Reflexión del Evangelio – Domingo de Ramos

Evangelio según San Lucas 19, 28-40

Jesús, acompañado de sus discípulos, iba camino a Jerusalén. Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: ‘¿Por qué lo desatan?’, respondan: ‘El Señor lo necesita’”. Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: “¿Por qué lo desatan?”. Y ellos respondieron: “El Señor lo necesita”. Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. Y decían: “¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”. Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. Pero él respondió: “Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras”.

Reflexión del Evangelio – Pablo Michel SJ 

Hoy, domingo de ramos, Jesús vuelve a entrar en Jerusalén. Hoy, en tantas partes del mundo, nos reuniremos como pueblo para recibir a nuestro humilde Rey con ramos de olivos. Hoy, volveremos a alabar a Dios Padre por la presencia milagrosa de Jesús en nuestras vidas.

El domingo de ramos es la gran puerta que se nos abre todos los años para que entremos en la Semana Santa. Nos disponemos una vez más a actualizar el misterio de la pasión de Jesús, de su amor hasta el extremo, y de su resurrección. No será entonces un simple recuerdo, sino recurrir a la memoria que tiene la fuerza de traer al presente aquello que amamos, la memoria que tiene la fuerza de actualizar hoy el misterio central de nuestra fe.

Por eso es hoy que Jesús vuelve a entrar en Jerusalén. Por eso el domingo de ramos es un día de tanta ilusión y alegría. El Señor de los milagros se sienta sobre un sencillo asno y entra en la ciudad santa, en nuestro barrio, se dirige a nuestra capilla, camina hacia nuestra parroquia. Jesús viene, traigan sus ramos, avisen a los vecinos… Se suele decir que es el domingo del año que más gente acude a la iglesia. No me extraña, nos adentramos en la semana más vibrante del año, en la que está todo por vivirse nuevamente, la ilusión está intacta, todo es esperanza. Si no lo aclamamos nosotros hoy, lo harán las piedras…

Sabemos que la Semana Santa será de una tensión en aumento. En esta semana Jesús desplegará toda la fuerza de su mensaje, realizará gestos que no olvidaremos jamás, e instituirá la Eucaristía, la fuente y el destino de nuestra vida. Pero nuestra esperanza e ilusión estallarán en mil pedazos el viernes, como un frasco de perfume. La misma liturgia de hoy nos lo adelanta abruptamente con la lectura de la pasión. Jesús cenará con nosotros por última vez el jueves, y entregará su vida el viernes en la cruz. Aunque probablemente muchas personas acudirán al vía crucis y caminarán junto a Jesús, ya no serán tantas como hoy, domingo de ramos. En la adoración de la cruz del mismo viernes, seremos aun muchos menos. El sábado, un silencio de expectación volverá a llenar el mundo. Es justo allí donde culmina la lectura de la pasión que leemos en la Misa de hoy.

 Será en ese silencio sepulcral que volveremos a preguntarnos por nuestro destino como seres humanos. Volveremos a preguntarle a Dios qué tiene para decirnos frente al muro oscuro e infranqueable de la muerte. Y el sábado, durante la noche más santa de todas, Dios Padre volverá a darnos su respuesta.

 Hoy, de nuevo, el domingo de ramos es la puerta. Podemos pasar…

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

Decidir a Dios

Al arte de descubrir la manera que tiene Dios de hablarnos y hacerse presente en nuestra existencia lo llamamos discernimiento.

En la vida de toda persona hay una sed de sentido que puede llenarse de muchas maneras. Dios atrae a las personas y se hace presente en su vida a través de personas, situaciones o experiencias. Al arte de descubrir la manera que tiene Dios de hablarnos y hacerse presente en nuestra existencia lo llamamos discernimiento. Desarrollar esta capacidad implica conocer las propias potencialidades, gestionar mis límites, poder integrar todas las facetas de mi vida en un relato consonante con Dios y el Evangelio. Pero hay una decisión primera; y esta es Dios mismo. ¿Quiero que Él sea lo más importante en mi vida? ¿Creo que me propone un proyecto? ¿Que Jesús me llama a algo? Por eso, antes de preguntarse qué cosas de Dios elijo en mi vida, o qué proyecto concreto quiere Dios para mi vida, tengo que preguntarme si elijo a Dios.

¿Cuáles son las condiciones para ponerse en camino? Honestamente sólo es necesario lo que San Ignacio llama ánimo y liberalidad. Hace falta generosidad e ir a por todas. Si interiormente tienes la intuición de que Dios te pide que ordenes tu vida o, quizás, te llama a plantearte la manera cómo le vas a seguir en tu vida, pues conviene poner medios y, por encima de todo, empezar el camino desde la disposición a que sea Él quien lleve la iniciativa.

Decidir a Dios, pues, implica apostar por tres cosas principalmente: la primera es encontrar un espacio permanente en tu vida para el encuentro con el Señor (la oración y, sobretodo, el examen del día). La segunda apuesta es por el acompañamiento, abriendo el corazón a tu acompañante para poner palabra a cómo el Señor está haciéndose presente en la propia vida. Es un espacio de comprensión del lenguaje de Dios en tu vida. ¿En qué situaciones te encuentras al lado del Señor? La última apuesta es a la vida comunitaria, ya que el Señor nos encuentra en nuestra vida cotidiana, y encontrar compañeros de camino con los que vivir la relación con Dios no es accesorio.

Fuente: jesuitas.es

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 7 de Abril

Evangelio según San Juan 8, 1-11

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y Tú, ¿qué dices?”. Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra”. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?”. Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno –le dijo Jesús–. Vete, no peques más en adelante”.

Reflexión del Evangelio – Por Emmanuel Vega SJ 

El Evangelio de este 5º Domingo de Cuaresma, nos sitúa en una escena potencialmente dramática: una mujer es presentada en medio del pueblo y ante Jesús (por escribas y fariseos) para que sea apedreada por su pecado. La muerte misma, con todo su potencial destructor, se hace presente asumiendo el ropaje de trampa y engaño. Y nadie parece advertirla; a nadie parece conmover. Una persona está a punto de ser asesinada y, la maldad naturalizada en el pueblo y en sus referentes, les impide percibir tal suceso como una locura.

Detengámonos un poco en los personajes presentes en el texto evangélico, a fin de poder “sacar algún provecho” para nuestras vidas [EE 106].

En primer lugar, nos encontramos con los escribas y fariseos. Estos se acercan a Jesús con aire adulador: lo primero que le dicen -al verlo- es “Maestro”. ¿Cuántas veces, nosotros -presos de adulaciones fútiles- negociamos nuestros valores por unas pocas caricias a nuestro ego? Por otro lado, vemos que estos escribas y fariseos, cegados por su obstinado cumplimiento de leyes muertas, se llevan por delante la vida humana: su única preocupación es poner a prueba los criterios y valores que mueven a Jesús. La mujer, para ellos, es un mero útil: necesario sólo en la medida en que les sirve para arrinconar a Jesús. Ante esta realidad triste, cabe preguntarnos, ¿uso a los demás como ‘medios’ para dar cumplimiento a mis intereses personales? ¿Qué cosas me roban el corazón, al punto de convertirse en ídolos demandantes de sacrificios?

