Vayamos y Veamos

Una reflexión para preparar el corazón antes durante estos días que quedan de Adviento.

Por Emmanuel Sicre SJ 

Un trabajador mañanero de esos que esperan al sol con el mate salió esa madrugada como siempre. Acorralado en un colectivo lleno de personas iba a cumplir con su rutina. Mientras dejaba pasar miles de pensamientos por su mente, lo visitó una promesa que había escuchado desde niño en labios de su abuela. Dicha promesa rezaba: “todo va a cambiar alguna vez para nosotros y seremos felices”. Con certeza podía decir que la vida no había sido fácil. Extrañado aún de haber recordado aquellas palabras, sintió que desde lo más hondo del corazón le brotó un inexplicable deseo: ver a Dios.

Y entonces su viaje comenzó a tomar otro cariz. Empezó a mirar a todos a su alrededor como si fueran sus hermanos. “¿Qué tal si todos hubiésemos compartido la misma infancia, los mismos juegos, los mismos padres, los mismos sueños? ¿Y si todos escucharon a la abuela pronunciando la promesa?”, se decía mientras su ánimo recobraba un vigor propio de un joven enamorado o de un niño esperando a los reyes magos. Sin embargo, no le faltó la sospecha horrenda de que la promesa de la abuela o era demasiado grande para ser verdad, o era un cuento de hadas. Ambas, le provocaban cierto temor. Fue entonces cuando, en el medio del tumulto pegajoso del transporte público, el calor de diciembre, y el estresante clima político del momento, vio entrar a una mujer con una niña muy chiquita en sus brazos. “Mmm, ¿y ahora?”, se dijo para adentro. Estaba demasiado lejos como para ayudarle a encontrar un asiento.

De repente, todos en el colectivo hicieron un silencio asombroso y prestaron atención a la escena. Un joven de auriculares apagados se paró y le cedió el puesto con dulzura. Fue, por lo menos y en estos tiempos que corren, algo raro. Todos tranquilos volvieron a concentrarse en su viaje. Pero la sorpresa no acababa allí. Los tres extranjeros que venían a su lado hablando con orgullo una lengua incomprensible apuntaron para el asiento de la joven madre y su niña. Otra vez silencio. Todos expectantes. Sin mediar palabra le acercaron una botella de agua fresca que sudaba, una toalla limpia para secarle la traspiración del rostro y un sonajero de campanitas de colores que sonaba tan armónico que todos los que venían escuchando música suspendieron sus aparatos. “Ahora sí”, se dijo a sí mismo. Y es que en el momento en que la bebé sonrió a carcajadas y todos en el colectivo rieron con ella, descubrió que la promesa de la abuela no sólo era real, sino que todos la habían escuchado alguna vez.

 Que Dios nos regale escuchar la promesa, abrir los sentidos y dejar que lo de siempre se convierta en camino a Cristo que viene.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana 

Preparativos de Adviento

Los preparativos de diciembre a veces nos dejan poco espacio en el corazón y en la vida para prepararnos para La Venida.

Ya estamos en diciembre. ¡Qué vértigo! La Navidad a la vuelta de la esquina. Ya toca prepararse. Hace semanas que la gente hace reservas para las cenas de empresa o de amigos. Empiezan a subir, cada vez más rápido, los precios de turrones, carnes y pescados de fiesta. Las calles se adornan (con un gusto cada vez peor, todo hay que decirlo), con una mezcla de símbolos florales, luces y algún vestigio religioso –cada vez menos para no herir sensibilidades–. Empieza el baile de fechas: ¿viajaré este día, o este otro? Nos veremos pronto las caras con la familia. Hay que comprar lotería, que este año toca seguro. Y si no, que haya salud. ¿Trapitos de gala para cenas y festejos? Algo caerá.

Prepararse por dentro

El Adviento que comenzamos es tiempo de disponerse a algo grande –pero que a veces queda silenciado ante el folklore de diciembre–. Porque cuando llega algo que esperas con ansia, ¡anda que no le das vueltas! A veces hasta te quita el sueño, por la ilusión, la incertidumbre, el deseo de que las cosas lleguen, de ver a ese ser querido, de saber el resultado de un examen muy importante para ti, de tantas cosas. ¡Pues lo que estamos esperando es alucinante, grande, inmenso!

