Master en Espiritualidad Ignaciana de la Universidad Comillas

Será la quinta edición del mismo, cuyos destinatarios son jesuitas, formados y en formación, y religiosos y laicos con estrecha relación con la espiritualidad ignaciana.

La Universidad Pontificia Comillas abre la inscripción para la quinta edición del Master en Espiritualidad Ignaciana 2017-2018. Se trata de un programa interdisciplinar que incluye materias como la historia, la antropología, la teología y la espiritualidad como perspectivas complementarias para una comprensión integradora del carisma ignaciano.

El mismo tendrá una modalidad presencial y se dictará en la Universidad de Comillas, en Madrid, España.

La duración del mismo será de un año. Las inscripciones comenzaron en enero y se extenderán hasta el 1 de septiembre de este año.

Los destinatarios del curso son:

  • Jesuitas ya formados que por diversas razones en sus trayectorias personales estén interesados en profundizar «con fervor y rigor» en los contenidos de la espiritualidad ignaciana.
  • Laicos/as de esferas y contextos ignacianos. CVX (CLC), ámbitos cercanos a instituciones de la Compañía de Jesús. e investigadores de otras universidades que deseen profundizar en la teología y espiritualidad ignacianas.
  • Religiosas de espiritualidad ignaciana.
  • Estudiantes jesuitas y de otras congregaciones que vengan a España a estudiar espiritualidad y deseen formarse más específicamente en espiritualidad ignaciana.
  • Profesores y personal de instituciones de la Compañía de Jesús que deseen profundizar en la espiritualidad ignaciana y puedan realizar los diferentes módulos según sus tiempos y circunstancias personales.

Para más información consulta el siguiente enlace

 

Diálogo Fe y Culturas: Material para Profundizar

El Centro Virtual de Pedagogía Ignaciana (CVPI), que depende del Sector Educación de la Conferencia de Provinciales Jesuitas en América Latina y el Caribe (CPAL), ha compartido una selección de textos para el mes de Junio, cuya temática gira en torno a una de las prioridades del Plan Apostólico Común (PAC): Diálogo Fe y Culturas.

  • “Nuestra experiencia de Dios: En diálogo con diversas miradas” de Vincent Senkhar, es la lectura principal pensada para este mes. El texto original está en inglés, compartimos un video de presentación.
  • “A los laicos y jesuitas de las obras educativas de la Compañía de Jesús en Guatemala” (1998), que constituye un discurso del Padre Kolvenbach (antiguo Superior General de los jesuitas).
  • “Alocución en la Universidad de Saint-Joseph”, también del Padre Kolvenbach, pronunciada en Beirut, en el año 2000, en el que profundiza sobre el papel de las universidades en el diálogo intercultural e interreligioso.
  • “La Compañía, la fe y la cultura”, del P. Adolfo Nicolás. Son las notas de un encuentro con laicos sobre dicho tema, realizado en la Coruña-España en 2013.
  • “Identidad y desafíos de la Universidad” (2007) del P. Arturo Sosa: una lectio en la que habla sobre el desafío de vivir la vocación universitaria católica en un mundo postcristiano y culturalmente diverso.
  • “Raíces que inspiran una misión inculturada. Espiritualidad ignaciana e inculturación”, tesina de Juan Gutiérrez Merino.
  • “Sembrando fe: la escuela evangelizadora”, 2015 artículo de Antonio España Sánchez.

Para acceder a estos textos haga click aquí.

Fuente: CPAL SJ

 

Reflexión del Evangelio – Domingo 18 de Junio

Evangelio según San Juan 6, 51-58

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Reflexión del Evangelio – Por Julio Villavicencio SJ 

Estamos ante la celebración del misterio del Santísimo cuerpo y sangre de Jesús. La Iglesia busca con esto hacer hincapié en esa presencia en la cual creemos, que el pan y el vino que consagramos en la celebración de la Eucaristía, son el cuerpo y la sangre de Jesús. Si bien es un misterio con el cual estamos más o menos acostumbrados a convivir en cada misa, la Iglesia, muy sabiamente elige un día en particular para profundizar sobre este misterio.

