Silencio

Reflexiones

Nunca una Semana Santa es igual a otra. Parece que celebramos lo mismo, pero nunca Jesús muere de la misma manera y, por supuesto, nunca resucita igual. Yo, por ejemplo, de la Semana Santa de este año me quedo con el silencio. No el de las calles, que ni la ausencia de las procesiones las ha mantenido silenciosas. Tampoco el mío, que sigo buscando el soniquete seductor de las redes sociales. No me quedo con el silencio de los apóstoles, que tanto habían dicho que estarían al lado de Jesús y luego desaparecieron; ni con el de las autoridades que pudieron evitar su muerte pero prefirieron agarrarse a la cobardía y al poder; ni al de los «seguidores clandestinos» de Jesús, como José de Arimatea y Nicodemo, que, escondidos en la noche, recogieron su cuerpo y lo enterraron; ni al de ese sepulcro cuando la piedra se echó y todo quedó a oscuras. Yo me quedo con el silencio de Jesús.

Cuando nos ofenden, nos hieren en lo más profundo, nuestro primer impulso es gritar, «cantar las cuarenta» a quien nos daña, despotricar a gusto y protestar, protestar mucho. El silencio no es una opción (ni siquiera estoy segura de que, a veces, sea lo más indicado), y menos cuando creemos que llevamos razón. Pero Jesús me vuelve a sorprender.

¿Cómo es posible que, siendo Hijo de Dios, no hubiera hecho algo? ¿Cómo es posible que guardara ese silencio ante las acusaciones que le hacían, ante las barbaridades, ante el escarnio y la burla, ante la injusticia hacia él mismo? ¿Por qué no habló? ¿Por qué no argumentó con la sabiduría que le caracterizaba, con esa claridad con la que hablaba? Nadie como Él podía portar tanta verdad en sus palabras; nadie habría tenido más razón que Él. Pero calló. Ante los Sumos Sacerdotes, ante Pilato, ante Herodes, ante un fanático pueblo que pedía su muerte, ante la negación de Pedro…Nada. Ni una protesta, aunque sea por desahogo.

Nunca entenderé del todo ese silencio. Puedo imaginar que calló por obediencia al Padre, por aceptación de los hechos, por no impedir lo que era necesario que ocurriera, porque quizás Jesús entendió mejor que nadie que el silencio es la mejor de las respuestas…pero nunca entenderé del todo por qué.

Lo que sí creo que he podido hacer esta Semana Santa es aprender de él. A veces hay que guardar silencio para dejar que las cosas hablen por sí mismas, para trabajarnos la confianza y dar espacio a que Dios hable y lleve adelante su plan. El silencio es la oportunidad de echarnos a un lado, salirnos de escena y dejar que sea el Padre quien haga en nuestras vidas. Hacer silencio es un acto de humildad y servidumbre (no de «siervo», sino de «estar en servicio»). Hay veces que sí, que el silencio es la mejor ofrenda a Dios y la mejor muestra de que nos ponemos en sus manos.

Hoy, con el mindfulness y la meditación (que se llevan mucho y que, la verdad, he de reconocer que me ayudan bastante) está de moda eso de la aceptación activa (que no resignación), de soltar el control, dejar que las cosas ocurran y fluir. Ya eso nos lo enseñó hace mucho Jesús con su silencio.

Almudena Colorado

Fuente: pastoralsj.org

Tejer comunidad en tiempos de pandemia e innovación

Un artículo del P. Víctor Martínez Morales SJ para la Edición nº 16 de la Revista Aurora, correspondiente al mes de Abril.

Tiempo de comunidad, una salida relacional

Este tiempo de confinamiento ha llevado a una toma de conciencia de la manera como estamos viviendo al interior de nuestras comunidades, ya sean familiares, parroquiales, religiosas, etc. Vivir juntos, sin salir de casa, ha llevado a valorar los momentos de encuentro, aquellos espacios en donde se puede compartir y conversar sobre algo más que no sea el estado del clima, los pronósticos del tiempo para el día o repetir las noticias ya escuchadas en el telediario.

En este tiempo de pandemia, donde todos los lugares de culto fueron cerrados, se ha venido viviendo, desde lo profundo y hondo de las pequeñas comunidades de los hogares y familias, el evangelio; una iglesia doméstica, desde el tejido de laicos y laicas, jóvenes y ancianos protagonistas de celebraciones, encuentros, oraciones. Se ha aprendido, entonces, del pueblo mismo, un modo de vivir la fe más allá de estar centrada en el rito presidido por el párroco. Se nos invita a dejar atrás una iglesia sacramentalista y clericalista, para asumir una iglesia evangelizadora. La fuerza de una iglesia en salida urge de nosotros hacernos comunidades verdaderamente samaritanas, anunciadoras del reino, portadoras del cuidado de la vida, empeñadas en curar, sanar, cargar con el dolor y el sufrimiento de nuestro pueblo. Cristianos y cristianas en salida, anunciando con alegría la buena nueva de Jesucristo.

Estamos llamados a construir nuevos caminos de comunión de vida, donde el compartir surge de la actitud de la escucha, el diálogo sincero, la contribución abierta y franca de todos los miembros de la comunidad, para aportar juntos al tejido de nuevas relaciones. Si evangelizar es humanizar, esta misión se inicia en casa, al interior de nuestras comunidades, para testimoniar entre nosotros como hermanos y hermanas una verdadera convivencia. La comunión de vida nos hará hacer comunidad desde la diferencia, lo diverso y lo plural. Cuidar, proteger y promover nuestra comunión de hijos e hijas de Dios es testimoniar una iglesia peregrina centrada en el encuentro, el vínculo y la comunicación para realizar la misión.