En este relato, a su vez, aparece un personaje un tanto peculiar: el pueblo. Una muchedumbre que, por momentos, pareciera vender su curiosidad y adhesión al mejor postor. Una muchedumbre que no toma partido, sino que -con los mismos escribas y fariseos- se marcha (tal vez con sus piedras en las manos) dejando solo a Jesús con la mujer acusada. En muchas ocasiones la indiferencia nos acecha como un mal inadvertido, pero raudo y eficiente en sus conquistas. Tiene el gran poder de secarnos el corazón, de convertirnos en piedras o autómatas insensibles a la vida del Reino que florece en todas partes. El pueblo, aquí, se comporta como los tibios descritos en el Apocalipsis (Ap. 3, 15 – 19).

Finalmente, nos encontramos con Jesús y la mujer acusada. Ella no musita palabra alguna durante casi todo el relato. Su pasividad abruma: es llevada por otros y sólo habla cuando Jesús le dirige la palabra -para decir apenas: “nadie Señor”. El Señor se muestra, en todo momento, como dueño interior de la situación: no se desespera ni se irrita, no entra en discusiones inútiles… se limita a reescribir la Ley anquilosada en el suelo cambiante y a ofrecer un espacio en donde todos puedan reconocerse -desde lo hondo- pecadores.

Ojalá escuchemos hoy, como en aquellos tiempos, que Jesús -mirándonos con ternura a los ojos- nos dice: “Yo tampoco te condeno”. Y que la paz que surja de esa experiencia nos conduzca a compartirla con los hermanos; que la alegría sea en nosotros el modo como Dios se hace presente en la historia; que el amor que nos suscite su mirada, nos lance con pasión y ternura a la aventura de construir un mundo nuevo. Un mundo más justo, un mundo de hermanos. Un mundo donde “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15, 28).  ¡Ojalá pintemos de colores -con nuestras acciones y palabras- este mundo muchas veces gris!

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

‘En la vida espiritual nunca dejamos de crecer’ – Emmanuel Sicre SJ

Compartimos parte de una ‘entrevista’ realizada al P. Emmanuel Sicre SJ, durante el programa ‘Noche Joven’ de Radio María Joven que se emite por Radio María Argentina los miércoles por la noche. La temática de la conversación giró en torno a la vida de oración, el descubrir la propia interioridad  y el diálogo con Dios. 

En lo que respecta a la oración o el discernimiento es una novedad para todos: para los que tienen muy poca idea o aún no hayan podido encontrarle el gusto dentro de su camino será toda una novedad. Para los que ya hayan dado algunos pasitos, siempre hay mucho más por dar; osea que está todo por decirse y todo por hacerse.

Me imagino. Ciertamente, en la vida espiritual, nunca terminamos de crecer: es como un Misterio porque uno nunca se gradúa en esto. Siempre hay hilo para seguir tirando del ovillo.

En tu experiencia con jóvenes, acompañando: ¿cómo introducís a quien está dando sus primeros pasos? ¿Cómo les presentas la oración como un camino importante para la vida de cualquier persona?

Creo que la vida de oración empieza cuando podés hacerte una pregunta y cerrar los ojos. Todos los seres humanos estamos habitados por muchas preguntas, por cuestiones por responder, por inquietudes, por dudas existenciales, y cuando esas preguntas llegan a nuestro interior, a nuestro corazón, es lindo cerrar los ojos y encontrar adentro las voces que van tratando de dar respuesta a las cosas que nos pasan adentro.

Hay algo que nos sirve mucho en el trabajo cotidiano que nosotros hacemos en el Colegio y también con los jóvenes universitarios, que es la ‘Pausa Ignaciana’. Es como un pequeño ‘parar la pelota’ para ver ‘cómo va el partido’, qué está pasando… cuando te animás a hacer esa pausa, a parar un poco , respiras hondo, cerrás los ojos y empiezan a emerger, desde lo más profundo, lo que estamos viviendo. Cuando dejamos que aparezcan estas cosas que nos vienen pasando dentro, podemos ‘conversar’ con ellas.

¿Qué es esto que me está pasando? ¿Qué es esto que estoy sintiendo? ¿Qué son estas personas que están habitando mi interioridad? Que pueden ser las personas más cercanas, las que más amamos, o aquellas con las que tenemos algún conflicto ¿no? De esa manera, la oración se convierte en algo que habla de la propia vida, de esto que vamos viviendo: qué es lo que quiero, a quiénes tengo que querer, quiénes me cuestan más. Y todo esto, hecho con los ojos cerrados, y tratando de preguntarle a Dios, nos trae como un eco desde el fondo de nuestro corazón que hace que sintamos que estamos hablando con alguien. Nos sentimos escuchados. Y al sentir eso, ya estamos ante la presencia de Alguien que no somos nada más que nosotros con nuestro mundo interior.

Nuestro mundo interior está siempre habitado por Dios. Entonces, cuando nos animamos a cerrar los ojos, a respirar profundo y a dejar que broten desde dentro las cosas que vivimos, Dios también las toma para darnos algún mensaje, para traernos paz, para decirnos algo que puede ser importante en ese momento de la vida que estamos atravesando.

A veces hay situaciones complejas, crisis familiares, o dificultades con el estudio, preguntas sobre la vocación, como ‘¿qué voy a hacer de mi vida?’; o sobre el noviazgo, si me quiere o no me quiere, o cómo querer más a una persona, cómo quererla bien… Todas esas preguntas pueden ser llevadas a la oración. Y nosotros, los seres humanos, somos los únicos, en toda la creación, capaces de hacer este ejercicio de mirar para adentro. Y eso es hermoso, porque cuando podemos mirar para adentro descubrimos que no estamos solos, aunque a veces experimentemos sensaciones de vacío o de soledad muy grandes . Si nos animamos a permanecer con los ojos cerrados, tratando de que Dios se haga presente, o nosotros, estando presentes para él en nuestro propio corazón, verdaderamente vamos a sentir que no estamos solos. Y que lo que estamos viviendo puede ser contenido, escuchado por esa presencia de Dios.

Pensaba Emma en esto que dijiste primero en torno a intentar hacer esta pausa y cerrar los ojos lo difícil que es para nuestra cultura, y para el ritmo que llevamos los jóvenes , en el que pareciera que es todo ‘para afuera’: con mucha energía e intensidad, cuánto nos cuesta generar estos espacios de pausa, donde poder conectarse con lo que uno vive, siente y piensa.

Ciertamente. A veces da esta sensación de que estamos viviendo ‘para afuera’. Justamente, una vez hablaba con alguien que decía: ‘yo vivo haciendo cosas para los demás y descubro que los demás no hacen cosas por mí’. Entonces, claro, se sentía como buscando afecto pero, en realidad, no conseguía nada. Y siempre estaba así, como para afuera.

