Oración del nuevo despertar

Jesús, resucita nuestra confianza. El coronavirus nos ha desconcertado a todos. Nunca nos habíamos sentido tan inseguros ni tan paralizados por el miedo. De pronto, los seres humanos estamos experimentando que somos frágiles y vulnerables… Jesús, despierta en nosotros la confianza en ese misterio de Bondad insondable que es Dios, ese Padre que nos ama con entrañas de Madre. Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en el vacío.

Jesús, resucita nuestra esperanza. Caminábamos con orgullo hacia un bienestar cada vez mayor y, de pronto, nos hemos quedado sin horizonte. En estos momentos, nadie en toda la humanidad sabe cómo será nuestro futuro, ni quién nos podrá conducir hacia el porvenir… Jesús, que la pandemia no nos robe la esperanza. Recuérdanos que no estamos solos, perdidos en la historia, enredados en nuestros conflictos y contradicciones, que tenemos un Padre que, por encima de todo, busca nuestro bien.

Jesús, resucita nuestra solidaridad. El coronavirus nos ha descubierto que nos necesitamos unos a otros. No podemos caminar divididos hacia el futuro, sin aliviar a los que sufren, sin acercarnos a los que nos necesitan… Jesús, despierta en nosotros la fraternidad. Recuérdanos el proyecto humanizador del Padre que solo quiere construir con nosotros en la tierra una familia donde reinen cada vez más la justicia, la igualdad y la solidaridad.

Jesús, resucita en nosotros la lucidez y la responsabilidad. Superada la pandemia, nos tendremos que enfrentar a las graves consecuencias que dejará entre nosotros… Jesús, llénanos de tu Espíritu para que nos encaminemos hacia un mundo más humano: promoviendo la cooperación internacional y la gobernanza global, cada vez más necesaria; asegurando el pan de los que saldrán de la pandemia para caer en el hambre; protegiendo a los pueblos más débiles que quedarán sin infraestructuras. Jesús, que seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso con todos nosotros.

Jesús, resucita y sacude nuestras conciencias. El coronavirus se ha convertido de modo inesperado en una grave llamada de alarma. El proyecto creador de Dios, nuestro Padre, que busca que la tierra sea la “Casa común” de la familia humana, está siendo arruinado precisamente por nosotros, la especie más inteligente… Jesús, haz que tomemos conciencia de que el planeta nos ofrece todo lo que la humanidad necesita, pero no todo lo que busca la obsesión de bienestar insaciable de los poderosos. Que despertemos cuanto antes para entender que la degradación del equilibrio ecológico nos está conduciendo hacia un futuro cada vez más incierto.

Jesús, resucita nuestra fe en el Padre. Para que nunca perdamos la esperanza de creer en nuestra propia resurrección, más allá de la muerte. Solo entonces descubriremos que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se han perdido en el vacío. Solo entonces experimentaremos que lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestros errores y torpezas, lo que hemos construido con gozo o con lágrimas, todo quedará transformado. Entonces escucharemos desde el misterio de la Bondad insondable de Dios estas palabras admirables: “Yo soy el origen y el fin de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Ap 21, 6). ¡Gratis!, sin merecerlo, así saciará Dios la sed de vida eterna que todos los humanos sentimos dentro de nosotros.

Por José Antonio Pagola

Reflexión del Evangelio – Segundo Domingo de Pascua

Evangelio Según San Juan 20, 19 – 31

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.

Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En alguna parte leí la historia de un montañista que, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación. Quería la gloria sólo para él, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y no se preparó para acampar, sino que siguió subiendo, decidido a llegar a la cima. Oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era oscuro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires… Bajaba a una velocidad vertiginosa; solo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.  Seguía cayendo… y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida; pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos… Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.  En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: «¡Ayúdame, Dios mío!»

