Reflexión del Evangelio – Quinto Domingo de Pascua

Evangelio según San Juan 14, 1-12

Jesús dijo a sus discípulos:
«No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí.
En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar.
Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes.
Ya conocen el camino del lugar adonde voy».
Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?».
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»
Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».
Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: ‘Muéstranos al Padre’?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre.»

 

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Cada vez que nace un niño o una niña, la gente va a visitar a los nuevos padres, que se alegran de una vida nueva que llega al mundo. El comentario que no puede faltar nunca en este tipo de visitas es: “Igualito al papá”… “Tiene la misma nariz de la mamá”… “Cómo se parece al abuelo”… “sacó los mismos cachetes de la abuela”… Las mujeres son más capaces de encontrar estas similitudes que, muchas veces, a los hombres nos parecen exageraciones propias de la sensiblería. No voy a entrar a dirimir quién tiene la razón, pero sí creo que es “normal” que los hijos y las hijas se parezcan a su papá y a su mamá… Eso es lo menos que se puede esperar…

Van pasando los años y, efectivamente, los rasgos físicos, la barriga, las canas, la calvicie, la forma del rostro, la estructura corporal, absolutamente todo se va revelando más claramente parecido. “De tal palo, tal astilla”, solemos decir coloquialmente. Y, ¡oh sorpresa!, no sólo terminamos pareciéndonos en los rasgos físicos, sino que, muchas veces, es sorprendente reconocer similitudes en los movimientos mismos: cómo menea la cabeza, cómo camina, cómo mueve las manos, cómo se sonríe… Y, aún más, no es raro que el hijo o la hija se parezca, o llegue a ser una versión mejorada (o empeorada) de lo que es su padre o su madre en su carácter, en su humor, en su personalidad…

Algo parecido pasa entre Jesús y su Padre Dios: “Solamente por mí se puede llegar al Padre. Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre; y ya lo conocen desde ahora, pues lo han estado viendo”. (…) “El que me ve a mí, ha visto al Padre” (…) “El Padre, que vive en mí, es el que hace sus propias obras. Créanme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no, crean al menos por las obras mismas”. Jesús hace lo que ve hacer al Padre y nos revela al Padre con toda su vida. Por eso, cuando Felipe le pide que les deje ver al Padre, Jesús le responde: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces?”

Así como Jesús fue un reflejo claro del Padre para los suyos, nosotros estamos invitados a ser también un reflejo de Dios para este mundo. El testimonio de vida es el mejor canal de evangelización. No se trata tanto de hacer cosas para dar ejemplo, ni de repetir gestos que nos parecen simpáticos, ni de copiar actitudes que nos parecen loables. Es algo que debe ir surgiendo por con naturalidad con el origen de la vida que es Dios. Valdría la pena preguntarnos hoy: ¿Cuánto nos parecemos nosotros a nuestro Padre Dios? ¿Podemos decir, como Jesús: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”? Porque, como bien dice Jesús, “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago; y hará otras todavía más grandes”.

Dios permita que nuestra vida sea, como la de Jesús, un reflejo de la vida de Dios para los que nos rodean. Que aquellos que viven junto a nosotros y conocen nuestra forma de amar, vivir, trabajar y actuar, puedan decir de nosotros lo que dicen los que visitan al niño recién nacido: “Es igualito a su papá”.

Papa Francisco: el Señor nos llama por nuestro nombre

Ayer, en el cuarto domingo después de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, la Iglesia celebró la Jornada Mundial de Oración por las vocaciones, es por ello que después de la oración del Regina Coeli, el papa Francisco invitó a todos “a invocar al Señor, pidiendo buenos trabajadores para su reino, con el corazón y las manos disponibles a su amor”.

Francisco explicó que “el Evangelio de hoy nos dice que el Buen Pastor llama a las ovejas por su nombre, el Señor nos llama por nuestro nombre, nos llama porque nos ama, pero hay otras voces que no debemos seguir. Comentando el pasaje del evangelio según San Juan, el pontífice da las claves para saber diferenciar estas dos voces.

