que habrá que seguir empeñándose en el cuidado y la preparación de la celebraciones litúrgicas, para que los que participan puedan sentirse fortalecidos y edificados en su fe, porque asegura que “para muchos, hoy es el único momento comunitario para seguir fortaleciendo su fe en comunión con sus hermanos”.

Reflexión del Evangelio – Domingo 13 de septiembre

Evangelio según San Mateo 18,21-35.

Se adelantó Pedro y le dijo: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores.
Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos.
Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda.
El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: «Señor, dame un plazo y te pagaré todo».
El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.
Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que me debes’.
El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te pagaré la deuda’.
Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor.
Este lo mandó llamar y le dijo: ‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda.
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?’.
E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía.
Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Cuando las 220 familias de las comunidades de Bojayá, Vigía del Fuerte y otros pueblos del Chocó y Antioquia, a orillas del río Atrato regresaron a sus viviendas, después de la masacre que perpetró la guerrilla de las FARC en medio de ellos, todo el pueblo colombiano quedó admirado de la dignidad de este pueblo. El 2 de mayo de 2002 un enfrentamiento entre la guerrilla y los paramilitares ocasionó una de las más graves tragedias ocurridas en la historia de nuestro país: 119 personas murieron, víctimas de un ataque de la guerrilla, mientras estaban refugiadas bajo el amparo del Templo parroquial de Bojayá. Las familias regresaron a su terruño en varias embarcaciones, una de las cuales llevaba el significativo nombre de El Arca de Noé. Como en el relato bíblico, el arco iris de la paz se convirtió en señal de la alianza de Dios con su pueblo. Pero no todo estaba solucionado. Al regresar, seguía habiendo presencia de la guerrilla y de los paramilitares en la región. Sin embargo, la gente no quería seguir desplazada y regresaron con las pobres garantías que les ofreció el gobierno.

Serafina, una de las señoras que regresó a Bojayá junto con su familia, comentaba: “Me gustó lo de las coplas y las pancartas. Pero la música no. Yo siento que todavía estamos de luto. (…) La familia no la hace la sangre sino la gente que vive con uno. A mí se me murió un primo, pero también casi 70 amigos y vecinos”. No estaban para fiestas ni celebraciones. La memoria de los muertos sigue viva en medio de este pueblo.

Junto a esta realidad, a nivel mundial recordamos en estos días la tragedia que vivió el pueblo norteamericano, y el mundo entero, en el año 2001, lo mismo que las represalias que esta acción terrorista produjo hacia el pueblo afgano y el mundo árabe. Recordamos el golpe militar en Chile, y el asesinato de su presidente, Salvador Allende hace ya 47 años. El dolor sufrido por los pueblos del mundo es tanto, que no podemos sino preguntarnos: ¿Cómo decirle a estas gentes de Bojayá, de Chile, de Afganistán, de la Torres de Nueva York, de Irak, de Palestina… y de tantas otras partes, que no deben perdonar siete veces, sino setenta veces siete? ¿Cómo explicar a una persona que ha sido maltratada o que ha perdido a sus seres queridos, que Jesús nos invita a perdonar como él nos perdona? ¿Perdonar es olvidar?

Aprender a perdonarse a sí mismo y dejarse perdonar es un artículo escrito por el P. Juan Masiá Clavel, S.J. y publicado en un libro que lleva por título “14 aprendizajes vitales”, de la colección Serendipity Maior. En este artículo el P. Masiá afirma que en toda experiencia humana en la que ha habido una herida de alguien hacia su prójimo, existen dos víctimas: la persona agredida y la persona agresora: “La víctima no es solamente la otra persona a la que yo he herido, sino yo mismo. Al hacer mal a otra persona, me he perjudicado a mí mismo”.

Desde esta perspectiva, la parábola que Jesús nos cuenta este domingo nos invita a colocarnos de ambos lados de la experiencia: a veces somos personas perdonadas, pero no sanadas… el perdón de Dios y de los demás no nos garantiza que después nos hagamos capaces de misericordia y compasión. Otras veces herimos y somos heridos cuando herimos. La víctima no es sólo el que es lastimado; también el agresor es víctima que hay que salvar. Esto es, precisamente, lo que Jesús quiere que sus discípulos entiendan y vivan con el milagro del perdón.