Nuestra comunidad de hermanos y hermanas testimonio de sororidad y fraternidad nos lleva a ser sinodales, a contribuir en la construcción de una Iglesia sinodal. Esto significa una iglesia que abrazando la diferencia se hace artífice de comunión en la diversidad, participación de todos y todas en la toma de decisiones y misión en la construcción de nuevas relacionalidades. Comunidades que se hacen iglesia de comunión, participación y misión. Una iglesia con rostro sinodal es un nuevo estilo de ser y hacer iglesia, de caminar juntos como pueblo de Dios. Es un proyecto propio del Espíritu Santo que nos inspira y seduce.

Tiempo de contemplación, una salida hacia dentro

Este tiempo ha sido propicio para el encuentro con el Señor, tiempo de oración cuando la meditación y la lectio adquieren sabor a evangelio, hondura del Dios de la vida, palabra que nos cuestiona y provoca. Actualización de nuestro orar que se hace acción, de nuestra contemplación que nos lleva a las obras, de sabernos capaces de actuar como si todo dependiera de nosotros sabiéndonos que estamos en las manos de Dios.

La mirada hacia dentro, hacia lo profundo, hacia lo transcendente nos hace ser mirados por Dios. Tiempo no de sentirnos perdidos, aislados y ensimismados donde la nada es el horizonte y el ocaso el fin. Sino tiempo de Dios, porque le sentimos cercano, porque lo encontramos íntimo, porque se hace Dios con nosotros en el aquí y ahora de nuestras existencias. Su mirada se encuentra con la nuestra para hacernos ver con el corazón y poder leer la realidad desde sus ojos. Saber contemplar con su mirada transforma la tragedia de cifras en rostros, de rostros en historias, de historias en acontecimientos de gracia que nos convierte colocando, en primer plano, lo fundamental: la vida al servicio del amor.

Es así como la oración se hace misión. Nuestra manera y forma de orar ha de ser transformadora de una realidad que clama justicia, equidad y mejores medios de vida. La oración lejos de ser resignación, alejamiento de la realidad, analgésico ante la injusticia e inequidad se hace luz que abre nuestros ojos, levadura que fermenta nuestra comprensión, saliva que nos hace oír el clamor de nuestro pueblo. La oración se hace profecía que nos convoca y provoca a trabajar de manera decidida por un mundo mejor.

Tiempo de comunión, una salida hacia los otros

Es la mirada de Dios la que nos hace valorar el encontrarnos, el sabernos que hemos sido creados para el tejido sororal y fraterno, porque somos sus hijos e hijas, hermanos y hermanas entre nosotros. Descubrir que somos llamados a la comunión, a tejer una comunidad de vida y amor. Eso significa unión de ánimos, sintonía y armonía en la sinfonía que se va creando en el encuentro, el vínculo, la comunicación. Lejos de la división, la fragmentación y la ruptura; lejos de la uniformidad, la masificación, los falsos equilibrios e igualdades. Comunión que ha hecho de la diferencia posibilidad y de la diversidad ganancia, de la alteridad crecimiento y de la pluralidad riqueza.

La comunión se hace misión. Nuestra manera y forma de comulgar ha de ser transformadora de nuestra realidad. Salir de nosotros nos lleva a exponernos ante los otros, descentrarnos, desinstalarnos, desmontarnos de estructuras que han hecho imposible entregarnos de manera radical a favor de los demás. Siempre recatados, siempre medidos, siempre buscando el justo medio que nos hace incapaces de darlo todo por el reino.

Tiempo de evangelización, una salida a la misión

Es esa misma mirada, la mirada de Dios, la que nos hace ponernos en camino, salir de nosotros mismos para llevar a otros la buena nueva del Evangelio. Desde este tiempo de confinamiento el corazón se ensancha para hacernos conscientes que no podemos ser indiferentes al dolor y sufrimiento de muchos de nuestros hermanos y hermanas. Sentimos con mayor fuerza el deseo de ser comunidad samaritana, misericordiosa, hospital de campaña, en salida. Tal ha sido la insistencia y el llamado del papa Francisco.

Llamados a trabajar en favor de los otros, voluntarios, ellos y ellas, que donan su vida y su tiempo al servicio de los más pobres, débiles y marginales. Comunidad misionera desde la vida de nuestras obras que se hacen acciones efectivas y afectivas a favor del reino.

Tiempo de contemplar, comulgar y evangelizar desde nuestra realidad. No hay un mejor tiempo que éste, es hora de sembrar, es hora de arar nuestra tierra, hora de podar nuestros árboles. ¡Llegó la hora! No podemos postergar más nuestra misión de cristianos: ser contemplativos en la comunión del Evangelio.

Tiempo de discernimiento, compasión y esperanza

Ciertamente, este tiempo es un tiempo de crisis, tiempo de prueba, tiempo que nos exige mantenernos en pie con los ojos fijos en Dios. ¿Qué espera Dios de nosotros?, ¿cuál es su voluntad? Tiempo de búsqueda de la voluntad de Dios para con nosotros. Se trata de abrazar el aquí y ahora de esta realidad que nos ha correspondido vivir. ¿Cómo responder sin prisa y sin pausa a lo que se nos urge como cristianos ante esta situación?

Se impone el discernimiento desde la realidad misma de nuestra historia, de los acontecimientos y situaciones que estamos viviendo. Desentrañar la voluntad de Dios para cada uno de nosotros a nivel personal e, igualmente, como cuerpo, a nivel comunitario, familiar, parroquial, institucional, etc. Es el discernimiento que, al preservarnos del error, nos hace acertar en el camino de los criterios del reino, al darnos la medida del Espíritu. Se espera de nosotros respuestas nuevas, audaces con sabor a entrega y donación.

