La Responsabilidad

Leyendo lo que escribió el italiano Alejandro Pronsato sobre la responsabilidad, advierto que juega con esa palabra y dice que sufre terriblemente de soledad.

“He salido a buscar la palabra responsabilidad –escribe-. Por un lado, he oído a un criminal protestar: ‘No me siento culpable de nada, los otros eran los que decidían’.

También he tenido ocasión de oír a un político que no contestaba las gravísimas acusaciones contra él, justificarse descaradamente diciendo: ‘No entiendo de ninguna manera por qué tienen que extrañarse de estas cosas, todos hacían lo mismo’. Y hace tiempo también escuché declarar solemnemente a un hombre de Iglesia: ‘No tenemos que pedir perdón por nada’. O sea, me he dicho entonces, la situación es dramática. Y me he precipitado con evidente inquietud a buscar en una docena de diccionarios la palabra ‘responsabilidad’. Tenía miedo de que la palabra hubiera desaparecido, estuviera fuera de circulación, estuviera excomulgada.

Sin embargo, dando un suspiro de alivio, he podido comprobar que todavía existe, pero que está en un estado lastimoso. Está vieja, decrépita, con el rostro devastado por las arrugas; la piel marchita, signos evidentes de desnutrición y hasta de malos tratos en todo el cuerpo. Con un cierto olor a moho y vestida totalmente fuera de moda, de una manera casi ridícula”.

Con este modo irónico de expresarse, Pronsato, al jugar con la palabra responsabilidad, está remarcando la carencia de responsabilidad, o sea, la falta de costumbre de hacernos cargo de las cosas. Si buscamos en el diccionario la definición de “responsabilidad” encontramos la siguiente: “Condición de quien es responsable de algo”. Y si buscamos “responsable”, leeremos: “Aquel que debe dar cuenta de sus acciones y de las ajenas”. Es una palabra que viene del latín “responsare” es decir, responder.

En un mundo donde nadie quiere responder, donde todos preferimos hablar, denunciar, condenar, interpelar, protestar es como que hay muy pocos que quieren responder.

Por otro lado, la palabra “responder” tiene otra palabrita metida adentro que es “respondus”, que significa “peso”.

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Es decir, que la Responsabilidad puede ser un peso fastidioso, difícil; que es incómoda de llevar, y la gente quiere liberarse de la responsabilidad lo antes posible.

Es una palabra que todos aman, pero la aman en brazos de los otros. Diríamos así: Hay gente habilísima para descubrir, para desenmascarar responsabilidades, pero en los otros. Lo hacen –o lo hacemos- a veces por oficio, y encontramos en ello un gusto loco, pero rara vez decimos “fue culpa mía” o “yo también me siento responsable al menos en parte de las cosas que suceden”.

La responsabilidad suena a algo engorroso que complica las cosas; algo opresor, que pareciera no respetar la libertad de los individuos, su espontaneidad.

Pero, en realidad, es al revés. Un hombre es libre sólo si es plenamente responsable.

Podemos recordar dos testimonios lindos de lo que implica comprometerse, de lo que significa la “responsabilidad”. Una es de Pieter Van Der Meer De Walcheren, autor del libro Nostalgia de Dios, en el que escribió: “Me es imposible desterrar de mi atención los sufrimientos de la humanidad, todos los sufrimientos tanto corporales como espirituales; no quiero gozar de reposo mientras los pobres, los mendigos y los vagabundos amenazados por el hambre y por el frío están, ahora, durmiendo entre harapos en los túneles y escaleras del subte; solamente porque allí, en el aire enrarecido del subterráneo, se está más caliente”. Y agrega: “Esta miseria me concierne, soy también responsable de esta miseria”.

El otro testimonio es el que describe Antoine de Saint Exupéry en la experiencia de su amigo y colega aviador Henri Guillaumet, quien vivió en la cordillera de los Andes algo similar a lo que padecieron los rugbiers uruguayos cuyo avión se estrelló en esas cumbres.

