A Veces hay que Esperar

A veces hay que tener paciencia y sentarse junto a las losas, que no han de durar eternamente.

 Por José María Rodríguez Olaizola, sj

A veces hay que esperar,

porque las palabras tardan

y la vida suspende su fluir.

 

A veces hay que callar,

porque las lágrimas hablan

y no hay más que decir.

 

A veces hay que anhelar

porque la realidad no basta

y el presente no trae respuestas.

 

A veces hay que creer,

contra la evidencia

y la rendición.

 

A veces hay que buscar,

justo en medio de la niebla,

donde parece más ausente la luz.

 

A veces hay que rezar

aunque la única plegaria posible

sea una interrogación.

 

A veces hay que tener paciencia

y sentarse junto a las losas,

que no han de durar eternamente.

Fuente: Pastoral SJ

 

atardecer

Pregoneros y Profetas

“Cuando pase el mensajero que no le vuelva la cara para esquivar su propuesta.”

Por José María Rodríguez Olaizola SJ

Cuando pase el mensajero

que no me encuentre dormido,

afanado en otras metas,

indiferente a su voz.

 

Que no sea su relato

semilla que el viento barre

o luz que a nadie ilumina.

Cuando pase el mensajero

que no le vuelva la cara

para esquivar su propuesta.

Se presentará en un libro,

en un verso,

o será estrofa de un canto

que me envuelva.

 

Vendrá, tal vez, en un amigo,

en un hombre roto,

o en el pan partido.

Le abriré la casa,

pondré en juego el corazón

y escucharé, con avidez,

sus palabras.

Y entonces

me cambiará la vida.

Fuente: Pastoral SJ

Imagen: Cathopic

 

Aprendizaje Vital

Nos hemos vuelto muy racionales, calculadores, y poco creyentes.

Por Javier Rojas

Con cuánta facilidad decimos que tenemos que aprender a aceptar lo que nos sucede y confiar en Dios, pero cuánto nos cuesta vivirlo en profundidad. Aceptar lo que venga, sea lo que sea, de buena gana y hasta con cierto humor, es una de las tareas más arduas en nuestra vida. ¡Cuánto cuesta aceptar lo que acontece!, lo que no imaginábamos ni proyectábamos que iba a ocurrir. Los imprevistos nos ponen los “nervios de punta” porque no nos gusta encontrarnos con los límites y complicaciones. Nos programamos mentalmente de tal manera que no admitimos con facilidad que suceda algo a nuestro alrededor que no hayamos previsto antes.

Todos queremos concretar nuestros sueños, metas y proyectos, pero necesitamos aceptar con paz, que no todo lo que planificamos sea posible de realizar. Esta incapacidad para aceptar lo que simplemente sucede, nos viene en gran parte de nuestra manera de entender la vida y la felicidad. Estamos de acuerdo de que es bueno proyectar o soñar, e incluso, planificar lo que queremos vivir; sin embargo, es fundamental aprender que no solamente hay vida y oportunidad en lo que deseamos que suceda, sino también en todo aquello que nos contradice y que acontece a pesar nuestro.

La falta de capacidad para aceptar con buen talante lo que sucede a nuestro alrededor, ha debilitado la sabiduría interior y la fe. Nos hemos vuelto muy racionales, calculadores, y poco creyentes. Confiamos en nuestros pensamientos, en nuestros planes, en nuestros sueños, en nuestros proyectos, en definitiva, en lo que podemos programar; pero no nos animamos a abrir la mente y el corazón para descubrir a Dios en el misterio de lo que simplemente ocurre.

La vida tiene su misterio comprensible por la fe que ilumina la razón. La vida es una maestra sabia, que de manera un tanto sorpresiva, nos pone en situaciones, acontecimientos y ante personas que necesitamos en los momentos claves para seguir creciendo. ¡Cuántas veces hemos encontrado esa misteriosa coherencia entre los acontecimientos de nuestra historia! ¿Acaso no vemos que los momentos difíciles que hemos atravesado, fueron verdaderos maestros de sabiduría? En definitiva se trata de aprender a mirar y a leer de una forma nueva lo que nos ocurre, para descubrir la promesa de vida nueva que se abre ante nuestros ojos.

Por medio de la fe adquirimos una manera distinta de mirar, un conocimiento distinto del que tiene nuestra mente. Esta última se cierra a la posibilidad de descubrir lo bueno en aquello que no controla. Es sorprendente cómo ella recorta a la fe la posibilidad de darnos conocimientos nuevos. Solo quienes aceptan que vivir es aprender en todo, y de todo lo que se presenta, adquieren la capacidad de descubrir en lo que acontece a los maestros sabios. No es tanto lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos pasa. La vida no se elige, se vive y quien aprende a vivir puede ayudar a otros a hacerlo.