A veces estamos muy para afuera porque no nos animamos a mirar para adentro. Y porque muy pocas veces valoramos lo que somos, o no estamos tan acostumbrados. Pensamos que valorarnos por lo que somos es un acto de egoísmo o de soberbia. Y en realidad, valorar lo que somos, es darle gracias a Dios porque nos ha dado la vida. Tenemos que hacer ese ejercicio de hablarnos y de reconocernos a nosotros mismos como a una persona que queremos. Si vos pensás en alguien que querés mucho, en un amigo una amiga, o alguien de tu familia, nunca lo tratarías mal. Te podés pelear, como con todo ¿no? Pero no lo tratarías mal si tuvieras una charla en serio.DSCN8570

Y con nosotros a veces no nos pasa eso. Nos pasa que hablamos con nosotros mismos pero somos un poco toscos, un poco bruscos para decirnos las cosas. A veces cuando nos equivocamos o sentimos que hemos hecho algo mal o tenemos una pequeña culpa, nos cuesta ser comprensivos. Nos autoexigimos o nos dejamos llevar sin pensar en las consecuencias y quedamos como entrampados. Si pensamos que no vamos a poder cambiar nunca, nace en nosotros cierta la pereza y nos entregamos a lo que nos ofrecen las pantallas sin hacer nada. Como que el mundo va pasando al lado nuestro en paralelo y nosotros lo vamos deslizando en la pantalla. Y, finalmente, nos da miedo enfrentarnos a nuestros propios deseos, a nuestras propias búsquedas; a veces porque nos parecen muy grandes, a veces porque no las conocemos tanto y no nos llegamos a entusiasmar… yo creo que vale la pena que, en este día, al cerrar los ojos, y al conectarnos con nosotros mismos, podamos vernos a nosotros como a alguien a quien queremos mucho.

Mientras te escuchaba, pensaba ‘qué misterio, qué regalo el tener al alcance de la mano la posibilidad de entrar en contacto, en diálogo con Dios, en algo tan sencillo como frenar un ratito en mi casa, tratar de reconocerme, tratar de entrar en contacto conmigo mismo, en ese momento empezar a escuchar, a sentir una moción en la que no estamos solos; pienso qué misterio que en esto tan sencillo, el hombre entre en diálogo con Dios.

Lo que pasa es que Dios está más cerca de lo que nosotros pensamos. Me pasó una vez que descubrí que la experiencia de Cristo no está tan afuera. Está más bien, adentro. No por un intimismo, sino porque, en las experiencias que tenemos de contacto con los demás, se nos despierta algo a nosotros interiormente.

Muchos de los que tienen experiencias de misión dicen la famosa frase de que ‘fuimos a misionar o a compartir, y nos misionaron a nosotros.’ Es como si el Cristo propio despertara el Cristo del otro. Como si cada uno fuéramos como María, que estamos embarazados de Cristo. Este Cristo se despierta en nosotros con el contacto, en las relaciones, en el modo en que vivimos. Y en la oración, lo que hacemos es hacernos presentes a ese Cristo que habita en nosotros. Y ese Cristo tiene una voz. Escuchar esa voz en la interioridad es hacer el discernimiento.

Es decir, descubrir cómo Dios me está hablando a mí de manera personal en este momento de mi vida. Y me habla a través de la creación, de las cosas que me maravillan, de las cosas que me espantan; me habla a través de los demás, con las cosas que me atraen, con las cosas con las que siento rechazo; me habla a través de mis propios actos, de las cosas que hago y de las que provoco. Muchas veces hacemos cosas y no las evaluamos, no las examinamos, no pensamos en sus consecuencias…y no hacemos el ejercicio de decir ‘¿qué me pasó con esto?’ después de que lo dije.

Por ejemplo, que tuve una charla importante con alguien y tuve que decirle algo fuerte. Y bueno… a veces queremos olvidarnos de las cosas que decimos, pero podemos hacer el ejercicio de decir ‘a ver ¿qué me pasó acá?’, ¿Qué sentí? ¿qué me costó?¿a qué le tuve miedo? Y ahí van a empezar a emerger las voces importantes para escuchar. Hay veces que tenemos que decir cosas difíciles, pero cuando las decimos sentimos una gran paz. Esa paz, viene de Dios.

Todo lo que venga con paz, con esperanza , con alivio, con cierto dejo de suavidad, viene de Dios, del Buen Espíritu.

Y todo lo que deja como un remordimiento feo, una conciencia de culpa dañina, que comúnmente nos martilla, que nos rompe el autoestima, ahí yo dudaría, porque ¿qué hace Dios? Si alguien dijera: ‘vamos a descubrir cómo Dios habla’ , ¿dónde tendríamos que ir a buscar? En el evangelio ¿no?. ¿Y qué hace Jesús en el Evangelio? Sana, cura, enseña, dialoga, corrige, restaura, explica, es como una persona que nosotros no podemos dejar de mirar.

Entonces, en el discernimiento, en la oración, en la vida cotidiana, cada vez que cerramos los ojos y nos animamos descubrir esas voces, tendríamos qué preguntarnos cómo es que Cristo nos está hablando hoy, cómo habrá sido su voz hoy. Por la noche, podríamos irnos a dormir preguntándonos ¿cómo habrá estado Cristo hoy?

Por lo pronto partimos de la base de que, esto que nos invitabas de hacer una pausa, cerrar los ojos, no es para hablar con nosotros mismos sino que hay otro con quien entro en diálogo.

Si, porque nuestra interioridad está habitada. Estamos ahí con Dios. Dios como que está desde antes, como esperándonos a que vayamos hacia allá.

Y que Dios tiene ganas de encontrarse con nosotros.

Y a veces nos pasa que tenemos la sensación de que Dios nos clavó el visto. Porque vamos a la interioridad, cerramos los ojos , hacemos el ejercicio de hablarle y parece que del otro lado nada. Por un lado tiene que ver con que nos hemos acostumbrado a las comunicaciones excesivamente inmediatas. Viste que hay muchos que nos ponemos ansiosos cuando no nos responden, o cuando nos clavaron el visto y decimos ‘bueno, por qué no me responde, qué pasa’. Esa sensación de una especie de ansiedad en la que estamos como ‘presos’, porque nos acostumbramos a que todo tiene que ser ‘ya’.

Dios no funciona en ese ‘ya’. Porque el vive fuera del tiempo. Y entonces, cuando sentimos que no tenemos respuestas viene una especie de angustia o de deseo de abandonar la oración, o de decir ‘bueno pero esto no me sirve para nada’, o que me sirvió una vez pero ya no me sirve más. Quizás en esta ‘espera’, de ir siempre al pozo a buscar agua y no siempre sacarla, puede ser que se nos esté enseñando el valor de esperar lo importante.