Lo de Guillaumet ocurrió muchos años antes. Perdido por una tormenta, su avión aterrizó a los tumbos en la cordillera, pero él se salvó y tras caminar seis días, casi congelado, llegó hasta el lugar donde lo rescataron. Quedó internado en un hospital de Mendoza y luego en un hotel para restablecerse. Saint Exupéry lo fue a visitar, y nunca se olvidó de lo que su amigo le dijo acerca de la responsabilidad en medio del relato de su tremenda experiencia: “En la nieve se pierde todo instinto de conservación. Después de 2 o 3 días de marcha sólo se desea el sueño, es decir morir: `he hecho lo que he podido y ya no tengo esperanzas ´, me decía yo en aquellos momentos. ¿Por qué obstinarme en este martirio? Me bastaba cerrar los ojos para lograr la paz en el mundo, para borrar del mundo las rocas, los hielos y las nieves. Apenas cerrara mis pupilas no habría ni golpes ni caídas ni músculos desgarrados ni quemantes hielos, ni ese peso de la vida cuando se vuelve más pesada que un carro. Esto era lo que yo deseaba, pero a la vez me decía a mí mismo:

‘Si mi mujer cree que yo estoy vivo, me imagina caminando, los compañeros creen que yo camino también, todos tienen confianza en mí, por lo tanto, soy un canalla si no me pongo de pie y camino’.

Entonces, yo me ponía de pie y caminaba. Lo que salva es dar un paso más. Es siempre el mismo paso que se vuelve a dar. Lo que hice –se confesó Guillaumet con su amigo-, te lo juro, creo que ningún animal lo hubiera hecho”.

Saint Exupéry dice que su grandeza, la grandeza de Guillaumet, fue sentirse responsable.

Responsable de ser fiel a los compromisos con aquellos con quienes se había comprometido. Era responsable de él y de los que lo esperaban; tenía en sus manos las penas y las alegrías de ellos.

Hay que tener en cuenta que ellos, Guillaumet y Saint Exupéry, eran los encargados del correo del sur, por lo tanto, llevaban consigo muchas cartas. Guillaumet era responsable de lo que se construye de nuevo allá entre los vivos y en lo cual debe participar.

En definitiva, dice Saint Exupéry, lo que salvó a Guillaumet fue ser hombre. Eso significa ser responsable con las personas con las que estamos comprometidos, aquellas que llevamos colgadas del corazón.

Creo que es una imagen muy linda de lo que significa esta palabra desgastada. Por un lado la responsabilidad de aquellos que nos quieren y por otro, la responsabilidad de lo que es mi misión.

Hay que volver a reencontrarse con la responsabilidad y no suponer que es una carga pesada, sino que las personas responsables, no obsesivamente sino sanamente responsables, también son libres y sobretodo son confiables. Cuando no cumplimos, cuando no nos comprometemos, la gente comienza a alejarse, a no acercarse porque sabe que no le cumplimos, que le fallamos; entonces toman distancia y terminamos perdiendo nosotros mismos.

Responsabilidad es responder por aquello con lo que uno se ha comprometido, por aquello por lo que nos van a pedir cuentas la gente, nuestra conciencia y también Dios. Este es el desafío. Juan Pablo II decía una frase fuerte que siempre me pegaba.

Decía que un modo de poder ponderar la dignidad de una persona, en el sentido de una dignidad onda del corazón, es ver qué capacidad tiene de saber sostener los compromisos tomados. De hacernos cargo de las cosas.

Esta es una definición humana muy justa. Y tengamos en cuenta que, compromiso significa compartir una promesa, no es algo doloroso, es algo lindo, una promesa común, que la comparto con aquel con quien estoy codo a codo.

P. Ángel Rossi SJ

 Fuente: Periódico Encuentro

Y si nos detuviéramos ¿Qué pasaría?

Pasa que cuando uno se detiene o se asienta, todo lo que estaba en movimiento se agolpa en el interior buscando continuar el movimiento. En esto seguimos las leyes de la inercia física. La pregunta podría ser: ¿qué detiene el movimiento interior? ¿Qué sucede con lo que estaba en movimiento cuando nos aquietamos?

Cuando nos encontramos en el fragor del trabajo, de una relación o de una circunstancia que nos activa intensamente, todas nuestras fuerzas vitales trabajan al mismo tiempo en pos de lo que estamos viviendo. Incluso las violencias ejercidas o padecidas de nuestro actuar en el mundo se configuran como movimientos. Son golpes de estímulos a la sensibilidad, golpes de conciencia. Nuestro cuerpo que sabe del mundo más que nosotros mismos registra absolutamente todo lo que vivimos.