Por un lado, está la voz de Dios, “que amablemente habla a la conciencia”, y por otro está la voz tentadora “que induce al mal”. La pregunta que nos lanza hoy es: ¿Cómo podemos reconocer la voz del buen Pastor de la del ladrón? El Papa discierne entre estas dos voces: “La voz de Dios jamás nos obliga, Dios se propone, no se impone. En cambio, la voz maligna seduce, agrede, obliga, suscita ilusiones deslumbrantes, emociones alentadoras, pero pasajeras. Al inicio suaviza, nos hace creer que somos omnipotentes, pero luego nos deja vacíos por dentro y nos acusa: “Tú no vales nada”. La voz de Dios, en cambio, nos corrige, con tanta paciencia, pero siempre nos anima, nos consuela: siempre alimenta la esperanza”.

Otra diferencia que plantea el Papa es precisamente sobre el modo de afrontar la vida. “La voz del enemigo desvía del presente y quiere que nos concentremos en los temores del futuro o en las tristezas del pasado” dice el Papa, de hecho, “hace aflorar la amargura, los recuerdos de los males sufridos, de los que nos hicieron mal”. En cambio, la voz de Dios “habla al presente”: “Ahora puedes hacer el bien, ahora puedes ejercer la creatividad del amor, ahora puedes renunciar a los arrepentimientos y remordimientos que tienen prisionero tu corazón”.

Las dos voces suscitan en nosotros preguntas diversas. La que viene de Dios será: “¿Qué cosa me hace bien?”. En cambio, el tentador insistirá sobre otra pregunta: “¿Qué cosa me gustaría hacer?”. “Qué cosa me gustaría: la voz malvada siempre gira en torno al yo, a sus impulsos, a sus necesidades, al todo y enseguida” dice Francisco, mientras que la voz de Dios, “nos invita a ir más allá de nuestro yo para encontrar el verdadero bien, la paz”. Y aquí el Papa hace hincapié en una cosa que es clave para identificar la voz del maligno: “el mal no dona jamás paz, causa ímpetu primero y deja amargura después”.

Por último, el Santo Padre nos pide que siempre nos preguntemos de dónde vienen las voces que llegan a nuestro corazón y que pidamos la gracia de reconocer y seguir la voz del buen Pastor.

 

Fuente: aica.org

 

Reflexión del Evangelio – Cuarto Domingo de Pascua

Evangelio Según San Juan 1, 1 – 10

Jesús dijo a los fariseos: «Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino por otro lado, es un ladrón y un asaltante.
El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas.
El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. El llama a cada una por su nombre y las hace salir.
Cuando las ha sacado a todas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz.
Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz».
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas.
Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento.
El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.»

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Hace varios años, a las afueras de Villa Carrillo, un pequeño pueblo de la provincia de Jaén, en España, conocí a Francisco, un pastor que cuidaba un rebaño de unas 400 ovejas y algunas cabras que, efectivamente, están más locas que las ovejas… Pasé todo un día caminando con Francisco por valles y collados, pastoreando su rebaño. Fue un día lleno de novedad y enseñanzas para mi; experimentar de cerca la vida de un pastor, ver cómo conoce a sus ovejas y cómo las ovejas lo conocen a él; cuando se iban alejando demasiado del rebaño, Francisco les gritaba y, todas, reconociendo su voz, volvían la cabeza y regresaban, caminando mansamente, hacia el pastor. Fue un día maravilloso de contemplación de la naturaleza y de esa hermosa relación entre el pastor que guía a sus ovejas hacia fuentes tranquilas, y las conduce por verdes praderas, donde las hace recostar… Al caer la tarde me tocó ser testigo de la forma como las ovejas y las cabras, con una sumisión admirable, entraban, casi saltando de la dicha, al corral para pasar una noche tranquila y segura con la vigilancia del buen pastor. Evidentemente, las ovejas entran por una puerta, y las cabras por otra…

San Juan suele poner en boca de Jesús expresiones como: Yo soy la luz del mundoyo soy el pan de vidayo soy la vid verdaderayo soy la resurrección y la vidayo soy el camino, la verdad y la vida. Todas son expresiones que nos ayudan a entender la misión de Jesús como fuente de vida, y de una vida abundante. Sin embargo, casi nunca consideramos la identificación de Jesús con una puerta: La expresión, Yo soy la puerta, aparece dos veces en este evangelio: “Jesús volvió a decirles: ‘Esto les aseguro: Yo soy la puerta por donde pasan las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí, fueron unos ladrones y bandidos; pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que por mí entre, será salvo. Será como una oveja que entra y sale y encuentra pastos”.