 

Prepararse por Dentro

¿Cómo prepararse? Desde la gratitud por lo que uno tiene.

El Adviento que comenzamos es tiempo de disponerse a algo grande –pero que a veces queda silenciado ante el folklore de diciembre–. Porque cuando llega algo que esperas con ansia, ¡anda que no le das vueltas! A veces hasta te quita el sueño, por la ilusión, la incertidumbre, el deseo de que las cosas lleguen, de ver a ese ser querido, de saber el resultado de un examen muy importante para ti, de tantas cosas. ¡Pues lo que estamos esperando es alucinante, grande, inmenso!

Es tiempo de disponernos a un encuentro, algo que no por sabido deja de ser nuevo. Un encuentro con un Dios al que, una vez más, admiramos como ser humano. Un encuentro con una lógica (la de la encarnación, un Dios capaz de hacerse humano con todas sus consecuencias), que nos desborda. ¿Cómo prepararse? Desde la gratitud por lo que uno tiene. Desde la escucha de esas promesas de un Dios que te dice: «vengo a tu mundo, a tu vida, a tu historia, para estar presente ahí. Vengo a ti».

Vengo a tu mundo, a tu vida, a tu historia. ¿Cómo me resuena esa palabra?

¿Cómo puedo prepararme para cuando llegue la navidad? ¿Tal vez un poquito de oración? ¿Alguna lectura distinta? ¿Una revisión agradecida de lo que es mi vida y lo que puede llegar a ser?

Pastoral SJ

 

Cada mañana

Cada mañana me orientaré en Ti, camino del Reino…

Por Benjamín González Buelta SJ

Cada mañana

me sumergiré en Ti, agua de la vida,

antes de ser vaso,

nutriente en el surco,

juego en la fuente,

sosiego en el lago.

 

Cada mañana me afinaré en Ti,

Palabra del Padre,

antes de ser susurro al oído

discurso en el aula,

anuncio en el viento,

silencio en la escucha.

 

Cada mañana me orientaré en Ti,

camino del Reino,

antes de ser paso en la calle,

ruta en la frontera,

pausa en la espera,

salto en el aire.

 

Cada mañana me reposaré en Ti

sabiduría encarnada,

antes de ser

vigilia en el sueño,

flecha en el arco,

sutura en la herida,

cansancio en tu mano.

 

 

Cada mañana me miraré en Ti,

imagen del Padre,

antes de ser

alegría en el rostro,

fuerza en los brazos,

caricia en los ojos,

luz en el barro.

 

Fuente: Pastoral SJ

No hace falta ser un “Héroe”

Una reflexión sobre el heroísmo y el servicio en el día de San Francisco Javier.

Pues me extraña que me digas eso… Pienso en Javier solo en un Oriente entonces lejano, desconocido y hostil; pienso en Pere Claver al servicio de los esclavos negros; pienso en Ellacuría testigo de la verdad a pesar de todas las amenazas… Me desconcierta que digas eso…

No me extraña tu desconcierto. También Ignacio de Loyola al comienzo de su conversión se planteaba qué heroísmos le pedía Dios, qué “cosas grandes” tenía que hacer: que si ayunos, que si penitencias extremas, que si entrar en la Cartuja… Y se comparaba con los “grandes”: “si San Francisco hizo esto, yo lo he de hacer”, “si Santo Domingo hizo esto, yo lo de hacer”… Luego descubrió que Dios le pedía algo más sencillo: “ayudar a las almas”. ¿Dónde y cómo? Eso se vería, eso importa menos: lo que importa es, de verdad, “ayudar”.

Para vivir y trabajar en compañía de Jesús, basta con que quieras, de verdad, ayudar y servir a otros

El “héroe” está demasiado pendiente de su proyecto. Un “héroe” ha de ser un triunfador, y está pendiente de su triunfo. Y su criterio básico acaba siendo: aceptar lo que y a quien me ayuda a triunfar y excluir lo que y a quien me dificulta triunfar. El “héroe” es el protagonista de su vida, el centro, el punto de referencia: él no se pone al servicio de nadie, sino que todo y todos han de estar al servicio de su protagonismo.

Para la Compañía de Jesús, para vivir y trabajar en compañía de Jesús, basta (y no es poco…) con que quieras, de verdad, ayudar y servir a otros, especialmente a los más necesitados y pobres. Y ayudar y servir piden, siempre, renunciar a mi protagonismo y muchas veces renunciar a mi triunfo.

¿Y Javier, Claver, Ellacuría… y tantos otros? Hicieron cosas “heroicas” en su servicio pero no se vivieron ni buscaron ser “héroes”. Simplemente servir a los pobres en Compañía de Jesús.

Fuente: Ser Jesuita

 

Preparativos de Adviento

Es tiempo de disponernos a un encuentro, algo que no por sabido deja de ser nuevo.