 El gran shock que padecemos en el aquietarnos es el del silencio. Cuando nos callamos, surgen de nosotros todas aquellas palabras, frases, imágenes, ideas, pensamientos, sentimientos por decir. En efecto, cuando dormimos los sueños configuran un mundo simbólico hilvanando muchos de estos materiales. Por eso es necesario de vez en cuando detenerse. Allí se fragua la vida feliz. Sólo el detenerse produce vidas felices. Detenerse de qué, si no hago nada, podrán decir algunos más sedentarios. Detenerse de lo que sea que viene sucediendo en nuestra vida. Detenerse y silenciarse para reconocernos, sentirnos sentir.

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Y una vez que se agolparon todos los movimientos en el ‘paragolpes’ de nuestra conciencia: comunicar. La única vía de escape para soportar la inercia en la detención es la de comunicarse.

 Primero, con uno mismo.

Relatarse a uno lo que se vive como hablando con alguien a quien deseamos. Porque la inteligencia narrativa ejerce una doble función de integración del acontecimiento que vivimos –y hasta el límite de anularlo- y de exaltación del acontecimiento, hasta el punto extremo en que el acontecimiento mismo engendra sentido. Tomar contacto de ese diálogo sincero con lo que nos sucede es casi la gran tarea a la que nos deberemos comprometer si deseamos una vida feliz.

 Segundo, comunicarse (como sea) con otro, es la otra fórmula de salir del solipsismo.

Sea como sea que se pueda decir. Aquí la creatividad tiene que ser fecunda. Cada palabra, gesto, dibujo, canción, silencio, mirada… será una curación. Sentirás el alivio de sentirte vivo sólo si comunicas lo que vives sea lo que sea que padeces, como sea que se pueda comunicar.

 Detenerse y contemplar el verbo. ¿Qué estoy haciendo? Y permanecer allí. Sereno, sin hacer más que sentir lo que sientes. Alabando la inmovilidad ante lo incambiable. Dejando ser lo que es. Que es lo más real, y sólo la realidad cura. Solo la aceptación agradece.

 Emmanuel Sicre Sj

Semana Santa en Nuestra Señora de Itatí

El núcleo “Nuestra Señora de Itati” expresa su gusto y sentir en esta Semana Santa. La Semana Santa se vivió en Santa Brígida en Común – Unidad: comunidad.

Es detacable durante esta Semana Santa, la disponibilidad de los vecinos en el Domingo de Ramos cuando llevaron a bendecir sus Ramos y laureles ; asistieron a los diferentes espacios de Oración; participaron de las Misas , del lavatorio de pies y la última cena; siguieron el Vía Crucis que fue representado por las calles del barrio el Viernes Santo y, cerrando la semana, en la Misa de Resurrección.

Estas Celebraciones permitieron a la Comunidad confirmar con alegría la elección de seguir a este Jesús dio la vida por nosotros por Amor y con Amor, y está entre nosotros.

 

Vía Crucis con Fe y Alegría

En nuestro Centro Educativo FE y ALEGRIA en Resistencia (Chaco) la Semana Santa se vivió con mucha participación. Como en años anteriores, se realizó un Vía Crucis por las calles del barrio, organizado y dirigido por docentes y estudiantes del nivel secundario de Fe y Alegría. Cada estación fue representada en distintas casas de vecinos que ofrecieron el espacio para reflexionar sobre la Pasión de Cristo en sus pasos hacia la cruz. El objetivo fue llevar el mensaje de paz, amor y esperanza, y que la comunidad se encuentre unida y hermanada.

Los niños de primaria representaron la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén en el Domingo de Ramos; un alumno entró montado a caballo a la escuela y todos sacudieron en alto sus ramos con alegría.

Finalmente, los más pequeños de nivel inicial, hicieron dibujos y actividades en torno al pan que Jesús compartió con sus discípulos en la última cena.

De esta manera se vivieron los principales momentos de la Semana Santa en comunidad, ofreciendo a cada fecha un significado distinto y promocionando una cultura del encuentro, como propone el Papa Francisco; comunicación cercana, sentir con el otro, salir de uno mismo para brindarse a los demás. Este fue el mensaje primordial.