El sentido de las cosas no lo podemos poner nosotros, es algo que ‘llega’, ‘aparece’. Muchas veces, hay cosas en la vida que parece que no tienen sentido. Después con el correr del tiempo decimos ‘ah, era por esto’. Es en la oración donde te das cuenta de eso. Cuando no nos damos ese tiempo para poder unir las cosas que nos pasan, nos amargamos con nuestra vida, con nuestra historia, y queremos borrarla o armarla a nuestro gusto y ahí yo creo que nos perdemos una gran oportunidad, que es, en la espera, encontrarle sentido a las cosas.

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También se me ocurre esto: a veces tenemos una mirada muy utilitarista de las cosas que hacemos o delas cosas en las que invertimos tiempo . En realidad, cuando vamos al encuentro con un amigo la invitación no siempre es a estar tratando de sacar algo, sino que con sólo estar nosotros y compartir la vida, ya es algo muy valioso.

Una vez leí en un librito que me gustó mucho que nosotros nos relacionamos con Dios como nos relacionamos con las personas, con la realidad y con la naturaleza. Si a nosotros nos pasa que sentimos con las personas demasiada envidia, celos, bronca, o somos muy irritables, también lo somos con Dios. O si no nos interesa nada de la realidad o estamos muy metidos en nuestro propio mundito, encerrados en un frasco y que no nos conmueve nada, tampoco nos conmueve Dios. Y con la naturaleza también. Si no tenemos contacto con la naturaleza, tampoco tenemos contacto con el autor. Esos son 3 espacios que nos pueden dar pistas de cómo está nuestra relación con Dios.

Entonces, podemos revisarnos en función de nuestra relación con estas cosas, y empezar a destapar algunas arterias que se nos pueden haber tapado, de canales que están haciendo ruido, y cuando empecemos a explorar por ahí puede que nos encontremos con un Dios que nos espera del otro lado.

Fuente: Radio María 

Reflexión del Evangelio – Domingo 31 de Marzo

Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida inmoral. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!’. Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’. Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’. Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’”.

Reflexión del Evangelio – Por Francisco Bettinelli SJ 

Estuve de misión en enero de este año en un pueblo del sur de Chile. Desde la capilla nos pidieron que visitáramos una señora que pertenecía a la comunidad pero que hace rato no se aparecía. Tuvimos la suerte de ser recibidos por ella en su casa. Se había distanciado de la Iglesia porque había tenido algunos conflictos. Quería volver, pero le daba vergüenza. Tenía miedo de ser juzgada por lo que había pasado, de ser criticada por haber estado tanto tiempo ausente. Con cierto temor igual volvió. La misa estaba por comenzar, pero a la coordinadora de la capilla no le importó. Apenas la vio, se levantó de su asiento y fue sonriendo hacia ella. No la lleno de besos como en el Evangelio, pero sí le dio un fuerte abrazo. La agradeció que estuviera de vuelta con ellos, les hacía falta su presencia, la estaban esperando.

Como en la historia de recién, el Evangelio de hoy comienza con una situación concreta que antecede a la parábola: Jesús que come con pecadores. Y eso nos da una primera advertencia. Antes de hablar de la misericordia, Jesús la vive. Comparte la mesa con los descartados de su tiempo, se hace uno con ellos, comparte su vida. Y por eso es criticado. Ante el cuestionamiento, Jesús no da una declaración de principios. Responde contando una historia: la parábola del Padre Misericordioso, o del hijo pródigo o de los dos hermanos. Distintos nombres que se le dan a esta historia, dependiendo de qué se quiere acentuar.

De todos modos, por los interlocutores de Jesús, podemos pensar que esta parábola apunta a visibilizar la imagen del hermano mayor. Como los fariseos que cuestionan a Jesús, éste se caracteriza por un cumplimiento estricto de las normas de su casa, por una entrega y una lealtad enorme, pero también, por la falta de amor. El hermano mayor es incapaz de mirar más allá, está preso por las seguridades que le da el hacer las cosas bien. Cree que con eso está listo. No soporta ver la vuelta del hermano menor. Del que se fue y malgasto todo. Del que no cumplió. Del que se equivocó. Del que desperdició su herencia. Y lo que de verdad no tolera, es que su padre lo reciba. Quizá, si lo aceptaba de vuelta para trabajar como uno de los jornaleros, podía pasar. Pero abrazarlo, darle el mejor vestido, hacerle una fiesta… Era demasiado. Era inmerecido.

Y puede ser que no lo mereciera. Pero el Padre ve más allá de la justicia. Es capaz de dejar su orgullo y amor propio de lado. Es capaz de mirar más allá de lo superficial y de descubrir en su hijo un corazón herido, un pobre hombre que necesita aceptación, cariño, cuidado. Tiene la certeza de que vale la pena dejar todo para estar cerca del que estaba muerto, del que estaba perdido. Pero también, el padre es fiel. Es fiel a su esencia más íntima: la de ser padre, la de dar vida. ¿y cómo va a serlo si pierde a su hijo? El padre es capaz de amar porque sabe quién es, y es fiel a esa identidad.

Eso les recuerda Jesús a sus interlocutores, a quienes con su propia vara medían quiénes eran buenos y quiénes eran malos. Dios es fiel a su identidad, y su identidad es amar, amar sin distinción, sin descuidar a nadie.Queremos regular ese amor, pero no podemos. Siempre nos supera, nos trasciende, rompe nuestras estructuras y fluye más allá de lo que creemos que tiene que ser. Y no ama en lo abstracto sino en lo concreto. Ama sentándose a la mesa con los marginados. Ama en la piel de una señora que recibe de vuelta a aquella que se había alejado. Ama saliéndose de los márgenes en que tantas veces como Iglesia hemos encerrado su amor. A veces, solo hace falta abrir los ojos y encontrarnos con ese amor vivo, real, concreto.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana 

«Más que salud»: nuevo lenguaje de la Espiritualidad aplicada a la vida

Se siguen abriendo caminos para acompañar la vivencia de la vida cotidiana desde la Espiritualidad Ignaciana.

La primera de las nuevas Preferencias Apostólicas invita a los jesuitas y laicos de espiritualidad ignaciana a ayudar a otros a encontrar a Dios a través del discernimiento y los Ejercicios Espirituales. Y a desarrollarlo desde distintos ámbitos, con diversos modos y nuevos lenguajes, manteniendo la referencia de ser contemplativos en la acción.

En esa dinámica se sitúa el proyecto “Más que salud” que tras ser el pionero de los encuentros “+ Que” de la pastoral MAG+S –que ayudan a los jóvenes a descubrir la presencia de Dios en su vida profesional y personal en clave ignaciana- se consolida como nuevo camino de espiritualidad aplicada a la vida. En él se unen varias dimensiones transversales que hoy trabaja la Compañía: la vocacional, porque es una espiritualidad que apela a la llamada profesional del sanitario; el trabajo conjunto de jesuitas, otros religiosos/as y laicos/as y la profundización espiritual. Ahora, con la publicación del libro coral “Más que salud” (Salterrae), subtitulado «Cinco claves de espiritualidad ignaciana para ayudar en la enfermedad«, se añade la dimensión divulgativa a este proyecto.