De repente una voz grave y profunda de los cielos le contesta: –«¿Qué quieres que haga, hijo mío?» –«¡Sálvame, Señor!» –«¿Realmente crees que puedo salvarte?» –«Por supuesto, Señor». –«Entonces, corta la cuerda que te sostiene…» Hubo un momento de silencio y quietud.  El hombre se aferró más a la cuerda… y no se soltó como le indicaba la voz. Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda… a tan solo dos metros del suelo…

La duda mata, dice la sabiduría popular. Y para demostrarlo, basta ver una gallina tratando de cruzar una carretera por la que transitan camiones con más de diez y ocho llantas… El Evangelio que nos propone la liturgia del segundo domingo de Pascua nos muestra a un Tomás exigiendo pruebas y señales claras para creer: “Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después los otros discípulos le dijeron: – Hemos visto al Señor. Pero Tomás contestó: – Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”. Seguramente, muchas veces en nuestra vida hemos dicho palabras parecidas a Dios. Este domingo tenemos una buena oportunidad para revisar la confianza que tenemos en el Señor.

Cuando el Señor volvió a aparecerse en medio de sus discípulos, llamó a Tomás y le dijo: – Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado…” Será necesario que el Resucitado nos diga «¡No seas incrédulo sino creyente!» o, por el contrario, seremos merecedores de esa bella bienaventuranza que dice: «Dichosos los que creen sin haber visto». Sinceramente, preguntémonos: ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza? ¿Dónde está nuestra seguridad? ¿Estamos llenos de dudas que nos van matando? ¿Qué tanto confiamos en la cuerda que nos sostiene en medio del abismo?

Fuente: jesuitas.lat

¿De qué Dios hablar y… cómo?

El jesuita español Darío Mollá se formula estas preguntas en este tiempo de distanciamiento y nos propone una reflexión en dos momentos y una constatación. 

Inicialmente considera que el primer movimiento ha de ser el de callar, y callar mucho antes de decir una palabra. Es de la postura de que no tenemos derecho a hablar de Dios si antes no hemos hecho nuestro el silencio, las lágrimas, la impotencia, la rabia de tantas y tantas personas que viven el despojo en carne propia.

En segundo lugar, nos indica que es necesario asumir este como tiempo de tentación, como lo fue el tiempo de Israel en el desierto. Tentaciones (y pecados) en el ámbito de lo político, la economía, la actividad empresarial y laboral; tentaciones (y pecados) en el ámbito de la convivencia familiar y vecinal, en lo personal. Asumirlos y cada uno deberíamos reconocer los nuestros. Y en ese reconocernos pecadores hacernos más misericordiosos en nuestras actitudes y muy (mucho más) humildes en nuestras proclamas. 

Y entonces, no antes, podremos hablar de Dios. Y si no, mejor callar.

Pero ¿de qué Dios y cómo? Del Dios que “se esconde” en la pasión como dice San Ignacio. 

En palabras de Dietrich Bonhoeffer: “Dios clavado en la cruz permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos”.

Sí. La fe se hace a veces muy oscura, la esperanza muy costosa y la caridad es el único lenguaje posible.

Fuente: bit.ly/3euAxKB 

Pascua.. y ahora ¿qué?

Para reflexionar después de la Semana Santa, darle lugar a las preguntas.. y ahora ¿qué?

Pasó la Cuaresma, pasó la Semana Santa… y un mes después seguimos en este tiempo de aislamiento comenzando a celebrar la Pascua. Durante la Cuaresma la crisis de la COVID nos invitaba a profundizar en el sentido del tiempo de conversión: silencio, aislamiento, prueba, cambio de vida, desierto, tentación… Pero ¿Y ahora?

También vivimos la Pasión con un rostro sufriente fácil de reconocer. No necesitábamos buscar cruces, ni tumbas abiertas, ni madres dolorosas, ni amigos desesperados, bastaba mirar las noticias. Pero ¿Y ahora?

¿Dónde está la luz? ¿Dónde la alegría? ¿Dónde la comunidad que celebra la presencia del Resucitado? ¿Dónde la vida venciendo a la muerte? Este tiempo de Pascua que se abre ante nosotros es para muchos nuevo. Muchos hemos vivido siempre la Pascua en un contexto de alegría natural, de vacaciones, de fiesta. Y ahora ¿qué Pascua celebramos?