Una puerta, como lo dice el mismo Jesús, sirve para entrar y salir… Hay un dicho popular que dice: “Si puerta, para qué abierta; y si abierta, para qué puerta”; sin embargo, la puerta tiene sentido en la medida en que permanezca abierta y cerrada; no tendría sentido una puerta que esté siempre cerrada, o una puerta que esté siempre abierta… Dejar entrar y dejar salir, es el sentido más profundo de la puerta… Tengo un compañero jesuita que, por principio, siempre tiene la puerta de su cuarto abierta de par en par; ha llegado incluso a molestar a sus vecinos por el ruido que genera con su música o cuando habla por teléfono. Hay otras personas que siempre están con su puerta cerrada y, no raras veces, hasta con seguro. ¿Cómo está tu puerta? ¿Permites a otros entrar y salir por tu puerta? ¿Estás tan abierto que no tienes espacio para tu propia intimidad y para permitir la intimidad de los demás? ¿Vives bajo llave, encerrado frente a lo distinto, frente a los otros?

Benjamín González Buelta, dice en una de sus poesías estas palabras: “No quiero que mi casa sea de una sola puerta, entrada sin salida, como una trampa para cazar ciguas palmeras…”. Si quieres tener vida, y vida en abundancia, deja que otros entren y salgan por tu puerta y busca entrar por la Puerta que es Jesús, saltando de la dicha, como las ovejas y las cabras de Francisco, el pastor de Villa Carrillo.

Fuente: jesuitas.lat

Cinco preguntas para ordenar el consumo digital

Una adaptación de las «Reglas para ordenarse en el comer» que propone San Ignacio de Loyola. ¹

Por Agustín Borba SJ

Ignacio, que siempre ha vinculado sabiamente lo más espiritual que tenemos con lo más cotidiano de nuestras vidas, en esta ocasión le habla al hombre de su tiempo que encontraba en la comida una de las únicas fuentes cotidianas de placer, diversión y esparcimiento. Podía hacer del comer un ejercicio susceptible de canalizar desahogos, excesos y desórdenes que no ayudaban a la persona en su equilibrio vital y espiritual. 

Se pueden traducir estas reglas teniendo en cuenta que están dirigidas al comer en tanto consumir. Hoy no solo consumimos lo que comemos. Hoy consumimos muchas otras cosas. ¿Qué cosas consumimos? 

La realidad virtual, las redes sociales, todo el mundo digital, Netflix y demás, han pasado a ser nuestras comidas más habituales sobre las que se reflejan nuestros desórdenes, excesos y son espacios donde se canalizan desahogos, angustias, soledades. 

Regla 1. “Del pan conviene menos abstenerse, porque no es manjar sobre el cual el apetito se suele tanto desordenar, o a que la tentación insista como a los otros”

El pan como el alimento más simple de todos, el más común, que permite vincularnos y está presente en la mesa de todos. Es un alimento básico y nutritivo. 

El manjar es aquella comida que deleita, pero no sacia, no llena.
El manjar es lo ostentoso que entretiene y da placer, pero no es nutritivo. 

¿Qué simbolizaría el pan en el consumo de internet o uso de redes sociales? Usar en tanto sea medio nutritivo. En tanto ayude a crear vínculos. A brindar información enriquecedora. En el uso de las redes, ¿de qué conviene menos abstenerse? ¿de qué modo de uso conviene no abstenerse? 

¿En qué medida el espacio de las redes es un lugar de deleite que no sacia ni nutre? Se puede transformar en un espacio de deleite que entretiene, pero adormece, y sobre el cual el apetito tiende a desordenarse.

Regla 2. “Acerca del beber parece más cómoda la abstinencia, que no acerca el comer del pan; por tanto, se debe mucho mirar lo que hace provecho, para admitir, y lo que hace daño, para lanzarlo”

Ignacio pone el acento en la capacidad de “mucho mirar”, de examinar lo que consumimos para distinguir lo que hace bien de lo que no hace bien. 