En una reciente entrevista en Radio María (minutos 10-32’’), los jesuitas Alberto Cano (psiquiatar) y Alvaro Lobo (enfermero y antropólogo), y la médico Elisa Álvarez (Hospital Río Carrión de Palencia) explicaban el sentido de este proyecto y algunas claves de este libro que en palabras de Alberto Cano pretende “ayudar a cuidar, dar pistas, proponer intuiciones desde lo ignaciano, para que los sanitarios pueden hacer su trabajo desde la fe y con el plus que nos supone nuestro ser creyentes”. Para Alvaro Lobo hay dos claves de este proyecto que pueden también ayudar a cualquier profesional, aunque no sea del ámbito sanitaria: “La de contemplar; en el hospital se da la situación de saber mirar, porque detrás de cada paciente, enfermedad, hay una vida, alguien que sufre pero que también lucha. Pero también se puede extrapolar a otras muchas profesiones. Y dos, la de cuidar, lo maravilloso de este verbo. En lo sanitario hay gente muy buena pero que no sabe cuidar y en cambio hay gente que ni sabe leer y sabe cuidar a las personas, porque sabe llegar al centro de ellas”.

El libro ha surgido de manera natural dentro del proyecto que se inició primero con los encuentros –que ya llevan cuatro ediciones-, para compartir la profesión y vocación, y luego los retiros. La gente después de un encuentro les pedía a los organizadores poder rezar un poco más y poder compartir sus vivencias. Con la labor divulgativa se quiere expandirlo más aún. Clave de este proyecto es que sea una experiencia compartida. Dicen sus impulsores que “Igual que la fe es imposible vivirla si no es juntos, también es imposible cuidar a otros sin la experiencia de los demás. Es una riqueza muy grande que en más que salud esté representada gente de diferentes ámbitos sanitarios como la psicología, la bioética, la medicina, la enfermería, así como hombres y mujeres, y religiosos, religiosas y laicos”.

Fuente Info Sj

Discernimiento Espiritual Comunitario Parte VI: riesgos y resistencias

El discernimiento comunitario es un tema que resonó con fuerza durante la última Congregación General (la 36°). Desde entonces, los jesuitas de todo el mundo han intentado profundizar en el sentido y la experiencia del discernimiento comunitario. Compartimos aquí la primera parte de un artículo publicado por la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) sobre el tema.

Por Hermann Rodriguez SJ

Vamos a fijarnos en algunos de los riesgos más frecuentes en la búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios, a través del discernimiento en común, que el profesor Andrés Tornos señala en su artículo sobre el discernimiento espiritual comunitario:

“la manipulación del método al servicio de intereses previos; su deformación ideológica; una posible inconstancia o incoherencia del proceder, derivada de su menor racionalidad; cierta disgregación de las comunidades o grupos; inclinación a cierto terco iluminismo; oscurecimiento del sentido de la obediencia”.

La manipulación del método del discernimiento espiritual comunitario es un riesgo real y ha causado muchos daños en la historia reciente de muchas comunidades. Esta manipulación se da cuando no se está buscando honestamente la voluntad de Dios, sino se está tratando de llevar a la comunidad a un determinado camino para imponerle, o hacerle creer que encuentra, una determinada forma concreta de afrontar un problema. Este tipo de manipulación pueden propiciarlo los superiores o algunos miembros de la comunidad:

«En la práctica, si algunos querían evitar el abuso de superiores, o superioras, que se creían con poderes casi ilimitados, y capaces de usar de ellos a su antojo, sin respeto al ámbito trazado por las propias Constituciones, han visto que el llamado «discernimiento comunitario» se convertía en instrumento de esas mismas personas, desprovistas de su marchamo de autoridad legítima, de cabecillas hábiles, o de grupos de presión para llevar adelante sus propósitos o ideologías»[41].

El caso de un grupo de presión que propone un discernimiento espiritual comunitario con la intención de sacar adelante su parecer, o el caso de un superior que no se atreve a presentar su autoridad ante un asunto que considera ya decidido y propone a toda la comunidad una búsqueda que está de antemano definida, serían ejemplos claros de esta posible manipulación del método. Es claro que siempre existirá este riesgo, pero siempre se cuenta con la buena voluntad y la honestidad de los que se empeñan en una dinámica como la que estamos estudiando. Por otro lado, también sabemos que los posibles riesgos no invalidan un camino que puede ser muy enriquecedor para la vida de las comunidades.

Con respecto a la disgregación que se puede producir en las comunidades o grupos con la aplicación de este método, habría que añadir que, efectivamente, el proceso de compartir los sentimientos, los pensamientos, los pareceres y las búsquedas interiores de cada uno, sin la garantía de que todos lo están haciendo honesta y diáfanamente, ha hecho que muchas comunidades hayan terminado más divididas y heridas de lo que habían comenzado:

«Y si la buena voluntad creía ver en este procedimiento comunitario un medio de unión de las voluntades y corazones, ha podido comprobar abundantemente que, cuando el respeto y madurez de la caridad mutua, la docilidad al Espíritu y la legitimidad querida por Dios no reinan, el resultado es la división mayor de opiniones y corazones, aun en los grupos y comunidades antes más unidos en la esencialidad de los valores cristianos».

Cuando la comunidad se enfrenta con una interminable gama de posiciones divergentes, y aun contrarias, corre el riesgo de perder de vista el vínculo básico de su unión, que anuda todo el proceso comunitario, y que hemos señalado como requisito fundamental. Este vínculo básico de unión, que cumple las funciones del Principio y Fundamento de los EE, tiene que sobrepasar cualquier diferencia que aparezca en el camino. Es desde esta experiencia de comunión primordial, desde donde se puede continuar una búsqueda en medio de las más enconadas diferencias. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar bellamente ilustrado en el caso de la Deliberación de los Primeros Padres, de 1539.

Por último, queremos detenernos en el posible oscurecimiento del sentido de la obediencia. Ciertamente, las relaciones entre autoridad y obediencia han sufrido cambios importantes en los últimos treinta años, como hemos estudiado tanto en el ámbito global de la Vida Consagrada, como en el de la Compañía de Jesús. Sin embargo, también hemos señalado con toda claridad, que el papel de la autoridad en lo que respecta al discernimiento en común, ha quedado muy bien definido, tanto en los documentos oficiales de la Iglesia sobre la Vida Consagrada, como en las Congregaciones Generales y en las orientaciones de los últimos Superiores Generales de la Compañía.

Hay que señalar, por otra parte, que existe una diferencia muy grande entre las comunidades con un régimen de obediencia capitular y las que mantienen una forma de autoridad personal. Pero, de todas maneras, tanto en las unas como en las otras, existe una instancia última que debe asumir la responsabilidad de tomar la decisión final; y en ello hay acuerdo total. Unas veces es la comunidad o el consejo el que asume la decisión y otras veces es el superior respectivo el que lo hace, pero siempre se trata de la autoridad competente en su sentido pleno, y no un grupo de presión o una comunidad a la que no se le ha confiado esta tarea.