¿Qué significan para nosotros que aquello que compartimos en la Eucaristía es el cuerpo y la sangre de Jesús? ¿Seremos canibales? ¿Significa un premio por ser buenos cristianos y entonces podemos comulgar? ¿Es acaso una manera de que nos vean en la comunidad como una buena persona, una cuestión de imagen?

Muchas de estas cosas, lamentablemente, son una manera de relacionarnos con este misterio. Hoy les propongo pensar en que tipo de relación tengo con el cuerpo y la sangre de Jesús.

Quisiera para comenzar este pensamiento, centrarnos en el siguiente pasaje del Evangelio:

 “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”.

Pensemos en la Eucaristía como alimento para el camino, esta es la relación que está haciendo Jesús, pues está relacionando su cuerpo con el maná del desierto. Esto sí es algo que necesita ser reflexionado en profundidad. No sé quién de los lectores presentes al texto habrán pasado por momentos de necesidad. Necesidad de comida hasta sentir que la barriga se te retuerce, hace ruidos espantosos y no tienes nada que comer. Y no es un hambre pasajero que sabes que terminará cuando llegues a tu casa. No. Es un hambre de mucho tiempo, de días, que ahora te está pasando factura. Y estás ahí con ese hambre feroz y comienzas a ponerte de mal humor. Todo te da fastidio y quisieras romper algo. Pues bien, ahora imaginemos, porque personalmente no puedo hacer otra cosa ya que no tengo la experiencia directa. Imaginemos digo que estamos caminando, estamos en camino por el desierto. Es un lugar donde no hay sombras de árboles, no hay agua, no hay casi nada. Es la nada. Pues bien, estas son metáforas de lo que sí conocemos con seguridad y es la vida. A veces en la vida nuestro día se pone desértico, podemos pasar semanas, meses y hasta años en el desierto. Sentimos que no hay un horizonte claro hacia donde caminar, un lugar tranquilo donde descansar. Sentimos morir por dentro.

Imaginen tener hambre de lograr algo, de sentirse en paz desde hace mucho tiempo, hambre de poder encontrar respuestas que llenan tu cabeza.

Pues bien, en medio de nuestros desiertos, en medio de nuestras hambres comenzamos a encontrar más sentido a la comparación de Jesús, “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”. En medio de tu camino, de tu vida, de tus desilusiones y penas, tienes donde descansar, donde alimentarte, donde volver a sacar fuerzas para volver a pararte y seguir adelante. La Eucaristía no se limita solo a la misa, al ritual y listo. La celebración de la Eucaristía es una manera de vivir la vida, de caminar por este mundo, es un ethos. Una manera de entender el mundo, donde todos estamos invitados a la misma mesa, no importa tu color de piel, tu preferencia sexual, tu manera de pensar, estás invitado. Siempre. Invitados a formar una sola humanidad hija de Dios. Es una manera de entender que el pan, nuestros dones, nuestra vida es un regalo que adquiere sentido en el otro, en partirlo y repartirlo con los otros. En todos los abrazos que das, en los amigos, en la familia, en el enemigo que perdonas. En aquellos que necesitan. Haz de tu vida una eucaristía, un misterio que se parte y se reparte para alimentar al que sufre en el camino de la vida. Este es el misterio de seguir a Cristo y lo que queremos celebrar en cada Eucaristía.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana 

Artículo de Espiritualidad de CPAL: Profundizar sobre el Discernimiento

El artículo de Espiritualidad sugerido este mes por la CPAL está pensado a la manera de una ayuda para la reflexión u oración personal o para reuniones comunitarias u otro tipo de encuentros de reflexión sobre un tema de tanta actualidad hoy, no sólo para los religiosos sino para todos los cristianos que se empeñan seriamente en orientar sus vidas según el Espíritu.

Compartimos aquí un fragmento:

“La necesidad del discernimiento arranca, como se puede constatar ya en sus más remotos orígenes históricos –en la Escritura y en la tradición de la vida monástica– de una doble vivencia de fe.