Fuente: jesuitas.lat

 

 

Pausa Ignaciana: Nuestras “cosas-sentidas”

Juan Pablo Espinosa, teólogo chileno, presenta una reflexión en torno al contexto actual a causa de la pandemia, rescatando lo valioso de las llamadas «cosas-sentidas» y lo sagrado de la vida cotidiana. Una mirada que invita a volver a abrazar el calor humano y valorar los gestos cotidianos.

Por Juan Pablo Espinosa

Byung-Chul Han en su obra La desaparición de los rituales indica que la vida humana se compone de una estructura simbólica. La palabra símbolo significa aquella cosa que unida a otra generan un sentido de pertenencia e identidad. El símbolo se utilizaba en la tradición de partir de una tablilla por la mitad y entregar una de esas mitades a otra persona. Cuando nos reencontráramos con esa persona podríamos unir nuestras mitades de la tablilla y poder volver a unificarla. Lo simbólico, con ello, se opone a lo diabólico como argumenta Leonardo Boff en su obra Los sacramentos de la vida. Lo simbólico une, lo diabólico separa. Desde este foco teórico, quisiera invitarles a pensar en nuestras “cosas-sentidas”.

¿Qué quiere expresar esta categoría? A groso modo, indica aquella cualidad que es puesta sobre los objetos cuando son regalados, cuando son especiales para nosotros, cuando nos los han transmitido de generación en generación. Me explico con un ejemplo: una persona ha recibido un reloj, el cual a su vez perteneció a su padre quien lo recibió, a su vez, de su padre y éste de su padre. Ese reloj, aunque posee forma y sentido de reloj (en cuanto capacidad de indicar el tiempo), se convirtió – con el traspaso de mano en mano – en una cosa-sentida. Ya no es “cualquier” reloj, sino que viene “cargado” con una historia particular, con un juego de sentimientos y experiencias propias, con una lectura del tiempo particular. No es “cualquier” reloj, sino que es “ese reloj”. Las cosas-sentidas asumen, en parte, una dimensión sagrada, es decir, “separada”, única, venerada. Las cosas-sentidas tienen la particularidad de cuidarse con más esmero que otro objeto. Como alguien una vez me dijo: el regalo es siempre la persona. Cuando yo doy el objeto, por un fenómeno que escapa de la lógica acumulativa y productiva del dinero y de sus formas, yo termino dándome en el objeto. El dar se opone resistentemente al vender. En el dar no obtengo ganancia económica. En el vender, en cambio, busco un beneficio. Las cosas-sentidas, las auténticas cosas-sentidas, se dan, nunca se venden. Es como el tiempo. Yo no puedo vender mi tiempo, sino que lo doy, lo ofrezco. Las cosas-sentidas incluso rozan con la lógica de la eucaristía en cuanto ofrenda de amor.

Las cosas-sentidas son una fuente de pequeñas alegrías cotidianas, utilizando la expresión de Marc Augé. Al tomar las cosas-sentidas podemos, en un ejercicio de búsqueda interior, reencontrarnos con las personas que fueron las manos que permitieron que dichos objetos llegaran hasta nosotros. Las cosas-sentidas, queridos amigos, nos conectan una historia más larga. En tiempos donde olvidamos (y donde nos hacen olvidar) nuestra tradición, nuestros rituales, nuestras formas de vinculación más básicas, entrar en la lógica de las cosas-sentidas es vivir una profunda resistencia contra lo desechable. Las cosas-sentidas que pueblan nuestra vida no son desechables, no tienen la caducidad programada de los actuales artefactos. Son, más bien, ventanas al espacio eterno de la memoria y de la acción de gracias por aquellos y aquellas que forman parte de nuestra vida. Por ello, pienso, que en realidad las cosas-sentidas son eucarísticas en cuanto “acción de gracias” de la vida.