En el contexto propio de la Compañía de Jesús, es importante reconocer que en los primeros años del desarrollo de esta práctica comunitaria del discernimiento, se dieron abusos y equivocaciones, por parte de las comunidades y de los mismos superiores que no tenían muy clara su responsabilidad o, sencillamente, quisieron atraerse la simpatía de sus hermanos con prácticas que se alejaban de lo que las autoridades legítimas estaban señalando; muestra de ello es lo que escribe el P. Ruiz Jurado en su libro sobre el discernimiento, que hemos venido citando en este apartado:

«Los que deseaban que su voz se oyese, han visto que muchas veces no se oyen en sus reuniones sino las de los que gritan más fuerte o saben expresarse mejor; que no siempre coinciden con los más fieles al Espíritu, sino con frecuencia con los más audaces, decididos o ambiciosos. Salirse del ámbito de la fe en la guía de Dios, por medio de las autoridades legítimas en las circunstancias queridas por El, no conducen sino a quedar en manos de hombres sin legitimación humana ni divina, y por tanto sin recurso ni defensa superior».

Estos riesgos que hemos señalado, junto con una serie larga de condiciones personales, comunitarias y otros requisitos que presentamos, han suscitado, evidentemente, infinidad de resistencias tanto comunitarias como personales. Por tratarse de una práctica relativamente nueva en el contexto de la Compañía de Jesús y de la Iglesia en general que, por otra parte, emergió en medio de los tiempos turbulentos que siguieron al Concilio Vaticano II, no ha sido fácil su entronque con la tradición y con el modo de proceder de las comunidades. Tal vez en los ambientes juveniles y en medio de comunidades más abiertas a las dinámicas del mundo actual, se hayan dado menos resistencias que en las comunidades conformadas por personas mayores, formadas en una atmósfera de disciplina rigurosa e individualismo en la búsqueda de los caminos de Dios.

Fuente: Jesuitas Latinoamérica 

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 24 de Marzo

Evangelio según San Lucas 13, 1-9

En cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. Él les respondió: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera”. Les dijo también esta parábola: “Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: ‘Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?’. Pero él respondió: ‘Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás’”.

Reflexión del Evangelio – Por Oscar Freites SJ 

El evangelio de este domingo comienza con el comentario de dos hechos trágicos, que al parecer habían suscitado diversas valoraciones en tiempos de Jesús. Pues, ante las tragedias surgen muchas preguntas, y también numerosos juicios. Podemos imaginar a aquellas personas comentando: ¿Por qué les habrá sucedido eso?, ¿qué mal habrán hecho para merecer tales desgracias?, ¿por qué Dios los castigó de tal manera?, ¿qué pecados habrán cometido para merecer tamaño castigo? Desencarnados juicios de espectadores que apuran conclusiones y distorsionan realidades.

Debemos comprender que, por aquellos tiempos era muy común vincular las tragedias, las enfermedades y los sufrimientos con represalias divinas a causa del pecado personal o del pecado de algún antepasado. Jesús, enseguida capta la intencionalidad que se esconde detrás de estos comentarios: “¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?” Mas aún, ¿Creen ustedes que Dios ha permitido estas desgracias para castigar los pecados de esta gente?… “Les aseguro que no.”

Por ello, en este tercer domingo de Cuaresma Jesús viene a asegurarnos que así no es Dios, que así no funciona la dinámica de su Amor y que así no es camino de su Reino.

El Dios de Jesús, es el Dios de las segundas oportunidades, el Dios de la relación personal, el Dios que sabe trabajar la tierra. Pero a este Dios solamente lo podemos comprender si abandonamos aquella posición de espectadores, para convertirnos en protagonista dentro de su relación de Amor. Lo mismo sucede con la realidad del pecado, sólo comprenderemos su dinámica si nos reconocemos pecadores, y lo dejamos de contemplar como una realidad abstracta que acontece en mí y fuera mí. De allí, la insistente invitación a la conversión de este domingo. Por dos veces se nos dice: “Si ustedes no se convierten”. Si ustedes no comienzan a vivir bajo la dinámica del Reino; si ustedes no comienzan a existir en Cristo, por Cristo y para Cristo. Porque de eso de trata la conversióncomenzar a experimentar que me puedo relacionar con Dios tal como Jesús se relaciona con Él. Comenzar a sentirme tan hijo de Dios como Jesús es Hijo. Comenzar a experimentar que Dios está tan presente en mi vida como está presente en la vida de Jesús. Comenzar a vivir como pecadores perdonados.

Pero quizás ya llevo muchas cuaresmas buscando experimentar este tipo de relación con Dios, y todavía no ha pasado nada. Quizás “hace tres años que vengo buscando” y no pasa nada. Quizás ya me he desanidado tanto que quiero cortar de raíz esta relación, para que no siga ocupando un importante espacio de mi vida. Pero en este domingo el Evangelio nos dice: para no la cortes; date una cuaresma más, un año más, para remover la tierra, para abonar el vínculo.

Deja que en este tiempo de Cuaresma Jesús venga a remover tu tierra, venga a podar tus ramas, venga a abonar tu vínculo con Dios. Déjate remover profundamente por ese Dios que es amor y per-DON. Deja que en esta Cuaresma Dios venga a relacionarse tan íntimamente contigo, al punto tal que tus relaciones, tus proyectos, tus retos y tus esperanzas se conviertan en sus relaciones, sus proyectos, sus retos y sus esperanzas. Más aún para que surealidad llegue a convertirse en tu realidad.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe

Discernimiento Espiritual Comunitario Parte V: Otros requisitos

El discernimiento comunitario es un tema que resonó con fuerza durante la última Congregación General (la 36°). Desde entonces, los jesuitas de todo el mundo han intentado profundizar en el sentido y la experiencia del discernimiento comunitario. Compartimos aquí la primera parte de un artículo publicado por la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) sobre el tema.

 Por Hermann Rodríguez SJ 

Es importante que se tenga claro, desde el comienzo, a qué tipo de reunión se va, si se trata de una comunicación mutua para crear las condiciones necesarias para la búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios, o si es una consulta o un proceso de discernimiento en común. Esta condición coincidiría con la actitud que recomienda san Ignacio en la segunda adición de la segunda semana de EE (Cfr. EE 74) y que recoge también en la tercera semana (Cfr. EE 206) y en la primera manera de orar:

“antes de entrar en la oración repose un poco el spíritu asentándose o paseándose, como mejor le parescerá, considerando a dónde voy y a qué; y esta misma adición se hará al principio de todos modos de orar” (EE 239).

En esta misma línea, no sólo hay que tener claro con anterioridad el tipo de reunión, a dónde se va, sino también es importante fijar muy bien el tema y los límites, más o menos amplios de la búsqueda comunitaria, y a qué. Todos los participantes deben contar además con información suficiente sobre el asunto que se va a tratar. Esto supone que antes de la reunión, o durante el mismo proceso, se debe hacer un análisis cuidadoso de la situación que se está estudiando, teniendo en cuenta todos los factores que influyen en ella. Con personas no informadas, es imposible hacer discernimiento.

