En este año de 2016 asistimos al estreno de una nueva película de Martin Scorsese. Silencio se ha rodado en cinco meses, de enero a mayo de 2015, con un presupuesto de quince millones de dólares, en varias localizaciones de Taiwán: en los Estudios CMPC de Taipei y en Yangminshan, Taichung y Hualien. El guion, de Jay Cocks y el mismo Scorsese, está basado en la novela homónima del autor católico japonés Shusaku Endo (1923-1994), publicada en 1966. El tema de la obra es la tormentosa relación entre el cristianismo y la mentalidad japonesa tradicional, teniendo como pretexto las peripecias de dos jesuitas embarcados en una búsqueda casi detectivesca de un tercero, y al mismo tiempo perseguidos, en un país desconocido para ellos, y cuya lengua tampoco dominan.
Mientras tanto se entregan con enorme devoción a servir a los cristianos clandestinos en sus necesidades espirituales. El guión consigue reflejar muy bien esa atmósfera de thriller, en el contexto de un período de la historia japonesa que ha venido a llamarse sakoku o nación cerrada, cuando la cristiandad del país del sol naciente, reducida a un rebaño disperso, vivía en el silencio. La fe de los sencillos brilló allí con fuerza, irradiando una extraña belleza, casi sobrenatural, por ejemplo en la miserable cabaña donde unos pobres carboneros asisten, junto al fuego de la cocina, a la misa del misionero furtivo como si fuera la última de su vida… O como cuando Ichizo, el anciano líder seglar de una comunidad cristiana en la montaña (magistralmente interpretado por Yoshi Oida), bautiza a un bebé delante de sus fervorosos padres en el secreto de una simple choza, ungido de la dignidad de un pobre de Yahvé.
Los hechos y la ficción
Aunque con bastantes licencias, la narración que sustenta a la película se basa, sin embargo, en algunos hechos reales. A Roma habían llegado noticias confusas de que el P. Cristóbal Ferreira (Liam Neeson en el film), portugués, misionero ejemplar en Japón durante treinta y tres años, de cuya Misión fuera una vez superior, tras ser apresado, encarcelado y padecer la tortura del anazuri (o suspensión en el foso) en Nagasaki, desafortunadamente había renegado de su fe….
Para el protagonista de la novela, el P. Sebastián Rodrigues (en la película interpretado por Andrew Garfield) el autor toma como modelo al jesuita siciliano Giuseppe Chiara, que llega a Japón en 1644 con el propósito de hallar al P. Ferreira. Intenta ejercer clandestinamente el ministerio, pero pronto es arrestado por la policía de Nagasaki y enviado a Edo, donde será interrogado por el señor de Chikugo, Inoue (caracterizado por Issei Ogata), y sometido a la tortura del foso.
En la novela, a Rodrigues le acompañan en la larga travesía, al zarpar desde Lisboa en 1638, otros dos jesuitas, Juan de Santa Marta (que tendría que detenerse, enfermo, en Macao) y Francisco Garupe (Adam Driver en la pantalla). Les mueve el ardor misionero y la impaciencia por saber de Ferreira. ¿Será posible que haya apostatado?
Se entrevistan en Macao, enclave portugués en las costas de la provincia china de Cantón, con el superior regional de los jesuitas, el P. Valignano (encarnado por Ciaran Hinds). En realidad, éste había muerto en Macao en 1606, de modo que tal escena no pudo tener lugar. Pero esa figura de enorme altura espiritual añade, en la ficción, un gran valor simbólico a la misión encomendada a los dos jóvenes sacerdotes por quien hubiera sido visitador y organizador de la labor apostólica de los jesuitas en Japón en sus mejores tiempos, así como ilustre promotor de la adaptación del cristianismo a las costumbres japonesas. Será él quien les ponga al corriente de la auténtica dimensión del peligro que les espera allí, una prueba para su propia fe.
La prueba
Después vemos a Rodrigues y Garupe, todavía en Macao, mientras preparan su viaje, tratando con un mercader chino que les consigue un pasaje a Japón así como un guía e intérprete nativo, el expatriado Kichijiro (representado por Yosuke Kubozuka), a quien encuentran en una taberna del puerto, haciendo ya gala de la cobardía que mostrará a lo largo de la historia. Es un personaje a medio camino entre Judas y Pedro. La escena de su confesión al sacerdote, una vez llegados a Japón, sentados los dos sobre un solitario acantilado, emocionará a más de uno en la sala… La hondura de ese mar impasible que se extiende a sus espaldas nos sugiere ante todo el conflicto interior que late en toda la obra: la ausencia de signos divinos en medio de la persecución añade una dura prueba a la fe del creyente.
Sin embargo, el rostro de Cristo aparece en numerosas ocasiones reflejado en la película. De hecho la gran prueba que le esperaba al creyente clandestino, si era descubierto, no consistía tanto en renunciar de palabra a la fe (la apostasía), sino en pisar la imagen de Jesús. Se le deja al espectador la difícil opción de juzgar si esa traición o deslealtad a Cristo podría alguna vez convertirse en un acto de amor compasivo para salvar a otros.