Es tiempo de disponernos a un encuentro, algo que no por sabido deja de ser nuevo. Un encuentro con un Dios al que, una vez más, admiramos como ser humano. Un encuentro con una lógica (la de la encarnación, un Dios capaz de hacerse humano con todas sus consecuencias), que nos desborda. ¿Cómo prepararse? Desde la gratitud por lo que uno tiene. Desde la escucha de esas promesas de un Dios que te dice: «vengo a tu mundo, a tu vida, a tu historia, para estar presente ahí. Vengo a ti»

Fuente: Pastoral SJ

Seguir a Jesús… Aprehender a Jesús

Seguir a Jesús implica un compromiso, una ‘conversión’ de la propia vida que, de a poco, la vaya transformando por completo.

Por Leticia Alonso

¿Te imaginas esta escena en el evangelio? «Jesús les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. De inmediato pulsaron ‘¡me gusta!’… y siguieron pescando». ¡Menudo chasco! ¿Cómo hubiera continuado entonces la historia de los primeros seguidores de Jesús?

Está claro. En el seguimiento a Jesús no basta un ‘me gusta’. A Jesús no le basta engrosar su lista de seguidores con un amigo más. Jesús nos anima a dar respuestas que empiezan por ahí, para ir más allá: ‘me inquieta’, ‘me comprometo’, ‘quiero’.

Esas respuestas pasan por el deseo profundo de parecernos a él, de imitarle en sus modos, en cómo se relaciona, cómo mira la realidad y la afronta, qué dice, cómo ama, cómo entiende la justicia, cómo apuesta por cada persona, en especial por los más pobres… Es maestro que enseña y modelo al que imitar. Pero esto no siempre es sencillo. El seguimiento a Jesús no es algo evidente, que nos surja de manera natural, a veces porque no lo entendemos, porque no se lleva, a veces porque no hemos aprendido a hacerlo… Responder a Jesús pasa por formarnos, entre otras cosas, en el entendimiento y en la caridad.

Leer, estudiar, acudir a charlas, realizar cursos… nos puede ayudar a ordenar nuestras ideas y argumentos, a alimentar el entendimiento de nuestra fe en el camino hacia su madurez. Cuidar nuestras relaciones, vivirlas de una manera altruista y generosa, desde la reconciliación sincera (aunque duela) y el amor entregado (aun con sus limitaciones)… Acercarse a otras realidades, dejarse tocar por ellas, pringarse las manos y sentirse afectado… Exponerse, arriesgarse, siendo conscientes de por qué lo hacemos, de qué nos mueve, y desde ahí leerlo, releerlo, aprender… Cada momento es una oportunidad para formarnos en la caridad y entrenarnos en el amor: a amar se aprende amando.

Conocer a Jesús nos lleva a seguirle, a seguirle de cerca para conocerle más, para estar con Él. ¿Seguir a Jesús? Aprehender a Jesús en la propia vida.

Fuente: Pastoral SJ

 

Concepción del Ser Humano en el Marco de una Ecología Integral

Una reflexión a la luz de la encíclica Laudato Si’ que nos da pistas de cómo mirar el rol de la humanidad en el universo.

En su encíclica sobre «el Cuidado de la Casa Común» el Papa Francisco sometió a una rigurosa crítica el clásico antropocentrismo de nuestra cultura a partir de una visión de ecología integral, cosmocentrada, dentro de la cual el ser humano aparece como parte del Todo y de la naturaleza. Esto nos invita a revisar nuestra comprensión del ser humano en el marco de esta ecología integral. Cabe subrayar que las contribuciones de las ciencias de la Tierra y de la vida subyacentes al texto papal vienen englobadas en la teoría de la evolución ampliada. Ellas nos han traído visiones complejas y totalizadoras, insertándonos como un momento del proceso global, físico, químico, biológico y cultural.