Ante esta realidad, nuestro corazón nos lleva a optar con pasión en responder por la situación de sufrimiento, pobreza y miseria del otro, del prójimo, de nuestro pueblo. No podemos ser indiferentes ante lo que sucede y ante lo que nos suscita el otro, cuánto más ante su debilidad, vulnerabilidad y desprotección. Escuchar el clamor de nuestro pueblo hoy tiene color de incertidumbre, angustia y miedo. Eco de impotencia, ansiedad y frustración. No podemos ser sordos a este clamor, hemos de responder a estos gritos de auxilio y socorro, asistiendo y reforzando lo ya establecido, pero también implementando dinámicas de ayuda y apoyo, nuevas prácticas de transformación audaces y proféticas.

Apostar por un nuevo colorido, por ir más allá de los primeros pasos, por solucionar los problemas y conflictos iniciales nos lleva a dar una mirada motivadora animada desde la otra orilla. Desde la novedad del reino, en el aquí y ahora de la historia, ver con ojos de posibilidad lo que se creía improbable y hacer real lo que parecía imposible. Se aprende de la adversidad, se constatan logros, se crean nuevas y buenas prácticas, tiempo de invención, de oportunidades para mejorar. Este tiempo nos hace caminar en el todavía no del reino, con la seguridad de una esperanza ya alcanzada en él que nos habita.

Discernimiento, compasión y esperanza dados por el fuego del Espíritu que nos hace capaces de elegir apasionadamente los valores del reino, haciendo que nuestro único amor, querer e interés estén puestos solo en él, en el Amado.

En tiempos de pandemia se pone a prueba nuestra fidelidad creativa

Tiempo de profecía, de ver con ojos nuevos lo que ha de venir, lo que se aproxima, aquello que está por hacerse, he ahí la interpretación honda y serena de los signos que marcan nuestro peregrinar en el aquí y ahora de nuestro tiempo. Por ello, muchos de nosotros hemos de hacer de la crisis no amenaza sino posibilidad, nuevo ardor con sabor de conversión y purificación, de recuperación y transformación, de cambio en deseo de abrazar nuevos horizontes, nuevas formas de ser y hacer vida.

Se ha puesto a prueba nuestra solidaridad, nuestra parresia evangélica, nuestra esperanza para vencer todo miedo, temor o sentido de amenaza que paraliza e impide actuar con coraje y asertividad. Tiempo de respuestas osadas de acciones en red, en comunión, en inventiva de nuevas relacionalidades, nuevos estilos de vida en búsqueda de salvaguardar siempre el bien común. Reconquistar desde el silencio y la palabra el valor del encuentro para construir juntos un mejor vivir.

Ha sido un tiempo propicio para descubrir lo humano, dar una mirada a nosotros mismos, descubrir nuestro cuerpo, nuestro entorno, crecer juntos. Se trata de un cambio paradigmático, de una vida centrada en nosotros, en el antropocentrismo, a un ecocentrismo, de un horizonte mayor y abarcador. Se trata de todo un ecosistema en orden integral, dinámica compleja de comprensión global, afectación sistémica de lo que implica la vida en todo el colorido biodiverso de la sinfonía diacrónica y sincrónica de toda la creación.

Tiempo de centrarnos, de saber ubicar y distinguir lo fundamental de lo accidental, de saber aquello que necesita nuestra primacía y nuestra prioridad. De tomar conciencia si la ley, la institución y el individuo están sobre la vida, la persona y el bien de la comunidad. Tiempo de responder: ¿cuál es el amor que nos mueve? y ¿dónde está el tesoro que nos enriquece?

Tiempo de nuestro compromiso creyente a favor de las víctimas, los desprotegidos y los más vulnerables de esta pandemia. Colaboración afectiva y efectiva desde nuestros lugares de misión en el cuidado y protección de la vida. Compromiso que nos hace ser promotores de justicia en el amor que se hace servicio.

Víctor M. Martínez Morales, SJ

Decano de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana en Bogotá

 

¿Qué es orar?

Reflexiones

Escribió Arrupe una vez que solo la oración nos hace merecedores de la bienaventuranza que se le escapa a Jesús de entre los labios: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Pues bien, me atrevo a decir que pocos de los que leemos estas líneas somos, así de primeras, de esa «gente sencilla». Arrupe no se sentía así, ni tampoco veía ahí a los jesuitas a los que se dirigía. Por eso decía que solo la oración nos hace merecedores de esta bienaventuranza. Sin ella, nos creemos «sabios y entendidos». Con oración, recuperamos nuestro justo lugar de criatura.

La oración no es principalmente una práctica, un rezo, una meditación, un tiempo que dedico a contemplar tal pasaje o a leer tal texto. La oración es fundamentalmente una actitud. Por eso puedo orar cantando o tocando la guitarra; puedo orar con la respiración o con el cuerpo; puedo orar con palabras o sin ellas. Orar es todo lo que haga de forma consciente y libre en implorada presencia de Dios.

Orar es hacer cualquier cosa… sabiéndome bajo la atenta mirada de Dios. Por eso, puedo aprovechar esta cuaresma para orar intensamente de un modo nuevo para mí. Puedo leer despacio un libro espiritual, aprender a hacer silencio interior, tocar la guitarra, pintar o hacer una cuidada caligrafía, salir al campo y respirar en la montaña… Párate y di: «Esto es oración. A ti me dirijo. A ti te busco». Y entonces escucharás a Jesús diciendo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido bien».