1. Dios está presente y actuante en la vida de cada persona, en la historia y en el mundo. Es la presencia de un Amor-misericordia, que trabaja sin cesar, comunicando plenitud de vida. Es el Dios de la vida, el Espíritu vivificante, cuya inmensidad e incomprensibilidad nos abruma y cuya voluntad no podemos comprehender, pero que, sin embargo, se nos comunica y se deja sentir en cuanto prosigue su obra creadora en cada uno de nosotros y en la historia. Somos hechura incesante suya y a cada momento nos toca, nos mueve, nos interpela, nos cuestiona. San Ignacio habla de mociones que se causan en nosotros. Son las señales de su designio creador, con las que interpela nuestra libertad. La Autobiografía del «peregrino» de Dios, fue dictada por el santo para responder al insistente deseo de sus compañeros que ansiaban conocer «el modo como el Señor los fue llevando desde el principio de vuestra conversión»2. En ella Ignacio afirma que «en este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de la escuela a un niño, enseñándole»3. Todo el relato está marcado por esas señales o mociones variadas que se causaban alternadamente en su espíritu, produciéndole alegría o tristeza, paz o intranquilidad, entusiasmo o desánimo; señales que jalonaron su camino de peregrino en busca de la «voluntad divina en la disposición de su vida»4.

Descubrir el «modo de proceder» de Dios con nosotros, la manera como nos va conduciendo pacientemente hacia la plenitud de vida, en forma personal e irrepetible, es la tarea que se propone el discernimiento.”

Para leer el artículo completo

Día Mundial del Medio Ambiente

Una reflexión sobre el día del Ambiente que nos invita a volver a pensarlo y ponerlo como prioridad desde nuestras acciones y oraciones en medio de una situación política adversa a las iniciativas de cuidado de la casa común.

Por Por Iñaki Ceberio de León y Pablo Sánchez Latorre

Este año el Día Mundial del Medio Ambiente se presenta con una amplia polémica en la comunidad global por el anuncio de la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. La noticia representa una importante disrupción en la ardua tarea de construcción del proceso tutelar del ambiente, y se ganó el repudio de aquellos Estados comprometidos en respetar los pactos que ponderan el estricto cuidado de la vida.

EEUU es el segundo emisor de CO2 a la atmósfera, y su decisión representa una inminente amenaza de incrementar el consumo energético procedente del carbón.

Hace diez años, que concedieron el Premio Nobel de la Paz, al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), junto al ex vicepresidente Al Gore. Este grupo, ha conseguido el mayor consenso científico de la historia. Pudieron demostrar que el cambio climático era causado por el ser humano, y que de no modificar el consumo de combustibles de origen fósil y el estilo de vida, habrá un incremento de catástrofes climáticas.

Resulta alarmante el cinismo del Presidente de EEUU, visitando al autor de la Encíclica papal Laudato si, que nos invita al cuidado de nuestra única casa común. El Papa declaró que «El clima es un bien común, de todos y para todos.» Nos afecta al íntegro colectivo social, salvo con una particularidad, que a los pobres les afecta más, y tienen menos recursos para solventar las catástrofes y adversidades climáticas, como consecuencia y justificación de un «falso desarrollo».

Diversos estudios científicos, religiosos y éticos, demuestran cómo nos enfrentamos a uno de los mayores problemas de la especie humana y cuyas consecuencias, ponen en grave peligro a gran parte de la biodiversidad biológica de este planeta. El incremento de las inundaciones, huracanes, y demás temporales, no son una mera casualidad, sino que obedecen a una alteración climática cuyas consecuencias aún ignoramos. Empero, podemos asumir con profundo pesar autocrítico, que sus causas, derivan de la irresponsabilidad en la gestión política o corrupción, sin más.

La acción de EEUU no es tan sorprendente. Fue anunciado en la campaña electoral, y aunque históricamente ha firmado diferentes protocolos, ha sido un país que no se ha caracterizado por cumplirlos. Sin embargo, la raíz del problema se encuentra en la razón instrumental que ha operado en el primer mundo y en todos los países que buscan un desarrollo meramente económico. De ahí, la gran relevancia de forma una nueva ética que nos conecte esencialmente con la naturaleza.