Por otra parte, es importante que el tema o el problema sobre el cual se quiere discernir comunitariamente se haya podido formular muy bien en una pregunta. Ésta debe ser precisa, no amplia, ni vaga. En muchos casos se puede tratar de una disyuntiva simple: o esto, o aquello. Es normal que una pregunta lleve a otra, pero habrá que tratarlas en orden, e irlas respondiendo una a una, dentro del proceso de búsqueda.

Debe ser una pregunta que todos entiendan; habrá que asegurarse que todos la han entendido efectivamente y no suponerlo, pues muchas veces se entienden distintas cosas con las mismas palabras; esto no sólo ayudará a concretar la pregunta sino también a motivar el interés de todos.

Por último, la pregunta debe ser propia de un discernimiento espiritual, es decir, que no sea sobre temas o problemas ya definidos y que no son competencia de una comunidad determinada, como sería el caso de una pregunta sobre la conveniencia de cambiar algo sustantivo del Instituto, del ámbito teológico, o de la disciplina religiosa propia de una Orden. Lo que se pregunta debe estar dentro de los límites de la competencia del Superior competente, que puede ser un sujeto particular o un sujeto colectivo que puede llegar a una decisión final a través de una mayoría derminada por la misma comunidad al comenzar el proceso. También, deben excluirse discusiones de orden puramente ideológico.

Otra condición fundamental en este proceso de discernimiento comunitario es el tiempo. Hay que dar tiempo para que cada participante pueda completar sus informaciones debidamente, y para orar y encomendar ante Dios, en su oración, el problema que se está discerniendo. A veces, el tiempo debe ser indefinido, en la medida en que la comunidad sabe cuándo comienza, pero no cuándo va a estar maduro el proceso para que el superior competente tome la decisión. Este factor tiene relación con lo que san Ignacio señala en la anotación 4ª. sobre el tiempo que toman cada una de las cuatro semanas de los EE:

«Porque como acaece que en la primera semana unos son más tardos para hallar lo que buscan, es a saber, contrición, dolor, lágrimas por sus pecados; asimismo como unos sean más diligentes que otros, y más agitados o probados de diversos espíritus; requiérese algunas veces acortar la semana, y otras veces alargarla, y así en todas las otras semanas siguientes, buscando las cosas según la materia subiecta” (EE 4).

Este criterio debe guiar también la búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios en el discernimiento espiritual comunitario; no hay tiempos fijos y predeterminados para alcanzar una gracia; hay que estar abiertos y trabajar diligentemente, pero saber esperar el don que sólo Dios puede ofrecer. También se habla de distintos tiempos en las anotaciones 19 y 20 (EE 19 y 20). Estas anotaciones, traducidas al proceso comunitario, sugieren formas distintas de trabajar, ya sea con una dedicación plena, al que es más desembarazado y que en todo lo possible desea aprovechar… (EE 20), en medio de la vida ordinaria, al que estuviere embarazado en cosas públicas o negocios… (EE 19) o en etapas sucesivas de momentos intensos.

Dentro de la lista de condiciones habrá que añadir también la presencia del superior competente y de alguien que conduzca el proceso en calidad de animador espiritual, permitiendo que cada uno haga sus aportaciones con respeto y dando el verdadero sentido espiritual a la reunión. Esta segunda función podrá ser cumplida por el superior, pero no necesariamente se deben identificar estos servicios. Dentro de las funciones propias del superior, estará el tomar la decisión final, una vez la comunidad haya vivido el proceso de búsqueda comunitaria. También ayudará a crecer en comunicación, creando el ambiente comunitario propicio para la sinceridad y la fraternidad necesaria, que ya hemos señalado más arriba. Unido a lo anterior, es función propia del superior mantener la comunión entre los miembros de toda la comunidad, de éstos con las otras comunidades de la Compañía y con la Iglesia en general.

Sobre las funciones del animador espiritual podríamos señalar, en primer lugar, el observar el proceso espiritual de la comunidad y el de cada uno de los miembros, en la medida en que influyen en el de la comunidad. Ayudará también a clarificar dicho proceso en los momentos de confusión y oscuridad, o en los momentos de euforia y consolación. Para esto puede comentar, en un momento determinado, las reglas de discernimiento ignacianas, de acuerdo a la situación que vive el grupo.

Aquí también se establece un paralelo claro entre el proceso de discernimiento comunitario y los EE. No se puede hacer discernimiento espiritual, ya sea personal o comunitario, sin la confrontación y el acompañamiento de alguien versado en las cosas del Espíritu, que sirva de referencia a la persona o a la comunidad que se empeña en esta clase de ejercicios espirituales. Por ejemplo, si no aparecen diversas mociones, el animador deberá preguntar a la comunidad sobre los ejercicios personales y grupales que están haciendo (Cfr. EE 6); si la comunidad está desolada o tentada o viviendo un momento de mucha consolación, el animador orientará el camino para continuar la búsqueda (Cfr. EE 7, 12, 13 y 14); el animador ayudará a diagnosticar el momento espiritual que vive la comunidad y le ofrecerá la ayuda que necesite (Cfr. EE 9 y 10); en los momentos en los que la comunidad se va acercando a una toma de posición, el animador, o acompañante espiritual del proceso de discernimiento espiritual comunitario, no debe mover a la comunidad hacia ninguna de las opciones, ni inclinarse con su opinión hacia un lado u otro, “mas estando en medio como un peso, dexe inmediate obrar al Criador con la criatura y a la criatura con su Criador y Señor” (EE 15).

El animador espiritual debe pedir a todos los miembros de la comunidad que manifiesten con libertad y claridad, ante los demás, las “varias agitaciones y pensamientos que los varios spíritus” (EE 17) les traen; este será el material más importante de la búsqueda comunitaria de la voluntad de Dios. Pero hay que tener muy presente, también, que el animador no debe “pedir ni saber los propios pensamientos ni pecados” (Ibíd.) de cada uno, ni puede pedir que se manifiesten en el seno de la comunidad. En otros términos, la expresión de la interioridad de cada uno de los participantes no es necesaria para el discernimiento comunitario, ni mucho menos la manifestación del pecado personal.

 Fuente: Jesuitas Latinoamérica 

Discernimiento Espiritual Comunitario Parte IV: Condiciones comunitarias

El discernimiento comunitario es un tema que resonó con fuerza durante la última Congregación General (la 36°). Desde entonces, los jesuitas de todo el mundo han intentado profundizar en el sentido y la experiencia del discernimiento comunitario. Compartimos aquí la primera parte de un artículo publicado por la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) sobre el tema. 

Por: P. Hermann Rodríguez S.J.

Generalmente, las comunidades que se proponen hacer un discernimiento comunitario se interesan por las condiciones que hacen posible este ejercicio espiritual. Se busca aclarar primero la posibilidad teórica de esta práctica y los pasos concretos de un método lo más claro y definido posible. Sin embargo, la mayor dificultad no está en los aspectos teóricos, ni aún en los aspectos prácticos, estrictamente hablando; el mayor problema está en las deficiencias de la vida de comunidad. El estilo de vida de las comunidades debe favorecer la comunicación y la creación de un sujeto comunitario. Es en esta dinámica, capaz de crear un nosotros, y no en la simple yuxtaposición de los miembros, donde se debe buscar la voluntad de Dios.