Después de todos estos conocimientos nos preguntamos, no sin cierta perplejidad: ¿quiénes somos, al final, en cuanto humanos? Intentando responder diríamos: el ser humano es una manifestación de la Energía de Fondo, de donde todo proviene (Vacío Cuántico o Fuente Originaria de todo Ser); un ser cósmico, parte de un universo, posiblemente entre otros paralelos, articulado en once dimensiones (teoría de las cuerdas), formado por los mismos elementos físico-químicos y por las mismas energías que componen todos los seres; somos habitantes de una galaxia media, una entre doscientos mil millones y de un planeta que circula alrededor del Sol, una estrella de quinta categoría, una entre otros trescientos mil millones, situada a 27 mil años luz del centro de la Vía Láctea, en el brazo interior de la espiral de Orión; que vive en un planeta minúsculo, la Tierra, considerada un superorganismo vivo que funciona como un sistema que se autorregula, llamado Gaia.

Somos un eslabón de la cadena de la vida; un animal de la rama de los vertebrados, sexuado, de la clase de los mamíferos, del orden de los primates, de la familia de los homínidos, del género homo, de la especie sapiens/demens, dotado de un cuerpo de 30 mil millones de células y 40 mil millones de bacterias, continuamente renovado por un sistema genético que se formó a lo largo de 3.800 millones de años, la edad de la vida; que tiene tres niveles de cerebro con cerca de cien mil millones de neuronas: el reptiliano, surgido hace 300 millones de años, que responde de los movimientos instintivos, en torno al cual se formó el cerebro límbico, responsable de nuestra afectividad, hace 220 millones de años, completado finalmente por el cerebro neo-cortical, surgido hace unos 7-8 millones de años, con el que organizamos conceptualmente el mundo.

Portador de una psique con la misma ancestralidad del cuerpo, que le permite ser sujeto, psique ordenada por emociones y por la estructura del deseo, de arquetipos ancestrales, y coronada por el espíritu que es aquel momento de la conciencia por el cual se siente parte de un Todo mayor, que lo hace siempre abierto al otro y al infinito; capaz de intervenir en la naturaleza, y así de hacer cultura, de crear y captar significados y valores y de preguntarse sobre el sentido último del Todo y de la Tierra, hoy en su fase planetaria, hacia la noosfera, por la cual mentes y corazones confluirán en una Humanidad unificada.

Nadie mejor que Pascal (†1662) para expresar el ser complejo que somos: «¿Qué es el ser humano en la naturaleza? Una nada delante del infinito, y un todo ante la nada, un eslabón entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde viene y el infinito hacia donde va. En él se cruzan los tres infinitos: lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande y lo infinitamente complejo (Chardin). Siendo todo eso, nos sentimos incompletos y todavía naciendo pues nos percibimos llenos de virtualidades. Estamos siempre en la prehistoria de nosotros mismos. Y a pesar de ello experimentamos un proyecto infinito que reclama su objeto adecuado, también infinito, que solemos llamar Dios o con otro nombre.

Y somos mortales. Nos cuesta acoger la muerte dentro de la vida y la dramaticidad del destino humano. Por el amor, por el arte y la fe presentimos que nos transfiguramos a través de la muerte. Y sospechamos que en el balance final de las cosas, un pequeño gesto de amor verdadero e incondicional vale más que toda la materia y la energía del universo juntas. Por eso, sólo vale hablar, creer y esperar en Dios si Él es sentido como prolongación del amor en forma de infinito. Pertenece a la singularidad del ser humano no sólo aprehender una Presencia, Dios, pasando a través de todos los seres, sino entablar con Él un diálogo de amistad y de amor. Intuye que Él es el correspondiente al deseo infinito que siente, Infinito que le es adecuado y en el que puede reposar. Ese Dios no es un objeto entre otros, ni una energía entre otras. Si así fuera podría ser detectado por la ciencia. Se presenta como aquel soporte, cuya naturaleza es Misterio, que todo sostiene, alimenta y mantiene en la existencia. Sin Él todo volvería a la nada o al Vacío Cuántico de donde irrumpió cada ser. Él es la fuerza por la que el pensamiento piensa, pero que no puede ser pensada. El ojo que ve todo pero que no puede verse. Él es el Misterio siempre conocido y siempre por conocer indefinidamente. Él atraviesa y penetra hasta las entrañas de cada ser humano y del universo. Podemos pensar, meditar e interiorizar esa compleja Realidad, hecha de realidades y es en esa dirección como debe ser concebido el ser humano. Quien es y cuál es su destino final se pierde en el Incognoscible, siempre de alguna manera cognoscible, que es el espacio del Misterio de Dios o del Dios del Misterio. Somos seres siendo sin parar. Por eso es una ecuación que nunca se cierra y que permanece siempre abierta. ¿Quién revelará quiénes somos?