En palabras de Aldo Leopold, una ética que “extiende las fronteras de la comunidad para incluir los suelos, las aguas, las plantas y los animales; dicho de un modo colectivo, la tierra.» Esta ética de la tierra, podrá emanar cuando la sociedad tenga una conversión ecológica y empiece a valorar a la naturaleza de manera sagrada. Hoy, la espiritualidad y la ética, pasan por un reconocimiento de la naturaleza como valor intrínseco y fundamental para preservar nuestra vida y la de los sujetos constitucionalmente reconocidos como «generaciones futuras», aunque políticamente inexistentes. Es ingenuo sostener que la existencia de leyes o acuerdos internaciones, son una herramienta suficiente para modificar y mitigar los impactos de las malas prácticas antrópicas, aun cuando existan mecanismos de control efectivo. Para ser eficaz, deben generarse desde los espacios públicos y privados motivaciones adecuadas y estratégicas, a fin de lograr una verdadera transformación personal de incidencia colectiva.

Finalmente, mirando la experiencia de Córdoba, cabe destacar la manifestación de la sociedad que ha rechazado en las calles la confusa propuesta parlamentaria en relación al bosque nativo.

En este día, más que ningún otro, invitamos a reflexionar y dar un pequeño paso, modificando al menos, conductas mínimas para impactar globalmente.

Fuente: Noticias UCC

 

Alonso Rodríguez, Horizonte de Santidad

Este año se recuerdan los 400 años de la muerte de San Alonso Rodríguez SJ, patrono de los hermanos jesuitas. En función de este aniversario se vuelve a mirar a esta figura tan sencilla como profunda para redescubrir la impronta que su modo de vivir la misión ha dejado a toda la Compañía.

Los aniversarios de cualquier tipo, ya sean cumpleaños, conmemoraciones institucionales o fechas en las que recordamos acontecimientos trágicos, son ocasiones para hacer memoria del camino recorrido y descubrir en la propia historia los elementos que conforman nuestra identidad y nos orientan en el presente.

Por ello es tan importante el cuarto centenario de la muerte de San Alonso Rodríguez SJ que celebramos este año 2017. La Compañía de Jesús evoca en ocasiones una imagen de elevación, prestigio e influencia social. El propio fundador de la orden, Ignacio de Loyola, ha sido tradicionalmente retratado en obras de arte irradiando poder y gloria. Pero lo cierto es que «el peregrino», como se hacía llamar Ignacio, se sentiría mucho más identificado con la cercanía de este sencillo portero del colegio Montesión de Palma de Mallorca ―de quien fue casi coetáneo― que con la sublimidad de los templos jesuitas del barroco.

«Ya voy, Señor» decía Alonso Rodríguez cada vez que sonaba la campana de la portería. Y esa sencilla frase englobaba toda su persona y su santidad: humildad, servicio, apertura a Dios. Frente a la propensión en nuestra sociedad, incluso a veces en la Iglesia, a medir la grandeza según dones particulares o logros cuantificables ―aunque sean frutos apostólicos―, contemplar la vida de este auténtico místico de lo cotidiano nos invita a buscar, por encima de todo, el encuentro con Jesús en cada rostro que nos rodea.

San Alonso Rodríguez también nos enseña que la siguiente página de nuestras vidas no ha sido aún escrita y que el Señor puede llamarnos de maneras imprevistas. Cuando ya pocas sorpresas podía esperar en su vida, la muerte de su esposa e hijos le llevaron a ingresar en la Compañía de Jesús. No imaginaba que su servicio en una humilde portería y sus escritos espirituales, de lenguaje sencillo y belleza singular, dejarían una impronta imborrable en la Compañía universal.

A lo largo de este año lo recuerdan muy especialmente en su Segovia natal y en la isla de Mallorca, donde sirvió durante su vida de jesuita y donde se lo venera como patrono principal. La Compañía entera lo homenajea como uno de sus maestros espirituales y como patrono de los hermanos coadjutores. El aniversario es ocasión para rememorar aquello que nos configura como compañeros de Jesús, situando nuestro horizonte de santidad en el confiado seguimiento y en la profundidad de una vida espiritual que nos impele a afanarnos en el servicio a los demás.

Jesuitas España

 

Reflexión del Evangelio del Domingo 11 de Junio

Evangelio según San Juan 3, 16-18

Dijo Jesús: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.