“Somos lo que comemos” Aquello que consumimos, aquello que buscamos fuera de nosotros mismos, aquello sobre lo que fijamos nuestra atención, habla de lo que vivimos y somos por dentro, de nuestra vida interior. ¿Qué “comemos” en las redes? ¿Qué consumimos en internet?

Aparece la referencia al beber. La bebida también debe ser un foco de atención, porque embriaga. También hay determinados usos de las redes que nos embriagan. La mediación digital puede “licuar” muchos vínculos. Hacerlos más líquidos que sólidos. ¿De qué modo se transforman nuestros vínculos por la mediación digital? 

Regla 3. “Acerca de los manjares se debe tener la mayor y más entera abstinencia; porque así el apetito en desordenarse como la tentación en instigar son más prontos en esta parte; y así la abstinencia en los manjares, para evitar desorden, se puede tener en dos maneras: la una, en habituarse a comer manjares gruesos; la otra, si delicados, en poca cantidad

Se repite varias veces la palabra abstinencia. Y es que en la vida también es necesaria una cuota de abstinencia. En todo. No se puede vivir de manjares. Muchas veces nos toca postergar manjares y habituarnos a comer pan, o transformar nuestros panes en manjares. La sabiduría pasa por el saber gustar del pan como si fuera un manjar. Habituarse a los manjares comunes.

También en el uso de las redes es necesaria una cuota de abstinencia. ¿En qué momentos necesito de esa cuota de silencio digital? ¿Qué es necesario postergar? ¿Cuándo es necesaria la sobriedad digital?

Regla 5. “Mientras la persona come, considere como ve a Cristo comer con sus apóstoles, y cómo bebe, y cómo mira, y cómo habla; y procure imitarlo. De manera que la principal parte del entendimiento se ocupe en la consideración de nuestro Señor, y la menor en la sustentación corporal”

Se trata de, en todo, contemplar a Cristo, para imitar su modo. En todo. Hasta en el comer. “¿Qué haría Cristo en mi lugar?” se puede traducir como: ¿qué diría Cristo en mis redes? ¿De qué modo usaría lo digital para vincularse mejor, para expresarse? 

¿Cómo dialoga la austeridad de Jesús con el consumo excesivo? ¿Cómo dialoga el “no necesito tanto para ser feliz” con el “quiero todo y todo yaa!”?

Que al vincularnos a través de las redes sociales podamos imaginarnos cómo lo haría Jesús, cómo cuidaría sus vínculos, cuánto tiempo gastaría en las relaciones digitales, cómo se mostraría en sus muros… ¿de qué modo ser auténtico y transparente en un espacio propicio para navegar en el anonimato?

Actitudes que nacen de una contemplación, no tanto de un voluntarismo exigente.

Regla 7. “Sobre todo se guarde de que no esté todo su ánimo intento en lo que come, ni en el comer vaya apresurado por el apetito, sino que sea señor de sí, así en la manera de comer como en la cantidad que come”

¿Qué significa ser señor de sí? Crecer en libertad. Llevar el control y no que lo que consumo me controle. Saber poner límites y ser firme. Saber decir que “no” cuando hay que hacerlo. No consumir por consumir. Saber saborear y masticar lento, en lugar de devorar y tragar ansiosamente. ¿Cómo se traduce esto en el consumo de internet, de las redes, de Netflix?

¿Me cuesta llevar el control? ¿Cuándo me gustaría ser más señor de mí mismo? 

No se trata de demonizar ni tampoco de idealizar el ámbito de las redes sociales, sino de entenderlas como medio de canalización y como un ámbito que es cada vez más amplio en nuestra vida. 

Examiná tu consumo digital para orientarlo a Dios, para vincularte mejor, para encontrarte cuando te encontrás con otros, para comunicar mejor a Dios.

 

¹Para una mayor claridad, desarrollamos 5 reglas para ordenarse en el comer (Ejercicios Espirituales 210-217), de las 7 señaladas por San Ignacio.

Caer en las redes

Cada día más y más personas se suman a las redes sociales. Todo el mundo busca algo en ellas: entretenimiento, conocer gente, información. Las redes sociales son ya –y más en estos momentos– la plaza pública en la que nos relacionamos. Una plaza en la que no hay prácticamente fronteras.