Fuente: CPAL Social

 

Abrazos de Vida

Prestar atención a los gestos que hablan el lenguaje de Dios

Por Natxo Morso

Hay gestos cotidianos que nos ayudan a descubrir en profundidad quienes somos realmente. Un abrazo, un beso, una mano en el hombro, una mirada serena… Son gestos que nos recuerdan que somos seres básicamente amados. De acuerdo que hay momentos donde esto no es tan evidente pero, con todo, hoy más que nunca es urgente entrenar esa sensibilidad que nos permita rastrear esos gestos que en tantas ocasiones se nos escapan, como el agua entre los dedos.

Sin duda este es el lenguaje de Dios, no el de las palabras, sino el de los gestos, que dan contenido a tantas palabras ya desgastadas. Gestos que condensan esa realidad básica y primera, la de ser amados, a la que todo ser humano aspira en su interior, y a la vez, a la que tantos se ven privados de ella.

Hoy, como ayer, seguimos llamados a reproducir esos mil gestos de amor, que ayuden a nuestros semejantes a experimentar el abrazo de Dios. Esos gestos que nos alienten en nuestros cansancios y que nos alivien las heridas de cada día. Es la mejor forma de expresar, sin decir palabra alguna: «Tú también eres amado en el Señor Jesús» y así, despertar a una nueva conciencia de sí mismo, más digno, más libre, más querido, más humano, en definitiva, sentirse hermano/a.

Quizá todavía hoy existan muchos rincones de nuestro planeta donde todavía no hayan descubierto esta verdad profunda. Pero, a decir verdad, somos muchos más los brazos capaces de hacer llegar esos gestos a tantos que aún esperan ese abrazo. Dios, como tú y como yo, se apaña mejor con los gestos. Son precisamente estos, los que permiten a nuestros semejantes, los pequeños y olvidados, descubrirse hoy hermanos.

Fuente: Pastoral SJ

Adviento: Compartir la Alegría

Evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Por Néstor Manzur SJ 

El tiempo de Aviento es un tiempo de reflexión, de “bajar un cambio” diríamos hoy y de repasar y repensar algo que esta a punto de suceder: la novedad de la llegada del “Emmanuel”, el que nos trae la buena noticia. Y de esto justamente me gustaría escribir hoy.

El mundo y los medios de comunicación nos ponen día a día frente a las “realidades” del mundo, pero casi siempre estas realidades tienen que ver con: violencia, catastrofes, corrupción, etc. No son “malas noticias” son las que se muestran y casi no hay una buena noticia para compartir. Mirando a nuestro alrededor, a veces nos sucede a nosotros mismos, cuesta encontrar personas que nos den una BUENA noticia, muchas veces rodeados de “pesimismo” nos cuesta encontrar la Buena Nueva, y nos cuesta dar la Buena Nueva.

María es la imagen de aquella persona que no se “guardó” la buena nueva, sino que la dio a conocer, y la dio a conocer a través del servicio, se puso en camino para compartir la alegría de la vida con su prima Isabel. Un encuentro cargado de Gozo, de saltos y emociones. Las personas que comparten la alegría laten al unisono y hasta sus vientres gozan de ese encuentro.

Si hoy nos pusiéramos a repasar nuestro corazón, la pregunta sería: ¿Cuántas alegrías he compartido con mi prójimo este año? ¿He sido capaz de dar “buenas nuevas” y disfrutado de contarlas? O en un mundo de pesimismo ¿me sentía culpable de dar buenas noticias y me las guardaba solo para mi?

Ese Emmanuel, que esta hoy dentro mio quiere renacer, quiere darse a conocer y darme a conocer la felicidad, las palabras de Isabel son también para mí: ¡Feliz la/el que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! Recibir y dar “buenas noticias” me hacen feliz y hacen felices a quienes están cerca mio, hacen feliz a una sociedad que necesita “buenas nuevas”.

