Todos los Santos: vidas que son ventanas hacia algo más

¿Qué decimos cuando decimos ‘santos’? Una reflexión para resignificar la Solemnidad del día de hoy. 

Por José María Rodríguez Olaizola SJ 

“Cuando en la Iglesia hablamos de santos, entonces y ahora, no decimos, sin más, que fueron buena gente, o que sus historias fueron dignas, admirables o modélicas. Sobre todo afirmamos que sus vidas son una ventana hacia algo más. Mirándolos a ellos, a lo que hicieron, dijeron y vivieron, a cómo amaron y curaron, a cómo el evangelio ardió en sus vidas, podemos intuir al único que es realmente santo, a Dios. La verdadera santidad no es una virtud de cumplimiento. No es la perfección personal. No es una rareza imposible. Es la capacidad de, en la fragilidad e imperfección propias, ser reflejo del Dios que sí es perfecto. Es ser capaz de enamorarse de tal modo del Dios de Jesús que ese amor se convierte en pasión que arrebata la propia vida”

Fieles Difuntos: Celebrar la vida

Fragmento de una reflexión del jesuita Ismael Bárcenas SJ para dar sentido la tradicional fechas en la que la Iglesia recuerda a  sus Fieles Difuntos (2 de noviembre).

Por Ismael Bárcenas, SJ

Creo que es importante recordar a nuestros difuntos y mínimo dedicarles un día al año para celebrar el tiempo que estuvieron con nosotros, pues recordar es volver a pasar por el corazón. Creo que nuestros muertos, desde el más allá, nos sostienen e impulsan en el más acá. Creo que nuestros seres queridos que están en el cielo, así como en su momento nos regalaron lo mejor de ellos mismos, ahora nos invitan a vivir compartiendo lo mejor que tenemos. Se trata de vivir sin egoísmos. Se trata de ser Buena Noticia para los demás. Creo que nuestros difuntos, junto con el Resucitado, nos animan a vivir con alegría esta encomienda. Desde la fe, creo que la muerte no tiene la última palabra. Desde la esperanza, me encanta la frase de Gabriel Marcel: «Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás». Y este es un buen día para decirles que los queremos. ¡Feliz día de muertos! ¡Feliz Día de Todos los Santos!

Fuente: Pastoral SJ

De fariseos y publicanos

A veces rezamos como  el fariseo y a veces como el publicano. 

Por José María Rodríguez Olaizola, SJ

A veces al rezar te sale el fariseo que llevas dentro. Y entonces te apropias un poco de Dios, y le dices: «soy de los tuyos», pero en realidad lo que le estás diciendo es: «Tú eres de los míos». Y, veladamente, se te cuela la mirada por encima del hombro a los otros, los que no creen, o creen de manera distinta; los que celebran distinto que tú; los que sobre los diferentes problemas se sitúan en otro lugar, tienen otras opiniones o perspectivas. Arrugas la nariz, por dentro, aunque por fuera tu rostro sea plácido y sereno. Te sientes más verdadero en tus convicciones, y les detestas un poco –aunque jamás utilizarías el verbo detestar– porque no son como tú.

A veces, al rezar asoma el publicano. Y entonces dices a Dios, con una mezcla de pesar y aceptación, dolor y confianza: «Esto es lo que hay». Y lo dices sin reto ni rendición, sin arrogancia ni ego. Entonces expresas, desde lo hondo, que no puedes, que no sabes, que no alcanzas, pero que aun así, caminas, confiando en que con tu barro él sabrá qué hacer. Y ofreces tu amor, a veces ensombrecido por el egoísmo; y tus manos vacilantes, y tus dudas. Y, en tu fragilidad tan absoluta, la oración se vuelve abrazo.

Fuente: Pastoral SJ

La falsa sensación de comunidad

«Las relaciones se reducen a un corte superficial, en la capa más epidérmica.»

Por Igor Begler- La Biblia Perdida

«Cuanto más numerosas son las personas con que estás en contacto permanente, tanto peor; el aumento del número de conexiones baja de manera directamente proporcional al denominador común. Y todo el tejido de relaciones gira en torno a este denominador común de forma muy rudimentaria. No  es posible ninguna relación seria, no hay un intercambio de ideas ni ningún tipo de apego además de la dependencia de tener la sensación de que siempre tienes que estar cerca de alguien, de que estás conectado, al fin y al cabo. Aireas un número finito de ideas y expresiones rudimentarias. Las relaciones se reducen a un corte superficial, en la capa más epidérmica. Planas, carentes de profundidad. En este sentido, en realidad no llegas a conocer, de hecho, a nadie con quién estás en este tipo de contacto. Quizás sabes los nombres -o solo los apodos-, ves las fotos que ellos deciden compartir contigo y averiguas de ellos solo lo que quieren transmitir. Por lo general, lugares comunes: familia, juerga, entretenimiento excursiones como los turistas japoneses que se amontonan como ovejas, sin cesar, por el mismo camino, en la misma fila, con el mismo paso, con la misma ropa. Incluso el ángulo desde el cual toman las fotos a menudo es idéntico. Visitar los mismos lugares, el mismo tipo de diversión, las mismas cosas fáciles de comunicar. Cuanto más fáciles de comunicar, más superficiales serán. En la ausencia del pensamiento, todo es prefabricado. Una soledad profunda y ensordecedora».