Reflexión del Evangelio – Por Maximiliano Koch SJ 

En este domingo, la Iglesia nos invita a celebrar a la Trinidad, misterio por el cual proclamamos que las tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son un solo Dios. Poco podemos decir acerca de este Misterio. Ya decía San Agustín que intentar comprender racionalmente a la Trinidad resulta más difícil que cavar un pozo en la arena e intentar meter todo el agua del océano en él. Sin embargo, podemos sumergirnos en su misterio dejando que cuestione nuestro modo de comportarnos con nuestro prójimo en nuestra Iglesia. Ofreceremos tres pistas que pueden iluminarnos en este sentido.

En primer lugar, debemos destacar que la Trinidad es un único Dios, pero no por ello las Personas pierden su identidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo son distintos, actúan de manera distinta y tienen distintas responsabilidades en el proyecto salvífico. La unidad no elimina la diferencia, sino que la sostiene, la supone y la afirma. Sin embargo, a menudo confundimos el anhelo de unidad con eliminación de las diferencias. En efecto, queremos una Iglesia donde todos seamos iguales y pensemos, celebremos y nos comportemos de un único modo. Confundimos unidad con uniformidad, contrastando el ejemplo que la Trinidad nos dá. Por ello, ante la evidencia de que la diversidad existe, actuamos intentando eliminarla suprimiendo al otro, quien parece ser un rival y no un compañero de camino.

 Un segundo aspecto es que la unidad de la Trinidad se produce por el vínculo de amor que mantienen las Personas. No es el uso de la fuerza, no es el poder, no es la jerarquía lo que sostiene el vínculo, sino el amor lo que lo torna indisoluble. Por ello, Jesucristo puede mostrarse plenamente confiado en que el Padre habrá de concederle lo que necesita para cumplir su misión y andar despreocupado por los caminos de Galilea (Lc. 12,22-32). Podríamos preguntarnos qué sostiene nuestra pertenencia a la Iglesia, si es verdaderamente el amor o hay otros motivos como la tradición, la jerarquía, la costumbre, el miedo. Y si nos animamos a decir que es el amor, deberíamos preguntarnos cómo se vive en nuestras comunidades: resulta fácil y triste constatar que poco conocemos del otro, de sus preocupaciones, de sus deseos, de sus miedos, de sus anhelos. Actuando de este modo, ¿pueden otros hombres confiar sus vidas, sus proyectos en nosotros, del mismo modo en que Jesús confió en el Padre?

 Un tercer aspecto es que el amor trinitario no se encierra en sí mismo, sino que sale en búsqueda de los hombres, quienes necesitamos contagiarnos de esa manera de amar. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”, dice el Evangelio de este domingo. Y aclara, rotundamente, que no viene a juzgar al hombre, sino a invitarle a participar de la dinámica amorosa. Pero nosotros encontramos serios límites para entrar en esta lógica. Nos cuesta creer que el amor es la única respuesta que se nos pide. Y mucho más nos cuesta amar a quien no forma parte de nuestro grupo, de nuestra Iglesia y piensan de manera distinta, creen en algo distinto, sostienen distintos credos y no comparten nuestro modo.

 A diferencia de Dios que no dejó de amar al hombre a pesar de estar colgado en una cruz, nosotros anteponemos nuestro juicio olvidando los consejos que nos dejó Jesús en el Sermón del Monte: “Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra.” (Mt 5,38-39); “Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mt 5,43); o “No juzguen para no ser juzgados” (Mt 7,1). Sabemos que amar supone el riesgo del sufrimiento y el dolor. Nuestra historia está marcada por las heridas que pueden producirnos quienes se aprovechan de nuestras buenas intenciones. Y, sin embargo, esto es lo que debería caracterizar un cristiano. Actuar de esta manera es, según el mismo Sermón del Monte, construir nuestra casa sobre roca y no sobre arena.

 Sumergirnos en la dinámica de la Trinidad es comulgar con un proyecto de amor, de encuentro, de misericordia. Un proyecto que invite a otros, que espere a otros, que transforme nuestra realidad. Un proyecto que no puede implantarse por decreto ni aparece en un instante, de forma inmediata: debe ir germinando y creciendo en nuestras vidas, familias, sociedad del mismo modo que lo hace el grano de mostaza o la levadura en la masa (Mt. 13,31-33).