De nuevo aparece aquí un diálogo fundamental, la conversación entre la realidad y la fe. El diálogo supone que ambas partes se reconocen, se hablan y se escuchan. Los discípulos no experimentaron la Resurrección inmediatamente como una gran fiesta. María no fue capaz de reconocer al Resucitado a primera vista. Las mujeres no salieron del sepulcro colmadas de felicidad, sino con miedo y alegría. A Tomás no le bastó con saber que Jesús había resucitado. Los discípulos seguían encerrados después de saber la noticia. Lo fueron descubriendo al poner en diálogo la realidad de su miedo y sus dudas con la alegría y la esperanza que manaba de su fe.

Tal vez nos habíamos acostumbrado con demasiada facilidad a que el contexto facilitaba la experiencia personal, y ahora es tiempo de descubrir que, aunque estén cerradas las puertas, Jesús se vuelve a poner en medio. Él nos vuelve a salir al encuentro, vuelve a caminar con nosotros, pero nosotros debemos querer reconocerlo. Hoy debemos poner en diálogo la oscuridad de la realidad que nos envuelve y la luz de la fe en el Resucitado. Y lo debemos hacer cada uno personalmente, porque el encuentro con Cristo es personal.

Quizás esa sea la invitación de este tiempo, redescubrir que nos dice Jesús Resucitado en nuestra realidad concreta. Discernir que supone anunciar la Vida eterna en este tiempo de vidas truncadas. La Resurrección de Jesús toma la realidad humana para revestirla de gloria, también esta realidad que nos envuelve ahora, atrevámonos a hacer este camino.

Por Javier Prieto.

Fuente: pastoral.sj

Para resucitar con Vos

Ilumina nuestras sombras para llevar tu luz.
Ilumina nuestras sonrisas para abrazar tus resurrecciones.
Ilumina nuestras impotencias para fortalecernos en tu amor.
Ilumina nuestro andar, hoy quedándonos en nuestros hogares, para crecer en la entrega.
Ilumina nuestras palabras para no tener miedo a tus silencios.
Ilumina nuestras lágrimas para seguir sembrando.
Ilumina nuestros errores para aprender de vos
Ilumina nuestra oración para no ser sordos a tu llamada.
Ilumina nuestro latir para no perder el ritmo del Reino.
Ilumina nuestras necesidades para animarnos a vivir más allá de ellas
Ilumina nuestro amor para que sea incondicional y hasta el extremo como el tuyo.
Ilumina nuestro soñar para despertar contigo.
Ilumina nuestra música para cantar con los demás
Ilumina nuestras heridas para regarlas desde tu manantial.
Ilumina nuestros carismas y nuestras espiritualidades, para que sean plenitud de vida.
ilumina nuestras distancias para construir nuevas cercanías.
Ilumina nuestra Eucaristía, hoy espiritual, para hacerla en memoria tuya.
Ilumina nuestra paz, que es la Tuya.

Marcos Alemán sj

Papa Francisco: «Que el resucitado sane las heridas de la humanidad desolada»

El papa Francisco presidió este domingo 12 de abril en la basílica de San Pedro la misa del domingo de Resurrección, rezó por el mundo entero e impartió la bendición Urbi et Orbi. 

“Hoy resuena en todo el mundo el anuncio de la Iglesia: “¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado”, dijo en su reflexión. “Es el contagio de la esperanza: «¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!»”, aseguró.

“No se trata de una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas. No, no es eso la resurrección de Cristo, sino la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no ‘pasa por encima’ del sufrimiento y la muerte, sino que los traspasa, abriendo un camino en el abismo, transformando el mal en bien, signo distintivo del poder de Dios”, profundizó.

Que el Resucitado “conceda su consolación”

En ese sentido, invitó a mirar al Resucitado, “que no es otro que el crucificado”, para “que sane las heridas de la humanidad desolada”, y mencionó especialmente a los enfermos, a los que han fallecido y a las familias que lloran la muerte de sus seres queridos: “Hoy pienso sobre todo en los que han sido afectados directamente por el coronavirus” y pidió para ellos “que el Señor de la vida acoja consigo en su reino a los difuntos, y dé consuelo y esperanza a quienes aún están atravesando la prueba, especialmente a los ancianos y a las personas que están solas. Que conceda su consolación”. Del mismo modo, recordó al personal sanitario, a las autoridades y a todos los que trabajan en los servicios esenciales.