Fuente: Pastoral SJ

Creer sí, pero ¿para qué?

¿Creo? ¿En qué? Y, sobre todo, ¿para qué?

Por: Pablo Martín Ibáñez

«Todo pasa por algo», «esto que me ha pasado es una señal», «voy a ver el horóscopo» o «es mi amuleto de la suerte». Frases con las que todos bromeamos, pero a las que también recurrimos sin ser muy conscientes. Como letanías que, de algún modo, expresan el deseo de que nuestra vida no pase flotando sobre la superficie en una época en la que, cada vez más, parece que la práctica de las creencias se abandona. Por falta de sentido, de reflexión, de profundidad o de incapacidad para mantenerse en las intuiciones que algún día tuviste.

Para una sociedad tan habituada a los hashtags, las campañas, las indignaciones y las modas frenéticas, este tipo de oraciones encaja como un guante. Llevar al cuello la medalla de la virgen del pueblo no necesariamente te exige ser más amable en la oficina. Leer tu horóscopo para saber qué tal tu semana no suele ser una llamada a mirar al hermano. Y así con un montón de cosas.

Y entonces la pregunta. Una que surge de lo más escondido de tu silencio. Una que nos hacemos muchos y que determina en gran medida el modo en que nos planteamos la cotidianidad del día a día y lo extraordinario de unas vacaciones en el mar: ¿Creo? ¿En qué? Y, sobre todo, ¿para qué? Acostumbrados a vivir de eslóganes o de gestos de poca hondura, el reto es enorme: vivir lo que crees sobre el terreno de lo concreto. El tiempo regalado, la ternura en la tormenta o la paciencia con la fragilidad (la propia y la ajena), con las manos de cristal y los pies desnudos. Porque creer es fácil, lo difícil es hacerlo tierra. Pero cuando se le encuentra el sentido, entonces empieza la aventura de creer.

Fuente: Pastoral SJ

Las palabras volátiles

‘En tiempos de sociedad líquida, ¿también nuestra palabra puede escurrirse y evaporarse?’

Por Elisa Orbañanos

Mucha gente prefiere Snapchat a WhastApp u otras redes sociales porque el contenido se evapora al cabo de un tiempo. ¿Cuanto tiempo necesitamos? ¿Un minuto? ¿Dos? ¿Lo controlamos a voluntad? Men in Black. Un aparato moderno, un proceso tan sencillo como tocar un botón y ¡puf! El pasado está borrado.

En esta deriva en la que parece que las relaciones sociales pasan por filtros, que la felicidad se basa en elementos cuantitativos y que la filosofía cabe en 140 caracteres, el riesgo es que el próximo paso sea la volatilidad de la comunicación. El ser humano ha tardado miles de años en desarrollar un sistema de comunicación tan complejo como el escrito que manejamos hoy en día, muy probablemente, como parte de su búsqueda de trascendencia, de su interés por dejar huella, por sobrevivir a su memoria. Esa memoria escrita, personal y colectiva, es riqueza para seguir avanzando. Somos lo que somos por ciertos escritos. El actual sistema de valores tradicionales occidental se basa en una compilación de textos y cartas de hace más de 2000 años. Y sabemos de dónde venimos por restos de emoticon grabados en una cueva en Altamira, en un palo en Ishango o sobre unas paredes en Egipto.

Lo escrito tiene un peso, porque queda. ¿O es que en tiempos de obsolescencia programada, también nuestra palabra tiene un tiempo de amortización? En tiempos de sociedad líquida, ¿también nuestra palabra puede escurrirse y evaporarse? ¿Dos minutos es el plazo que le damos a la expresión de lo que guardamos dentro? ¿Dos minutos para hacer desaparecer un lo siento o un te quiero, sin dejar huella?

El riesgo es pensar que, efectivamente, lo que eliminamos de una pantalla, ya no existe. Pero no todo tiene vuelta atrás. Y lo que borramos, no lo vemos, pero no desaparece.

Fuente: Pastoral SJ

Conscientes de nuestra ‘nada’

Me postré consciente de mi nada, y me levanté sacerdote para siempre. Juan Bautista María Vianney (Santo Cura de Ars).

