Entrevista que la Oficina de Comunicaciones de la CPAL hizo al Jesuita español José María Rodríguez Olaizola en ocasión de su vista a Latinoamérica. Rodríguez Olaizola estuvo en varios compartiendo la conferencia “Bailar con la Soledad”.
En su visita a Lima, tuvo la oportunidad de presentar su conferencia: “Bailar con la soledad”. ¿De qué trata este tema?
Cuando hablo de “Bailar con la Soledad”, es de alguna manera reflexionar sobre la soledad contemporánea que curiosamente se vive de maneras diferentes, se vive en distintos contextos, distintas culturas, distintos países. Esta charla me la piden siempre, porque es algo que afecta también a gente de distintas edades. Y cuando hablo de Bailar con la Soledad es un poco como decir que a la soledad no hay que tenerle miedo, es parte de todas las vidas y tenemos que ser capaces de encontrar algunas claves para que no nos venza cuando llegue. Y a eso le llamo bailar con ella. En ese sentido, lo que hago es encontrar algunas de esas claves en el evangelio y proponerlas, ir tocando cosas de la vida contemporánea que hacen que la vida esté más incomunicada, que la gente esté más aislada; y al mismo tiempo encontrar pistas en el evangelio para que esa vivencia no sea hiriente.
Más dolorosa debe ser, aún, la soledad de los migrantes. ¿Qué puede decirles sobre “bailar” con ella, y que les dice a las comunidades que los reciben?
Hay una soledad que tiene que ver con la distancia de los seres queridos, de las raíces; y allí es muy importante recordarle a la gente, asegurarle y ayudarle a entender, que aunque estemos distantes de nuestros seres queridos, siguen siendo parte de nuestra vida. Es verdad que la distancia a veces puede doler, pero no es que los hayamos perdido, ni los hayamos dejado atrás; sino que están de otra manera. En ese sentido a veces hay más soledad en ese sentimiento de distancia, que cuando te paras y piensas, pero mis seres queridos siguen pensando en mí en cada momento, como yo en ellos; y aunque estamos distantes y no podamos hablar debe haber una parte de ti que te diga: “sabes… no has renunciado a tus raíces, solo que ahora estas volando en otra dirección. Eso es importante saberlo: que aunque sea a distancia mi gente sigue estando allí.”
Con respecto a la acogida. Lo que necesitamos es dedicarnos tiempo, porque tenemos una sociedad donde todo va tan rápido, tan acelerado, con una agenda tan llena, con comunicaciones inmediatas, planas o a veces superficiales que no hay tiempo para escuchar la historia del otro y allí es cuando uno dice: ¿qué puedo ofrecer yo a la gente que viene buscando? Lo primero sería no hacer diagnósticos fáciles ni gratuitos: escuchar su historia, cada historia; porque seguro una persona necesita de una cosa y otra de otra; y a la final cada uno necesita algo particular.
¿Y qué puede decir de esa soledad de los migrantes que dejan de lado la compañía de Dios?
Ese es un tema que desarrollo… el silencio de Dios. Para la gente uno de los motivos de soledad, es ¿por qué no nos habla más claro Dios?, y dónde está, ¿por qué no nos acompaña? Entonces, uno de los temas que voy reflexionando e intento compartir es que a veces hemos exigido demasiado sentir a Dios, cuando a veces la vida es mucho más que sentimiento. Efectivamente, muchos dicen: es que yo no siento a Dios; entonces ya no lo necesito mi vida, entonces lo voy eliminando. Tenemos que recuperar la capacidad de saber que Dios está allí, que es distinto, porque a Dios no siempre lo sientes, pero siempre lo sabes presente. Aunque tengas tus dudas.
Esa consciencia de decir: “yo sé que Dios está de mi parte”, con todas las dudas, con todas las preguntas e inseguridades que no se excluyen; o: “sé que en mi traslado, en mi cambio, en mi búsqueda, en mi soledad Dios no está enfrente sino que está de mi lado”… eso lo cambia todo. Entonces, los espacios de celebración son un recordatorio de una presencia real y no se convierten en la presión de decir: “es que yo no debo tener suficiente fe porque la estoy pasando muy mal”, o “si yo me fiase de Dios no la estaría pasando tan mal”. ¡Eso no es real, es falso! Porque puedes tener toda la fe del mundo y sin embargo estar pasándola muy mal. Entonces allí, en lugar de vivir a Dios como un aliado o como un apoyo o como alguien que está de tu parte, se le piensa como una carga más, al final la gente termina cerrando también esa puerta. La clave es ayudar a la gente a entender que en sus batallas Dios está de tu parte, sean las que sean.
Usted también vino a acompañar los Ejercicios Espirituales en Lima. ¿Cuál es la importancia de esta experiencia para los colaboradores laicos?
Decir que todos los colaboradores “deben” hacer la experiencia de los EE es como demasiado exigente; pero yo creo que la espiritualidad ignaciana es una fortaleza muy grande que tenemos. Creo que la Compañía tiene el deber de ofrecerlos porque es nuestra mayor herramienta, personal, colectiva, eclesial; esta experiencia ciertamente ayuda a la gente a construirse de una manera muy sólida por dentro, a enlazar de una manera diferente con el mundo, a descubrir a Dios de una manera distinta. Más que decir “los laicos tienen el deber de hacer ejercicios” lo que yo sí diría es que jesuitas tenemos el deber de facilitar que los ejercicios estén disponibles para todos aquellos con quienes colaboramos.
¿Cómo ve el trabajo de los Jesuitas en Latinoamérica?
Entiendo que no es lo mismo la situación de México que la situación de Venezuela, o la del Perú o Chile. Todo lo que veo es que son compañeros de Jesús que tienen muy claramente un pie en el mundo y en la realidad concreta – en la realidad social más atravesada y más herida, y el otro pie fuertemente arraigado en una espiritualidad ignaciana y una manera muy propia –latinoamericana- de acercarse al evangelio. Este es, probablemente, el mayor reto que se va a encontrar la Compañía pensando en el contexto español: allá la secularización es muchísimo mayor que aquí; allá la gente le ha dado la espalda a la iglesia y la fe se ha perdido o desdibujado en muchos contextos y de muchas maneras. Por eso yo diría que aquí todavía se está a tiempo de que no suceda lo mismo: precisamente si somos capaces de mantener esa doble dimensión social – humana y creyente; la fe tiene que transformar la realidad. Ese, es un gran reto para mí en la Compañía y creo que es lo que se está haciendo aquí: el trabajo con los migrantes, que me parece que se está haciendo un trabajo muy sólido a lo largo de todo el continente; el trabajo por la atención a la educación con la larguísima tradición de Fe y Alegría, entre otros, conjugan bien lo social con la fe. En ese sentido la Compañía tiene un reto y una oportunidad fascinantes.
Fuente: CPAL SJ