Charlie Gómez-Vírseda, sj

Encontrá otros textos del autor aquí: Charlie Gómez-Vírseda, sj

Reflexión del Evangelio – III Domingo de Pascua

III Domingo de Pascua – Ciclo B (Lucas 24, 35-48)
Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Don Miguel de Unamuno y Jugo, ese vasco universal y rector salmantino, escribió en 1930 una pequeña novela en la que se retrató a sí mismo de cuerpo entero. Don Miguel vivió crucificado entre las dudas que abrigaba su corazón y una fe que se resistía a creer. En la introducción de esta obra, que lleva por título el nombre y las dos cualidades más significativas de su protagonista, San Manuel Bueno, Mártir, dice el mismo Unamuno: «tengo la sensación de haber puesto en ella todo mi sentimiento trágico de la vida».

La novela se desarrolla en un pueblo legendario, Valverde de Lucerna, que vive hundido en el lago de Sanabria, junto a San Martín de Castañeda, en la provincia de Zamora, España. Allí vive y trabaja un cura que tiene fama de santo. Pero don Manuel, el santo cura, por sobrenombre Bueno, abriga en su corazón una tragedia de inmensas proporciones… No cree en la vida eterna. Cuando reza el credo en la misa dominical, se siente como Moisés, que muere poco antes de entrar en la tierra prometida, pues “al llegar a lo de «creo en la resurrección de la carne y la vida perdurable» la voz de Don Manuel se zambullía, como en un lago, en la del pueblo todo, y era que él se callaba (…). Era como si una caravana en marcha por el desierto, desfallecido el caudillo al acercarse al término de su carrera, le tomaran en hombros los suyos para meter su cuerpo sin vida en la tierra de promisión”.

Junto a este creyente incrédulo, Unamuno presenta a dos hermanos, Ángela y Lázaro, que ofrecen un contraste a la tragedia del pobre cura; la primera, una firme creyente, que anima a su párroco en la esperanza de la resurrección; y el segundo, un ateo convencido, que se deja transformar por la fragilidad de la fe honesta y titubeante de su pastor. De alguna manera, Unamuno se retrató a sí mismo y retrató la verdad de todos nosotros, que caminamos a tientas por este mundo, con una fe vacilante… Nadie, que de verdad se haya arriesgado a creer, puede decir que alguna vez no lo han sorprendido las dudas frente a las verdades que confiesa y por las que vive y muere. El mismo Unamuno, muerto el 31 de diciembre de 1936, quiso que en su sepultura se grabara este epitafio: «Méteme Padre eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar. Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo».

El texto evangélico que se nos propone este domingo está atravesado por estas mismas dudas que habitaron el corazón de don Manuel Bueno, Mártir y de su autor, Miguel de Unamuno: “Pero Jesús les dijo: –¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen estas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: «¿tienen aquí algo que comer?» Le dieron un pedazo de pan y pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia”.

También los discípulos dudaron de la resurrección de su maestro. Muchos de nosotros, aún hoy, seguimos creyendo lo que no vimos y, a tientas, entre dudas y búsquedas permanentes, seguimos gritándole a Dios “¡Creo, ayuda a mi poca fe!” (Marcos 9,24).

Fuente: jesuitas.lat

Invitación a orar

Cualquier acompañante espiritual, habrá recibido varias veces la pregunta de cómo hacer oración. Antes que una respuesta, estas líneas quisieran ser una invitación. Dicen que la plegaria es algo así como la respiración del alma. Quizá, pues, sea útil comenzar partiendo de la respiración del cuerpo: porque respirar es la actividad más importante y más inconsciente de todas las que hacemos. Vayamos a empezar por hacerla consciente.

1.- Una postura cómoda pero no repantigada, vertical más bien; cobrar conciencia del movimiento de inspirar y espirar: lentos y hasta el fondo de los pulmones. Este movimiento repetirlo una y otra vez sin palabras. En realidad (como decía Jesús), en la oración sobran las palabras; si son necesarias es solo para evitar nuestras constantes distracciones. Pero la meta es un silencio lleno, no un silencio vacío. Y que acabará siendo solo silencio exterior pero no interior.

Intentemos pues llenar ese silencio de pequeños mantras que procuren ser expresiones de afectos y necesidades personales, bien breves y dichas bien despacio (Te adoro, quiero amarte, gracias, necesito tu ayuda, quiero confiar en Ti, dime qué debo hacer… o alguna petición del Padrenuestro).

2.- Esto será en los comienzos un mero ejercicio que habría que procurar convertir en hábito: los hábitos vuelven fácil lo que antes era difícil. Si resulta costoso, tengamos en cuenta que la mejor definición de la oración no es la de “hablar con Dios” sino la de “buscar a Dios” (Ignacio de Loyola no temía decir que de cien personas que dicen tener mucha oración es probable que noventa no la tengan). Por tanto: la sensación de tiempo perdido o de distracciones, convirtámosla en una demostración práctica de que eso de encontrar a Dios, me importa tanto que estoy dispuesto a gastar todo el tiempo y todo el esfuerzo que haga falta. Recordando aquella “quimera del oro” de Charlot, hagamos nosotros una auténtica “quimera de Dios”.

3.- Cuando esa respiración silenciosa (o casi silenciosa) se haya convertido en un hábito, es muy probable que vaya dejando en nosotros una sensación profunda del misterio que nos envuelve. En contraposición a lo que es mero “enigma”, el verdadero misterio sigue siendo más misterio cuanto más te adentras en él: porque el misterio es la infinitud. Eso que llamamos Dios es el Infinito. Por eso, cuando queremos encerrarlo en nuestros esquemas o nuestras ideas, lo falsificamos y lo convertimos en ídolo.

Esa percepción de Misterio que nos envuelve irá dejándonos una sensación de paz, de profunda paz. Entonces ya no acudiremos a la oración como quien va a un ejercicio pesado e inútil, sino buscando esa paz. Y esa búsqueda ya es ejercicio de un afecto no expresado.

4.- Luego, según tradiciones diversas, pero válidas para todos, esa sensación del Misterio puede desplegarse por diversos caminos.

4.1.- Para las tradiciones orientales, el Misterio está «dentro de mí», en lo más profundo de mí: bajar a esa profundidad de mi ser equivale a encontrarme con lo mejor de mí mismo; y eso es lo que pide la plegaria cristiana cuando reza “ven Espíritu Santo”.

4.2.- La tradición judía tiene muy presente que el Misterio es el Creador y el Liberador. Creador quiere decir que es la Fuente de todo, pero de manera incomprensible para mí y no de la manera como yo puedo fabricar cosas. Los teólogos discutieron si era mejor llamar a Dios Causa o Fundamento. Y esa discusión, que no tiene respuesta, sirve para mostrar que la acción de Dios es diferente de todo lo que podemos imaginar: se ha comentado a veces el acierto de la Biblia cuando usa para la creación de Dios un verbo (barah) que no usa nunca para las obras humanas. Las lenguas latinas lo quisieron hacer más comprensible usando esa palabra “crear” para las obras de arte: como cuando algún Mozart saca “de la nada” una melodía y unos acordes que no estaban en ninguna parte, o Miguel Ángel saca un Moisés de un bloque de mármol donde no estaba el tal personaje. Pero es aún más fina la intuición bíblica.

Liberador quiere decir que nosotros tenemos algo o mucho de esclavitud no reconocida en nuestro interior. El libro del Éxodo cuenta que los hebreos se quejaban en Egipto de la esclavitud exterior a que los sometía el Faraón. Pero, contra todo pronóstico, cuando Dios llama a Moisés para que los saque de Egipto y los libere, una de las objeciones que le pone Moisés es esta: “Señor, ellos no van a querer” (6,12). Efectivamente: nos es más fácil renegar de las esclavitudes exteriores que buscar nuestra libertad interior.

4.3.- Finalmente, la tradición cristiana añade a esas experiencias del Misterio algo increíble: ese Misterio es Amor. Tanto que, por amor al ser humano, y para llevarnos plenamente hasta Él, ha llegado a vivir nuestra misma vida, tomando fragilidad humana y exponiéndose a nuestra maldad, en aquel “Empapado” (o “Ungido” = Cristo) de Dios, que fue Jesús de Nazaret.

Luego la razón y las culturas humanas tratarán de explicar eso y hablarán de subsistencia y naturalezas: lenguaje que hoy se nos escapa, pero resultaba inevitable desde la cultura griega (y que dio lugar a esa extraña expresión de “unión hipostática”). Como seguramente, si el cristianismo se hubiese implantado en India, habrían hablado de “advaita” o “no-dualidad”: una expresión que nosotros solemos deformar desde nuestro orientalismo barato, pero que viene a decirnos que nosotros solo somos una pretensión de advaita y que Cristo es la plenitud de esa no-dualidad que hace que no seamos (como creía Sartre) “una pasión inútil”.

Resumiendo: la apertura al Misterio puede tener la forma de llamada a lo más profundo de mí mismo, de conciencia de mi situación de dependencia (pero una dependencia del amor), de oferta de una libertad plena y de llamada al amor más desinteresado, sobre todo hacia aquellos en quienes la autonomía y el pecado de la creación impiden que aparezca la voluntad amorosa del Creador (por eso, en la vida de Jesús, los enfermos y los pobres y oprimidos fueron los verdaderos protagonistas).

5.- Con estos contextos de fondo, todo ese hábito de respiración serena y profunda llenará el silencio con unas sensaciones afectivas y unos estados de ánimo que quizá necesiten alguna palabra para no distraernos, como antes dije, pero saben bien que todo nuestro lenguaje, por elaborado que nos parezca, no pasa de ser algo así como los sonidos que emite el bebé cuando comienza a hablar y que solo puede entenderlos su madre.

6.- Todo lo anterior no ha sido más que ese afinar los instrumentos que solemos oír cuando vamos a un concierto antes de que comience la música. Quedan ahora las diversas partituras a seguir: reflexionar sobre una palabra de Jesús, o imaginar una escena evangélica, o contemplar desde nuestra interioridad la enorme maldad y el inmenso sufrimiento que hay en nuestro mundo, o desgranar las palabras de alguna plegaria oral compuesta por otros o, simplemente, seguir estando ahí paladeando esa sensación de Misterio. Aquí ya no puedo describir más estos caminos que el orante podrá ir encontrando con facilidad cuando haya afinado su instrumental.

7.- Pero sí quisiera concluir con otra observación: el título que di a estas reflexiones es una parodia de la complicada “Invitación al vals” de C. M. von Weber, que luego Berlioz orquestó y la hizo más asequible para nosotros los profanos. Ahora bien: el título alemán de la obra de Weber era propiamente “invitación a la danza”, pero sus compases tienen esos armónicos de placidez y sugerencia, tan típicos del vals, donde parece que, más que bailar, eres bailado; y supongo que de ahí viene el título castellano. He querido decir con esa parodia que la oración puede convertirse en una especie de descanso, plácido y sugerente como la danza.

Sí. Pero una danza que, en nuestra situación de Alianza, nos lleva a la esperanza e, inmediatamente, a ese esfuerzo de la “labranza”.

J. I. González Faus sj

Fuente: blog.cristianismeijusticia.net

La Sinodalidad en clave de los Ejercicios Espirituales

Un artículo de Mauricio López, Secretario interino de la Conferencia Eclesial de la Amazonía y del Centro de Acción Pastoral y Redes del CELAM.

Hay tres modos propios de la espiritualidad Ignaciana para comprender la Sinodalidad en la Iglesia. El primero es el Principio y Fundamento. Somos creados y creadas con un para qué, somos fruto del amor primigenio de Dios y no el resultado de un acto de voluntad autónomo.

El propósito mayor de la Sinodalidad no es una mejor eficacia o institucionalidad en los procedimientos o métodos de nuestro ser Iglesia, ni tampoco la mayor democracia en los caminos de la sociedad, sino siempre, y por encima de todo, cumplir la voluntad de Dios. Se nos invita a relacionarnos entre nosotros y con lo creado, sinodalmente, para cumplir esa vocación.

Encarnación y Amor

El segundo modo es la contemplación de la Encarnación. El ejercicio sinodal de la Trinidad como proceso comunitario en el Ver-escuchar la realidad comprendiendo toda su diversidad y multiculturalidad; discernir el llamado (considerar cómo mira la Trinidad) y actuar en el dinamismo de la Encarnación para redimir-transformar la realidad haciéndose uno con nosotros-as, abrazando la realidad concreta de las periferias.

Finalmente la contemplación para alcanzar Amor. Es el modo en que se concreta el camino sinodal. Se trata de un acto originado en y para el amor, y ello implica salir de sí mismo. Dar y recibir, comunicar, transparentar lo que se es y lo que no (lo que se tiene y lo que no). Para sabernos invitados a ser co-creadores, y contemplativos en la acción en clave de reciprocidad con Dios y con los otros-as, para la Mayor Gloria de Dios y para en Todo Amar y Servir en coherencia con este modo Sinodal hacia el Reino.

Fuente: asambleaeclesial.lat

En diálogo con Nathalie Becquart, miembro de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos

Una entrevista de María Luisa Berzosa FI a Nathalie Becquart sobre las responsabilidades y la participación de las mujeres en la Iglesia como resultado del trabajo sinodal del último tiempo.

Entrevista

Nathalie Becquart es religiosa de las Misioneras de Cristo Jesús (Xavière) y fue nombrada recientemente subsecretaria de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, primera mujer y con derecho a voto;  fue elegido también un religioso agustino español, Luis Marín de San Martín.

Pudimos compartir muchas horas de trabajo y reflexión conjunta en el Sínodo de los Jóvenes y, desde ese vínculo que se creó entre nosotras, me he atrevido a hacerla algunas preguntas, a las que ha respondido amablemente regalándome un espacio en su agenda, ahora cada vez más llena.

  • ¿Piensas que tu nombramiento es el resultado del trabajo realizado en los dos Sínodos anteriores donde hemos escuchado al Espíritu Santo?. ¿Cuál es tu opinión?

Los dos últimos sínodos ha hablado mucho de la cuestión de las mujeres. En el Documento Final del Sínodo de los Jóvenes y del Sínodo sobre la Amazonía podemos leer palabras fuertes que llaman, por un lado, a luchar contra toda discriminación de la mujer en la sociedad y, por otro, a dar más responsabilidad a las mujeres en la Iglesia.

Así, en el párrafo 13 del Documento Final del Sínodo de los Jóvenes: «La Biblia presenta al hombre y a la mujer como compañeros iguales ante Dios (cf. Gn 5,2): toda dominación y discriminación basada en el sexo ofende la dignidad humana»; o de nuevo en el párrafo 148: «Una Iglesia que pretenda vivir un estilo sinodal no podrá prescindir de la reflexión sobre la condición y el papel de la mujer en su seno y, en consecuencia, también en la sociedad. Las mujeres y los hombres jóvenes lo piden con mucha fuerza. Las reflexiones desarrolladas requieren ser puestas en práctica a través de un trabajo de valiente conversión cultural y de cambio en la práctica pastoral diaria. Un área de particular importancia en este sentido es la presencia de las mujeres en los organismos eclesiales a todos los niveles, especialmente en puestos de responsabilidad, y la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones eclesiales, respetando el papel del ministerio ordenado. Se trata de un deber de justicia, inspirado tanto en el modo en que Jesús se relacionó con los hombres y mujeres de su tiempo, como en la importancia del papel de ciertas figuras femeninas en la Biblia, en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia».

En esta misma línea, el Sínodo sobre la Amazonia abogó por que la Iglesia consulte a las mujeres, reconozca y refuerce su participación en los procesos de toma de decisiones (DF §101). Mi nombramiento puede leerse, pues, como un gesto del Papa Francisco en respuesta a las peticiones de los últimos sínodos.

  • ¿Qué podemos hacer para vivir la sinodalidad en la vida cristiana cotidiana sin dejar todo para el momento del Sínodo como tal?

En esta fase actual de la recepción del Vaticano II, en el contexto histórico que es el nuestro, estamos llamados a fortalecer y desplegar la sinodalidad en todos los niveles de la Iglesia. Está claro que «debemos avanzar en este camino. El mundo en el que vivimos, y al que estamos llamados a amar y servir incluso en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión. El camino de la sinodalidad es precisamente el que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio»[1].

Por lo tanto, todos estamos invitados a promover y poner en práctica la sinodalidad allí donde estemos. Es decir, vivir nuestra fe cristiana en este estilo sinodal que es un estilo misionero para anunciar el Evangelio a los hombres y mujeres de este tiempo.  Se trata, en primer lugar, de dar vida a las instituciones sinodales que no son sólo el Sínodo de los Obispos o el sínodo diocesano, sino también un consejo pastoral diocesano o parroquial, un consejo presbiteral, un capítulo local, provincial o general para las comunidades religiosas, las asambleas generales y los consejos de los movimientos eclesiales…

Como nos dice el Papa Francisco, «Ser Iglesia es ser una comunidad que camina junta. No basta con tener un sínodo, hay que serlo. La Iglesia necesita un intenso intercambio interior: un diálogo vivo entre los pastores y entre éstos y los fieles» [2].  La sinodalidad es un estilo misionero que es un modo de la vida y una práctica marcada por la escucha y el discernimiento.

Para poner en práctica la sinodalidad en el día a día necesitamos integrar y vivir la espiritualidad de la sinodalidad que requiere actitudes de fe y confianza (en Dios, en los demás), de escucha y humildadde diálogo y de libertad para buscar la verdad. Se trata de desarrollar una verdadera cultura del encuentro al servicio del bien común, en la aceptación y el respeto de las diferencias con la convicción de que el Espíritu habla en cada persona y que sólo podemos discernir las llamadas del Espíritu juntos en esta escucha mutua. La sinodalidad significa pasar del «yo» al «nosotros», redescubrir la primacía del «nosotros» eclesial, de la comunidad, una comunidad abierta e inclusiva que camina junta con Cristo en el centro. La sinodalidad, al poner a Cristo y a los demás en el centro, nos construye como Pueblo de Dios.

  • ¿Tendremos padres y madres sinodales en el próximo Sínodo? ¿Laicos y laicas? ¿Crees que habrá una verdadera experiencia sinodal?

«Se ha abierto una puerta», así dijo el cardenal Mario Grech al comentar mi nombramiento, porque de hecho, según la Constitución Episcopalis Communio, la misión de Subsecretario de la Secretaría General del Sínodo conlleva ser miembro de derecho del Sínodo y, por tanto, derecho a voto. Esta cuestión se ha planteado masivamente en los dos últimos sínodos, y muchos han expresado su incomprensión por el hecho de que los superiores generales no clericales que representan a las órdenes religiosas masculinas puedan votar como padres sinodales y no las religiosas, que hasta ahora sólo podían participar en el sínodo como auditoras o expertas.

La historia del Sínodo de los Obispos desde su creación al final del Concilio en 1965 nos enseña que evoluciona de sínodo en sínodo. Por lo tanto, podemos suponer que la evolución continuará. En particular, se espera que el próximo sínodo sobre la sinodalidad en 2022 dé lugar a una importante fase de preparación en las Iglesias locales, posibilitando experiencias sinodales concretas a nivel de parroquias, diócesis, conferencias episcopales, etc., haciendo hincapié en la escucha del Pueblo de Dios.

  • Ciertamente, he sentido la alegría de muchas mujeres por tu nombramiento, ¿qué podrías decirnos, como mujer, a todas nosotras?

Sí, me han impresionado y emocionado los numerosos mensajes que he recibido de todo el mundo tras mi nombramiento [3]. Todos ellos expresaron la alegría compartida por quienes recibieron la noticia. Muchas mujeres, por supuesto, y en particular las religiosas que recibieron este nombramiento como algo suyo. Pero también muchos hombres, muchos sacerdotes, obispos, cardenales que me decían lo contentos que estaban con esta decisión del Papa Francisco y lo que simboliza: la inscripción en la estructura misma del Sínodo de los Obispos de la presencia de las mujeres, de los religiosos -no hay que olvidar que fui nombrada junto a otro religioso agustino español subsecretario, el padre Luis Marín de San Martín-, de los laicos.

Es una señal visible de que se tiene en cuenta el Sensus Fidei. Me siento llevada y apoyada por la oración de muchos. Esto me llama a vivir esta misión como un humilde servicio estando profundamente conectada, vinculada al pueblo de Dios, escuchando a todos, especialmente a los más pobres y sufrientes.

Muchas gracias, Natahalie, por este compartir cordial y profundo que nos anima a seguir caminando sinodalmente.

María Luisa Berzosa, FI –Roma-

 

[1] Discurso del Papa Francisco con motivo del 50º aniversario de la Institución del Sínodo, 17 octubre 2015

[2] Discurso del Papa Francisco a los responsables de la Iglesia greco-católica ucraniana, 5 julio 2019.

[3] Entrevista al cardenal Grech, Secretario General del Sínodo de los obispos

Fuente: hijasdejesus.org

Preguntas a un Dios que perdona

Una reflexión de Emmanuel Sicre SJ

¿Qué te mueve, Señor, a esperarnos tanto? ¿Qué es esa paciencia?
¿Qué buscas en nosotros aún cuando te rechazamos?
¿Cómo haces posible el perdón cuando el mal duele tanto?
¿Cómo es posible que ames a todos, absolutamente a todos, sin pedirles nada?
¿Cómo te las arreglas para corregirnos de esa manera tan eficaz, silenciosa y bella que nos hace tirar la piedra con la que condenamos a los demás?
¿Cómo sabes, Señor, que el llanto sobre lo que no podrá ser sino aceptado, es sanante bálsamo para desamarrarnos?¿De dónde esa astucia con la que. transformas los recuerdos más dolorosos en memoria fecunda y sabia?
¿Por qué insistes hasta morir y resucitar para liberarnos de lo que no podemos soportar solos?
¿Qué necesidad tenías de construir y cruzar el puente y reconciliarnos contigo?
¿Por qué te empecinas en sanar nuestras heridas y besar nuestras cicatrices? ¿Qué encuentras allí?
Eres demasiado perdonador para mi gusto algunas veces, pero no encuentro forma más hermosa de ser Dios que buscándote/nos incesantemente hasta encontrarnos y hacernos uno contigo en el amor.

Reflexión del Evangelio – II Domingo de Pascua

Reflexión por Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Hace algunos días Seve, comentó en nuestra comunidad que un profesor del Seminario de Planificación pastoral de la Casa de la Juventud, había hecho un halago de uno de nuestros compañeros. Cuando comentó que vivía en la misma comunidad con Gonzalo Castro, el profesor dijo: «¡Ese es el jesuita más coherente que yo conozco!» A lo que Seve respondió: «¡Y yo, que vivo con él, ni me había dado cuenta!»