Lutos, sufrimientos físicos y problemas económicos, enumeró el Pontífice al referirse a la pandemia, y advirtió: “Esta enfermedad no sólo nos está privando de los afectos, sino también de la posibilidad de recurrir en persona al consuelo que brota de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación”. En ese marco, animó a recordar la antífona de ingreso de la Misa del día de Pascua del Misal Romano: “No temas, he resucitado y aún estoy contigo”.

Por otra parte, Francisco expresó su cercanía con quienes enfrentan un futuro incierto, porque temen perder el trabajo y las consecuencias que esto genera; también con quienes toman decisiones políticas, y los exhortó a que encarnen la búsqueda del bien común de todos los ciudadanos “para permitir que todos puedan tener una vida digna y favorecer, cuando las circunstancias lo permitan, la reanudación de las habituales actividades cotidianas”.

“Este no es el tiempo de la indiferencia, porque el mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido para afrontar la pandemia. Que Jesús resucitado conceda esperanza a todos los pobres, a quienes viven en las periferias, a los prófugos y a los que no tienen un hogar. Que estos hermanos y hermanas más débiles, que habitan en las ciudades y periferias de cada rincón del mundo, no se sientan solos”, exhortó.

Una nueva humanidad

Para finalizar su reflexión, el Santo Padre pidió a la humanidad y en especial a la comunidad católica, que actúen en la construcción de una nueva humanidad, fruto de la resurrección de Jesús entre nosotros.
Para ellos, exhortó a no dejar solos a los pobres, a los presos y a los que no tienen hogar. “Procuremos que no les falten los bienes de primera necesidad, más difíciles de conseguir ahora cuando muchos negocios están cerrados, como tampoco los medicamentos”.

Fuente: AICA

Reflexión del Evangelio – Viernes Santo

Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

La liturgia del Viernes santo nos propone todos los años la lectura de la pasión del Señor, tal como la presenta el evangelio de San Juan. Quiero llamar la atención hoy sobre las veces que perdemos el sentido de los textos, cuando los leemos separados de su contexto; un ejemplo típico de esto, me parece que puede descubrirse en la siguiente historia:

«El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de la aldea: «Tenemos la absoluta certeza de que ocultan ustedes a un traidor en la aldea. De modo que si no nos lo entregan, vamos a hacerles la vida imposible, a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance».

En realidad, la aldea ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. Pero ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado el bienestar de toda la aldea? Días enteros de discusiones en el Consejo de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde planteó el asunto al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda una noche buscando en las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía: «Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación».

De forma que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, si bien antes le pidió que le perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro. Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes de la aldea. Por fin fue ejecutado.

Veinte años después pasó un profeta por la aldea, fue directamente al alcalde y le dijo: «¿Qué hiciste? Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país. Y tú le entregaste para ser torturado y muerto». «¿Y qué podía hacer yo?», alegó el alcalde. «El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia». «Ese fue vuestro error», dijo el profeta. «Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos»» (De Mello, Canto del pájaro).

Si recuerdan, este pasaje está en el mismo Evangelio de San Juan; son las palabras de Caifás, el Sumo Sacerdote. Cuando el Sanedrín está discutiendo lo que deben hacer ante Jesús, después de la resurrección de Lázaro, Caifás pronuncia estas palabras que son la sentencia de muerte de Jesús (Juan 11,50). No basta, pues, encontrar LA respuesta a nuestros interrogantes; es fundamental leer todo el pasaje, todo el texto y si es necesario el capítulo o el libro entero, para entender una frase. Cuando sacamos las frases de su contexto, es muy fácil que nos engañemos.