Que ojalá este tiempo de Adviento nos encuentre como María, en camino, con la buena nueva, y que al encontrarnos con los demás podamos darla a conocer en el servicio que se hace justicia cuando se lo prestamos al mas necesitado. Que Dios que se hace carne en Jesús, nos anime día a día en el camino de compartir la alegría a través de las buenas noticias.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana 

La Muerte como Parte de la Vida

Ana Núñez, enfermera uruguaya, egresada de la carrera y estudiante de la Universidad Católica del Uruguay (UCU) cuenta su experiencia y visión de los cuidados paliativos y de la interacción entre pacientes, médicos y otros profesionales de la salud.

Estudiante de la Maestría en Cuidados Paliativos, Ana Núñez se especializa en brindar calidad de vida a pacientes terminales. Pasó gran parte de su niñez en centros de salud: su madre era enfermera y, mientras trabajaba, Ana hacía los deberes en los hospitales. Será por eso que para ella los servicios de salud y el cuidado de los enfermos siempre fueron algo natural, “de todos los días”.

Ana Núñez se licenció en Enfermería por la UCU y cursa la Maestría en Cuidados Paliativos que ofrece la Facultad de Enfermería y Tecnologías de la Salud. Actualmente se desempeña en la Unidad de Cuidados Paliativos Oncológicos de la Asociación Española, trabajo que requiere de profesionalismo y actitud de servicio para acompañar a los pacientes durante sus últimos días de vida. Profesionalismo y trabajo en equipo

“Tratamos con pacientes que están en una etapa terminal, entonces es fundamental lo que aportes al bienestar físico, psicológico y también espiritual” de los pacientes, contó Ana. Y ese aspecto es justamente lo que más le gusta de su trabajo “el contacto con la gente, pero en una situación en donde yo puedo brindar lo que aprendí”, destacó. En esta especialidad, el abordaje es holístico e integral por lo que es necesaria la presencia de diferentes miradas y abordajes.  Es, sin dudas, un trabajo en equipo: “somos cinco médicos, todos oncólogos especializados en cuidados paliativos, tres auxiliares de Enfermería y yo, la única licenciada en Enfermería”.  También tienen el apoyo de la psicóloga, fundamentalmente para el paciente y su familia, “pero que muchas veces nos da herramientas para afrontar como equipo determinadas circunstancias en el relacionamiento con el paciente y con la familia”. El aporte de la MaestríaAna destacó algunas asignaturas que le abrieron el espectro sobre cómo posicionarse frente a una persona en una situación terminal, el respeto a su ser, no desde lo religioso sino desde lo espiritual. Este enfoque también colabora en lograr empatía con el paciente, porque “si no hay empatía, si no hay algo que nos conecte, mal vas a poder acompañar a esa persona”.

Por otra parte, destacó las clases de Antropología que también complementan a los cursos que tienen más que ver con los cuidados médicos y de enfermería. Otro paradigma Para Ana, la muerte es parte del proceso: “nacemos, vivimos y morimos”. Por eso trabaja desde un paradigma diferente: “hay pacientes que no se curan pero que tienen derecho a tener calidad de vida hasta el último día (…) Esa gente vive y tiene derecho a vivir dignamente. Con los conocimientos que tenemos en nuestro equipo, si podemos dar calidad de vida…  ya está, cumplimos con nuestra misión. Para el cirujano la muerte es fracaso, para los cuidados paliativos la muerte es parte de la vida”.

Fuente: UCU

 

Dios No Juega con Nosotros

Sobre la experiencia del dolor, la tristeza y el mal en nuestra vida: ¿quién tiene la última palabra?