Por Javier Rojas SJ

La conciencia de la «nada» que somos nos la da el amor incondicional de Dios. De la sorpresa y el asombro de ser amados por lo que somos nace nuestra experiencia de pequeñez, nuestra nada, ante Él. También nuestras miserias y pecados, esos que nos humillan y avergüenzan, nos revelan el amor inmenso de Dios, porque cuando nosotros somos incapaces de amarlo, Él sí lo hace. Él nos ama aún con nuestro pecado. Su amor y la conciencia de nuestra nada, porque no estamos libres de pecado para arrojar la primera piedra, es lo que nos vuelve compasivos y misericordiosos con los demás. Cuando creemos que Dios debe amarnos porque somos buenos su amor deja de ser gratuito y se convierte en algo debido. Cuando perdemos nuestra conciencia de «nada» ante Él, su amor deja de ser incondicional y se convierte en premio de los buenos. Quien piense así difícilmente será misericordioso con los demás porque se pondrá como medida de todas las cosas y juzgará a los demás. Ya lo dijo Jesús al contar aquella parábola a Simón el fariseo; «a una persona a quien se le perdona poco demuestra poco amor» (Lc 7, 47). El cura de Ars fue un hombre consiente de sus miserias y del amor de Dios, por eso hoy es ejemplo de misericordia y compasión.

Fuente: nsdelosmilagros.com.ar

Conversando con Javier Melloni SJ

En medio de su paso por Chile, este jesuita español, antropólogo, teólogo y escritor regaló, al equipo de Vocaciones Jesuitas Chile, una mañana para conversar sobre la vocación, la espiritualidad ignaciana y muchos temas más.

Te dejamos aquí transcrita una parte de la entrevista. Si quieres verla entera, haz click en este link 

Nosotros acá en Chile estamos en un momento en el que parece que se nos ‘perdió Jesús’. E intuitivamente decimos ‘no, está ahí’, ciertamente. ¿Cuáles crees tú que son las claves para poder recuperarlo, para poder descubrirlo en un contexto tan complejo como el que estamos viviendo? A lo mejor son nuevos lentes, de alguna manera. 

Totalmente, yo creo que estamos llamados a una conversión radical. Conversión significa ‘un giro de la mente y del corazón’. Es un giro afectivo y un giro cognitivo. Una manera de abrirse y de reconocerle bajo nombres nuevos, incluso. Si en Filipenses dice que Jesús, siendo de condición divina se vació de sí mismo, se hizo uno de tantos, llegó hasta la muerte en la cruz y ahí en el abajamiento total, es el Nombre sobre todo nombre, significa que Jesús está en el interior de todos los hombres. Y por lo tanto, a través de los distintos nombres con los que los jóvenes e incluso los que están en contra de la Iglesia, nombran lo que para ellos es verdadero, ahí está Jesús escondido. Entonces nuestro esfuerzo, yo creo, que consiste en ir hacia los demás. Porque el Nombre de Jesús posibilita los demás nombres, no los secuestra, no los abduce. Al contrario, los ilumina. 

Para mí esa es la experiencia cristiana que cada vez estoy entendiendo más: Jesús abre, no cierra. Porque Él mismo es vaciamiento. Jesús es el encuentro del vaciamiento de Dios en el ser humano y del ser humano en Dios. En ese vaciamiento mutuo aparece Jesús. Ahí donde el ser humano se vacía a sí mismo por amor a los demás, hacia una causa justa, una causa verdadera, ahí está Jesús, aunque no tenga el nombre que nosotros sabríamos identificar en primer lugar.

Laudato Si’ recitada en décimas

 La Red Mundial de Oración del Papa en Chile ha elaborado una serie de videos en los que la Encíclica del Papa Francisco, Laudato Si’ recitada a ritmo de décimas.

La décima es una forma poética de origen español, que varios países de América Latina tienen en común, inscribiéndola en una larga historia de improvisación literaria traída de Europa y de África. Ha sido y sigue siendo en muchos lugares del mundo, una valiosa práctica popular utilizada para comunicar, enseñar y transmitir la cultura de los pueblos por tradición oral.

La décima se compone de diez versos octosilábicos, cuyas rimas se organizan bajo el esquema «abbaaccddc». Tal como informan los expertos, hay muchas variantes de este «complejo ejercicio», que varía según el país, aunque la mayoría son recitadas o cantadas en el modelo de «pie forzado».

Esta nueva forma es un modo de descubrir los problemas urgentes que afectan a la Madre Tierra, con el fin de acabar con esta peligrosa indiferencia social, lamentablemente tan extendida en nuestro tiempo.

Te dejamos aquí los links de los videos grabados hasta ahora.

Mirar con fe

La fe nos permite reconocer una realidad que a simple vista no sería posible. 

Cuando miramos con fe un acontecimiento, a una persona o un hecho concreto, apreciamos lo que de lo contrario permanecería culto a nuestros ojos. La fe nos hace traspasar la realidad para descubrir a Dios. La fe nos hace percibir la vida con más sencillez y transparencia. Con fe podemos apreciar la presencia de Dios, su accionar, su poder, su belleza. 

Tener fe no es solamente creer que Dios existe, sino que actúa, que está presente y vive en todo lo que nosotros vivimos. “Señor mío y Dios mío” es la expresión de fe más preciosa que decimos cuando vemos elevarse la hostia en las manos del sacerdote. En ese pedacito de pan la fe nos hace reconocer a Jesús

Fuente: Nuestra Señora de los Milagros