Es conocida la queja de personas que son entrevistadas para algún periódico o revista y que se quejan porque han colocado frases que efectivamente dijeron, pero son presentadas sin el contexto de la conversación, de la pregunta, etc. Pero aquí no aparece sólo la necesidad del contexto; aparece también la necesidad de leer primero la situación en la que estamos; ya hemos dicho que el Evangelio o la Biblia no son una fuente infinita de fórmulas para aplicar inmediatamente a la vida; es fundamental mirar a los ojos del que tenemos al frente; mirar a los ojos de la misma realidad a la que queremos responder y ante la cual tenemos que reaccionar.

Cuando Jesús está hablando del amor a los enemigos y la forma de ayudarles a que cambien dice: «(…) al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra» (Mateo 5,39); sin embargo esto no es una norma para aplicar directamente sobre toda realidad; Jesús está hablando de no resistir al mal con mal; invita a vencer el mal con el bien, vencer el odio con amor… Cada uno tiene que ver cómo, de acuerdo a sus circunstancias y SU situación, tiene que responder. Hoy nos cuenta el Evangelio de Juan cómo, cuando Jesús estaba siendo juzgado por el Sanedrín, el Sumo Sacerdote le pregunta sobre sus discípulos y su doctrina; Jesús le respondió que siempre había hablado en público, y que no había dicho nada en secreto, que le preguntara a los que lo habían oído… «Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?» Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Juan 18,22-23). Es una reacción distinta, en una situación similar a la de la frase de la que estamos hablando; ¿será que Jesús se contradice? ¿será que Jesús no es coherente con lo que dice? ¿será que Jesús predica pero no aplica, como decimos tanto de muchas personas?

El principio sigue igual: No responder al mal con malvencer el mal a fuerza de bien; eso significa que en cada situación tenemos que inventarnos una respuesta nueva, que sea coherente con el principio, pero no que reproduzca una fórmula. Si esto no fuera así, ¿qué haríamos con afirmaciones como las siguientes?: «Si pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida manco o cojo que con los dos manos o los dos pies, ser arrojado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te vale entrar en la Vida con un solo ojo que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna del fuego» (Mateo 18,8-9).

Por tanto, tenemos que tener en cuenta que el Evangelio no es para aplicarse sin más; no se trata de una lista de normas, fórmulas, recetas… Es una vida que nos puede inspirar e ilumina nuestra propia vida, pero no nos exime de buscar nuestras propias respuestas a nuestras propias circunstancias. Dejemos que este texto de la pasión del Señor nos ilumine y nos anime a buscar la mejor forma de asumir hoy la pasión de nuestro pueblo y nuestra propia pasión, sin repetir fórmulas ni responder con estereotipos.

 

Fuente: jesuitas.lat

#Jesuits.online: los jesuitas estamos con ustedes

La Curia General de la Compañía de Jesús en Roma, ha recibido un gran número de iniciativas jesuitas en relación con la crisis de COVID-19. 

En respuesta, el P. Arturo Sosa SJ, Superior General, ha pedido que se lance un nuevo sitio web para reunir estas iniciativas en un solo lugar, así como para promoverlas agrupándolas por idiomas para que la gente de todo el mundo pueda acceder a ellas más fácilmente.

El equipo digital de la Curia General aceptó este desafío y ha creado un nuevo sitio web JESUITS.ONLINE . En los próximos días, semanas y meses, se irán incorporando nuevos contenidos, incluyendo misa en vivo, retiros en línea y recursos para la oración. Por favor, no dejen de ‘darse una vuelta’ por esta página, echar un vistazo y aprovechar las propuestas que les resulten más atractivas.

«La fe pascual alimenta la esperanza»: Mensaje del Papa para la Semana Santa

El Papa Francisco dirigió un mensaje a todos los fieles, para expresar su cercanía y afecto en esta Semana Santa que ya comenzó y que será inusual para todos. Invita a todos a aprovechar este tiempo lo mejor posible y a disponernos al acompañamiento buscando maneras creativas para expresar el amor. «Los unos al lado de los otros, en el amor y la paciencia, podemos preparar en estos días un tiempo mejor”.