Por Quique Gómez-Puig, SJ

Creo que todos tenemos experiencia, propia o ajena, de encontrarnos en algún momento de la vida con el dolor, el sufrimiento, la culpa… el mal. La muerte de un familiar, una enfermedad que trunca la vida, una traición, un engaño, un desencuentro o, quizá, la incomprensión de los miles de muertos por hambre en el mundo, las guerras o las catástrofes naturales. Mal que nos afecta, que padecemos, o mal que hacemos. Y surge la pregunta: ¿es Dios pasivo ante nuestro dolor? ¿Por qué lo permite? ¿Me lo manda Él? ¿Acaso existe un Dios así? Preguntas que surgen de la propia fuerza del sufrimiento y la angustia. Y no es raro encontrar gente que ha dejado de creer, a veces con profunda amargura, porque no ha encontrado una respuesta coherente a estas preguntas. Y es cierto que se han dado algunas respuestas que no convencen; «Dios te ha castigado», «Dios te ha mandado tal o cual prueba» o «Dios se ha llevado a tu ser querido para que esté ya con Él» nos presentan un Dios que no es todo lo bondadoso que cabría esperar. O quizá, un Dios que es impotente ante tanto sufrimiento humano. Y de ahí, la decepción y el abandono de la fe.

Me parece, sin embargo, que hemos de partir de la propia realidad y no dejarnos engañar por los espejismos de nuestros deseos o nuestra imaginación. Esos deseos, acaso proyección de ilusiones infantiles, que nos dicen que es posible un mundo sin mal. Asumir la vida significa también asumir que el mundo tiene su imperfección y, por ello, carencia y fallo, choque y conflicto, insatisfacción y dolor. Asumir la vida significa asumir que no somos Dios, y por ello, que hay limitación en nosotros y en nuestro entorno. Así, el mundo, la vida, es buena, pero no perfecta. Y por ello, podemos decir que el sufrimiento no es un juego de Dios.

¿Es el mal lo que tiene la última palabra en la vida? Quiero centrar ahí la pregunta. Y es ahí donde entra la fe. Cuando llega el dolor, la fe no evita la oscuridad. Hay que dejar espacio para la lamentación y el duelo. Con Job podemos quejarnos y decir «¡maldito el día en que nací!» Y abrirnos a la oración de Jesús en el huerto «que pase de mí este trago». Y es desde esa mirada a Jesús desde donde podemos descubrir un Dios que no nos abandona, aunque no siempre lo veamos. Un Dios que es el primero en comprender nuestro sufrimiento, porque pasó por él. Un Dios que se coloca a nuestro lado contra el dolor, ayudándonos a soportarlo. Fue él, quien luchó contra todo tipo de opresión, injusticia y mal. A través de él, descubrimos que Dios se identifica con el sufrimiento de todos los humillados y ofendidos. Y esto engancha con lo fundamentalmente humano; el impulso radical que llama a todos a luchar contra los destrozos del mal. Creo que desde la cruz-resurrección de Jesús se puede recuperar la confianza y la esperanza. Y con ello, no ceder ante la gran fuerza del sufrimiento. Y desde ahí, tener la certeza, a pesar de todo, de que el mal no tiene más fuerza que la vida, la bondad y el amor.

Fuente: Pastoral SJ

Luces Encendidas; Historias Escondidas

Una reflexión dedicada a aquellos que desde el silencio y el anonimato, hacen posible nuestra vida

Por Dani Cuesta, sj

Hay noches en las que, al mirar por la ventana antes de echar las persianas, veo luces encendidas en los edificios de oficinas que hay cerca de mi casa. Estas luces van apagándose y encendiéndose, cambiando de plantas y zonas de los edificios. Detrás de ellas hay personas que, a esas horas, están limpiando el edificio para que todo esté en perfectas condiciones cuando lleguen los trabajadores a primera hora de la mañana.

Igual que ellos, hay otras personas que trabajan durante la noche para que muy de mañana, podamos tener el pan y el periódico en nuestra mesa de desayuno, arreglan los baches de una carretera, gestionan las solicitudes que hemos enviado, arreglan los problemas técnicos de nuestra conexión a internet, etc.

Son gente anónima, que trabaja desde el silencio, la mayoría de las veces sin reconocimiento, pero que hace que la vida sea mucho más fácil (y algunas veces sencillamente posible) para los demás. Normalmente no les damos las gracias por su trabajo porque, o no les conocemos o ni siquiera somos conscientes de que su trabajo exista. Pero en el fondo, creo que todos estamos de acuerdo al afirmar que se trata de personas que realizan el trabajo sencillo y escondido del que habla el Evangelio.

