Conexión y Desconexión Digital

Lograr una posición media entre la ‘adición’ y el rechazo total a las Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación. Un punto desde el que quiere pararse y reflexionar el texto que compartimos a continuación.

Quiero plantear el creciente debate sobre la conexión y desconexión digital en términos inclusivos, lejos de la pobreza de pensamiento que impulsan los extremos, los de la conexión o desconexión. Porque reto real no está en alejarse de los avances, sino en cómo estos impactan y transforman estilos de vida en todos los aspectos y ámbitos (tiempo, espacio, relaciones, trabajo, educación…).

 A mi modo de ver, polarizar las posiciones no conduce más que a un enfrentamiento poco fructífero para el conjunto de la sociedad, en el que sacan rédito y beneficio sólo quien se hace portador de la bandera de una de las causas. Extremarse, alejarse de la prudencia y la moderación, parece lamentablemente un dato innegable de nuestra época. Invito a leer artículos sobre esta cuestión más allá de los titulares y descubrir en qué se parecen, más que en qué se diferencian. Seguramente todos apunten en una misma dirección, más o menos.

 Dotar de finalidad a la tecnología. ¿Para qué la queremos y en qué beneficia o maleficia?, pregunta válida en cualquier ámbito. Los defensores de la tecnología hacen valer sus avancen en diversos campos, no el valor por sí mismo. Los detractores no pueden negar lo que supone de crecimiento, pero sí critican con acierto que no toda su finalidad es tan bondadosa como parece ser, y que muchas veces se integra más en la vida cotidiana con objetivos poco humanos, poco sociales. Debemos revisar la finalidad comunicativa de la tecnología e igualmente el crecimiento desmesurado de lo meramente lúdico. Sólo hace falta ver el mercado de las grandes empresas tecnológica para contemplar a qué se destina la riqueza que los avances digitales generan.

Integrar, para no desintegrar. ¿Cuánto de (sanamente) integrada está en la vida? El gran argumento de quienes abogan por la desconexión es su aspecto desintegrador y las rupturas que provoca. Numerosos estudios nos invitan a revisar el daño que hace sobre la atención de los alumnos, la desvinculación real que afecta al entorno más cercano, al crecimiento de una sociedad de masas con mucha información sesgada pero carente de auténtico conocimiento o sabiduría, y de vez en cuando aparece un estudio que alerta sobre la pérdida de creatividad y de vida cotidiana. Como he dicho en otras ocasiones, todos estos indicadores lo único que señalan son malos usos generalizados de la tecnología, pero no una maldad intrínseca de la misma.

Conexión y desconexión. ¿Unir o separar? Ninguno de los dos extremos, sino lo mejor de ambas realidades. El trabajo sobre la bondad, que tantas veces hemos dejado a un lado. Porque no supone una pérdida, sino un crecimiento, nuevas oportunidades para lo humano. Lo que hoy se debe resaltar es el buen uso, para continuar en esa dirección. El arte de la desconexión presupone la conexión, la vinculación en un entorno no meramente analógico pero sí presencial, que tendría que hacernos igualmente pensar en una capacidad mayor de vinculación con el entorno propio. Conjugar ambas significa expresar el dominio de la persona sobre las cosas, no a la inversa; un ejercicio por tanto de libertad y voluntad, no de sometimiento ni de pérdida de sí mismo.

Haces dos años propuse el debate sobre si nos cansaremos del mundo digital, porque ya entonces había signos, no tan llamativos, que defendían la desconexión digital mientras otros muchos alababan sus virtudes. Poco después en este mismo blog, el profesor Fernando Vidal escribió un genial artículo sobre la ideología de la desconexión y más recientemente Sergio Redondo reabre el debate centrándose en los llamados millenials, pero no sólo en ellos. Igualmente convendría citar varios artículos, con una perspectiva crítica, de Agustín Domingo Moratalla.

 Fuente: Entre Paréntesis

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