Tomás Bradley SJ: «la pandemia nos está invitando a repensarnos a fondo»

El COVID nos está confrontando

Lo que vivimos no es una desgracia, es una oportunidad.

Es evidente que la pandemia nos está invitando a repensarnos a fondo. Podemos aprovechar este tiempo, en vez de quejarnos, soñando volver a lo de antes –cosa que no va a pasar. Porque no se vuelve al pasado.

La vida privada y pública tienen que cambiar. El modo de entretenernos. El modo de vincularnos con los vecinos: acercarnos cariñosamente, para ayudar, para saludar, para respetar. El modo de ahorrar. El modo de ser creativos para generar producciones sustentables y medios de vida ecológicos. Lo artesanal tiene que pasar a un primer plano. Las comunicaciones virtuales nos ayudan a acompañarnos en la distancia. Pero no tenemos que caer en ellas como en un pozo sin fondo. Hemos de usarlas tanto cuanto ayuden.

El límite contiene. Es como el abrazo delicado de la madre con su niño bebé. Hay mucho por abrazar, sobre todo en nuestro interior.

Les pido que cuidemos mucho los ámbitos de encuentro parroquiales: reuniones de oración, de ayuda pastoral, de catequesis, de celebraciones litúrgicas.

Esta navidad nos va a encontrar más íntimamente reunidos en pesebre. Y no tan distraídos en “fuegos artificiales que nos alejan de la realidad”. Nos entretienen un rato, pero sólo son ruido y espuma.

Ante la contundencia de lo que sucede, o intentamos huir hacia la nada en la desesperación, el miedo y la queja; o aprendemos a ahondar nuestra relación con Dios, con los demás y sobre todo con nosotros mismos.

Dios se nos acerca en su Hijo, el Niño Jesús. Estemos atentos para recibirlo.

Tomás Bradley SJ

Reflexión del Evangelio – Solemnidad de Cristo Rey

Evangelio según San Mateo 25,31-46.

Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso.
Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos,
y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda.
Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo,
porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron;
desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver’.
Los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’.
Y el Rey les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’.
Luego dirá a los de su izquierda: ‘Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles,
porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber;
estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron’.
Estos, a su vez, le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?’.
Y él les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo’.
Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna».

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

 Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que entregó su vida en el servicio a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, SJ, canonizado en el año 2005 por Benedicto XVI y patrono de una de las parroquias de Bogotá. El P. Joss falleció hace pocos meses.

Al hablar de su vocación siempre recordaba que siendo joven prestó servicio militar en su país al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos aliados. Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por el pueblo… pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos por las bombas. Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos… tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”. Al regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.

Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel… Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron, o lo que no hicieron, por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron, o no lo hicieron.

Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:

CRISTO, no tienes manos, tienes sólo nuestras manos

Para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.

CRISTO, no tienes pies,

Tienes sólo nuestros pies

Para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.

CRISTO, no tienes labios,

Tienes sólo nuestros labios

Para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Domingo 15 de noviembre

Evangelio según San Mateo 25,14-30.

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes.
A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida,
el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco.
De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos,
pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores.
El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. ‘Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado’.
‘Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor’.
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: ‘Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado’.
‘Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor’.
Llegó luego el que había recibido un solo talento. ‘Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido.
Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!’.
Pero el señor le respondió: ‘Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido,
tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez,
porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene.
Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes’.
Por P. Hermann Rodríguez Osorio, SJ

Hace unos días me llegó este mensaje por el correo electrónico: “Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: – ¡Buen día, abuelo! Él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: – ¡Hoy es día de inventario, hijo! – ¿Inventario? – pregunté sorprendido. – Si… ¡El inventario de las cosas perdidas! – me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: – En el lugar de donde yo vengo las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi inercia. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aun más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: – En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: «Te amo». Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: – Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.

Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: – ¿Sabes qué he descubierto en estos días? – ¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó nuevamente: –¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad: – No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: – El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado de omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.

Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. El expresarnos nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno… antes de que sea demasiado tarde. Dile a ese ser: «Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Él: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname».

Muchas veces nos quedamos mirando a los que recibieron más, o a los que recibieron menos… Las monedas que hemos recibido, no son para guardarlas en un hoyo, sino para hacerlas producir, en la medida de nuestras capacidades. Carpe diem, decían los antiguos… Hay que aprovechar el día, cada día y hacer lo que tenemos que hacer.