Ya estamos en diciembre. ¡Qué vértigo! La Navidad a la vuelta de la esquina. Ya toca prepararse. Hace semanas que la gente hace reservas para las cenas de empresa o de amigos. Empiezan a subir, cada vez más rápido, los precios de turrones, carnes y pescados de fiesta. Las calles se adornan (con un gusto cada vez peor, todo hay que decirlo), con una mezcla de símbolos florales, luces y algún vestigio religioso –cada vez menos para no herir sensibilidades–. Empieza el baile de fechas: ¿viajaré este día, o este otro? Nos veremos pronto las caras con la familia. Hay que comprar lotería, que este año toca seguro. Y si no, que haya salud. ¿Trapitos de gala para cenas y festejos? Algo caerá.

Fuente: Pastoral SJ

 Imagen: House Beautiful

La Insipidez de lo Genérico

Podemos sentirnos demandados de atender a todos, de abarcar todo, y caemos en la tentación de lo ‘genérico’, de lo impersonal.

Por Hernán Quezada SJ

Me resisto a acoger aquello que no tiene mi nombre. Me niego a apropiarme lo que no me señala como destinatario. No asumo lo que no me alude de manera particular. Un mensaje que pretende lo particular, pero ha sido creado para todos es algo genérico, y una producción sin destinatario es insípida.

Suelo recibir en mis redes sociales varias ‘producciones genéricas’ (posts, vídeos, frases, cadenas, etc.) que vienen cargadas de intención particular: «Buenos días», «Felicidades», «Te quiero», «Dios te bendiga», «¡Feliz año!»… pero han sido construidas para la generalidad y enviados a todos, a listas de contacto. Confieso que estos mensajes me resultan sin sabor, insípidos y, honestamente, no los agradezco.

Pensé mucho en escribir esto, pues temo sonar ofensivo con gente a la que estimo y quiero, pero creo que muchos compartimos este desencanto de ser convertidos en destinatario genérico, en perder el derecho a ser llamados por nuestro nombre y a ser aludidos como sujeto.

Hay mensajes, como este y otros tantos, que son creados visualizando como destinatario a muchos, y este ‘muchos’ es el sujeto. Llevan en su intención la certeza de un impacto en ‘algunos’. En este tipo de producciones pretendemos compartir una idea, una reflexión, algunas veces también un sentimiento. Pretendemos entablar un diálogo, una discusión, un intercambio de ideas, pero finalmente sabemos que son mensajes dentro de botellas tiradas al mar. Cualquier respuesta será una sorpresa que surja de este deseo genérico.

Las nuevas tecnologías de la comunicación nos han colocado ante un universo ampliado de relaciones. Podemos sentirnos demandados de atender a todos, de abarcar todo, y caemos en la tentación de lo ‘genérico’, de lo impersonal. Por otra parte, todos tenemos la necesidad de ser nombrados, de ser atendidos y llamados por nuestro nombre, de ser aludidos de manera personal. Qué sensación placentera da leer nuestro nombre, o encontrar entre líneas códigos únicos de la relación que tenemos con el emisario de la comunicación.

Me surge la idea de decir a mis contactos: amigas, amigos, les libero del imperativo de atenderme con ritmo y prontitud, y con ello ¡Renuncio a ser genérico! Me coloco en la lista de espera de su tiempo. Sabré esperar el mensaje particular, el mensaje cómplice, el mensaje lleno de sabor y de sentido que me quieran enviar cuando puedan, cuando quieran, cuando lo necesiten; o quizás, cuando se den cuenta que yo lo necesito. Bienvenidos los mensajes sin grandes producciones, sin muchos colores, sin despliegues cibernéticos. Basta un «Hola», seguido por mi nombre. Con esto sentiré el deseo de detenerme y saborear lo que me ha sido compartido y que ahora es mío. Surgirá entonces el deseo de comprometerme con ello.

Fuente: Pastoral SJ

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En el Límite de Nuestras Fuerzas

“Cuando lo que creíamos ser se derrumba, se revela quienes somos en verdad”

Por Javier Rojas

¿Por qué encontramos a Dios cuando llegamos al límite de nuestras fuerzas? Porque cuando ya no podemos sostenernos por nuestros propios medios abrimos los brazos, como los niños, buscando sentirnos seguros en su abrazo. Cuando nuestras fuerzas ya no pueden sostener nuestra lucha, cuando nuestro ingenio no es suficiente para encontrar una salida o cuando nuestras capacidades humanas ya no responden, no queda más que dar el salto. Y ahí está Él, esperándonos… siempre ha estado ahí. Tal vez sea por interés, o porque simplemente “no te queda otra”, creo que todos hacemos lo mismo, todos esperamos lo mismo: el abrazo de Dios en el límite de nuestras fuerzas.