 

 

Mensaje completo:

Queridos amigos, buenas noches,

Esta noche tengo la oportunidad de entrar en vuestras casas de una manera diferente a la habitual. Si me lo permitís, me gustaría hablar con vosotros unos momentos en este período de dificultad y de sufrimientos. Os imagino en medio de vuestras familias, mientras vivís una vida inusual para evitar el contagio. Pienso en la vivacidad de los niños y los jóvenes, que no pueden salir, ir a la escuela, hacer su vida. Llevo en mi corazón a todas las familias, especialmente a las que tienen algún ser querido enfermo o a las que desgraciadamente están de luto por el coronavirus u otras causas. En estos días pienso a menudo en las personas solas para las que es más difícil afrontar estos momentos. Sobre todo pienso en los ancianos, a los que quiero tanto.

No puedo olvidar a los que están enfermos a causa del coronavirus, a las personas ingresadas en los hospitales. Tengo presente la generosidad de los que se exponen al peligro para curar esta pandemia o para garantizar los servicios esenciales a la sociedad. ¡Cuántos héroes, de todos los días, a todas las horas!También recuerdo a los que pasan apuros económicos y están preocupados por el trabajo y el futuro. Pienso además en los presos en las cárceles, a cuyo dolor se suma el miedo a la epidemia, por ellos y por sus seres queridos, pienso en los que carecen de domicilio, que no tienen un hogar que los proteja.

Es un momento difícil para todos. Para muchos, muy difícil. El Papa lo sabe y, con estas palabras, quiere expresar a todos su cercanía y su afecto. Intentemos, si podemos, aprovechar este tiempo lo mejor posible: seamos generosos; ayudemos a quien lo necesita en nuestro entorno; busquemos, a lo mejor por teléfono o en las redes sociales, a las personas que están más solas; recemos al Señor por los que pasan por esta prueba en Italia y en el mundo. Aunque estemos aislados, el pensamiento y el espíritu pueden llegar lejos con la creatividad del amor. Es lo que hace falta hoy: la creatividad del amor.

Celebramos la Semana Santa de una manera verdaderamente inusual, que manifiesta y resume el mensaje del Evangelio, el del amor ilimitado de Dios. Y en el silencio de nuestras ciudades, resonará el Evangelio de Pascua. Dice el apóstol Pablo: «Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5, 15). En Jesús resucitado, la vida ha vencido a la muerte. Esta fe pascual alimenta nuestra esperanza. Me gustaría compartirla con vosotros esta noche. Es la esperanza de un tiempo mejor, en el que también nosotros podamos ser mejores, finalmente liberados del mal y de esta pandemia. Es una esperanza: la esperanza no defrauda; no es una ilusión, es una esperanza.

Los unos al lado de los otros, en el amor y la paciencia, podemos preparar en estos días un tiempo mejor. Gracias por dejarme entrar en vuestras casas. Tened un gesto de ternura con los que sufren, con los niños, con los ancianos. Decidles que el Papa está cerca y reza para que el Señor nos libre pronto del mal a todos. Y vosotros, rezad por mí ¡Buena cena , hasta pronto!

 

Fuente: www.vaticannews.va

 

Y cuando al fin volvamos a abrazarnos

Por Gonzalo Sánchez-Terán

Y cuando al fin volvamos a abrazarnos
propongo, hermanos, no volver los unos
a los otros ni con los mismos ojos
ni con los mismos brazos.

Tras la riada vuelve el río al cauce,
a ser el mismo río, sin memoria
de los ahogados y su cuerpo roto.
Y después del incendio vuelve el bosque
a ser el mismo bosque, sin recuerdo
del llanto de los árboles quemados
ni reconocimiento del mantillo
que desde el dolor nutre las raíces.

Pero tú y yo tenemos almas, mentes.

El hombre que regresa del desierto
jamás vuelve a mirar un vaso de agua
del mismo modo; quien vivió la hambruna
nunca más sostendrá de igual manera
un puñado de trigo entre sus dedos.

Cuando por fin podamos abrazarnos
no volvamos los unos a los otros
con la misma mirada, el mismo verbo,
el mismo corazón, los mismos brazos.

Al volver a abrazarnos, la mañana
plena de besos, lágrimas, caricias,
que sean nuestros brazos brazos nuevos,
más sabios, más clementes, más humanos.

 

Fuente: pastoralsj.org