Y dentro de ello, hay muchos modos de estar en la red. Pero no todos son recomendables. Desde hace ya tiempo las redes sociales se han convertido en pozo de frustración de muchas personas. El lugar en el que algunos se sienten libres para soltar toda la basura, odio, sarcasmo hiriente que llevan dentro. No solo contra situaciones, circunstancias o ideas; también contra otras personas a las que no consideran dignos de respeto.

Esto, que duele a cualquiera con un poco de sensibilidad social (el odio crea rechazo a cualquiera que no odie), es especialmente hiriente en el ámbito de los creyentes. Cientos de personas conforman las comunidades online con perspectiva religiosa. Es triste –y ocurre más de lo deseable– ver discusiones poco cariñosas entre personas que se dicen creyentes a costa de una u otra idea. Pero más doloroso aún es ver cuentas parodia, nicks falsos, o no, haciendo mofa y befa de todo lo que según una visión patrimonialista de la religión consideran menos cristianos que ellos. Y aún peor si cabe, personas aparentemente razonables entrando a ese juego.

Claro que se puede hablar de todo y con todos. Claro que se puede opinar y tener posiciones diferentes. Incluso habrá veces que quienes quieren construir metan la pata en algún momento (eso le puede pasar a cualquiera). Lo que no entiendo es estar en redes sin ser constructivo o, como mínimo, educado, pero llevar la Cruz de Jesús por bandera. La Cruz, sin caridad, es solo un elemento de tortura antiguo.

Si uno hace bandera de sus creencias en público, se presupone unos mínimos exigibles a la hora de exponer opiniones, ideas. ​La prudencia es una virtud que vale la pena cultivar en público. No es necesario decir todo lo que uno piensa, porque por el camino nos dejamos muchos matices. Tampoco hay que olvidar el púlpito (a veces literal) desde el que hablamos. No es lo mismo ser un cargo público que no serlo, tener cien, que mil, que un millón de seguidores, etc. La prudencia nos invita, pues, a pensar antes de escribir y a no escribir todo lo que se piensa. También esta virtud se pone en marcha a la hora de interactuar con otros. Si uno no es capaz de asumir puntos de vista contrarios a su imaginario, no es aceptable el insulto o la burla para intentar acallarlos: las plataformas permiten no seguir, silenciar y bloquear, si uno quiere.

Estar en redes es como mínimo una responsabilidad. Y para muchos una misión. Y el ejemplo que se da en ellas es, para muchas personas, la única relación con cristianos que van a tener en su vida. Va mucho en ello. Cabe preguntarse cuál es la impresión que se lleva alguien cuando entra a nuestro timeline. Sería triste que no fuera buena.

También, creo que es justo decirlo, hay mucha gente que se toma muy en serio su presencia online. Gente constructiva, paciente, dialogante. De unos y otros signos y sensibilidades. A ellos, mi agradecimiento y admiración. Ellos hacen del Evangelio y su principal Ley (el Amor) un modo de vida concreto también en el mundo virtual.

Pablo Martín Ibáñez

Fuente: pastoralsj.org

Reflexión del Evangelio – Tercer Domingo de Pascua

Por: P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Cuando llegamos a nuestra habitación o a nuestra casa, ya caída la noche, cansados por las labores del día, casi sin darnos cuenta, mecánicamente, dirigimos nuestra mano hasta el interruptor que está junto a la puerta. Lo oprimimos y se desencadenan una serie de órdenes que hacen que los dos polos de la corriente eléctrica se unan a través de un filamento para producir el milagro de la luz. Este es, exactamente, el mecanismo que se produce en la vida espiritual cuando dejamos que entren en contacto dos realidades que están a la mano en nuestra cotidianidad: la Vida y la Palabra; cuando se unen la Vida y la Palabra, se produce, casi milagrosamente, la luz en nuestro interior. Eso que parecía oscuro, al fondo del túnel de la desesperanza, se ilumina y hace que nuestro corazón arda al calor del encuentro con el Resucitado. Te invito a que mires tu realidad, alegre o trágica; mírala en toda su verdad, sin decirte mentiras ni pretender maquillarla para que aparezca más bonita y presentable ante tus ojos. Mira tu realidad de frente, sin engaños ni apariencias. Deja que surjan, ante esta realidad, tus sentimientos, tus emociones, tus pensamientos… Puedes responder preguntas como: ¿Qué ha pasado hoy en tu vida? ¿Qué te duele? ¿Qué te aflige? ¿Dónde sientes que te está tallando el zapato?