Tal vez sea el lugar escogido por Él para hacernos sentir su fuerza y amor. Cuando quedamos despojados de poder y autosuficiencia podemos aceptar y reconocer quienes somos en verdad y quién es Él. Creo que es el mejor momento para encontrarse con la propia verdad, con el Amor de un Padre que espera pacientemente, y que sabemos que no reclamará nada. En ese límite se encuentran nuestro anhelo y el deseo de Dios, nuestro sueño y su proyecto, nuestro amor y el suyo. Ahí, en ese límite al que llegamos la mayoría de las veces cansados y maltrechos, agobiados y derrumbados, se renuevan nuestras fuerzas, se enderezan nuestros pasos y adquirimos una nueva conciencia, gracias a la luz que recibimos de Dios.

Es como si las escamas de los ojos, que tan ciegos nos tenían, se cayeran de una vez por todas y descubrimos que estábamos alejados de nuestros ser más profundo; que andábamos extraviados. Todos llegamos alguna vez a este límite, a ese momento en la que nuestra pseudo-omnipotencia se derrumba por completo. Esa instancia en que nos vemos confrontados por una realidad que nos abofetea con crudeza. En el límite de nuestras fuerzas, ese poder que creíamos tener se esfuma, desaparece por completo, y surge del interior de nuestro ser la verdadera fortaleza. Cuando todo lo que creíamos ser se derrumba, se revela quienes somos en verdad, nuestra naturaleza, nuestro destino y a lo que hemos sido llamados. Ese límite, como ha dicho un autor conocido, es sanador. Nada es más sano que encontrarse con lo que uno es en verdad y dejar atrás la mentira de lo que «nos gustaría ser». Hay más «ser» que descubrir y desplegar dentro de nosotros, que posibilidad de vida plena en la quimera de nuestra fantasía, cuando pensamos en lo que nos gustaría ser.

Desconocer la propia verdad es la ruina de nuestro ser, es como condenar a la luz que hay en nosotros a permanecer en la oscuridad. Lo que somos, los recursos internos y posibilidades con las que contamos son inmensas, pero no podremos llegar a ellas y desarrollarlas, si las desconocemos. No llegaremos a ese centro vital sin una renovación de mente y corazón. Las puertas de nuestro interior no se abren para quien no ha abandonado por completo la fantasía de vivir lo que no es. En el límite de nuestras fuerzas nuestra mente y corazón se armonizan y se conectan. En ese momento de “precariedad” nuestro espíritu encuentra la Fuente de Sabiduría interior que tanto tiempo tuvimos olvidada. Nuestra vida ya no será la misma, ya no será posible volver atrás, porque una vez que atraviesas las puertas de tu interioridad todo se ve distinto, contemplas la realidad por primera vez tal cual es. No temas llegar a Dios en el límite de tus fuerzas porque ahí te espera. Solamente cuando te hayas despojado de toda seguridad externa podrás aferrarte a la verdadera fuerza que anida en ti. ¡Anímate a dar el salto!

 

Sobre el Discernimiento Personal y Comunitario

Compartimos algunos fragmentos del Artículo de Espiritualidad de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) del Mes de Noviembre.

(…) El discernimiento personal, si no se comparte, tiene el riesgo de que se convierta en un proceso totalmente subjetivo. Por eso es importante compartirlo con alguien que nos conozca, que sepa ser imparcial con la persona, que pueda ayudarle a esclarecer la presencia del Espíritu (o del mal Espíritu) en su vida. Como un acompañante espiritual. Sin embargo, en muchos casos es difícil tener un acompañante espiritual. En su lugar, hay un grupo, varias personas, que me pueden ayudar a clarificar/objetivar mi discernimiento. Para un grupo como éste la puesta en común del discernimiento personal puede ser un método para que, entre varias personas, se puedan ayudar en la objetivación de los discernimientos personales.

(…)

El Discernimiento Común

No se trata sólo de poner en común el discernimiento personal. Es cuando un grupo se convierte en el sujeto mismo de discernir. Este sujeto puede ser la comunidad entera o una parte de ella o un grupo que trabaja en un apostolado o misión especial, o un grupo de laicos y religiosos que trabajan juntos…

El discernimiento en común tiene la finalidad de preparar las desiciones, ayuda a tomar la más conveniente, la que sienta como voluntad de Dios.

Es necesario, también, distinguir entre discernimiento común con un procedimiento democrático. El discernimiento en común tiene el peligro de pretender ser una práctica democrática, mientras que en la vida religiosa el obispo, superior, superiora, párroco, etc. tienen la última palabra y son ellos quienes toman las decisiones. Al discernimiento comunitario se llega por consensos espirituales y no por mayoría de facciones y de grupos de influencia.