Un ejemplo de esto es el hermano jesuita san Alonso Rodríguez que, sencillamente pasó su vida siendo portero del colegio de Montesión en Palma de Mallorca. Él, de alguna manera personifica a todas estas personas anónimas que dedican su vida a hacer más fácil a los demás la suya, encontrando allí a Dios y haciendo que los otros puedan también verle en él. Por eso su ejemplo (aunque lejano en el tiempo), nos sigue pareciendo actual, pues conecta con algo esencial de las personas: el servicio.

Fuente: Pastoral SJ

 

Francisco Javier: enviado a servir

“Javier se identifica siempre con los pobres y los más desvalidos: siendo legado pontificio, en viaje a la India, trabaja en el barco como un simple peón; acude a los enfermos y a los moribundos; en su apostolado se señala personalmente en su eximia pobreza y desprendimiento de todas las cosas; se decide a favor de los esclavos en contra de los negociantes de Portugal que quieren explotarlos. Y todo esto con un celo insaciable, a un ritmo siempre creciente, con horizontes cada vez más extensos, hasta que con el alma llena de ilusión apostólica desfallece su cuerpo en la isla de Sancián, frente a las costas de China, a la que quería entrar para convertirla a Cristo. Al morir, tiene sólo 46 años”.

Pedro Arrupe, sj

Javier, Hombre de Misión

“Muchas veces me vienen pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces como hombre que ha perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo a los que tiene más letras que voluntad para disponerse a fructificar con ellas: ¡cuántas almas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos! Y así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta que Dios nuestro Señor les demandará de ellas, y el talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro en sus almas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga? Envíame donde quieras; y si conviene aún a los indios.

Está en costumbre decir los que estudian: Deseo saber letras para alcanzar algún beneficio, o dignidad eclesiástica con ellas, y después con tal dignidad servir a Dios. De manera que según sus desordenas afecciones hacen sus elecciones. Estuve casi tentado de escribir a la universidad de París, cuántos mil millares de personas se harían cristianos, si hubiese operarios, para que fuesen capaces de buscar y favorecer las personas que no buscan sus propios intereses, sino los de Jesucristo. Muchas veces me sucede tener cansados los brazos de bautizar, y no poder hablar de tantas veces decir el Credo y los mandamientos en la lengua de ellos”.

“Estas islas son muy peligrosas por causa de las muchas guerras que hay entre ellos. Es gente que dan veneno a los que mal quieren y de esta manera matan a muchos. Les doy cuenta de esto, para que sepan cuán abundantes son islas estas de consolaciones espirituales: porque todos estos peligros y trabajos, voluntariamente tomados por solo amor y servicio de Dios nuestro Señor, son tesoros abundantes de grandes consolaciones espirituales. Nunca me acuerdo haber tenido tantas consolaciones y tan continuas como en estas islas, con tan poco sentimiento de trabajos corporales; andar continuamente en islas cercadas de enemigos, y pobladas de amigos no muy fijos. Mejor es llamarlas islas de esperar en Dios, que islas de Moro”.

“Muchas veces pensé que los muchos letrados de nuestra Compañía que vengan a estas partes, sentirán muchos trabajos, y no pequeños, en estos peligrosos viajes hasta pareciendo que será tentar a Dios acometer peligros tan evidentes, donde tantas navíos se pierden; pero después pienso que esto no es nada, porque confío en Dios nuestro Señor que las letras de los de nuestra Compañía han de estar acompañadas por el espíritu de Dios que en ellos habitará, porque de otra manera tendrán trabajo y no pequeño. Casi siempre llevo delante de mis ojos y entendimiento, lo que muchas veces oí decir a nuestro bienaventurado Padre Ignacio, que los que formaran parte de de nuestra Compañía, tendrían que trabajar mucho para vencerse y lanzar de sí todos los temores que impiden a los hombres la fe y esperanza, y confianza en Dios, tomando medios para eso; y aunque toda fe, esperanza, confianza sea don de Dios, se la da el Señor a quien le parece; pero comúnmente a los que se esfuerzan, venciéndose a sí mismos, tomando medios para ello”.

Adaptación de cartas de San Francisco Javier a sus compañeros

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe