Palabra de la CPAL- MARZO 2019

Juventud: ¡Divino Tesoro! Compartimos el Mensaje de la CPAL para toda América Latina en el mes de marzo. 

P. Rolando Alvarado S.J. Provincial de América Central

Así califica el poeta Rubén Darío a esa etapa central de la vida en la que se configuran los ideales y trazan nuestros sueños, en uno de sus más célebres versos: ¡Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer!

Llevamos alrededor de dos años como Iglesia católica y como Compañía de Jesús reflexionando y dialogando en profundidad sobre el valor e importancia de este tesoro. La Iglesia, con ocasión del Sínodo de octubre del pasado año llegó a tomar a los jóvenes como “lugar teológico”, una afirmación incisiva para quienes creemos que el Dios de Jesús se nos manifiesta en la vida y en la historia. Hoy nos toca “acompañarlos en la construcción de un futuro esperanzador” para la humanidad y para la tierra, nos ha indicado el Padre General Arturo Sosa SJ, al establecer esa tarea como una de las cuatro preferencias apostólicas universales para los próximos diez años.

Si bien, como se ha reconocido, hay diversas maneras de ser joven, marcadas por el lugar, la cultura, el idioma el sector socioeconómico en el que han nacido y se desenvuelven; la mayoría de la juventud comparten 5 rasgos comunes que los señalan como puntas de lanza para la defensa y edificacion de una nueva civilización; con un nuevo modo de vivir, convivir producir y compartir.

Ante todo, su intenso afán de libertad. Poseen un fino radar para detectar las diversas esclavitudes sociales y humanas que se tejen por intereses de todo tipo. Y su innegociable y sincero deseo de justicia para erradicarlas. Que viene acompañadas de una abundante y coherente generosidad en el esfuerzo cotidiano que ello supone; de una espontánea y contagiosa alegría en ese bregar; y una sincera y lúcida apertura a que sea la experiencia personal y grupal de trascendencia ética o religiosa la que alimente, sostenga y renueve continuamente la búsqueda de que la Tierra sea nuestra casa común, que las relaciones sociales e interpersonales estén signadas por la aceptación de una mutua y misma dignidad, y que el sentido pleno de la vida de unos no se establezca a costa del de los otros.

En este momento histórico, caracterizado por la globalización de la crueldad humana, la destrucción socio ambiental, el cínico engaño, el materialismo rampante, el lucro como motor de la historia, la superficial diversión, la exclusión social, y el fanatismo mental, se ha detectado con hábil astucia que es en los jóvenes en donde más y mejor anida la posibilidad de “resistencia” a la que nos exhortó Ernesto Sábato. Tanto por lo que dicha resistencia tiene de rechazo y aversión a su burda mentira, como por lo que posee de alumbramiento y creación de algo nuevo y distinto.

Es por ello que a la mayoría de ellos se les niega la formación competente y crítica, que se les cierran cada vez más las oportunidades laborales decentes, que se les empuja a la pobreza, que se les incita a la violencia, que se les intenta adormecer, que se les busca dividir, y sutilmente persuadir de que hagamos lo que hagamos, esa “ánfora rota” en que el ser humano consiste según Ernesto Cardenal, no tiene remedio.

En América Latina y el Caribe, todos los ignacianos (jesuitas y laicos) que colaboramos en la misión de El Señor de regalarnos “vida y vida en abundancia”, y que trabajamos con miles de jóvenes a través de múltiples ministerios, hemos recibido con entusiasmo la invitación de la Iglesia a redescubrir en ellos, en su realidad, en sus personas, en sus ideales y aún en sus sufrimientos, ese regalo de la vida como don de Dios y como tarea de todos. Y acogemos con gratitud y compromiso la decisión de la Compañía universal de acompañar a los jóvenes con espíritu de escucha y cercanía leal, en su ser punta de lanza en el advenimiento de una “nueva tierra” y un “nuevo cielo”.

Emmanuel Sicre SJ – ¡Qué pereza la pereza!

De lo que sucede y cómo podríamos afrontarla.

 Por Emmanuel Sicre, sj

 “Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata”. Mc 3, 27

 Es muy común escuchar en nuestro tiempo muchas personas afectadas por la pereza, en especial, entre jóvenes. Se lamentan de su incapacidad de asumir una iniciativa hasta el final, de poder levantarse del sofá o la cama para hacer algo “productivo” o que les provoque una pasión real, de sentirse enredados por las pantallas, de no poder sostener relaciones duraderas ni comprometerse con los vínculos de manera más profunda, de vivir cierto vacío existencial y aislamiento. Así, el sentimiento que acompaña la pereza no sólo es de impotencia, sino también de cierta indolencia, sinsentido y frustración anticipada. Veamos cómo comprenderla.

A ideales presumidos, culpa asegurada

La pereza, en principio, pareciera arribar al corazón cuando nos enfrentamos a un ideal exagerado sobre nosotros mismos -o sobre el mundo, que nunca logra encajar con lo que realmente anhelamos. Algo así como “yo tendría que ser capaz de esto” o “yo debería hacer esto, pero ahora no, será más adelante”. En este sentido, la pereza anidaría en las mentalidades pretensiosas que ignoran sus deseos más profundos y, lentamente, se va instalando como un invasor dispuesto a tomarlo todo. De hecho, en algunos casos, llega a la depresión.

Con esta constatación de no poder activarnos en pos del presuntuoso ideal, nace la constante postergación -procrastinación-, el dejar para después, para más tarde, para un mañana que nunca llegará. El problema es que el recurrente aplazamiento va minando el suelo de la vida hasta ahogarla en un crónico “no puedo”, “no tengo ganas”, “ay qué pereza”, “no vale la pena”. Así, brota, poco a poco, el vacío interior y el continuo abandono de sí mientras suena la música del inconformismo.

Sin embargo, este incumplimiento interior con el ideal desmedido de lo que debería ser, no es gratuito. No es que: “bueno, ya no lo hice y chau, ya fue”. Siempre, con mayor o menor intensidad, se experimenta un sentimiento de culpa hondo por la frustración de no alcanzar lo que deberíamos hacer o ser que se resuelve muchas veces con compensaciones placenteras[1] que no terminan de llenar el pozo de nuestras demandas espirituales de sentido. Quedamos seducidos por “placeres aparentes”, como le llama san Ignacio a una de las tentaciones del mal espíritu.

En efecto, cuando la realidad nos pregunta sobre nuestras responsabilidades y compromisos omitidos, quedamos expuestos al sufrimiento y a la autoimagen rota. Quizá algunos resuelven pensando que es un problema personal, pero lo cierto es que nuestras acciones y omisiones, tarde o temprano, repercuten en nuestro entorno, especialmente, entre quienes más queremos.

Las voces del autocastigo

Sin embargo, para menguar este sentimiento de culpa por no haber hecho lo que deberíamos, nos aparece una voz interna acusadora que comienza a castigarnos, muchas veces de manera desproporcionada. La ecuación sería: a mayor pereza y postergación, mayor culpa y autocastigo que podríamos llamar “reparatorio”.

Aunque lo cierto es que este castigo, finalmente, no repara nada, no logra darle a la voluntad el empujón que necesita para activarse y asumir lo que le toca para su bien y el de los demás.

El castigo interior severo no envalentona ni fortalece, sino todo lo contrario: licúa la voluntad dejándola dañada y lista para el próximo fracaso. De esta dinámica debilitadora viene, muchas veces, un miedo paralizante ante aquellos ideales forzados. El problema radica, entonces, en el hecho de no poder conectar con los deseos más hondos o de haberlos confundido con estos ideales desajustados.

La sana autoestima, un impostergable

El panorama poco alentador de este cuadro de pereza se completa con la dificultad de percibir la estima propia. Es lógico, casi imposible, quererse así de débiles o, al menos, ¡qué difícil resulta aceptarnos con amor así de frágiles y pusilánimes! Por lo general, quienes padecen la pereza sienten vergüenza porque socialmente está mal vista, no es rentable y representa una carga para su entorno.

Cabe decir aquí que la autoestima es un fenómeno primordialmente auditivo. La estima propia se fue construyendo a lo largo de nuestra vida con las voces de nuestro entorno, las de elogio y las de desaprobación, las de sobreprotectora dulzura y las de dureza seca que desoían nuestras necesidades tildándolas de inútiles, las que ponían la culpa afuera – “piso malo”, solemos decirles a los niños cuando se golpean y queremos encontrar algún culpable a los incidentes- y las voces que responsabilizaban desproporcionadamente – “culpa tuya estamos pagando todos…”. Todas las voces que hemos escuchado fueron modelando y afinando el tono a nuestra propia voz de la conciencia. Con esta voz con la que nos decimos las cosas, es con la voz interior con la que vivimos a diario la pereza y sus consecuencias.

Una voluntad debilitada por las voces negativas -propias y ajenas-, no logrará nunca levantarse por sí misma porque no ha encontrado apoyo en ningún resorte interno valorado, gozado, reconocido.

Su autonomía está amenazada, además, por la dolorosa comparación –propia o asumida- con un entorno que es percibido como productivo y capaz. Es por esto que debemos cuidar el modo en que decimos y nos decimos las cosas y las varas con las que nos medimos, ya que si están muy altas sólo las miraremos de abajo como un imposible aplastante.

Algunas paradojas culturales que estimulan la pereza

En nuestra cultura exitista esto se complejiza aún más porque valora y premia con voces positivas sólo a quienes progresan, a quienes cumplen con reverencia ritual ciertos estándares de belleza u obedecen ciegamente a altos niveles de rendimiento, a quienes tienen más poder, más fama, más placer o más cosas. Quien vea en esta cultura del “éxito individual” un ideal inaccesible, renunciará prontamente al medir sus fuerzas.

A su vez, estamos inmersos en un tiempo que olvida la profundidad de los procesos humanos y prefiere lo superficial. Es así que vemos un egoísmo competitivo voraz que pide siempre más para poder hacer y pertenecer, haciendo desear vivir muchas vidas en una. De ahí la autoexplotación que solemos llamar realización. Esto provoca un aceleramiento sin sentido para “haber experimentado”, en poco tiempo, mucho más de los que nuestras emociones, memoria y entendimiento pueden procesar. He aquí la sensación de ansiedad irresuelta que se llena de entretenimientos y nos lleva, no sólo a no poder estar presentes a nada, sino también a perder la capacidad de que el simple ocio creativo nos devuelva las ocurrencias de la imaginación que brotan de nuestra realidad más honda y nos invitan a crear.

Por otro lado, los tiempos que vivimos instan a que recibamos con una triste pasividad miles de estímulos sensibles que parecieran dar todo resuelto con un click desconociendo el trasfondo complejo de las cosas. Se compra, se vende, se goza, se aprende, se comunica, se juega, se entretiene, todo frente a una pantalla con sólo una buena conexión y dinero. Quien no pueda hacerle frente al frenesí cultural imperante, quedará a merced de lo que se le presente más fácil e inmediato.

Las exigencias del perezoso

Dichas paradojas culturales se acentúan en quienes padecen la pereza. Si observamos bien, por lo general, dichas personas suelen ser muy exigentes con su entorno. Demandan con cierto derecho adquirido. Un poco victimizándose por lo que les pasa, otro poco porque desconocen el esfuerzo verdadero que conlleva hacerse cargo de la realidad en su complejidad.

Lo cierto es que se trata de una exigencia un poco irracional que, por no poder asumirla a nivel personal, es proyectada sobre todo lo demás causando así modales sarcásticos, irónicos y quejones. Por eso, se da que quien no mueve un dedo, pide que la realidad baile a su antojo.

En este sentido, la pereza se basa en el mecanismo infantil del todo-nada. De ahí que la pereza lleva al escepticismo triste y melancólico de una realidad que nunca se adecuará y será siempre injusta. Es decir, nunca habrá, para quien padece la pereza, una realidad que se acerque a aquel ideal inflamado del que se ha enamorado. Entonces, la distancia insalvable entre lo que es y nunca será se llena con el lamento. Casi un tango.

 La pereza como autodefensa

Ante lo dicho cabe reflexionar si la pereza, en verdad, no funciona como un mecanismo de defensa a los mandatos sociales y familiares que hemos asumido como propios -tener un cuerpo esbelto, ser el mejor, ganar siempre, etc. Aquellos ideales excesivos de los que hablamos muchas veces vienen envueltos en paquetes de buenos deseos.

Sin poder juzgar del todo las intenciones de quienes nos proponen determinados valores desajustados, lo cierto es que, en algún momento de nuestra existencia, comprendimos que para nosotros eso no era ni un valor, ni un ideal, ni un interés, pero no pudimos revelar nuestra oposición, no pudimos defendernos ante la “amenaza” que suponía para nosotros no aceptarlos. Entonces, dado que no contábamos con la claridad o la fuerza para enfrentarlos, la pereza resolvía desactivarlos, postergarlos, fantasear que algún día llegarán para calmar las demandas propias y ajenas.

Por eso, es necesario identificar de dónde vienen, cómo son esos mandatos desencajados, pero, sobre todo, de qué me defiendo con la pereza. ¿Cómo? Al bucear en las aguas profundas de lo que deseamos y amamos.

 ¿Hay salida de la pereza?

Pues sí, algo hay para hacer. Lo primero, quizá sea encariñarse con lo posible, abandonar los ideales exagerados –propios o ajenos- con los que vivimos y que proyectamos hacia fuera y cacheteamos hacia adentro. Pero ¡ojo! Sólo los ideales excesivos que nos aíslan y autodestruyen. En cambio, los ideales que nos invitan a buscar lo noble de la vida, su sentido hondo, su verdad para mí. Esos hay que buscarlos, quererlos, protegerlos, y a lo mejor llamarles “utopías esperanzadoras” o simplemente “deseos”. ¿Cuáles? Animarme a querer un mundo más justo, a amar más, a servir mejor, a soñar la paz, a dar lo mejor de mí…

Este amar lo posible también significa asumir que somos seres limitados, pero no por eso menos dignos; frágiles y, al mismo tiempo, poblados de deseos inmensos. Lo segundo sería, entonces, aceptar la paradoja que somos y dejar atrás el jueguito infantil del “todo-nada”, del “blanco-negro”, del “siempre-nunca” que nos polariza la voluntad arrinconándola. Y bancar más los matices, hacer algo de todo lo que deseamos en vez de nada, dar el primer paso, aunque muchas veces parezca ser el único. E insistir y compartir.

Lo tercero es lograr distinguir, en un diálogo interior y con quien pueda ayudarnos, las voces que nos acribillan la estima propia. Cuidar con lo que nos decimos, vencer el impulso de castigar frenéticamente cada error o frustración, y asumir la actitud de quien desea lo mejor para el otro que soy yo mismo. ¿O acaso todavía creemos que a fuerza de tirones crecen las plantas? Vivimos en proceso constante. Acompañarnos y dejarnos cuidar, esperarnos, tenernos paciencia y darnos ánimo, aliento, celebrar los progresos, aunque a veces nos enojemos con lo que somos.

Lo último que agregaría es que tenemos que aprender a seleccionar las acciones importantes en nuestra vida y darles su verdadero lugar entre las que preferimos. Animarnos a descansar en las rutinas que nos ayudan y prescindir del pinchazo de novedades permanente. Muchas veces, hemos puesto todas las cosas que debemos ser, disfrutar y hacer en el mismo plano al punto de que se nos genera un fantasma que asusta.

Hay cosas que no nos interesan, pero son importantes, ¿qué lugar tendrán en mi vida? Las hay también que son importantes sólo para mí, sabiendo que no soy el centro del mundo ¿cómo las ubico respecto de las que son valiosas para mi entorno de relaciones? Esta búsqueda de equilibrio entre lo importante y lo que preferimos es una tarea urgente para vivir una vida real.

¡Qué pereza la pereza! Pero, bueno, ve, sé humilde, sacrifícate un poco, aunque no siempre obtengas resultados positivos, que no existe vida honesta y alegre que se viva sin esfuerzo y dedicación. ¿O acaso algún duende nos prometió un jardín de rosas?

Fuente: Blog Pequeñeces

 

Listos para servir: Nuevas Preferencias Apostólicas Universales

La Compañía de Jesús se encuentra próxima a anunciar sus nuevas Preferencias Apostólicas Universales (PAU).

Un cierto ambiente de expectación se deja sentir en la Curia General de los jesuitas en Roma. Se debe a que el P. General Arturo Sosa se halla en el sprint final para sacar al público una carta que orientará el porvenir de la Compañía de Jesús. Durante casi dos años, jesuitas de todas partes del mundo han discutido, discernido y rezado preguntándose: “Jesús, en este mundo de hoy en el que Él lleva su cruz, ¿a dónde nos llama?”, “¿Qué nos pide la Iglesia a nosotros?” y “¿Dónde somos más necesitados?”. De esos intercambios han nacido las “Preferencias Apostólicas Universales” (PAU), en un documento con potencial para reformar la Compañía de Jesus.

En 2003, el P. General Peter-Hans Kolvenbach publicó las “Preferencias apostólicas” en un momento en el que la Compañía de Jesús se hallaba embarcada en un discernimiento orante sobre las prioridades de sus ministerios apostólicos, en un mundo en pleno cambio.

El telón de fondo del documento era una idea sencilla: cuando hay que discernir entre misiones de igual importancia, hay que dar prioridad a las cabezas de lista. Los ministerios que han orientado la Compañía estos últimos años han sido 1) África, 2) China, 3) el apostolado intelectual, 4) las casas de Roma y 5) migración y los refugiados.

Esas preferencias no eran una lista de control de obras y tomas de postura que necesitaran refuerzos de personal. Era más bien un modo de recordar por donde las mociones del Espíritu Santo han ido dirigiendo a la Compañía en el seguimiento de Jesús. Vamos donde Lo encontramos, donde Él nos llama o hacia donde Él nos señala el camino. Era el reconocimiento que los jesuitas estaban siendo llamados a repensar su lugar en un mundo que había cambiado mucho en las dos décadas precedentes.

De la elección de estas 5 preferencias apostólicas han pasado ya 16 años, y una década desde que aquellas ‘Preferencias Apostólicas’ fueran adoptadas por la  Congregación General. Ahora lo que la Compañía de Jesús está haciendo es obedecer al mandato de la Congregación General 36 que pedía al P. General que “la Compañía prosiga su discernimiento de preferencias”. De la misma manera que las anteriores Preferencias Apostólicas hacían un llamado a los jesuitas para hacerse disponibles a las mociones del Espíritu Santo, así también las actuales Preferencias Apostólicas Universales convocarían a los jesuitas a adaptar, cambiar y crecer para servir mejor las necesidades de la Iglesia y de su pueblo.

La semana pasada el Papa Francisco recibió un ejemplar de las nuevas Preferencias Apostólicas Universales y de una sola pregunta: “¿Es esto lo que la Compañía de Jesús necesita hacer en este momento de su historia?”.

El sábado, el P. General Sosa fue recibido en audiencia por el Santo Padre, quien, después de haber tomado un tiempo para la reflexión y la oración, acogió al P. Sosa y le devolvió el ejemplar que ya no era un simple documento. Era una misión para la Compañía de Jesús.

El significado histórico de las PAU no pasa desapercibido para los miembros de la Curia. Todos los Departamentos, desde el Consejo hasta los diferentes Secretariados se están preparando para la publicación oficial de esta nueva misión del Papa Francisco a la Compañía de Jesús a nivel mundial. Después de uno de los más prolongados discernimientos en la historia de la Compañía de Jesús, los jesuitas alrededor del mundo están a la expectativa y se preparan a servir allí donde esta nueva misión les llevará.

Fuente: Jesuitas Latinoamérica

Contemplaciones SJ – A una nueva pesca

Contemplación del encuentro de Pedro, Santiago y Juan con Jesús – Lc 5, 1 – 11.

Por Joaquín Cayetano Taberas SJ

El sol de la mañana ya empieza a calentar. El viento parece despertar. El olor a agua se mezcla con los vapores de la tierra. Es una mañana como cualquier otra en el pequeño mar de galilea.

Algunas barcas comienzan a llegar a la orilla: son pescadores. Pescadores que vuelven con las redes vacías. El desaliento se trasparenta en sus caras cansadas de haber estado trabajando toda la noche. A uno de ellos, que llaman Simón, se lo ve aún más desalentado que a los demás. Por su aspecto, se nota que es el mayor de todos. Su modo de conducirse y el modo en que los demás lo tratan, deja entrever que es una especie de líder dentro de su grupo.

De repente, comienza a acercarse una tumultuosa muchedumbre que irrumpe la paz de esa mañana. La gente que llega se agolpa alrededor de un hombre que hasta no hace mucho caminaba tranquilo por las orillas. Ese hombre trasmite algo especial. Sus ojos… sus ojos te hacen sentir mirado. Tiene una de esas caras que parece conocida. Al verlo, uno siente que lo conoce desde siempre.

Tiene una sonrisa que abraza. Y palabras fuertes y sinceras que llegan al corazón. La gente lo llama maestro, y algunos lo llaman Jesús. Al verse rodeado de tantas personas, el que llaman Jesús pide prestada la barca los pescadores. Alejándose un poco de la orilla, comienza a enseñar.

Una vez que terminada su plática Jesús mira a Simón que sigue masticando el fracaso en la pesca de la noche. Le dice que reme un poco más adentro y eche las redes. “Maestro, estamos cansados, toda la noche estuvimos trabajando y no sacamos nada, no tiene sentido ir a echar las redes a esta hora de la mañana” Simón está cansado y convencido de lo que dice. Sin embargo, al levantar la mirada se encuentra con la de Jesús. Esa mirada lo interpela. Se siente comprendido. Alentado. “Pero si tú lo dices, maestro, echaremos las redes” le dice entonces.

Y así se alejan de la orilla remando despacito

A unos doscientos metros de la orilla, Jesús les dice que echen las redes. Se cruzan miradas de desconcierto, de burla, de enojo. ¡Allí nunca se pesca nada! Es necesario ir más adentro para poder pescar. Cualquier pescador lo sabe. Pese a la mala predisposición, echan allí las redes. En el momento en que éstas terminan de descender, comienza a sentirse como la barca se inclina.

¡No lo pueden creer! ¡la red rebalsa de peces! Gritan a sus compañeros de la orilla para que vengan a ayudar. Ríen, aúllan, a alguno se le escapa una lágrima. Sacan las redes y las barcas se llenan tanto que apenas pueden mantenerse a flote. Ninguno recuerda haber tenido una pesca tan buena. Jesús trabaja como un pescador más y disfruta con ellos.

Entre que terminan de sacar las redes y empiezan a remar hacia la costa, comienzan a caer en la cuenta de lo que les acaba de pasar. Esta pesca no era obra de sus habilidades como pescadores; ni era gracias a la bonanza del mar.

Además, se sienten distintos. Extrañamente radiantes. Extrañamente contentos. Llenos de plenitud, como nunca antes lo habían sentido. Simón es quien primero cae en la cuenta. Sin dudarlo, se tira a los pies de Jesús y los abraza. Con los ojos llenos de lágrimas le dice: “Señor, aléjate de mí, que soy un pecador”.

Jesús toma de las manos a Pedro, lo levanta y abrazándolo le dice: “No tengas miedo amigo, de ahora en adelante vas a ser pescador de hombres”.

La barca llega a duras penas a la orilla Al llegar, los pescadores dejan lo poco que tienen. Con el corazón radiante de alegría y lleno de dudas, deciden ir con Jesús.

 

 

Confiar en la Palabra

«A la luz del Evangelio de ayer (Lucas 5, 1-11) el P. Enrique A. Gutiérrez T., S.J. nos invita a “recuperar el valor y el sentido de la palabra es el reto que tenemos de ahora en adelante. Hemos vivido la experiencia de tener que asegurarlo todo con contratos, documentos escritos, testimonios y pruebas.

Por Enrique A. Gutiérrez SJ

Estamos tan acostumbrados a oír expresiones como las siguientes “te doy mi palabra”, “confía en mi palabra” que no creemos que eso corresponda a la verdad. La razón es muy sencilla: la gente no cumple la palabra empeñada. Vivimos en un mundo del cumplimiento (cumplo – y – miento). No sucede lo que acontecía en tiempo de nuestros mayores, especialmente nuestros abuelos, cuando la palabra empeñada era sagrada, se cumplía lo prometido, no había necesidad de hacer documentos escritos, porque la palabra tenía valor, era respaldada por las acciones, y si no se cumplía, podía llegar incluso hasta costarle la vida a la persona que había faltado a su palabra.

Pueden pensar quienes leen esta columna sobre cuál es el sentido de mi escrito de esta semana. La razón es clara. En el evangelio de este domingo encontramos que Pedro le dice a Jesús después de haber estado toda la noche en una pesca infructuosa “por tu palabra echaré las redes”. Era una invitación, no era una orden. Todo podía haber seguido igual, hubieran regresado desalentados, sin haber pescado cosa alguna. Pero hay algo en el interior de Pedro que lo mueve a hacer lo que están diciendo: confía en la palabra de Jesús. Hace lo que Él le dice y la recompensa es grande “hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red”.

Confiar en la palabra de alguien, significa creer en esa persona, descubrir que tiene algo importante para decirnos, que no podemos desoír esa invitación. Significa también tomar la decisión de hacerse vulnerable, de permitir que esa otra persona entre en nuestra vida y su palabra se convierta en luz para nuestro camino. Eso en el plano de las personas semejantes a nosotros. Y ¿cuándo se trata de Jesús, por qué no hacemos lo mismo, por qué dudamos, por qué no confiamos, si Él nos está mostrando el camino para seguirlo de manera incondicional?

Estamos acostumbrados a buscar las evidencias, las pruebas de todo, nos obsesiona la certeza y la seguridad. Eso podemos dejarlo al campo científico. Pero no podemos hacer lo mismo en el campo de lo espiritual, de las relaciones interpersonales. Si lo hacemos así, corremos el riesgo de aislarnos de las personas, de no encontrar caminos adecuados para interactuar, porque siempre tendremos la sospecha de que nos pueden estar engañando, de que no son honestos y sinceros con nosotros. Todo esto nos sucede porque no confiamos en la palabra, no creemos en el otro.

Recuperar el valor y el sentido de la palabra es el reto que tenemos de ahora en adelante. Hemos vivido la experiencia de tener que asegurarlo todo con contratos, documentos escritos, testimonios y pruebas. Todo porque dejamos que la palabra perdiera su valor y su significado como compromiso sagrado. La palabra tiene la fuerza de exteriorizar lo que somos en lo más íntimo y profundo de nuestro ser. Démosle ese sentido, no la desvirtuemos, recuperemos su valor. Y tengamos presente que cuando empeñamos la palabra, estamos invitando a la otra persona a que confíe en nosotros. No traicionemos esa confianza y respaldémosla con hechos de vida.

 

 

#MiExperienciaMAG+S: Invitación a una Fe valiente y confiada

Durante el mes de enero, en los días previos a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) que este año fue en Panamá, se realizó el MAG+S: una experiencia ignaciana que lleva adelante como una suerte de pre-jornada organizada por la Compañía de Jesús. La experiencia nucleó a jóvenes de 18 a 30 años, provenientes de todo el mundo, quienes se mezclaron y dividieron en comunidades pequeñas, que se repartieron por distintos lugares de Centroamérica.

La Red Juvenil Ignaciana de Argentina – Uruguay tuvo una fuerte participación. Al regreso de los ‘peregrinos’, les hemos pedido que compartan su experiencia, respondiendo a tres consignas: 1) Contar un momento, sentimiento, aspecto, etc. que les haya quedado resonando de manera particular; 2) ¿Qué aprendizaje te llevas para tu vida de la experiencia del MAG+S 2019? 3) ¿Qué imagen representa lo que fue el MAG+S 2019 para vos?

Por Sofía Scremini – Uruguay

Lo que más me impactó de la experiencia, fue el intercambio cultural. En mi grupo éramos de países muy distintos: Uruguay, Argentina, Cuba, República Dominicana, El Salvador y Colombia, y fue increíble todo lo que aprendí sobre ellos. Pese a la diferencia cultural, me sentí, durante toda la experiencia, muy acompañada. Todos hablábamos un mismo idioma, marcado por la espiritualidad ignaciana. Esto hizo que nos entendiéramos y que nuestro vínculo fuera muy profundo.

Aprendí muchas cosas, pero sobre todo, a ser valiente y luchar por lo que de verdad queremos. En muchas ocasiones, es difícil pararse frente a alguien o frente a una situación y enfrentarla, decir que no es eso lo que necesitas o querés. Aprendí que, si se hace con respeto, amor y sobre todo, confiando en Dios, nada puede salir mal. El Salvador tuvo un papel fundamental en este aprendizaje. Su historia y sus personas de verdad me transformaron.

WhatsApp Image 2019-02-08 at 9.07.00 AM

Esta foto representa mucho de lo que viví y aprendí en esta experiencia. De fondo, todo El Salvador: país que me alojó durante mi experiencia Magis; y me enseñó que vale la pena luchar y jugársela por lo que creemos.

Además, en esta foto se puede ver una cruz un poco especial. Esta cruz simboliza mi relación con Dios, hay una parte que pone Dios, y que está siempre firme: es la parte de la cruz que podemos ver. El resto de la cruz, la parte que no está, es la que debemos poner nosotros. Ya sabemos cómo dibujarla, en qué dirección va cada línea, pero es responsabilidad nuestra completarla y de este modo encontrar lo que Dios quiere para nuestras vidas.

Los Ejercicios Espirituales como Camino de Reconciliación y Paz

Espiritualidad de los Ejercicios Espirituales como un camino de Reconciliación y Paz.

Por Prudencio Piña, SJ

“…la verdadera reconciliación entre hombres enfrentados y enemistados solo es posible si se deja renovar el sí mismo con Dios” Juan Pablo II

Introducción

Los autores traducen “espíritu” como “aliento de vida”, como ese aire que nos envuelve y respiramos tan fundamental para la vida de cualquier persona, sea religiosa o no. La espiritualidad está presente como principio dador de vida para cualquier ser humano, creyente o no. Espiritualidad en este sentido amplio es todo aquello que desde las relaciones con las personas, con la naturaleza y/o con la trascendencia, promociona la vida.