 

Resurrección

Lo que Dios quiere donarnos con la resurrección es una vida más grande que aquella a la que nos vamos acostumbrado, una vida más plena que la que nos damos a nosotros mismos, una vida más rica que la que decoramos con dinero, una vida más honda que la que apenas rozamos con nuestro corazón, una vida más entera que la que se nos fragmenta con el estrés, una vida más alta que la propuesta por la cultura, una vida más musical que ruidosa, más carnal que sensual, más espiritual que boba, una vida más llena de él en los hermanos y menos del propio ego, una vida más libre y menos esclava, una vida más luchada y menos fácil, una vida cada vez más amplia y generosa llena de rostros, una vida más divina, y por tanto más humana. Como la del Resucitado.

Emmanuel Sicre SJ

¿Qué no encontramos?

El relato del evangelio del día de hoy es una sucesión de cosas no encontradas

Las mujeres, Pedro y el otro discípulo no encuentran

…la tumba cerrada por la piedra…

… a Jesús muerto amortajado con la vendas…

… el rostro de Jesús cubierto con el sudario…

… a Jesús muerto dentro del sepulcro…

… el lugar donde lo han puesto…

 y todavía no habían comprendido que… él debía resucitar (Jn 20,9)

Cuando no encontramos lo que deberíamos encontrar…

Cuando ya ha terminado el tiempo del dolor…

Cuando la angustia ya no se cierne sobre nuestras cabezas

Cuando la incertidumbre ha dejado de ser esa cosa moleta que nos remuerde la consciencia

Cuando el otro ha dejado de ser nuestro enemigo…

Entonces la historia ha empezado a tomar otro rumbo….

Entonces tal vez debamos empezar a comprender que debemos resucitar con Él.

Raúl González SJ

Entrar Junto a Jesús a Jerusalén

El próximo Domingo comenzamos la Semana Santa, “Semana de Turismo”, “Semana de la cerveza” (para nuestro calendario secularizado en el Uruguay) y allí una vez más el Señor nos invita a acercarnos a Él con sencillez y abrir el corazón a las gracias que quiera regalarnos. El desafío será el de “acompañarlo”, estar cerca de Él y dejarnos “mirar” en su itinerario hacia la muerte y resurrección. En efecto, la “mirada del Señor” derrama misericordia en abundancia y puede limpiar nuestras miradas de tantas oscuridades que nos nublan el corazón y ensombrecen el rostro.

 Podemos sin embargo “desviar la mirada”, llenar nuestro corazón de consumo y superficialidad, embriagarnos de nuestro yo autosuficiente y perdernos la oportunidad de conversión que el Señor regala en su camino de cruz y resurrección. ¿Cómo deseamos vivir esta Semana Santa?

 El desafío para cada uno de nosotros será el de “entrar junto al Señor a Jerusalén”, allí se juega su suerte y los invito a pedir la gracia de saberlo acompañar en sus momentos de mayor soledad y abandono. El Señor entra a Jerusalén aclamado por el pueblo sencillo que reconoce en El a un profeta. En su corazón se entremezclan sentimientos (sabe que va camino al sufrimiento y el abandono, pero se alegra del gozo del pueblo sencillo).

 Al comenzar esta Semana Santa nos puede ayudar ubicarnos con la vista imaginativa nosotros a la puerta de Jerusalén, allí como los discípulos y la multitud, en la entrada del Señor a la ciudad para ir a la cruz y dejarnos preguntar por el Señor: ¿Venís conmigo? ¿Entrás conmigo en la Pasión?

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 “Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51-52). Es interesante porque en la versión griega para decir que “tomó la decisión” dice que Jesús endureció el rostro y se encaminó. Hay decisiones y pasos en la vida de todo hombre, y también de Cristo, que hay que darlos así, endureciendo el rostro, apretando las mandíbulas y “encarando”.

 Hasta ahora los discípulos venían siguiendo a un hombre fascinante, un hombre capaz de pronunciar palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación. Ahora el seguimiento (si se mantienen en la decisión de hacerlo), va a tomar la forma del despojo. ¿Mi ser cristiano conoce el valor del despojo? ¿Deseo la gracia de seguir a Jesús aun cuando me visiten contradicciones o mi cristianismo pasa sólo por algunas prácticas que no arriban al corazón?

