La Palabra que la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL) comparte a jesuitas y colaboradores en el mes de Marzo de 2023.
Por Roberto Jaramillo SJ
Me preguntan con frecuencia muchos compañeros y compañeras apostólicos: ¿cuál es la importancia de las redes y en qué consiste su aporte específico? Quiero poner por escrito de manera muy breve (y con el peligro de la simplificación) lo que he aprendido en los últimos 9 años.
Una red nace, se desarrolla y justifica su existencia sólo en función de una MISIÓN COMÚN MAYOR que la suma de los intereses de sus componentes; esa es una perspectiva fundamental sin la cual la red no puede sobrevivir. Una red no tiene futuro si los componentes sólo buscan en ella el interés de su propia organización o proyecto. «Lo nuestro» ha de ser tan o más importante que «lo mío»; si no hay un claro propósito común la red es una carga para quienes la forman; es inútil.
De ese hecho les viene a las redes, también, su importancia fundamental; tanto entitativa como metodológicamente. En red no sólo hacemos más, sino que somos más; la red es un nuevo sujeto apostólico. Pero, además, en el trabajo en red hay una forma más fina y cualificada de colaboración porque hay más ojos, más voluntades; hay reflexión, hay más masa crítica, hay discernimiento, hay mandato, hay propósito colectivo.
La noción de red (network o networking) que normalmente pensamos está, de manera general, cifrada en las figuras siguientes:
Esa noción se completa y se enriquece con esta otra forma de ver, entender y, sobre todo, de practicar el en-red-darnos:
Resulta un poco disruptiva la imagen, pero ese es el propósito buscado. Una articulación del cuerpo humano (sea una rodilla o un codo, o el cuello) nos habla más y mejor de lo que es un trabajo en red que el esquema de puntos similares y líneas de conexión.
Cada miembro de la red es diferente: en funciones, en forma, en textura, calidad, tamaño, largura, resistencia, configuración, color, etc. Es esa diferencia lo que los hace importantes en la red; pero es esa misma diferencia lo que les hace necesitar de la red.
La red no se construye en función de la forma de los miembros o de sus homogeneidades (parroquias, mujeres, centros sociales, etc.) sino en función de una misión concreta que va más allá de la propia función e interés (la que me da identidad en la diferencia): eso es lo que cada uno ha de aportar a la red.
Cada uno de los miembros de una red, por sí solo, no está en capacidad de producir el efecto que se persigue en común: caminar, correr, moverse, pensar, una acción transformadora, etc. La rótula necesita del líquido sinovial para cumplir su misión última, tanto como los ligamentos necesitan de la cabeza de la tibia, y así sucesivamente. El más pequeño o desapercibido de los elementos es tan importante como el más grande y visible de ellos. La función de cada miembro tiene sentido y realiza su identidad sólo cuando se completa con las demás.
Por más importante (o visible) que sea la misión particular que se tiene – ya sea ésta: personal o institucional – la participación en una red me abre a una nueva misión, más importante y definitiva que sólo puedo completar con otros, quienes, a su vez encuentran en ella una manera de generar un mayor impacto que aquel que individualmente están llamados a producir. Una red tiene un propósito que es inalcanzable de manera individual, ya sea por las personas o por las instituciones que la componen.
De esa manera, pues, la red no es un trabajo adicional al que ya estoy realizando: la red es un plus; es algo más, es un propósito MAYOR y COMÚN que hace parte de y que cualifica lo que tengo como propósito propio, haciéndolo así más significativo y más impactante.
Consideraciones básicas sobre el trabajo en redes.pdf