Ser espiritual es tener la habilidad para dar vida al relacionarse. La espiritualidad es la habilidad social que emerge de la profunda conciencia de las interconexiones comunitarias y universales para dar vida y vida en abundancia. Ser espiritual es ser hondamente consciente de que vivir es “convivir”. La vida es vida porque es vida en “comunión”. Pero cuando la comunión se rompe, vivir es “re-con-ciliacion” nueva llamada a vivir juntos. (López Pérez, p. 37)

Desde esta perspectiva, la reconciliación del sujeto consigo mismo (para que aprenda a convivir su yo) es esencial desarrollarla en la espiritualidad, en el silencio y en soledad interior. En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, se van logrando en el tiempo y con la intención que tenga el que participa en ellos de integrar sus afectos sueltos y dispersos. Reconciliarse con el sí mismo se realiza en etapas hacia un centro muy interior. “En la medida que los Ejercicios implican un proceso de transformación, abren una vía hacia la pacificación, porque propician una integración y una reconciliación de los diversos aspectos de la condición humana hasta hacernos imagen de Cristo, cuya misión ha sido reconciliar todas las cosas consigo, pacificando con la sangre de su cruz todas las cosas que están sobre el cielo y la tierra (Col 1,20)” (Melloni, p. 9)

En los E.E. no se logra acceder a las reconciliaciones más íntimas con el voluntarismo, sino con el deseo de amar y ser amado, motivándose con nuevas actitudes afectivamente renovadas. Dios busca la reconciliación del ejercitante con el sí mismo y con otros. Sólo asumiendo las actitudes adecuadas se podría entrar en el caminar de la reconciliación que se ofrece.

1.- Superar el propósito voluntarista (primera etapa de reconciliación)

Los que hacen los E.E. por primera vez quieren llegar a los frutos espirituales a fuerza de voluntad, con prácticas externas. No lo logran pues siguen hablando y viviéndolos fuera de sí, no quieren entrar en su interior.

Por alguna llamada a la atención, intentan la soledad… pero en ella emergen inquietudes, “batallas interiores” que hacen doler el aislamiento y asustan (temas familiares, preocupaciones laborales, dudas de fe, rechazos, resentimientos, etc.). Reaccionan de modo instintivo al recogimiento. No lo quieren. Sienten que tienen que hacer mucho esfuerzo “y ¿para qué?” Al menor descuido… vuelven a caer en el deseo de comunicar. Vienen desánimos.

Ponen mucha voluntad para enfrentar esas batallas. Sin darse cuenta, tienen resistencia a estar solos. Buscan compañías esporádicas “como para descansar”. Entran y salen de la interioridad. Se sienten desenfocados. No entienden muy bien lo que está pasando dentro de sí. Tienen incomodidad por enfrentar el “vacío” interior.

Los E.E. les parecen actividades extrañas que producen reflexiones inexplicables sobre lo que ellos son. Porque en realidad la agitación, el conflicto, la confrontación, la guerra y la violencia tanto exteriores como interiores proceden del afán por devorar y arrebatar imágenes, emociones, cosas y personas para llenar el vacío interior (Melloni, p. 9). Ese vacío interior puede llegar a asustar y se huye de él.

2. DISCERNIR LAS SOMBRAS INTERIORES (segunda etapa de reconciliación)

En la lucha por enfrentar los temas internos, comienzan a prestarle atención a los múltiples movimientos de la interioridad. Comienzan a discernir. Toman conciencia de la “muchedumbre de voces de distinto tipo” e intentan a distinguir las suyas propias y verdaderas de los fantasmas creados por la imaginación o la tentación.

Siguen buscando soledad para distinguir espíritus y algo de paz viene. Perciben cómo la Gracia les ayuda a reorientar los pensamientos. Tienen que hacer menos esfuerzos para mantenerse apartados. Sienten lo agradable que puede ser la soledad para su diálogo con Dios. Los demás que están a su lado ya no son tan necesarios.

“La agitación es una forma de resistencia. Desaparece cuando se cede. La paz adviene con la entrega y la rendición. Podemos pasarnos años de nuestra vida con un malestar interior por no atender a la llamada que sentimos. En la medida que uno descubre las decisiones propuestas o manipuladas se libera de miedos a entregarse” (Melloni, pág. 16).

Descubren una “Presencia Interna” pero todavía es como espectadora, no la dejan implicarse en sus historias internas. Constatan que las batallas pueden deshacerse y pueden construir su paz interior “llamando” fuerzas y gracias internas. Buscan al animador de los E.E. para hacer consultas y le ayude a orientarse. Comienzan a descubrir como el examen de la oración les ayudan a discernir espíritus para integrarlos en la contemplación.

Se empiezan a dar cuenta, que las causas que producen las batallas y divisiones interiores, son “fantasmas” que llaman a diferentes direcciones y les dividen por dentro. De momento sólo están contigo mismo. Perciben los E.E. como un lugar privilegiado para orar y descubrirse. Porque esas sombras de si, le traen mensaje de lo que necesitan sanar en el amor de Dios.

3. APOYARTE EN UN AMOR INTEGRADOR (tercera etapa de reconciliación)

Al avanzar en los E.E. empiezan a sentir el amor de Jesús. Quieren más. Ya están enfocados en un camino y se dejan llevar por el ritmo de las meditaciones y contemplaciones. Las “llamadas interiores” las identifican por su intensidad y su fuerza. Son invitaciones inesperadas que producen integración y paz.

Descubre la plenitud del concepto de Historia Personal de Salvación. Dejan que la “Presencia interna” haga cambios en la visión historia personal: sana heridas, renueva visiones, llama a renuncias, refuerzas servicios. Ya permanece en la soledad sin esfuerzo dándose cuenta que se estás reconciliando consigo mismo.

Hay una visión mucho más clara de las mociones y espíritus que le tocan interiormente e identifica su manejo dentro de sí. Estas se rehacen en la contemplación. Desean los diálogos con el animador de los Ejercicios por lo mucho que le aclaran. Ya no es la misma persona. Percibe los E.E. como procesos de reorientación de su historia personal en la Historia de Salvación Universal. El amor en el que descansa, “va uniendo los pedazos sueltos” y va conformando un nuevo ser.