 En ese camino que va desde la puerta de la ciudad (Domingo de ramos) hasta el Gólgota (el viernes santo) y el sepulcro abierto (domingo de Resurrección) hay un lugar que el Señor se reserva para mí, hay un momento dentro de la pasión que es para mí y el desafío, si decido entrar con todo el corazón a la pasión, es encontrarlo. No entramos a la pasión con nuestra voluntad y por ser fuertes en el seguimiento, se trata de humildemente pedir la gracia de acompañar al Señor, de caminar tras de Él.

El Señor que mirándome me pregunta: ¿Cuál es la gracia que estoy necesitando recibir? Para algunos será el recuperar la paz interior, para otros retornar al camino de la alegría y la esperanza, otros necesitarán integrar una pérdida, muchos deberán liberar sus ojos para ver la realidad transfigurada, otros necesitarán recuperar la confianza en sí mismos y en Dios. Para cada uno Dios tiene una pedagogía especial y nos ama de manera individual, respetanto nuestra historia personal.

En esta línea el Cardenal Van Thuan (fallecido hace unos años, preso en Vietnam por el régimen comunista) nos invitaba a rezar: “Ven, Señor Jesús, busca a tu oveja extenuada. Ven Buen Pastor. Tu oveja ha andado errante mientras tú tardabas, mientras tú te entretenías por los montes. Deja tus noventa y nueve ovejas y ven a buscar ésta. Ven sin perros. Ven sin rudos asalariados. Ven sin el mercenario, que no sabe pasar por la puerta. Ven sin ayudante, sin intermediarios, que ya desde hace tiempo estoy esperando tu venida. Sé que estás a punto de llegar. Ven Señor Jesús. Búscame, rodéame, encuéntrame, levántame, llévame”.

 En la Semana Santa tendremos la posibilidad de sentarnos a la Mesa junto a los nuestros, compartir el pan y volver a realizar el memorial de nuestra salvación. Allí en la Ultima Cena se nos regala el Pan que nos da la vida en abundancia, se sella definitivamente una alianza de Amor y el Señor se nos dona hasta el extremo.

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 Tendremos la oportunidad de “dejarnos lavar los pies” por el Señor (símbolo por excelencia del abajamiento y la entrega). Ese Dios que se “abaja” por amor a nosotros y nos invita a vivir todas nuestras capacidades y poderes en la dinámica del servicio. Si nos animamos a “dejarnos curar las heridas” por el Señor podremos ser “sanadores heridos” que trabajen en el mundo por la fraternidad y la justicia.

 Van Der Meer en su diario “Nostalgia de Dios”, hablando de su conversión que fue un Viernes Santo frente a la cruz en Notredame dice: “El viernes santo, entre las doce del mediodía y las tres de la tarde encontré las respuestas a todas las grandes preguntas de mi vida”.

 Entrar de corazón a la Pasión, en esta entrada a Jerusalén, es ponerse así frente al Señor despojados, sin condiciones, sin protocolos ni maquillajes para encontrarnos ahí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros. Sabiendo que el Señor no nos defrauda, que no se deja ganar en generosidad.

 Caminemos por tanto tras el Señor que carga con nuestros pecados, levantémonos una y otra vez junto a El de nuestras caídas y animémonos a estar al pie de la cruz junto a María y algunas mujeres. Allí se nos regalará a nuestra Madre “Mujer ahí tienes a tu Hijo”, allí el Señor nos dirá que tiene “Sed” de cada uno de nosotros; allí el Señor dirá que “Todo está cumplido” y nos revelará qué sentido tiene en la vida el dolor y el sufrimiento humano. Los invito y me invito a “estar junto a Él”, saber recoger su cuerpo entregado y avizorar el sábado la esperanza de la resurrección. En efecto sólo quienes saben de acompañar el dolor del crucificado experimentarán la alegría y el gozo de la Resurrección.

 Deseemos por tanto vivir una Semana Santa en la cercanía del Señor, con profundidad y hondura, con silencio y contemplación. Ojalá que podamos sentir que este “dolor” de la entrega del Señor nos concierne y la alegría que emerge de la Pascua tiene poder para transformar nuestras vidas pequeñas en oasis de gozo y felicidad. Como cristianos tenemos el enorme desafío de testimoniar esta alegría a nuestro mundo, pero créanme que será imposible vivirla si antes no atravesamos el sendero estrecho de la pasión donde se nos redime de nuestras flaquezas.