Esta construcción del sujeto comunitario, ocupa el primer lugar en el camino del discernimiento compartido; se trata de crear una auténtica comunión entre los miembros del grupo; comunión que supone, tanto el momento de la unidad alrededor de un mismo objetivo o fin, como el momento del reconocimiento de las diferencias:

“La Comunidad que desea discernir debe estar unida de antemano por una vocación común, y tener la convicción de que todos los miembros adhieren a la línea de pensamiento o acción desde la que se desea iniciar el discernimiento. Este acuerdo no implica presuponer al inicio cuál será el resultado final del proceso. Sino que las diversas tensiones que operan dentro de la comunidad  pueden resolverse mediante una solución en la que convergen el dinamismo religioso y la creatividad apostólica. El acuerdo básico (del que no hay que apresurarse a creer que ha sido alcanzado) presupone que el objeto de discernimiento ha sido elegido, que la comunidad está determinada a abrirse a lo que sea que Dios quiera comunicar, directamente o a través de otros, es decir, deseando aceptar cualquier cosa manifestada en sí misma dentro de la comunidad y por la  comunidad como algo que viene del Señor.”

No podemos suponer, demasiado pronto, la existencia de esta condición previa en una comunidad. Añade aquí Dumeige algunas señales que permiten reconocer esta comunión básica: cuando el objeto del discernimiento ha sido ya escogido; cuando la comunidad está dispuesta a abrirse a lo que Dios quiera manifestarles directamente, o a través de los demás miembros, y a reconocer en ello la voluntad del Señor. Otros comentaristas del discernimiento comunitario también insisten en esta condición inicial[21]. Este principio cumple, en el discernimiento espiritual comunitario, la función que cumple el Principio y Fundamento en los EE. Es el centro desde el cual brota la vida y el sentido de toda la búsqueda de la voluntad de Dios. Si este principio no está bien colocado y definido, será imposible intentar una búsqueda común de la voluntad de Dios.

La experiencia de comunión alrededor del fin último que orienta la búsqueda de la comunidad, deberá crear condiciones de comunicación suficientes para iniciar el proceso. Se requiere un clima de confianza recíproca que, evidentemente, no se puede improvisar ni mucho menos imponer. Este clima de comunicación mutua está hecho de factores imponderables, de disposiciones de ánimo y de buena voluntad:

“El clima ideal para el Discernimiento en común es el de la amistad sincera, y tal amistad tampoco puede alcanzarse de la noche a la mañana. El recreo en común, en el caso de las comunidades religiosas, la participación en los descansos extraordinarios, la asistencia a ciertos actos de comunidad no obligatorios, la renuncia parcial a los propios planes, el sacrificio del tiempo programado individualmente, en una palabra todo lo que signifique preferir las personas a las obras, los intereses comunitarios a los particulares, forma parte de las precondiciones del Discernimiento en común».

Estas disposiciones son formas exquisitas de caridad que no siempre encuentran una expresión verbal, pero que sí se perciben en el ambiente y son capaces de crear las condiciones necesarias de una comunicación profunda entre los miembros de una comunidad. El silencio y la palabra son dos elementos indispensables en el proceso de la comunicación:

“En el interior del diálogo el hecho de callarse es tan significativo como el hecho de hablar. Por esta causa los evangelios señalan con toda claridad la diferencia entre el silencio que está siempre lleno de sentido y el mutismo –es decir, el hecho de ser mudo– que carece de todo significado».

De este modo, es fundamental tener en cuenta, en el diálogo y la comunicación al interior de una comunidad, no sólo las palabras y opiniones que se expresan verbalmente, sino también los silencios que son, a su manera, una palabra que hay que saber escuchar e interpretar.

Como lo habíamos mencionado más arriba, la comunión supone, también, el momento del reconocimiento de las diferencias existentes entre los miembros de la comunidad. Querer borrar la tensión que existe entre lo diferente es querer matar a la misma comunidad. Esta tensión, evidentemente, en niveles soportables, es la que mantiene vivo el cuerpo y le permite buscar una solución a sus problemas. La psicología reconoce que es precisamente la angustia del enfermo la que le puede llevar a su curación. Esto es, precisamente, lo que hace el discernimiento espiritual comunitario: no deja a la comunidad en la quietud y en el letargo estéril, sino que la mueve, la angustia, la inquieta por dentro, y la dispone en una actitud de búsqueda para que encuentre salidas a sus problemas y pueda crecer.

En este sentido, cada uno de los miembros del grupo debe sentirse reconocido en su vocación particular. Sólo así, la decisión final incluirá a todos y cada uno de los miembros, creando una comunión que no pasa por encima de la vocación de ninguno:

«(…) hay que cerciorarse de que se dan las condiciones necesarias para que sea reconocida por el grupo la vocación de cada uno. Cada uno es llamado por su nombre, según lo que él es y según la gracia que se le da, a participar en la realización de ese plan universal de Dios. Así pues, aunque se trata de tomar una decisión comunitaria, tal decisión en ningún caso deberá ir contra la vocación personal de cada uno. ¿Qué se debe hacer para que cada uno se reconozca a sí mismo en la decisión común? Hay una respuesta teórica a esta pregunta: que desde el comienzo mismo se reconozca a cada cual por lo que es en la comunidad y que la comunidad se considere responsable de cada uno de sus miembros».

Lo que Dhôtel llama decisión comunitaria, no debe entenderse en principio, como un acuerdo al que se llega finalmente por mayoría de votos. El discernimiento espiritual comunitario, lo hemos repetido suficientemente, no desconoce el papel del Superior competente que debe tomar la última decisión, sí teniendo en cuenta el camino recorrido, pero con la independencia y responsabilidad propia de su servicio de autoridad. De modo que la aceptación, desde un comienzo, de esta forma concreta de llegar a la definición del discernimiento en común, deberá hacer parte de las condiciones que requiere la comunidad que se ejercita en la búsqueda de la voluntad de Dios. La comunidad debe dar un cheque en blanco al Espíritu Santo antes de comenzar el discernimiento y confiar en la honestidad del que desempeña el servicio de la autoridad, comprometiéndose de antemano con cualquier cosa que llegue a decidirse.

Resumiendo las condiciones comunitarias, podíamos decir que tendría que haber unidad en el fin y diversidad en los medios; unidad en lo que el grupo busca en último término y diversidad en los medios que consideran los que más y mejor los van conduciendo a alcanzar ese fin. Sin lo primero, se haría imposible un camino de comunicación y de acuerdo en los términos; sin lo segundo, no habría, propiamente hablando, necesidad de un discernimiento, pues habría consenso en la forma de solucionar un problema o una pregunta dada.

 Fuente: Jesuitas Latinoamérica