Por ello necesitamos tener nuestras cosas-sentidas cerca de nosotros. Sin ellas, aparece la experiencia del duelo, de ese saber que perdimos algo en concreto. Sin las alegrías de las cosas-sentidas, parafraseando a Marc Augé, terminamos comprendiendo que nuestra vida precisa de esos momentos de humanidad cotidiana. Recupero, en esto, las palabras de este antropólogo francés cuando habla de tomar el café con un amigo (con una persona-sentida): “tomar un café no nos procuraba siempre una satisfacción particularmente intensa, informarnos sobre la actualidad, todavía menos, pero basta vernos privados de esas pequeñas libertades para apreciarlas y, aún más, para echarlas de menos; entonces nuestra reivindicación se vuelve más modesta y esencial a la vez. Como si nos diéramos cuenta de repente que el hilo que enlaza nuestros días y nos ayuda a vivir”.

De alguna manera la época de la pandemia nos ha hecho volver a mirar con mayor detención esas cosas sentidas. Y, mirar con detención, es recuperar lo sagrado de la vida cotidiana, con sus alegrías y tristezas propias, con la multiplicidad de cosas sentidas que no solo ocupan un lugar en el viejo estante del comedor, sino que se encuentran en el armario del corazón. Pienso que quizás, en la pandemia, nos recordamos de desempolvarlas y de volver a tomarlas y sentir ese calor humano que las rodea. Pienso, queridos amigos, que ciertamente las cosas-sentidas nos permiten vivir mejor, con un sentido y una esperanza, la porfiada y resistente esperanza de volver a abrazar a aquellos y aquellas que fueron las manos transportadoras de las cosas-sentidas.

Fuente: jesuitas.cl

Reflexión del Evangelio – Domingo 6 de septiembre

Evangelio según San Mateo 18,15-20.

Jesús dijo a sus discípulos:
Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.

Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Había una señora a la que le tenían mucha envidia. Casi todos los días, cuando salía a la puerta de su casa para barrer, encontraba estiércol que las vecinas le dejaban en señal de desprecio. La señora no protestaba nunca. Hasta que un buen día, sabiendo que sus vecinas eran las que le dejaban porquerías delante de su puerta todas las noches, decidió colocar un arreglo floral delante de la puerta de cada una de ellas. En cada uno de los arreglos, las vecinas encontraron un letrero que decía: “Cada uno da de lo que tiene”.

El Evangelio propone, en distintos momentos, formas diferentes de responder a las ofensas y daños que los otros nos hacen. La más conocida es la invitación de Jesús que dice: “Si alguien te pega en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Si te obligan a llevar carga una milla, llévala dos” (Mateo 5, 39-41). En otra momento, cuando Jesús respondió a una de las preguntas del interrogatorio del sumo sacerdote, “uno de los guardianes del templo le dio una bofetada, diciéndole: ¿Así contestas al sumo sacerdote?” Esta vez Jesús no ofreció la otra mejilla… Sencillamente le preguntó al agresor: “Si he dicho algo malo, dime en qué ha consistido; y si lo que he dicho está bien, ¿por qué me pegas?” (Juan 18, 22-23). Otras veces Jesús sencillamente guardó silencio ante la agresión y la violencia que otros ejercieron contra él, como queda patente en todo el proceso de la Pasión.

Este domingo el Evangelio nos presenta otra alternativa para responder al mal que los otros nos pueden causar: “Si tu hermano te hace algo malo, habla con él a solas y hazle reconocer su falta. Si te hace caso, ya has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a una o dos personas más, para que toda acusación se base en el testimonio de dos o tres testigos. Si tampoco les hace caso a ellos, díselo a la congregación; y si tampoco hace caso a la congregación, entonces habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.

Se trata de todo un plan de acción ante las agresiones que podemos sufrir. La invitación es a conversar con el que nos hace daño y tratar de ayudarlo a caer en la cuenta de su error; si no hiciera caso a nuestro reclamo, Jesús invita a buscar a otros que apoyen nuestra solicitud de cambio… Y si esto tampoco tuviera efecto positivo, pues habría que comentarlo con toda la comunidad. Pero queda aún una última alternativa: “habrás de considerarlo como un pagano o como uno de esos que cobran impuestos para Roma”.