Fuente: Red Juvenil Ignaciana Santa Fe 

12 Razones para Transmitir la Fe

Darle valor a aquello que creemos y a por qué es importante que el resto del mundo lo conozca.

Por María Dolores López Guzmán

“Con ser una buena persona basta”. Esa podría ser una rúbrica de nuestra cultura. “Vive y deja vivir”. Algunos creyentes, arrastrados por este sentir, están perdiendo el interés en la comunicación de la fe convencidos de que ahí no reside lo importante. Pero no es cierto. Transmitir la grandeza del Dios de Jesús es una ganancia. Y muchas razones lo avalan:

1. Por dar a los otros LO MEJOR.

¿Y qué es lo mejor? Nada es comparable a Dios. La vida está llena de variables (salud/enfermedad, pobreza/riqueza, honor/deshonor, vida/muerte), sólo Dios permanece siempre.

2. Por construir RELACIONES SANAS.

Dios “ordena” todo; es un buen “corrector” (siempre con la misericordia a cuestas) de nuestros excesos (deseo de posesión, indiferencia, violencia…).

3. Por COHERENCIA.

Si somos bautizados, si hemos confirmado nuestra fe, si comulgamos…, será porque lo consideramos importante. Si no fuera así, transmitiríamos a los demás una gran incoherencia.

4. Por COMPROMISO.

No se puede decir “soy de los de Jesús” y sin embargo, actuar por cuenta propia. Ser miembro de la Iglesia, compromete.

5. Por no echar a perder lo que a su vez HE RECIBIDO y tiene valor.

Nadie puede sustituir mi labor, ni puede realizar la misión que me ha sido encomendada. Los talentos que se tienen, o se invierten en beneficio de los otros, o se pierden.

6. Por tratar de construir un mundo más JUSTO.

El Evangelio es una Buena Noticia. Educar en los valores del Evangelio contribuye a crear personas justas.

7. Por dar ESPERANZA.

La visión materialista ahoga porque pone sus ojos en realidades caducas; la visión cristiana, que trasciende las apariencias, libera.

8. Por animar a ser “hombres FUERTES”.

Como decía san Pablo (1Co 16,23), de aquellos que depositan su absoluta confianza en Dios, fortaleza nuestra (Sal 46,2). La religión cristiana es lo contrario de la “blandenguería”, porque el precio que se paga por un amor que te hace libre es muy alto: marginación, burla, desprecio… la muerte incluida.

9. Por presentar MODELOS DE VIDA que merezcan la pena.

Mejor parecerse a Francisco de Asís que al líder del último grupo musical de moda. La historia de la Iglesia está plagada de “buena gente”.

10. Por reconocer y amar nuestras RAÍCES.

Quiénes somos, de dónde venimos… tanto en su sentido original (Dios es Creador y Dador de la vida), como histórico (la fe de nuestros padres nos fue a su vez transmitida).

11. Por crear unión y COMUNIÓN con otros, más allá de lo biológico.

12. Por amor y para comunicar la alegría que nace de UNA FORMA DE AMAR.

Fuente: Pastoral SJ

 

Reflexión del Evangelio, Domingo 4 de Junio

Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan

Reflexión del Evangelio – Por Emmanuel Sicre SJ

Como cada año la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar la venida del Espíritu Santo cincuenta días después de la Resurrección del Señor. ¿Qué significa esta fiesta tan importante para la vida de los cristianos que ven en ella en nacimiento de la Iglesia?

Lo que celebramos es el cumplimiento de la promesa que Jesús hizo al partir de este mundo al Padre: el envío del Espíritu que nos sostendría en nuestra misión. Por eso, el relato de Juan nos cuenta cómo Jesús sopló sobre los discípulos, al igual que Dios sobre Adán, para que recibieran una fuerza con la que podrían hasta perdonar los pecados.