 El Señor pone su mirada en tu historia y te pregunta: ¿Te animas a entrar junto a mí a Jerusalén? ¿Te animas a caminar conmigo por el camino de la Cruz? ¿Te animas a consolar a mis hermanos? Ojalá que podamos dejarnos mirar por el Señor y recibir la gracia que Él tiene reservada para cada uno de nosotros.

 Fabián Antúnez SJ

Los Mandados de Jesús

Jesús entra en Jerusalén “manso y montado en un asna y un burrito”. Les mandó decir a los dueños que se lo presten, que “los necesita y se los mandará de vuelta enseguida”.

 Es un pedido como los que hace la gente humilde: “prestame que necesito. Te lo devuelvo enseguida”. La palabra que usa es “aposteilo” – la misma que usa para sus “enviados”, los apóstoles: aquí es “les mando de vuelta el asna y el burrito”. Son “los mandados de Jesús”.

 Y se me ocurre que una cosa es esta de “los mandados”. Siempre me sorprende en el Hogar la disponibilidad que tiene la mayoría de los más pobres para hacer un mandado en el momento mismo en que les pido. Con otras personas me cuesta más, por ahí llamo a un colaborador y me dice “ya voy”, pero tarda un rato, porque está ocupado en otras cosas. Los pobres que ayudan también están ocupados, pero apenas les digo “podés venir un momento”, dejan todo y vienen “inmediatamente”, como dice Jesús. Es que no consideran “las cosas que están haciendo” como suyas. El jueves que había paro, al ir llegando al Hogar vimos que no había pasado el camión de la basura. Les pedí ahí nomás a los que estaban en la cola para el desayuno si me daban una mano para llevar las bolsas hasta uno de esos volquetes nuevos que están a una cuadra. Dos me siguieron antes de ver bien lo que había que hacer, ahí nomás se les sumaron otros tres y a dos que los vi hacerse los desentendidos, cuando volvíamos para una segunda tanda (porque era mucha basura), ya estaban viniendo con algunas bolsitas en la mano.

 Hace unos días también tuve una situación con esto de los mandados. Uno de los huéspedes se había enojado mucho porque decía que lo mandaban siempre a él a las tareas y a otros no y que lo habían tratado mal. Me esperaba porque “quería hablar con el director”. Lo escuché un rato y dejé que me contara todo y cuando terminó con sus quejas (que como yo hacía silencio repitió dos o tres veces) le pregunté: “Y ¿qué era lo que te mandaron?”. Puso cara de “qué tiene que ver” y dijo “a lavar los platos”. Yo puse todo el énfasis que pude y le dije ¡¿Lavar los platos?! En el Hogar lavar los platos es un honor!. Te cuento que el otro día tuve que reemplazar en la cocina a Favio que se tenía que ir al médico y no había otro y me tocó lavar una olla. No sabés lo contento que estuve lavando esa olla. Hacía como un año que no lavaba una. Varios me ofrecieron deje padre, pero yo la lavé con gusto… Yo iba hablando y de golpe lo miro y me doy cuenta de que le caía una lágrima. ¡Una lágrima! Una sola. Se la enjugó con la manga y me dijo: No padre, yo estuve mal. No fue que me forrearon. Yo fui mal, estaba con bronca. Ya está. Ya entendí.

 Hay otras personas que para que hagan una tarea que no les gusta mucho o que les pidieron de improviso uno les puede explicar horas y hasta años enteros por qué conviene que hagan algo y siempre hay un sí, pero… en el fondo me estás usando. Como soy de esas personas y muchas veces, cuando estoy entre pares, me fijo quién es el que me pide y si no le toca a otro, no tengo empacho en decir que en esto los pobres me enseñan (nos enseñan, si queremos aprender). Nos enseñan la pobreza de espíritu que tiene su termómetro en la rapidez y el gusto con que uno “hace los mandados”.

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 Me animaría a decir que así como el amor se nota en la alegría (tanto amo cuanto estoy alegre) y la humildad en las humillaciones (la medida de mi humildad la da la medida de las humillaciones que soy capaz de soportar sin hacer caras ni reclamos), así la pobreza de espíritu se nota en la prontitud para los mandados, especialmente esos imprevistos que me hace cualquiera en cualquier momento.