En un segundo momento, busca en la Escritura un texto que te ayude a entender los planes de Dios para ti y para toda la creación. Hay gente que abre la Biblia, sin muchos cálculos, en la página que sea y lee algunos párrafos. Cuentan que así lo hacían san Antonio Abad o san Francisco de Asís, para descubrir lo que Dios les pedía en un momento determinado de sus vidas. Sin embargo, si conoces la Escritura y estás familiarizado con ella, te vendrán a la memoria unas palabras de Jesús o de san Pablo… Recordarás, desde lo que estés viviendo, un pasaje bíblico en el que descubras un alimento especial, de acuerdo a tus circunstancias. Puedes estar seguro de que, poco a poco, casi sin darte cuenta, casi milagrosamente, comenzarás a sentir que te arde el corazón, y lo que parecía oscuro, empezará a aparecer luminoso y claro. A lo mejor salten en tu interior expresiones parecidas a estas: ¡Cómo no me había dado cuenta, si está tan claro! ¿Por qué no veía las salidas si estaban delante de mis narices?

Esto es lo que nos regala san Lucas en el texto de los discípulos de Emaús. Jesús resucitado camina junto a los discípulos que van apesadumbrados por la dura realidad de la muerte del Señor; comienza por preguntarles por lo que van conversando y por lo que les ha sucedido. Pero no los deja allí; les habla de lo que Moisés y los Profetas habían dicho sobre el Mesías. Y, poco a poco, comienzan a percibir el ardor en sus corazones y la luz en sus caminos… Esta experiencia espiritual los pone en movimiento, los lanza a construir la comunidad a través de su palabra y su testimonio; aun en medio de la noche, que ya ha caído, los discípulos salen hacia Jerusalén a llevar la Buena Noticia de su encuentro con el Señor resucitado que los anima y consuela con su presencia.

Cuando te sientas cansado y en medio de la oscuridad, no dudes en oprimir el interruptor que está junto a la puerta de tu corazón, para desencadenar el milagro de la luz en tu propio interior, que nace del contacto de la Vida con la Palabra; sólo así, podrás llevar a la Comunidad la Buena Noticia de la resurrección del Señor en tu propia vida.

Fuente: jesuitas.lat

Un suelo fértil

Por Jaime Tatay, sj

«Un árbol funciona como una bomba –nos decía el profesor de Fisiología Vegetal proyectando una diapositiva–, una bomba capaz de extraer los minerales y la humedad desde las capas más profundas del suelo hasta la superficie». «Por medio de la fotosíntesis –continuaba–, las plantas fijan el carbono atmosférico que, junto al agua y los nutrientes aportados por el suelo, posibilitan el crecimiento del árbol. Más tarde, las hojas, las ramas y los frutos, al caer y descomponerse, forman esa capa fértil del suelo llamada humus».
«Pero, para poder hacerlo –matizaba señalando la parte subterránea del árbol–, las raíces primero tienen que realizar una penosa y dura tarea: penetrar la tierra, fracturar la roca y anclar el peso del árbol». «Solo después de ese arduo y lento proceso, que puede tardar muchos años, puede el árbol empezar a dar fruto y formar el humus» –concluyó–.

En la Biblia, el ser humano (adam) y la tierra (adama) no están lejos de los animales, de las plantas y del humus, ya que comparten el mismo sustrato, del que se nutren y del que provienen. En el Génesis, la humanidad, como el humus, sale del suelo. Es moldeada con suelo y al suelo regresa. Nos lo recuerda la liturgia cada Miércoles de Ceniza: «Polvo eres y en polvo te convertirás».

Ahora bien, si todas las criaturas provenimos de la tierra y a ella volvemos es porque Dios, con su palabra, siembra, labra, riega y cuida. Durante nuestra vida estamos invitados, por tanto, a dejarnos cultivar, a ser arados y regados por la palabra de Dios que es capaz de transformar y extraer el mejor fruto de cada uno de nosotros. Por eso la vocación cristiana es tan sencilla; consiste en meditar la palabra de Dios, dejarse hacer por ella y permitir que fructique. Consiste en transformarse en suelo fértil.