El director Martin Scorsese ha escrito al respecto: Rodrigues aprende paso a paso que el amor de Dios es más misterioso de lo que uno cree, que Él deja mucho más espacio a la decisión humana que lo que uno se puede figurar, y que Él está siempre presente… incluso en su silencio. En una entrevista con los medios en Taipei, durante la filmación de Silencio, Scorsese, de setenta y tres años de edad, confesaba que había decidido rodar esta película, muy a contracorriente de lo que hoy se lleva en ese Hollywood tan poco propicio a planteamientos cristianos, porque el trasfondo de fe que constituye la materia de la novela de Shusaku Endo le había apasionado desde su juventud, pues esa fe cristiana, vivida desde niño en el seno de una familia católica ítalo-americana, le había ayudado a afrontar la complejidad del mundo como adulto.
Consultores jesuitas en el set
A un servidor, que ni es experto en el Japón del Shogunato ni en nada que tenga que ver con el cine, se le pidió una colaboración como consultor técnico jesuita en el set sólo por mi condición de jesuita europeo residente en Taiwán, profesor en la facultad de Teología Fujen-Bellarmino, de Taipei, con cierto conocimiento de latín y capacidad de manejarme en inglés. ¿El cometido?
Supervisar las escenas en las que se mostraba a los jesuitas y a los fieles en actitudes explícitamente religiosas, de modo que éstas resultasen lo más realistas posible.
¿Quién podría negarse al honor de colaborar con un genio del cine como Scorsese? Pero me habría sido imposible compatibilizar esa labor con mis obligaciones académicas y pastorales si no hubiésemos contado también con la asistencia del P. Jerry Martinson que, a pesar de sus múltiples ocupaciones, hizo de consultor jesuita cuando yo no podía estar presente.
Él sí que es un experto en estas lides, pues trabaja en los Estudios Kuangchi, una compañía de producción televisiva y radiofónica fundada por la Compañía de Jesús en Taipei.
Otro compañero de su equipo, Emilio Zanetti, también jesuita, colaboró en la aventura incluso actuando como extra. Fuimos tres, por tanto, los consultores jesuitas en el set. Habría muchas cosas que contar de la sugestiva experiencia.
Primero, constatar, viéndole trabajar a Scorsese, que detrás de un genio no sólo hay talento, sino mucho esfuerzo y dedicación a la profesión.
Segundo, nunca me habría imaginado que mi primer servicio allí hubiera sido… rezar un responso. En efecto, el inicio del rodaje coincidió con un accidente sucedido el 28 de enero en los decorados exteriores de los Estudios CMPC de Taipei, donde unos trabajadores taiwaneses que se hallaban reparando unas viejas estructuras fueron sorprendidos por el derrumbe del tejado, con el trágico resultado de un muerto y dos heridos. Scorsese me había pedido que dirigiese una oración con los actores y el equipo del rodaje para bendecir los principios de la aventura de Silencio; pero la que iba a ser una gozosa inauguración se tiñó de luto por el triste evento apenas acontecido. Luego todo fue bien, gracias a Dios.
Tercero, mi cometido principal con los actores, además de cuidar el estilo jesuítico de los personajes, fue asesorarles sobre cómo representar la administración de los sacramentos. Así, con Yoshi Oida ensayamos repetidamente el gesto esencial del bautismo, hasta el punto de que él lo hizo mejor que yo. Este veterano actor japonés fue la persona que más me impresionó de todo el plantel de artistas, por su profesionalidad, sencillez, simpatía y entrañable sabiduría. Tuvimos largas conversaciones de sobremesa sobre los temas más variopintos, y yo me quedaba embobado escuchándole hablar con esa pasión lo mismo de la Sagrada Familia de Barcelona, que de la visión islámica de Jesús o de la comparación del cristianismo y del budismo, por ejemplo. Su forma tan cortés de saludarle a uno con una profunda inclinación de cabeza hacía que te sintieras apreciado y respetado a la vez por alguien que podría ser tu padre o tu maestro.
Andrew Garfield, en cambio, con su impulsiva juventud, era muy distinto en el trato. Resultaba enormemente incisivo, por ejemplo en sus preguntas acerca del modo de celebrar la misa según el rito tridentino (que, dicho sea de paso, yo nunca he practicado, por lo que tuve que estudiarlo de antemano). Durante el ensayo de esas escenas eucarísticas, el famoso intérprete de Spiderman buscaba la perfección en las rúbricas litúrgicas, de modo que me costó convencerle de que su personaje en la ficción, el P. Rodrigues, como típico jesuita, seguramente pondría más atención en la devoción interior y la dimensión pastoral del sacramento que en la letra roja del misal. Además, en la clandestinidad y sin los ornamentos adecuados, no era cuestión de exagerar las rúbricas.
Con Garfield tampoco fue difícil trabar amistad. Resultó muy interesante escucharle compartir su particular experiencia de los Ejercicios Espirituales, que había realizado con uno de los nuestros en USA, y la impresión que le produjo estudiar el modo de proceder ignaciano para meterse más en el papel del jesuita protagonista del film. Hay que señalar que el actor es de procedencia judía, por lo que tiene mérito ese interés personal suyo en la fe cristiana. A su compañero Adam Driver, más temperamental, se le trabucaba el latín eclesiástico y, en medio del rodaje, soltaba un sonoro improperio…
Para –a continuación– dirigirse a mí, que observaba la escena desde un rincón, y decir cómicamente: usted perdone, Padre.
Jesuitas España