A simple vista, esto podría significar desprecio, rechazo total, renuncia a buscar su transformación; sin embargo, el modo como Jesús trató a los ‘paganos’ y a los ‘publicanos’, hace pensar que la invitación es a tener con ellos una paciencia aún mayor y una delicadeza extrema. ¿Cuál es nuestra actitud ante las ofensas o daños que recibimos de los demás? ¿De verdad nos hemos dejado impregnar por las actitudes de Jesús? Tal vez la creatividad de la señora de la historia con la que comenzamos pueda ayudarnos a buscar alternativas más evangélicas ante el dolor que los otros nos pueden causar.

Fuenta: jesuitas.lat

1 de Septiembre: Día Mundial de la Oración por el Cuidado de la Creación

El papa Francisco después de promulgar la encíclica Laudato si’, en la que invita a una “conversión ecológica”, estableció el 1 de septiembre como Jornada de Oración por el cuidado de la Creación. En palabras del Papa: “Celebraremos con nuestros hermanos y hermanas, cristianos de diversas Iglesias y tradiciones el «Jubileo de la Tierra», para conmemorar el establecimiento, hace 50 años, del Día de la Tierra”, que dará inicio con el Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación y se celebrará hasta el 4 de octubre.

En la invitación, el Papa afirma: «Este es el tiempo para reflexionar sobre nuestro estilo de vida y sobre cómo nuestra elección diaria en términos de alimentos, consumo, desplazamientos, uso del agua, de la energía y de tantos bienes materiales a menudo son imprudentes y perjudiciales. Nos estamos apoderando demasiado de la creación.»

El Acto Interreligioso tendrá lugar el 1° de septiembre, a las 20:00 horas a través de la plataforma Zoom, con traducción simultánea en portugués y español, a través del enlace: https://zoom.us/j/9721044744. Transmitido, además, por el canal de YouTube de la Diócesis de São José dos Campos en https://www.youtube.com/c/Diocesesjcampos.

En este Día Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación también se iniciará un curso virtual gratuito sobre Medio Ambiente y Laudato Si’, ofrecido por la Universidad Católica de Trujillo, en el quinto año de la Encíclica. El curso en línea consiste en la presentación de vídeos de varios especialistas de toda América Latina. También se emitirán certificados de participación. Podés inscribirte y obtener más información sobre el curso en la siguiente dirección: https://www.uct.edu.pe/.

Fuente: vaticannews.va

Reflexión del Evangelio – Domingo 31 de agosto

Evangelio según San Mateo 16,21-27

Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá».
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

¿Quién no quiere realizarse como persona? ¿Quién no busca, por todos los medios, su plenitud? ¿Quién no aspira a ser feliz? El carbón o el estaño, el naranjo o la margarita, la vaca o el ciervo, no necesitan preocuparse por su realización; están programados para cumplir su meta. Si encuentran las condiciones necesarias, serán lo que tienen que ser y ya está… Pero nosotros… Nosotros somos otro cuento… La realización no nos llega automáticamente, sino que tenemos que construirla paso a paso, escalón tras escalón. El camino de los hombres y las mujeres ‘se hace al andar’, decía el poeta andaluz y cantaba el juglar catalán… no encontramos hecho el camino, lo tenemos que hacer.

Pero, ¿cuál es el camino que nos lleva a desplegar todas nuestras potencialidades? ¿Cómo llegar a ser auténticamente humanos? ¿Cómo llegar a ser plenamente felices? La familia, con muy buenas intenciones, pero no siempre de manera acertada, nos advierte sobre las ventajas y los peligros de una u otra opción profesional, matrimonial, existencial… Los amigos y amigas nos aconsejan, muchas veces de acuerdo a su propia experiencia, por dónde debemos seguir… La sociedad, a través de los medios de comunicación y la publicidad, nos señala senderos de plenitud y felicidad, que terminan siendo sólo realidad de novela o alegrías de cartón… Todos quieren ayudarnos a encontrar el secreto de la felicidad.

Sin embargo, a casi nadie se le ocurre decirnos que para encontrar la vida, tenemos que perderla. ¡Qué locura! ¡Cómo se te ocurre! ¡Estás loco! Como Pedro, cuando escuchó a Jesús diciendo que “tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho”, nuestros seres queridos, nuestros amigos, la sociedad entera nos lleva aparte y nos reprende: “¡Dios no lo quiera (…)! ¡Esto no puede pasar!”