4. LA DISPOSICIÓN DE ABANDONO TOTAL (cuarta etapa de reconciliación)

Está muy dentro de sí. Disfruta de la soledad y está continuamente en la “Presencia Interior” que es Dios. Ya no quiere que le moleste ninguna otra presencia. Sin esfuerzo está solo. Los demás ya ni le buscan. Esa Presencia divina se comunica en ambiente de afecto. Descubre que los combates interiores son lugares de renuncia e integración. Llega a comprender el significado de libertad total ante las criaturas (indiferencia). Es capaz de pasarse largos momentos de contemplación apoyada en su afecto integrador (González Faus, p. 15).

Va desapareciendo el vacío existencial como carencia radical pues experimenta que queda lleno de Dios. Ve que no carece de nada porque experimenta todo en Él. Cuando no está esa Presencia, la busca con deseo de reconciliación que trae la contemplación. Lo deja todo por Ella. Siente que está reconstruyendo el amor a sí mismo y a la humanidad. Percibe los E.E. como un descanso en el amor que le lleva a servicios muy especiales para sus hermanos.

Conclusiones

Los EE tienen en su horizonte la capacidad de escucha que posibilita percibir la presencia de Dios reconciliando en si todas las cosas. Para ello las personas que los hacen han de haber pacificado los propios ruidos. Solo una persona reconciliada consigo misma puede comprender de modo adecuado la relación entre las personas y las cosas y ver como Dios está actuando en ellas. Solo así puede transformar su entorno.

La paz que se desprende de la experiencia de los E.E. no es un aletargamiento ni una elución de los conflictos de la humanidad todavía inacabada, sino un nuevo modo de escuchar el latido del mundo. La persona que ha pasado por ellos tiene conocimientos de sí y esto le permite no proyectar sus conflictos personales sobre los demás o sobre su entorno, sino que tiene la mirada despejada para captar los dinamismos de espíritus que están en juegos. La persona que practica los E.E. se compromete con las causas justas de la tierra, pero sin crispación ni acritud, sino discretamente como el trabajo reconciliación de Dios en el interior de la historia.

BIBLIOGRAFÍA

  • González Faus, J. (2008) El mal y la misericordia en revista EIDES, no 52, págs. 7-20
  • López Pérez, E. (2011), “La espiritualidad de la reconciliación en JRS”, en revista de Espiritualidad ignaciana, CIS, no 128, págs. 29-41.
  • Melloni, J. (2011) “La pacificación que producen los Ejercicios Espirituales” en revista de Espiritualidad ignaciana, CIS, no 128, págs. 9-19

Fuente: Jesuitas Latinoamérica

 

La Capilla del Encuentro de Salamanca, premiada como Espacio Sagrado 2018

La asociación norteamericana Faith & Form ha otorgado esta distinción por la conciliación entre teología y arquitectura.

Por C. Jiménez Ariza SJ

Consultamos el móvil 150 veces al día y no podemos estar más de una hora sin mirar el WhatsApp. Los estudios señalan también que cada día recibimos tres mil impactos publicitarios, a través de las pantallas o cuando caminamos por la calle. Esto supone más de un millón al año. En esta cultura de la imagen, en medio de tanto impacto visual, ¿por qué no crear un espacio limpio de imágenes, casi vacío, que ayude al encuentro del Creador con sus criaturas? Esta fue la idea inicial que puso en marcha la Capilla del Encuentro del Centro de Espiritualidad San Ignacio de Salamanca (CES).

La capilla, con capacidad para unas 25 personas, mezcla calidez y sobriedad a través de un equilibrado juego de telas y luces. Ha sido diseñada por los arquitectos de Pamplona Xavier Chérrez y Raquel Cantera. La asociación Faith & Form, con sede en Washington y el respaldo del Vaticano, le ha otorgado el premio al mejor espacio religioso de 2018. Faith & Form nació en 1967 para impulsar el diálogo interreligioso y premiar los esfuerzos hechos en el campo de la religión, el arte y la arquitectura. Forman parte de esta asociación sacerdotes, laicos, arquitectos y diseñadores internacionales que, cada año, se reúnen para premiar los mejores trabajos en el campo de la arquitectura, el arte o la pintura religiosa.

El jurado destacó la unión reflejada en el proyecto de Salamanca entre teología y arquitectura. Esa buena combinación se hizo posible gracias a las conversaciones entre el director del CES, Cristóbal Jiménez SJ y el arquitecto Xavier Chérrez. De allí surgió la idea de crear una capilla inspirada en la Tienda del Encuentro del libro del Éxodo y cuyo elemento central fuera el Sagrario, especialmente iluminado. Según Xavier Chérrez, «se quiso entroncar en la tradición cristiana de búsqueda de una belleza radical, como algo equiparable a la búsqueda de la verdad y la bondad». Pensando, sobre todo, en los jóvenes se buscó un espacio que ayudara a la oración y a la intimidad con Dios.

Para la definición de la Capilla del Encuentro se han dispuesto más de 600 lamas blancas translúcidas, tensadas por gravedad, que definen un espacio con forma de una tienda del desierto. Una estructura textil que no requiere de añadidos o decoración para expresarse. Se organizan siguiendo un patrón numérico de distancias variables. Para su construcción se han utilizado cuatro materiales: un tejido translúcido blanco y fino para paredes y techo; un tejido con un trenzado más grueso para el suelo; un conjunto armonioso de luz blanca y roja y, finalmente, madera para el altar y el ambón giratorio. Se eliminaron las esquinas y las juntas para ayudar a crear una atmósfera envolvente.

En palabras de Chérrez, «se puede entender como un espacio en el que la belleza de un paraje nevado se hace habitable gracias al calor que irradia el Sagrario». Iluminado en rojo, en una columna de suelo a techo, el Sagrario se siente, pero está velado, invitando al silencio y la interiorización en presencia del mysterium tremendum et fascinans, en la terminología del teólogo alemán Rudolf Otto.

Intencionadamente, el Sagrario no está totalmente visible. Es un pequeño homenaje a lo que Santo Tomás señala en el himno Adoro te Devote: «Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte».

La capilla dispone de un código Q, junto a la puerta de entrada, que permite compartir oraciones y experiencias a través de una página web. Hace miles de años, el pueblo de Israel encontró refugio en aquella Tienda, en medio de una cultura nómada, golpeada por la dureza del desierto y las asechanzas del hambre o la sed. Aquella Tienda protegía de las inclemencias y permitía encontrase con el Señor. Hoy, la Capilla del Encuentro de Salamanca quiere ser también para todos lugar de refugio y encuentro.