Sin embargo, como expresa la parábola del sembrador, a menudo nos negamos a acogerla, impedimos que nos trabaje por dentro. Nos resistimos porque la palabra –como las raíces– remueve, descolca y trastoca el orden establecido. Y eso resulta incómodo. Nos resistimos también porque no respetamos el ritmo de Dios, el lento proceso de formación del humus y de maduración del fruto. Queremos que todo sea fácil y rápido.

Jesús observó con paciencia durante su vida el funcionamiento de la naturaleza y comparó a menudo el Reino de Dios con las semillas. De hecho, la metáfora de la semilla fue una de sus favoritas. El sorprendente potencial del pequeño grano de mostaza; la paradójica convivencia de la cizaña y el trigo; o la desproporcionada fecundidad del grano de trigo señalan en la misma dirección: al origen humilde y oculto del Reino, a su asomobrosa capacidad para crecer, multiplicar y dar fruto. La semilla, por último, adquiere un significado redentor que explica el sentido de la Pascua: «En verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12, 24).

Humildad y humus comparten la raíz, al igual que el ser humano y la tierra. Humilde es quien proviene del humus, del suelo. Humilde es quien encuentra sustento en lo pequeño, en lo oculto, en lo terreno. Humilde es, en definitiva, quien germina y crece en el humus, en esa capa fértil del suelo donde nace la vida.

Oración del nuevo despertar

Jesús, resucita nuestra confianza. El coronavirus nos ha desconcertado a todos. Nunca nos habíamos sentido tan inseguros ni tan paralizados por el miedo. De pronto, los seres humanos estamos experimentando que somos frágiles y vulnerables… Jesús, despierta en nosotros la confianza en ese misterio de Bondad insondable que es Dios, ese Padre que nos ama con entrañas de Madre. Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en el vacío.

Jesús, resucita nuestra esperanza. Caminábamos con orgullo hacia un bienestar cada vez mayor y, de pronto, nos hemos quedado sin horizonte. En estos momentos, nadie en toda la humanidad sabe cómo será nuestro futuro, ni quién nos podrá conducir hacia el porvenir… Jesús, que la pandemia no nos robe la esperanza. Recuérdanos que no estamos solos, perdidos en la historia, enredados en nuestros conflictos y contradicciones, que tenemos un Padre que, por encima de todo, busca nuestro bien.

Jesús, resucita nuestra solidaridad. El coronavirus nos ha descubierto que nos necesitamos unos a otros. No podemos caminar divididos hacia el futuro, sin aliviar a los que sufren, sin acercarnos a los que nos necesitan… Jesús, despierta en nosotros la fraternidad. Recuérdanos el proyecto humanizador del Padre que solo quiere construir con nosotros en la tierra una familia donde reinen cada vez más la justicia, la igualdad y la solidaridad.

Jesús, resucita en nosotros la lucidez y la responsabilidad. Superada la pandemia, nos tendremos que enfrentar a las graves consecuencias que dejará entre nosotros… Jesús, llénanos de tu Espíritu para que nos encaminemos hacia un mundo más humano: promoviendo la cooperación internacional y la gobernanza global, cada vez más necesaria; asegurando el pan de los que saldrán de la pandemia para caer en el hambre; protegiendo a los pueblos más débiles que quedarán sin infraestructuras. Jesús, que seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso con todos nosotros.

Jesús, resucita y sacude nuestras conciencias. El coronavirus se ha convertido de modo inesperado en una grave llamada de alarma. El proyecto creador de Dios, nuestro Padre, que busca que la tierra sea la “Casa común” de la familia humana, está siendo arruinado precisamente por nosotros, la especie más inteligente… Jesús, haz que tomemos conciencia de que el planeta nos ofrece todo lo que la humanidad necesita, pero no todo lo que busca la obsesión de bienestar insaciable de los poderosos. Que despertemos cuanto antes para entender que la degradación del equilibrio ecológico nos está conduciendo hacia un futuro cada vez más incierto.