 Para los primeros cristianos era vital recordar la fuerza del Espíritu en la comunidad porque los inicios de la Iglesia fueron muy duros. Las divisiones, las tensiones dentro de la comunidad entre los que eran judíos y no lo eran, pero creían en Jesús, las discriminaciones, las persecuciones que recibieron al creer en el Nazareno los tenían “encerrados por miedo a los judíos”, toda esta experiencia difícil necesitaba un principio unificador que les hiciera vivir lo que habían sido llamados a ser: un cuerpo, el cuerpo de Cristo Resucitado.

 ¿Quién podría sino el Espíritu de Dios ser el único capaz de integrar la dispersión, armonizar las diferencias, reconciliar la diversidad de carismas en una heterogeneidad fecunda, hacer comprender lo distinto, dar fuerza para pronunciar el nombre de Jesús a la cantidad de personas venidas de distintas partes que habían sido bautizadas? Pero para ello era necesario abrir las puertas, perder el miedo y confiar en el Señor de la historia.

 La celebración de la venida del Espíritu Santo viene a decirnos que, para poder creerle a Jesús aquello de que está con nosotros hasta el fin del mundo, es necesario percibirnos habitados por el dulce huésped del alma que hemos recibido en el bautismo. Es decir, en el momento en que la comunidad nos invita a vivir configurados con Cristo.

 Así, cuando caemos en la cuenta del Espíritu en nuestra vida, percibimos un plus de nosotros mismos, algo no inventado por nuestra mente, no generado por lo que pudimos hacer ni ser, sino donado, dado desde adentro como un borbotón de agua fresca que nos nace y nos conecta con los demás para hacer el bien.

Es como un asalto de la conciencia que nos avisa de la bendición de Dios que con su Espíritu está obrando incesante en nuestra vida para generar dinámicas de paz, de justicia y amor.

¿Y qué hace el Espíritu en nuestro interior más íntimo? Nos regenera, nos repara, nos justifica, nos salva, nos vivifica y desata, nos dota, nos consuela, nos eleva, nos ahonda, nos perdona y nos abre a los demás para amarlos como Cristo nos amó.

Pidamos al Señor esta gracia de sentirnos habitados por el dulce huésped del alma.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana 

Reflexión del Evangelio – Domingo 28 de Mayo

Evangelio según San Mateo 28, 16-20

Después de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.

Reflexión del Evangelio – Por Gustavo Monzón SJ 

En este domingo, la liturgia de la Iglesia nos invita a celebrar la fiesta de la Ascensión. Dicha festividad nos recuerda que nuestra vida cristiana es una invitación de dejar de mirar al cielo y ver a Dios actuando en nuestra historia y nuestro mundo.

 La muerte de Jesús generó en los discípulos un desagarro y una fuerte sensación de fracaso. En ella veían como las promesas de vida en abundancia se esfumaban. Aquello por lo cual habían dejado la vida, no tenía sentido. Estaban en encierro y con miedo. Sin embargo, Jesús no los dejó solos. Después de su muerte, como nos recuerda el libro de los Hechos, se hace presente a los discípulos de diversas maneras. Jesús se mete en su cotidianidad. En la pesca, en el camino, en la montaña, en el partir el pan, en sus reuniones, etc. En estos eventos, se hace uno más. Con sus apariciones les confirma la fe, les recuerda que el Reino anunciado no fue en vano y les invita a continuar su obra. Con su presencia en la vida cotidiana Jesús les devuelve la “alegre alegría de evangelizar”.

 Esta nueva presencia es un llamado a extender la misión. Como nos dice Mateo, “ir a todas a las naciones y bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y así ser una nueva criatura llamada a dar la Buena noticia. En este llamado, no están solos. Tienen la palabra prometida de Jesús de estar “todos los días hasta el fin del mundo” y así poder dar mucho fruto.

 Esta fiesta, que a veces pasa desapercibida para nosotros, es una invitación a confiar en las presencias de Jesús en nuestras vidas, que muchas veces nos hace cambiar la mirada como les pasó a los hombres de Galilea. Nuestro ser cristiano es un mirar a la tierra con otros ojos, siendo hombres que caminan en esperanza y se mueven entre la memoria, de todo lo que nos dijo Jesús, y la promesa, de saber que al final del camino nos está esperando para compartir el gozo de presentarle a Él, la misión encomendada.

Fuente: Red Juvenil Ignaciana