Fuente: jesuitas.lat

Reflexión del Evangelio – Domingo 8 de noviembre

Evangelio según San Mateo 25,1-13.

Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes.
Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite,
mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.
Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas.
Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’.
Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.
Las necias dijeron a las prudentes: ‘¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?’.
Pero estas les respondieron: ‘No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado’.
Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta.
Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’,
pero él respondió: ‘Les aseguro que no las conozco’.
Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

La señora Julia Morante es una campesina que estará pasando ya los ochenta abriles. Cuando la conocí, hace unos 20 años, ya viuda y con la mayoría de sus hijos e hijas casados y organizados, seguía madrugando todos los días del año, con lluvia o sin ella, festivos o laborales, a ordeñar las vacas de don Noé Mora, uno de los vecinos ricos de la vereda de Pajarito, en el municipio de Tausa, al norte de Zipaquirá (Colombia). Ordeñando vacas fue como levantó a su familia en medio de la pobreza digna de los campesinos de esta zona del país. Años más tarde, recordaba a doña Julia cuando le oía decir a un humorista argentino que las vacas no dan leche… se la sacan…

Cuando llegábamos los juniores a su casa todos los fines de semana, hervía un poco de leche y nos brindaba un trozo de pan con una deliciosa taza de leche, todavía humeante. De ella aprendimos algo que en las cocinas de las ciudades no pasa de ser un pequeño incidente, desgraciadamente frecuente, pero que en el contexto de doña Julia era algo muy importante. Según una creencia generalizada entre los campesinos de estas veredas, cuando la leche hervida se riega sobre la estufa de carbón de piedra, las ubres de las vacas se cuartean y esto impide su ordeño adecuado. Por eso, doña Julia estaba muy atenta al momento en que la lecha comenzaba a subir por los bordes de la olleta que usaba para hervirla.

No hay cosa más inesperada, ni más frecuente, que la leche que se derrama sobre las estufas de este país. Si uno se queda mirando la leche, parece que nunca va a hervir. Pero basta un pequeñísimo descuido y las ubres de las vacas sufren las fatales consecuencias; además, limpiar una estufa con leche regada por todas partes, es de lo más incómodo que hay en la cocina.

Según la parábola que Jesús nos cuenta este domingo, esta es una más de las características del reino de Dios: llega sin avisar. Hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Las cinco muchachas previsoras van a esperar al novio, en medio de la noche, preparadas con suficiente aceite para las lámparas. En cambio, las cinco muchachas despreocupadas no llevaban aceite para llenar las lámparas por segunda vez. Por eso, a medianoche, cuando llegó por fin el novio, las primeras entraron a la boda, mientras que las segundas tuvieron que ir a comprar más aceite para sus lámparas. Cuando volvieron diciendo, “¡Señor, señor, ábrenos!”, no fueron aceptadas en la fiesta. Podríamos decir que ya no valió llorar sobre la leche derramada… Por eso, tenemos que estar despiertos y atentos delante de la olla de nuestra vida, como doña Julia, “porque no sabemos ni el día ni la hora”.

Fuente: jesuitas.lat

Vivir en el Espíritu – Pistas para los ocho días de Ejercicios

Hace años, el jesuita y teólogo Ferran Manresa, en un acompañamiento espiritual en Bolivia, hizo una propuesta personalizada del mes de Ejercicios a una religiosa en Cochabamba. Ahora, seis meses después de su muerte, EIDES ha recuperado este texto y lo publica en su último cuaderno de la colección «Ayudar», con el título Vivir en el Espíritu. El también jesuita Carlos Marcet ha sido el encargado de adaptar este material, reconvirtiéndolo en un proceso de ocho días de Ejercicios, y lo ha hecho «como homenaje a quien fue maestro y amigo».

Ferran Manresa, nacido en Barcelona en 1934, fue jesuita y doctor en Teología. Profesor durante muchos años en la Facultad de Teología de Cataluña, estuvo muy vinculado a la formación y el acompañamiento espiritual tanto en Cataluña como en Bolivia, país donde pasaba largas temporadas.

Pero a pesar de su extensa actividad docente y pastoral, casi no publicó: solía romper sus escritos una vez utilizados por sus clases, ya que consideraba que Dios y la teología eran algo vivo, que no podía quedar atrapado en ningún manual. Esta vez, sin embargo, el texto fue mecanografiado y acabó en manos del jesuita boliviano Edil Calero, que lo hizo llegar a Carlos Marcet: «he adaptado este material inmenso y lo he reconvertido en un proceso de ocho días de ejercicios respetando la integridad del texto original».

Se puede descargar el cuaderno aquí:  Vivir en el Espíritu – Fernando Manresa

Fuente: infosj.es

Reflexión del Evangelio – Domingo 1 de noviembre

Evangelio según San Mateo 5,1-12a.

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Suena el timbre de la puerta y sale el niño a ver quién es. Pregunta un señor por su mamá. Viene ofreciendo repuestos para ollas a presión. Va el niño hasta la cocina donde la mamá está atareada por las labores domésticas y le dice: “Mamá, te busca un señor en la puerta”. La mamá, un poco desesperada porque llega la hora del almuerzo y todavía no está todo listo, le dice: “Ve y dile que no estoy; que venga después”. El niño, en su inocencia, regresa a la puerta y le dice al señor: “Manda decir mi mamá que no está; que por favor vuelva más tarde”. El señor, evidentemente, como los personajes de Condorito, se cae para atrás… Esta escena, con variables muy diversas, se suele repetir en medio de nuestras familias con mucha frecuencia… Luego, cuando el niño le dice a la mamá que estaba haciendo tareas en la casa de un vecino, pero llega sudando y con los zapatos raspados de tanto jugar fútbol en el parque, recibe una fuerte reprimenda por mentiroso.

Hace unos días leía una frase de algún famoso pensador que decía: «El ejemplo no es la mejor manera de enseñar. Es la única». Lo que vemos hacer a las personas importantes en nuestra vida, es lo que aprendemos. Lo que nos dicen y enseñan, no acaba de consolidarse en nuestro interior si no está corroborado y respaldado por el testimonio de vida de aquellos que nos forman desde nuestra infancia.

Jesús le dice a la gente y a sus discípulos que obedezcan y hagan todo lo que los maestros de la ley y los fariseos les enseñan. Pero les advierte que no deben seguir su ejemplo, “porque ellos dicen una cosa y hacen otra”. Más coloquialmente, entre nosotros, esto se ha traducido con la famosa frase: “El cura predica, pero no aplica”, cosa que no sólo se acomoda a lo curas, evidentemente… Cada uno tiene que preguntarse, con mucha sinceridad, por su coherencia personal entre lo que enseña en su casa, en su trabajo, en las relaciones con los demás, y lo que hace.

El P. Arrupe, cuando era Superior General de los jesuitas, fue un hombre que siempre respaldó su palabra con su vida; el P. Luis González cuenta una anécdota que me parece que confirma esto: Dice Luis González que Arrupe acostumbraba ir a orar largos ratos al piso bajo de la casa del Gesù, en Roma, donde hay varias capillas que guardan los recuerdos de los años romanos de san Ignacio de Loyola. Una vez, mientras estaba haciendo oración en una de esas pequeñas capillas, un jesuita norteamericano se presentó para celebrar la eucaristía en una de esas capillas. El P. Arrupe se ofreció a ayudarle. Él mismo comentaba, no sin malicia, que el jesuita celebró la eucaristía con ciertas licencias litúrgicas… Cuando terminó la celebración, ya en la sacristía, el Padre norteamericano le preguntó amablemente a su ayudante:

  • Y ¿cómo se llama, hermano?
  • “Arrupe”, le contestó el gentil sacristán…

El jesuita norteamericano por poco se cae del susto, como el señor que golpeó a la puerta de la casa que comenzaba esta página.

Fuente: jesuitas.lat

Emmanuel Sicre, SJ: ¿De qué egoísmo hablamos cuando decimos “egoísmo”?

Muchas veces he escuchado a algunas personas decir que cuando piensan en sí mismas van a ser “un poco egoístas por un ratito”. Siempre me ha hecho pensar esa expresión en qué entendemos por egoísmo entonces.

Creo que hay un egoísmo bueno y uno malo. Sí, así de simple. Lo que sucede es que tendríamos que ponerle un nombre mejor al “egoísmo bueno” porque resulta una contradicción.

El “buen egoísmo” creo que se trata de una realidad de contacto con uno mismo, de autorreconocimiento y amor por lo que uno va siendo. Algo que implica la reconciliación con lo que somos y con la propia existencia. El hablarse a uno mismo sobre lo que le está pasando en su mundo de relaciones, en su intimidad y comprender nuestro “yo” muchas veces cuesta, sobre todo si las voces negativas o de la autoexigencia nos llevan a gritarnos, insultarnos o maltratarnos interiormente. Un egoísmo sano nos propone tratarnos bien, con ternura, con esperanza, y sobre todo, con paciencia.

Por el contrario, el mal egoísmo sería el encerrarse en el ego. Una especia de solipsismo. Supone la autoconmiseración, o autocompasión victimista que me pone en el centro de todo el universo. El ego inflado que todo lo demanda, todo lo quiere para sí y no se ve más que a sí mismo, provoca muchas veces insensibilidad o un sentimiento de ser víctima porque nadie me comprende. Este egoísmo es el que mata al yo poniéndolo por encima de los demás (soberbia, vanagloria, arrogancia) o por debajo (autodesprecio, rebajarse, autoagresión), pero nunca al lado de otro ser humano. Es como si el ego se comiera lo que realmente somos -el yo-, y lo convierte en una caricatura de lo que somos destacando por lo general nuestra peor versión.

Es necesario amarnos a nosotros mismos. Lo decía Jesús: ama a tu prójimo como a ti mismo. Quien se ama a sí mismo puede, sin contradicción, preocuparse por lo que es justo, lo prudente y actuar de acuerdo con la virtud del amor por los demás, por la Creación, por la sociedad. Pero claro, amarse a uno mismo con un amor que nos libere, que nos abra, que nos reconcilie y nos ayude a vivir desde lo que está sembrado en lo hondo de nuestro ser: el amor originario del Dios de la vida.

Fuente: emmanuelsicre.blogspot.com

El buen samaritano: La vida con diferentes viajeros

Una reflexión de James Hanvey, SJ sobre la nueva encíclica del Papa Francisco: «Fratelli tutti».

Por James Hanvey, SJ

La parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) da marco a Fratelli tutti. Nos invita a una lectura contemplativa y reflexiva de la carta.

Ese tipo de enfoque contemplativo y orante es el que propone San Ignacio en los Ejercicios. Hace del evangelio una realidad contemporánea: el evangelio re-lee y re-escribe nuestra experiencia y nuestro mundo. Así como Jesús usó la parábola en su propio tiempo, así ahora en el nuestro el Buen Samaritano no sólo expone las realidades de nuestras heridas sociales, sino que nos ofrece una cura para ellas. Podemos reconocernos en cada uno de los personajes de la parábola.

Sin embargo, es tan característico de Jesús en estas grandes parábolas de redención no sólo arrojar una luz sobre el quebrantamiento de nuestra situación, sino siempre abrir una puerta para que cambiemos. Cada parábola nos muestra el camino hacia una mejor forma de ser y vivir: una nueva posibilidad, tal vez una que habíamos pensado que era imposible. De hecho, es el encuentro mismo con Jesús lo que hace posible el nuevo camino; él rompe todos nuestros determinismos, tanto sociales como personales.

La vida está hecha de muchos viajes. Hay viajes que hacemos por negocios, otros por deber, algunos por amor y otros por aventura. A veces el camino es fácil y en compañía; otras, difícil y en solitario. No sabemos por qué el hombre hacía el largo camino de Jerusalén a Jericó; sólo topamos con él, malherido a golpes, robado y medio muerto.

Existe una violencia implícita en nuestra vida social provocada por la ley del mercado que dicta que compitamos entre nosotros o que consumamos productos y recursos naturales cada vez en menor abundancia que todos necesitamos para vivir. Los medios de comunicación no sólo nos informan, sino que quieren controlarnos y manipularnos: nosotros, los consumidores, somos nosotros mismos consumidos. Hasta las personas mismas se han convertido en mercancía para ser traficada. Nos sirven una cultura de individualismo que constantemente legitima la prioridad del “yo” sobre los demás.

En la parábola, el hombre golpeado y robado iba solo pero no estaba solo. Varias personas pasaban a su lado. (…) Y sin embargo, sorprendentemente, quien se detuvo fue un samaritano. Al hacerlo, quizá se ponía en peligro, ya que, en esa parte del mundo, él era el forastero, el que debía ser rechazado. El samaritano no se detiene a hacer una evaluación de riesgos ni se pone a calcular ni a comprobar si el herido estaba cubierto por el seguro. Su respuesta es inmediata e incondicional; sólo puede ver la urgencia: una vida pende de un hilo.

También sucede algo más. Cualquiera que sea la forma que tome, no hay modo de describir la sensación de aislamiento y soledad que sufre la víctima de la violencia. Todas las seguridades cuidadosamente construidas que nos dan un sentido de quiénes somos son destruidas inmediatamente. El samaritano no sólo atiende a las heridas físicas, sino también a las heridas más profundas al nivel de la conciencia de sí mismo. Sin decir una palabra, le hace comprender a la víctima que tiene valor y que es digno de atención. De ello no hay duda alguna, miren lo generoso que es el cuidado que proporciona, incluso previendo futuras necesidades.

La parábola del Buen Samaritano nos muestra que nuestra sociedad, nuestras comunidades y relaciones no están permanentemente rotas. Podemos restaurarlas. Y todo puede comenzar con llegar al otro, quienquiera que sea, en cualquier estado en que se encuentre. Podemos decidir que no dejaremos que nadie, ni ninguna circunstancia, disminuyan nuestra humanidad o la de otra persona.

Fuente: jesuits.global/es

Encuentro Internacional de Oración y firma del llamamiento común por la Paz

La tarde del 20 de octubre, el Papa Francisco participó en el Encuentro Internacional de Oración por la Paz titulado «Nadie se salva solo. Paz y Fraternidad», organizado por la comunidad Sant’Egidio.

El evento contó con la participación del Patriarca Bartolomé I junto con representantes del Judaísmo, el Islam y el Budismo, así como con la presencia del presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella.

La ceremonia culminó con la firma del llamamiento común por la paz, cuyo texto compartimos a continuación de manera integral:

Llamamiento común por la paz

Congregados en Roma en el «espíritu de Asís», espiritualmente unidos a los creyentes de todo el mundo y a las mujeres y a los hombres de buena voluntad, hemos rezado todos juntos para implorar el don de la paz en nuestra tierra. Hemos recordado las heridas de la humanidad, tenemos en el corazón la oración silenciosa de tantas personas que sufren, frecuentemente sin nombre y sin voz. Por esto nos comprometemos a vivir y a proponer solemnemente a los responsables de los Estados y a los ciudadanos del mundo este llamamiento a la paz.

En esta plaza del Campidoglio, poco después del mayor conflicto bélico que la historia recuerde, las naciones que se habían enfrentado estipularon un pacto, fundado sobre un sueño de unidad, que posteriormente se llevó a cabo: la Europa unida. Hoy, en este tiempo de desorientación, golpeados por las consecuencias de la pandemia de Covid-19, que amenaza la paz aumentando las desigualdades y los miedos, decimos con fuerza: nadie puede salvarse solo, ningún pueblo, nadie.

«¡Nunca más la guerra!»

Las guerras y la paz, las pandemias y el cuidado de la salud, el hambre y el acceso al alimento, el calentamiento global y la sostenibilidad del desarrollo, los desplazamientos de las poblaciones, la eliminación del peligro nuclear y la reducción de las desigualdades no afectan únicamente a cada nación. Lo entendemos mejor hoy, en un mundo lleno de conexiones, pero que frecuentemente pierde el sentido de la fraternidad. Somos hermanas y hermanos, ¡todos! Recemos al Altísimo que, después de este tiempo de prueba, no haya más un “los otros”, sino un gran “nosotros” rico de diversidad. Es tiempo de soñar de nuevo, con valentía, que la paz es posible, que la paz es necesaria, que un mundo sin guerras no es una utopía. Por eso queremos decir una vez más: «¡Nunca más la guerra!».

Desgraciadamente, la guerra ha vuelto a parecerle a muchos un camino posible para la solución de las controversias internacionales. No es así. Antes de que sea demasiado tarde, queremos recordar a todos que la guerra deja siempre el mundo peor de como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad.

Trabajar por una nueva arquitectura de la paz

Requerimos a los gobernantes que rechacen el lenguaje de la división, que está sostenida frecuentemente por sentimientos de miedo y de desconfianza, y para que no se emprendan caminos de vuelta atrás. Miremos juntos a las víctimas. Hay muchos, demasiados conflictos todavía abiertos.

A los responsables de los Estados les decimos: trabajemos juntos por una nueva arquitectura de la paz. Unamos las fuerzas por la vida, la salud, la educación y la paz. Ha llegado el momento de utilizar los recursos empleados en producir armas cada vez más destructivas, promotoras de muerte, para elegir la vida, curar la humanidad y nuestra casa común. ¡No perdamos el tiempo! Comencemos por objetivos alcanzables: unamos desde hoy los esfuerzos para contener la difusión del virus hasta que tengamos una vacuna que sea idónea e accesible a todos. Esta pandemia nos está recordando que somos hermanas y hermanos de sangre.

Seamos con creatividad artesanos de la paz

A todos los creyentes, a las mujeres y a los hombres de buena voluntad, les decimos: seamos con creatividad artesanos de la paz, construyamos amistad social, hagamos nuestra la cultura del diálogo. El diálogo leal, perseverante y valiente es el antídoto contra la desconfianza, la división y la violencia. El diálogo disuelve desde la raíz las razones de las guerras, que destruyen el proyecto de fraternidad inscrito en la vocación de la familia humana.

Nadie puede sentirse que debe lavarse las manos. Somos todos corresponsables. Todos necesitamos perdonar y ser perdonados. Las injusticias del mundo y de la historia se sanan no con el odio y la venganza, sino con el diálogo y el perdón.

Que Dios inspire estos ideales en todos nosotros y este camino que hacemos juntos, plasmando los corazones de cada uno y haciéndonos mensajeros de paz.

Roma, Campidoglio, 20 de octubre de 2020.

 

Fuente: vaticannews.va

Reflexión del Evangelio – Domingo 25 de octubre

Evangelio según San Mateo 22,34-40

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?».
Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu.
Este es el más grande y el primer mandamiento.
El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

En la manija interior de la puerta de mi cuarto, hay una tirita de papel, colgada de un trozo de lana roja, que tiene escritas dos frases. Por un lado, dice: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Y por el otro, dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ya está un poco deteriorada, pero me ha acompañado por los lugares donde he vivido en los últimos años.

Recordando la sugerencia del libro del Deuteronomio que decía: “Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (Dt. 6, 8-9), le propuse, hace algunos años, a los niños y niñas de Mejorada del Campo, una pequeña población a las afueras de Madrid, España, que ataran estos lazos de lana con la tirita de papel en sus muñecas y que luego la colocaran en las puertas de sus cuartos. Los niños salieron felices de la misa con sus pulseras de lana y, estoy seguro de que compartieron con sus familias lo que habían descubierto en la Eucaristía ese día.

El sentido del compartir dominical con estos niños y niñas, que asisten todavía hoy a la Eucaristía dominical, era que se trataba de dos leyes inseparables. Como la cara y el sello de una moneda. Es imposible separarlas. Si llevas una, tienes que llevar la otra; pues, “si alguno dice: «Yo amo a Dios», y al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. Pues si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn. 4, 20).

Cuando los fariseos le preguntan a Jesús, “para tenderle una trampa”, “¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?”, no se imaginaban que Jesús les iba a dar un compendio de “toda la ley y de las enseñanzas de los profetas”. Para Jesús estos dos mandamientos son muy “parecidos” … No son dos, sino uno mismo.

Siempre que cierro la puerta de mi cuarto, por las noches, antes de descansar, reviso el día que ha pasado y me detengo en estos dos mandamientos, inseparables, que nos recuerda Jesús en el Evangelio de este domingo. Revisarnos sobre el amor a Dios y al prójimo supone dos dinámicas simultáneas que no podemos nunca separar, tal como lo expresa Benjamín González Buelta, S.J. en uno de sus poemas:

“Soy la misma relación en todo en­cuentro.

Si en verdad soy contigo fue­go,

con sólo abrir los ojos y dar un paso,

no seré con el hermano, hielo”.

Fuente: jesuitas.lat