La reacción de Jesús es tal vez la expresión más fuerte que haya dirigido a ningún ser humano; a los fariseos los llamó “raza de víboras”; a los escribas les dijo “sepulcros blanqueados”; a Pedro le dice: “¡Apártate de mí Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tu no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres”. Poco antes lo había llamado dichoso “(…) porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo”.

El camino de la felicidad es el despojo de nosotros mismos y de nuestras seguridades: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida?”

¿En qué dirección va la búsqueda de nuestra plenitud? ¿Hacia dónde caminamos cuando aspiramos a realizarnos en la vida? ¿Dónde buscamos la felicidad? Este camino que nos señala el Señor es el único que nos podrá llevar al desarrollo pleno de todas nuestras potencialidades. A los otros planes y proyectos, habrá que decirles con sencillez, pero con decisión: “¡Apártate de mi Satanás!”

Reflexión del Evangelio – Domingo 23 de Agosto

Evangelio Según San Mateo 16, 13-20

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?».
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?».
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Por Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Llaman al teléfono a una casa de familia y contesta una vocecita de unos cinco años… La persona que llama pregunta: – Por favor, ¿está tu mamá? – No, señor, no está. – ¿Y tu papá? – Tampoco. – ¿Estás sola? – No, señor, estoy con mi hermano. El interlocutor, con la esperanza de poder hablar con algún mayor le pide que le pase a su hermano. La niña, después de unos minutos de silencio, vuelve a tomar el teléfono y dice que no puede pasar a su hermano… – ¿Por qué no me puedes pasar a tu hermano? Pregunta el hombre, ya un poco impacientado. – Es que no pude sacarlo de la cuna. – Lo siento, dice la niña…

Al nacer, los seres humanos somos las criaturas más indefensas de la naturaleza. No podemos nada, no sabemos nada, no somos capaces de valernos por nosotros mismos para sobrevivir ni un solo día. Nuestra dependencia es total. Necesitamos del cuidado de nuestros padres o de otras personas que suplen las limitaciones y carencias que nos acompañan al nacer. Otros escogen lo que debemos vestir, cómo debemos alimentarnos, a dónde podemos ir… Alguien escoge por nosotros la fe en la que iremos creciendo, el colegio en el que aprenderemos las primeras letras, el barrio en el que viviremos… Todo nos llega, en cierto modo, hecho o decidido y el campo de nuestra elección está casi totalmente cerrado. Solamente, poco a poco, y muy lentamente, vamos ganando en autonomía y libertad.

Tienen que pasar muchos años para que seamos capaces de elegir cómo queremos transitar nuestro camino. Este proceso, que comenzó en la indefensión más absoluta, tiene su término, que a su vez vuelve a ser un nuevo nacimiento, cuando declaramos nuestra independencia frente a nuestros progenitores. Muchas veces este proceso es más demorado o incluso no llega nunca a darse plenamente. Podemos seguir la vida entera queriendo, haciendo, diciendo, actuando y creyendo lo que otros determinan. Este camino hacia la libertad es lo más típicamente humano, tanto en el ámbito personal, como social.

La fe no escapa a esta realidad. Jesús era consciente de ello cuando pregunta primero a sus discípulos “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Es, como hemos visto, una etapa necesaria e inevitable de nuestra evolución como personas creyentes. Por allí comienza nuestra primera profesión de fe: “Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros dicen…”

Pero no podemos quedarnos allí. No podemos detener nuestro camino en la afirmación de lo que otros dicen. Es indispensable llegar a afrontar, más tarde o más temprano, la pregunta que hace el Señor a los discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” Aquí ya no valen las respuestas prestadas por nuestros padres, amigos, maestros, compañeros… Cada uno, desde su libertad y autonomía, tiene que responder, directamente, esta pregunta. Pedro tiene la lucidez de decir: “Tu eres el Mesías, e Hijo de Dios viviente”. Pero cada uno deberá responder, desde su propia experiencia y sin repetir fórmulas vacías, lo que sabe de Jesús. Ya no es un conocimiento adquirido “por medios humanos”, sino la revelación que el Padre que está en el cielo nos regala por su bondad.