Este hecho me trajo a la memoria aquella historia del abad de un célebre monasterio que fue a consultar a un famoso gurú en las montañas del Himalaya. El abad le contó al gurú que, en otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo el mundo occidental; sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de los monjes. Pero habían llegado malos tiempo: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones. Lo que el abad quería saber era lo siguiente: «¿Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación?»

«Sí», respondió el gurú, «un pecado de ignorancia». «¿Y qué pecado es ése?» Preguntó el abad. «Uno de ustedes es el Mesías disfrazado, y ustedes no lo saben». Y, dicho esto, el gurú cerró los ojos y volvió a su meditación. Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía cómo su corazón se debocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. ¿Cómo no había sido él capaz de reconocerlo? ¿Y quién podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El hermano administrador? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos… Pero resulta que el gurú había hablado de un Mesías «disfrazado». ¿No serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio tenían defectos, y uno de ellos tenía que ser el Mesías.

Cuando llegó al monasterio reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿El Mesías… aquí? ¡Increíble! Claro que, si estaba disfrazado… entonces, tal vez… ¿Podría ser Fulano…? ¿o Mengano, o..? Una cosa era cierta: Si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. «Nunca se sabe», pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, «tal vez sea éste…». El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.

Eso fue lo que le pasó a Tomás. Quería ver «en sus manos las heridas de los clavos» y meter su mano en su costado para poder creer. Jesús resucitado se hace presente entre nosotros de una forma tan cotidiana, que corremos el riesgo de no reconocer su presencia y pasar de largo junto a él. La Pascua es un tiempo propicio para reconocer en aquellas personas con quienes vivimos, la presencia resucitada del Señor.

 

II Domingo de Pascua – Ciclo B (Juan 20, 19–31)
Hermann Rodríguez Osorio, SJ

 

Fuente: jesuitas.lat

Emmanuel Sicre SJ: «El silencio Pascual»

No es difícil experimentar el silencio de Dios en nuestras vidas. Muchas veces nos encontramos con la necesidad de escucharlo, de sentirlo, de recibir su consejo… y nada. Silencio, vacío, aparente mudez, sensación de abandono. Jesús también lo vivió así antes de morir. “Mi alma está muy triste, hasta la muerte…” (Cf. Mt 26, 38) 

El Dios del Génesis que crea con su Palabra, que resuena en los profetas y responde enérgico en los reclamos orantes, el que dispone del tiempo y de la historia, comienza a sumirse en el silencio de la pasión. Cada vez más callado, Jesús, apenas responde, enigmático, contemplativo ante los tribunales humanos. Lo cierto es que, a medida que se acerca al umbral de la muerte, podrá regenerarlo todo de nuevo.Es por medio de ese silencio pascual que nos va diciendo que se queda en cada realidad para siempre, que permanece silente para percibir con toda su humanidad el dolor de las criaturas, el nuestro, y encontrar en ellas mismas el soplo originario del Dios que les dio la vida con su Palabra. Es decir, se reencuentra consigo mismo que es el Verbo Encarnado.

Con la Pascua Dios calla para que podamos callar con él, silenciarnos y percibir su “estar llegando” a todas las cosas para sembrarse en ellas. Por eso, el ruido es la negación de que Dios está. El ruido del griterío del pueblo, el ruido de la música atronadora, el ruido en las comunicaciones desencontradas, el ruido de todo lo que condenamos injustamente a sufrir con nuestro estruendo más atroz: el egoísmo endiosante que nos hace creer hijos e hijas únicos y dioses de los demás.

Por el silencio de la Pascua es que somos convertidos en lo contrario de nuestro ego posesivo y endiosado. Se nos transforma en hermanos y hermanas de las criaturas hechas de Dios por el espíritu que Cristo, al descender a nuestros infiernos, sopló en el interior de todo ser para que, como en el camino de gestación, el viacrucis, entráramos a vivir en el útero de Dios. De modo tal que podamos ser dados a luz a la vida de las personas nuevas que buscan la fraternidad y la justicia que solo quienes han sido libres del infierno de su miseria necesitan comunicar a los demás para que gusten de quien salva.

El silencio de Dios en la Pascua es el laboratorio de la Nueva Creación donde se elabora la medicina para nuestras heridas de muerte, donde el aceite del consuelo ha encontrado su textura justa para regenerar el tejido llamado a ser cicatriz en mí y en la sociedad. En ese laboratorio del Silencio Pascual es donde Dios ha definido la misteriosa fórmula de toda felicidad humana: el amor entregado sin condiciones. 

Por eso cada vez que Dios calla nuestra confianza tendría que arder como pasto seco, porque sabe que se han puesto en marcha las transformaciones necesarias para nuestro ser. Si Dios calla, si lo percibimos silente, como distraído de nuestras demandas, estemos en paz porque está trabajando en la carpintería de nuestra intimidad. Quizá por eso de José no conocemos más que su silencio.

El silencio de Dios en la pasión es el silencio que nos visita en nuestras propias pasiones personales y sociales, para que, cuando los efectos de la resurrección lleguen a nuestras vidas, seamos lanzados al mundo cual cupidos, cual sembradores desprevenidos del terreno, pero generosos con la semilla, cual mujer alegre con sus vecinas al encontrar la moneda que se le había perdido.

Hagamos silencio para espiar a Dios librando la lucha por quedarse en nuestra vida para siempre y desplazar el mal que debilita las fibras divinas de las estamos hechos.

  • ¿En qué zonas de mi vida me gustaría escuchar a Dios pero lo siento callado?
  • ¿Ante qué situaciones no me queda más que el silencio contemplativo que no comprende pero confía?
  • ¿Qué me gustaría oír hacer a Dios en el silencio de mi intimidad y en lo secreto de nuestra sociedad?

Emmanuel Sicre sj