Jesús, resucita nuestra fe en el Padre. Para que nunca perdamos la esperanza de creer en nuestra propia resurrección, más allá de la muerte. Solo entonces descubriremos que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se han perdido en el vacío. Solo entonces experimentaremos que lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestros errores y torpezas, lo que hemos construido con gozo o con lágrimas, todo quedará transformado. Entonces escucharemos desde el misterio de la Bondad insondable de Dios estas palabras admirables: “Yo soy el origen y el fin de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Ap 21, 6). ¡Gratis!, sin merecerlo, así saciará Dios la sed de vida eterna que todos los humanos sentimos dentro de nosotros.

Por José Antonio Pagola

Reflexión del Evangelio – Segundo Domingo de Pascua

Evangelio Según San Juan 20, 19 – 31

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.

Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En alguna parte leí la historia de un montañista que, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación. Quería la gloria sólo para él, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y no se preparó para acampar, sino que siguió subiendo, decidido a llegar a la cima. Oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era oscuro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires… Bajaba a una velocidad vertiginosa; solo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.  Seguía cayendo… y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida; pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos… Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.  En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: «¡Ayúdame, Dios mío!»

De repente una voz grave y profunda de los cielos le contesta: –«¿Qué quieres que haga, hijo mío?» –«¡Sálvame, Señor!» –«¿Realmente crees que puedo salvarte?» –«Por supuesto, Señor». –«Entonces, corta la cuerda que te sostiene…» Hubo un momento de silencio y quietud.  El hombre se aferró más a la cuerda… y no se soltó como le indicaba la voz. Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda… a tan solo dos metros del suelo…

La duda mata, dice la sabiduría popular. Y para demostrarlo, basta ver una gallina tratando de cruzar una carretera por la que transitan camiones con más de diez y ocho llantas… El Evangelio que nos propone la liturgia del segundo domingo de Pascua nos muestra a un Tomás exigiendo pruebas y señales claras para creer: “Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después los otros discípulos le dijeron: – Hemos visto al Señor. Pero Tomás contestó: – Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”. Seguramente, muchas veces en nuestra vida hemos dicho palabras parecidas a Dios. Este domingo tenemos una buena oportunidad para revisar la confianza que tenemos en el Señor.

Cuando el Señor volvió a aparecerse en medio de sus discípulos, llamó a Tomás y le dijo: – Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado…” Será necesario que el Resucitado nos diga «¡No seas incrédulo sino creyente!» o, por el contrario, seremos merecedores de esa bella bienaventuranza que dice: «Dichosos los que creen sin haber visto». Sinceramente, preguntémonos: ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza? ¿Dónde está nuestra seguridad? ¿Estamos llenos de dudas que nos van matando? ¿Qué tanto confiamos en la cuerda que nos sostiene en medio del abismo?

Fuente: jesuitas.lat

¿De qué Dios hablar y… cómo?

El jesuita español Darío Mollá se formula estas preguntas en este tiempo de distanciamiento y nos propone una reflexión en dos momentos y una constatación. 

Inicialmente considera que el primer movimiento ha de ser el de callar, y callar mucho antes de decir una palabra. Es de la postura de que no tenemos derecho a hablar de Dios si antes no hemos hecho nuestro el silencio, las lágrimas, la impotencia, la rabia de tantas y tantas personas que viven el despojo en carne propia.

En segundo lugar, nos indica que es necesario asumir este como tiempo de tentación, como lo fue el tiempo de Israel en el desierto. Tentaciones (y pecados) en el ámbito de lo político, la economía, la actividad empresarial y laboral; tentaciones (y pecados) en el ámbito de la convivencia familiar y vecinal, en lo personal. Asumirlos y cada uno deberíamos reconocer los nuestros. Y en ese reconocernos pecadores hacernos más misericordiosos en nuestras actitudes y muy (mucho más) humildes en nuestras proclamas. 

Y entonces, no antes, podremos hablar de Dios. Y si no, mejor callar.

Pero ¿de qué Dios y cómo? Del Dios que “se esconde” en la pasión como dice San Ignacio. 

En palabras de Dietrich Bonhoeffer: “Dios clavado en la cruz permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos”.

Sí. La fe se hace a veces muy oscura, la esperanza muy costosa y la caridad es el único lenguaje posible.

Fuente: bit.ly/3euAxKB