La pregunta que debe quedar flotando en nuestro interior este domingo es si todavía seguimos repitiendo lo que ‘otros’ dicen de Jesús o, efectivamente, podemos responder a la pregunta del Señor desde nuestra propia experiencia de encuentro con aquél que es la Palabra y el sentido último de nuestra vida. Mejor dicho, la pregunta es si somos capaces de pasar al teléfono cuando él nos llama o si todavía dependemos de alguien para responder a su llamada…

Fuente: jesuitas.lat

Somos nuestro cuerpo

Mucho antes y no por el coronavirus, el cuerpo fue sacralizado como un santuario que protege a un individuo-mónada dentro de una comunidad-cerrada: es en esta serie de matrioskas donde se preserva el simulacro de esa seguridad de identidad que barre la liquidez.

Esto es lo que, con previsión, Zygmunt Bauman entendió cuando afirmó que el cuerpo, en la modernidad líquida, sería “la única certeza que queda, la isla de la tranquilidad íntima y confortable en un mar de turbulencia e inhospitalidad… el cuerpo se ha convertido en el último refugio y santuario de continuidad y duración”.

Y si pensamos en el miedo más que comprensible de nuestra fragilidad física en el momento del coronavirus, sus palabras suenan siniestras “y así los orificios corporales (los puntos de entrada) y las superficies corporales (los puntos de contacto) son hoy los focos principales de terror y ansiedad generados por la conciencia de la mortalidad, y quizás los únicos”.

No podemos saber qué cambiará la percepción de nuestro cuerpo después de esta dura prueba. Hasta ahora, su cuidado, su bienestar nos había obsesionado, le dábamos placer, lo cubríamos con tatuajes, pero cada vez más a menudo como si fuera una realidad en sí misma, separada de otras partes de nosotros, de nosotros mismos, de nuestra mente y de nuestro corazón.

Y sin embargo nosotros somos nuestro cuerpo. El cuerpo no es autónomo de nosotros. Y en las mujeres esto es particularmente evidente.

No va por su cuenta

En la cultura judeocristiana que ha “superado” la greco platónica, el cuerpo no va por su cuenta, nunca es separado del alma y de la mente. Solo un espiritualismo agotado o un materialismo banal podrían afirmarlo. Cristo, que se encarna en una mujer, en su cuerpo, “nacido de una mujer” dirá San Pablo, resucitará en y con el cuerpo y su madre ascenderá al cielo con el cuerpo.La dignidad y la igualdad de las mujeres sancionadas en el Nuevo Testamento nacen y comienzan desde el cuerpo.

El cristianismo es la negación misma de cualquier posible espiritualización o idealización. Y además, la apuesta de su singularidad está ahí, nuestras raíces yacen allí, nuestra civilización descansa ahí.

En la posmodernidad, esta unidad de mente-cuerpo se evapora cada vez más, y que se basa más bien en la tecnología, la experimentación y la libertad hasta que alcanza un poder tecnocientífico que divide incluso el cuerpo femenino y su poder generativo. En una fragmentación de material genético, óvulos, ovocitos, esperma, hasta la división extrema de confiar el embarazo a un útero diferente al propio (el libro de Sylviane Agacinski, ‘El hombre desencarnado’. Del cuerpo carnal al cuerpo fabricado, del cual ‘Mujeres Iglesia Mundo’ habló en noviembre, ahora es traducido en Italia por Neri Pozza, con un prefacio de Francesca Izzo).

La mente y el cuerpo se separan y se absolutizan como si la ampliación de la subjetividad del individuo moderno, refundada en el inconsciente, en lugar de encontrar una creciente unidad de conciencia, incluso en su cuerpo físico, fuera por su cuenta. Y además, en los últimos años se han multiplicado los estudios que muestran cómo en esta creciente separación se oculta el origen de las diferentes formas de fragilidad individual “no centrado en una sintomatología específica… sino la prevalencia de la actuación sobre el pensamiento, el dominio del cuerpo… con la correspondiente desvinculación de impulsos destructivos”(del libro de Gabriella Mariotti y Nadia Fina, La incomodidad de la incivilidad. Psicoanálisis frente a nuevos escenarios sociales, Mimesis, 2019, p.23 ).

Cuando reflexionamos sobre las muchas causas de la crisis de la Iglesia contemporánea y de la formación de su clero, creo que esta creciente desencarnación acentúa y exaspera todavía más su tradicional deformación espiritualista aumentando las fobias misóginas hacia el cuerpo y prevalentemente hacia el femenino. Al construir una separación blindada, en nombre de su demonización o idealización, temiendo exactamente esa poderosa unidad entre mente y cuerpo que está en el origen de la identidad femenina misma.

Sería simple distinguir solo en el crecimiento de estos antiguos temores las diversas formas de las relaciones cada vez más difíciles que los sacerdotes tienen con la corporalidad, cada vez menos fáciles de ensalzar. Pero ciertamente sería extremadamente útil comprender cómo el gran valor de una mayor integración entre las diferentes “partes” de la persona, aún más si están consagradas, es la clave para hacer que la elección y la formación de la vida sacerdotal sean más conscientes y maduras. Flanqueada y acompañada por la presencia femenina.

Por Emma Fattorini

 

*Artículo original publicado en el número de mayo de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva.

El laberinto de los miedos

El laberinto del miedo tiene muchos vericuetos. Es, como otros laberintos que vamos describiendo, un montón de caminos entreverados, un embrollo en el que es fácil perderse. Su particularidad es que este está poblado por monstruos. Monstruos que amenazan lo que uno valora. Temes que esos monstruos acaben con bienes que aprecias. Con aspectos de la vida que son importantes para ti, como puede ser la presencia de tus seres queridos, la salud, la seguridad, o un trabajo que te llena. Algunos de esos monstruos devoran la esperanza, cuando te impiden creer que vas a conseguir algo que de veras te importa. También es amenazador el miedo a que ocurra algo que no deseas: un accidente, un fracaso, un diagnóstico indeseado… El peor de esos monstruos, el más aterrador, es el miedo a perder a las personas que amas. Por distintos motivos: porque se tengan que ir, porque mueran, porque se acabe el amor y te abandonen… Qué agonía pensar que algo de eso ocurra.

Y así, uno pasea por un laberinto interior, tratando de no encontrar a esos incómodos compañeros de camino que, como una bruma densa, te impiden ver. Porque cuando se pegan a ti, se convierten en tu sombra y no te dejan vislumbrar a dónde vas. Entonces pierdes el hilo, eres incapaz de recordar la dirección, y en lugar de ir disfrutando el camino te pierdes, repitiendo una y otra vez los mismos pasos: miedo a perder, miedo a no valer, miedo a fracasar, miedo a equivocarte, miedo al abandono, miedo a sufrir, miedo…

Solo hay una salida a ese laberinto. No dejes que esos monstruos crezcan tanto que te impidan ver la salida y te paralicen. En realidad, no puedes hacer que desaparezcan. Tememos porque somos conscientes de que el tiempo avanza, de que muchas cosas cambian, no siempre en la dirección que queremos, y sobre todo, porque nos importan esas cosas. De algún modo se podría decir que tememos porque amamos. Y eso es bueno. Es bueno que no seamos indiferentes, que nos importe lo que vivimos. Que nos importen, especialmente, las personas. La trampa del miedo es hacernos huir de cosas que forman parte de la vida. Claro que alguna vez fracasarás. Es parte del camino. Claro que alguna vez perderás lo que tanto te ha costado conseguir. No pasa nada. Y, sobre todo, es posible que alguna vez pierdas –por el motivo que sea– a las personas que amas. Porque no podemos encadenarnos a ellas. Pero, ¿preferirías no haber amado?

El miedo es la señal de que algo nos preocupa, de que ponemos pasión en lo que vivimos, y de que somos conscientes de la fragilidad, del paso del tiempo, del valor inconmensurable de muchas vivencias y momentos. Eso no es malo. Pero hay que evitar que ese temor se convierta en un monstruo que paraliza o anula (porque ese es el que te atrapa en su laberinto). Creo que eso es lo que quería decir Jesús, cuando, una y otra vez, trató de decir a aquellos discípulos, que no terminaban de entender en qué consistía la vida a su modo: «No tengáis miedo».

Reflexión del Evangelio – Domingo 17 de agosto

Evangelio según San Mateo 15, 21 -28

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada.
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»

Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»
Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»

Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó curada su hija.

Por: Hermann Rodríguez Osorio, S.J

El jesuita brasileño João Batista Libânio, fallecido hace algunos años, en uno de sus muchos libros, decía que las condiciones del cambio eran la sospecha y la experiencia de lo diferente. Cuando funcionamos según nuestros prejuicios, no somos capaces de abrirnos a lo diferente y mucho menos nos atrevemos a sospechar que nuestras posiciones puedan estar equivocadas. Y, por desgracia, vivimos llenos de prejuicios políticos, culturales, sociales, raciales, religiosos…

Cuentan que una vez le preguntaron a un ciudadano estadounidense si era demócrata o republicano, a lo que el hombre respondió: “Soy demócrata”. Le preguntaron, entonces: “¿Por qué es usted demócrata?” “–Soy demócrata, dijo el hombre, porque mi papá era demócrata, mi abuelo era demócrata, toda mi familia ha sido siempre demócrata. Por eso soy demócrata”. “Vamos a ver, inquirió el entrevistador, si su papá hubiera sido un ladrón, su abuelo un ladrón y toda su familia fuera de ladrones, ¿sería usted también ladrón?” “Desde luego que no, respondió el hombre. En ese caso sería republicano”.

Este pequeño ejemplo de prejuicio político es apenas una muestra de lo que funciona dentro de nuestra cabeza. Muy rápidamente sacamos conclusiones respecto de la gente que conocemos todos los días. Cada uno podría hacer un ejercicio de reconocimiento de los propios prejuicios pensando: ¿Cómo le parece que sea una persona que tiene una cuenta bancaria sustanciosa o alguien que esté desempleado? ¿Qué pensamos de una persona nacida en Pasto o en la Costa? ¿Qué respuesta le daríamos a alguien que viene a decirnos que acaba de llegar de una zona de reconocida influencia guerrillera o paramilitar? Y así, se podrían seguir dando muchos ejemplos.

Caminando Jesús por una región apartada, se encuentra con una mujer extranjera. La primera actitud del Señor fue pasar de largo y no contestar nada a los gritos de la mujer, que pedía que le curara a su hija. Los discípulos, entonces, le ruegan que le diga a la mujer que se vaya o que la atienda, “porque viene gritando detrás de nosotros”. Jesús respondió: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer siguió insistiendo: “Fue a arrodillarse delante de él, diciendo: –¡Señor, ayúdame!” Y Jesús le contestó: “–No está bien quitarle el pan a los hijos y dárselo a los perros”. Solemos decir que el perro es el mejor amigo del hombre, pero a nadie le dicen perro como piropo… Sin embargo, la mujer es capaz de sobrepasar el insulto y decirle a Jesús: “–Sí, Señor; pero hasta los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Jesús, entonces, vencido por la mujer, termina diciendo: “–¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres. Y desde ese mismo momento su hija quedó sana”.

Es evidente que Mateo quiere dar una lección a su comunidad judeocristiana, para que acojan a los extranjeros como legítimos beneficiarios de los dones del Reino anunciado por Jesús. Para ello, no duda en presentar a un Jesús que fue capaz de abrirse al encuentro con esta mujer extranjera y dejarse vencer por la fortaleza de su fe y su perseverancia. Algunos autores insisten en afirmar que Jesús estaba poniendo a prueba la fe de esta mujer, pero a mi no me cabe en la cabeza que Jesús fuera capaz de insultar a alguien si no es porque estaba convencido de lo que estaba diciendo.

Si queremos sospechar de nuestras posiciones ya tomadas, deberíamos ser capaces de abrirnos al encuentro con lo diferente de nosotros mismos y dejar que este contacto con lo distinto nos cuestione y nos ayude a cambiar nuestro comportamiento habitual frente a los demás, especialmente, frente a aquellos que descalificamos de entrada por nuestros prejuicios.

Fuente: jesuitas.lat