Fuente: Revista Jesuitas

 

Reconciliarnos con la Creación

“El interés de la Compañía de Jesús por la ecología se basa en una doble motivación: por una parte, existe una genuina preocupación por las amenazas que sufre la Creación; por otra, existe una conciencia clara de que el deterioro medioambiental está intrínsecamente vinculado al resto de injusticias que padecen los pobres del mundo”.

Desde que en 1972 el Club de Roma publicó Los límites del crecimiento, la comunidad científica ha acumulado tal cantidad de evidencias sobre la presión y deterioro que sufre el medio ambiente, que hoy, a finales de la segunda década del siglo XXI, resultan incontestables las voces que lo señalan como un desafío inaplazable para la humanidad.

La Iglesia ha denunciado con firmeza las amenazas al medioambiente durante las últimas décadas. El papa Pablo VI advirtió, ya en 1971, que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, (el ser humano) corre el riesgo de destruirla» (Octogesima Adveniens, 21). Posteriormente han sido numerosas las llamadas de atención durante el papado de Juan Pablo II, que vinculó la destrucción del medioambiente a un serio error antropológico: el ser humano cree poder disponer de las cosas libremente sin entender su carácter de don de Dios (Centesimus Annus, 1991, n. 37). El fruto más elaborado de este magisterio es la encíclica Laudato Si’ (2015) del papa Francisco, que además de ser una contribución al diálogo global sobre el medio ambiente, incorpora una dimensión mística profunda: el cuidado del medioambiente y los pobres se vincula a las raíces de la vocación cristiana, abogando por una auténtica revolución cultural y espiritual.

La Compañía de Jesús ha participado también de este proceso de sensibilización creciente. En 1983, la Congregación General 33 señaló que «al despreciar los hombres el conocimiento del Amor creador, rechazan la dignidad de la persona humana y destruyen la misma naturaleza creada» (d.1, n.35). En la siguiente congregación, la 34 (1995), hubo diecinueve postulados sobre ecología en los que se subrayaba la mutua relación entre la promoción de la justicia y el desafío de la degradación medioambiental. Aquella congregación encargó al P. General un estudio más profundo, que el Secretariado para la Justicia Social realizó al poco tiempo bajo el título «Vivimos en un mundo roto» y constituyó un hito en la toma de conciencia global sobre la ecología.

Fue la Congregación General 35 la que incorporó el compromiso ecológico al núcleo de la misión, entendida como «reconciliación con Dios, con los demás y con la creación» (d.3, n. 18). En 2010 el P. General Adolfo Nicolás modificó el nombre del Secretariado para la Justicia Social, para añadir «y la Ecología», y este secretariado publicó, junto con el de Educación Superior, un documento titulado «Sanar un mundo herido» (2011) en el que se explicitaba el fundamento que ofrece la espiritualidad ignaciana para el compromiso con el medio ambiente. La última congregación general, la 36, ha confirmado esta centralidad de la ecología en la misión de los jesuitas.

El interés de la Compañía de Jesús por la ecología se basa en una doble motivación: por una parte, existe una genuina preocupación por las amenazas que sufre la Creación; por otra, existe una conciencia clara de que el deterioro medioambiental está intrínsecamente vinculado al resto de injusticias que padecen los pobres del mundo. De hecho, el daño causado está afectando a comunidades rurales e indígenas que los jesuitas acompañan desde hace décadas en diversos lugares del planeta —la Congregación General 36 señalaba, por ejemplo, la necesidad de apoyar el compromiso de la Compañía con regiones como la Amazonía y la Cuenca del Congo (30)—. Proteger al pobre y cuidar la creación son en la actualidad dos caras de la misma justicia, que no puede ser ya comprendida exclusivamente como justicia social sino como justicia socioambiental.

Las iniciativas que dan respuesta a este reto desde la Compañía de Jesús se han producido a nivel local, nacional e internacional: las instituciones han introducido el cuidado de la creación en sus planes apostólicos; algunas universidades han instaurado programas de eficiencia energética, gestión de residuos, investigaciones medioambientales, etc.; los colegios llevan a cabo numerosas iniciativas de sensibilización y gestión de residuos; los centros sociales promueven la agricultura ecológica y el cuidado de la biodiversidad; algunas conferencias y provincias han renunciado a inversiones en empresas que extraen combustibles fósiles; y las comunidades jesuitas han realizado esfuerzos para adquirir hábitos de funcionamiento coherentes con este nuevo compromiso. Existe también una creciente búsqueda de las resonancias ecológicas en la espiritualidad ignaciana y se están ofreciendo Ejercicios Espirituales incorporando cada vez más esta perspectiva.

Queda mucho camino por recorrer, particularmente en cuanto a coordinación estratégica y articulación a nivel internacional. Pero los pasos que se han dado se orientan hacia una nueva forma de percibir el mundo y la misión de la Compañía en él. La nuestra es una visión esperanzada, a la que nos habitúa la «Contemplación para alcanzar amor» de los Ejercicios Espirituales: advertimos que Dios actúa en el mundo, reconocemos sus huellas en el ministerio de reconciliación que Dios ha comenzado en Cristo, y que se realiza en el Reino de justicia, paz e integridad de la Creación.

Fuente: Jesuitas.es

 

Después

Entonces apareces más hermano, más hijo, más… de rodillas.

Por Isidro Cuervo SJ

Después, cuando menos lo esperas

aparece más fresca la vida.

 

Y cuanto más alto miras,

cuanto más te sorprendes

más pequeños, más de rodillas

eres ante Dios.

 

Después, cuando menos lo esperas

el tiempo ha marcado su ritmo,

y un sendero por dentro

ha tejido otra entraña más viva.

 

Entonces apareces más hermano,

más hijo, más… de rodillas.

 

Es casi sin querer, al compás del deseo,

de la ilusión, como el hombre

va haciéndose criatura,

más a la imagen

del corazón del amor.

 

Y después, cuando menos lo esperas

no puedes menos que querer de rodillas.

 

Fuente: Pastoral SJ