 En la oración del Huerto, todo el diálogo del Señor con el Padre es acerca de este tema: “No se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres”. “Si es posible, que pase y se aleje de mí este cáliz, pero si no puede pasar sin que yo lo beba que se haga tu voluntad”.

 Y así como él está atento a “los mandados del Padre” quiere que sus amigos estén atentos a los suyos: le encanta que le pregunten “donde quieres que te preparemos la cena de Pascua” y, cuando está rezando en el Huerto, les manda que lo acompañen, que le estén cerca, rezando a su lado. Les reprocha que no hayan podido velar una hora con él, en ese momento tan importante, el más importante de la historia. Sin embargo el reproche es de amigo y más por ellos mismos que por él, para que saquen enseñanza y no se pierdan las oportunidades grandes de mostrar su amor en pequeños mandados.

 El Cireneo puede ser ejemplo de estos “pobres” que pasan por allí y les encajan la cruz como mandado: lo forzaron, dice Mateo, a que llevara la cruz. En general son los pobres quienes se ven “forzados” a llevar la cruz. Otros sabemos zafar. La cuestión es que el Cireneo –más forzado o menos- quedó como ejemplo en esto de los mandados en los que, sin saberlo, estamos ayudando al mismo Jesús.

 También podemos reflexionar en los otros “mandatos”: los de los que le dicen al Señor: “Bájate de la cruz”. Esos no los obedece. Y eso que “hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

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 José de Arimatea siente el “mandato” interior de hacerse cargo del cuerpo del Señor y se anima a pedírselo a Pilato. María Magdalena y la otra María, “se quedaron allí sentadas enfrente al sepulcro”. Eran las más pobres de espíritu y por eso fueron las primeras mandadas por el Señor resucitado: “Vayan, anuncien a mis discípulos que vayan a Galilea, que allí me verán”.

 El ser apóstoles tiene que ver con esta “actitud existencial” de ser pobre de espíritu que se concreta en un estar pronto para los mandados. Eso es lo que hoy llamamos “voluntariado”: la gente que se ofrece para colaborar en lo que se le mande, en lo que haga falta. Es el sentido del voluntariado: así como el sentido social se ve en la capacidad para conmoverse y sentir lo que les pasa a los otros como propio, el sentido del voluntariado se ve en la prontitud para los mandados, lo que en el lenguaje de San Ignacio se llama “disponibilidad”.

La petición al Rey eterno que entra en Jerusalén será: “pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad” (EE 92).

Esta prontitud para los mandados Ignacio la ejemplificaba con “dejar la letra comenzada”. Cuando te pedían algo, si uno estaba escribiendo una carta, ser capaces de dejar no sólo la carta o la frase sino “la letra comenzada”.

 

Diego Fares sj

 

Servir, servirse o servicio

Hoy en la liturgia leeremos el lavatorio de lo pies y la conclusión será que lo nuestro es el servicio…

 Yo hoy me preguntaba: ¿Cuál?

 Ciertamente muchos de nosotros somos «muy profesionales» a la hora de planificar nuestro servicio pastoral. Para realizar nuestros proyectos nos servimos de un montón de recursos, personales, sociales e institucionales, y esto hace que nuestro servicio sea de calidad, pero sin negar esto, me parece que el evangelio se refiere a otra cosa.

Por otra parte, muchas veces ponemos nuestros dones y talentos naturales o adquiridos al servicio de los demás y esto es muy bueno, y los que creemos en Dios e intentamos seguir a Jesús debemos hacerlo, pero creo que en el evangelio se trata de otra cosa. Me explico.

Cuando Pedro, reconociendo que si no se deja lavar los pies por Jesús no tendrá lugar en el proyecto de Dios en Jesús, le pide al señor que le lave todo el cuerpo, Jesús le responde que sólo le lavará los pies porque …..

 Es desde aquí que quiero iniciar este triduo pascual… el servicio que nace de la fe no es cualquier servicio sino es aquel que nace de las necesidades del otro, como el de Jesús, pues Pedro sólo necesitaba ser lavado en los pies.

 Yo creo que desde la necesidad del otros es desde donde debe ordenarse todo los demás, ya sean nuestros bienes o dones naturales o adquiridos y todos nuestros recursos.

 Solo así el gesto se convierte en servicio.

 El resto de la reflexión se las dejo a ustedes.

Raúl González SJ