Conversaciones con el Padre General

Misión y colaboración

La Congregación General 34 dio a los jesuitas un nombre que les recuerda su calidad de «Servidores de la Misión de Cristo». ¿Puede explicárnoslo bajo la perspectiva de la universalidad de la vocación a la Compañía?

R. En esto el pensamiento de la Iglesia ha experimentado una evolución que afecta a nuestra misión. Durante mucho tiempo las distintas congregaciones religiosas, y nosotros con ellas, pensaban tener una misión específica en la Iglesia. La Compañía, en la Congregación General 34, enunció su misión como parte de la misión de Cristo, de la que nos consideramos servidores. En tiempos más recientes la Iglesia ha comenzado a sentir que si Dios Padre es la fuente de todo bien, será también fuente de la Misión. El papa Benedicto usaba con frecuencia la expresión «Missio Dei» para expresar esta nueva idea. Por otra parte refleja el modo de hablar de Ignacio en la meditación de la Encarnación. Es Dios Padre quien dice: «Hagamos redención del género humano».

Las dimensiones de nuestra misión no dependen de cuántos seamos. Aun cuando los jesuitas fuésemos diez veces más de lo que somos ahora, nuestra misión sería mayor de lo que podemos soñar. La pregunta definitiva es esta: ¿qué es lo que Dios quiere hacer con la Humanidad y qué quiere hacer por ella? La Compañía no ha pensado nunca que la historia y la realidad sean algo separado de nuestra misión. En la actualidad encontramos que son tantos los seglares con deseo de trabajar por los demás y con interés en la espiritualidad ignaciana, que nos vemos obligados a considerarlo como un signo de que los nuevos tiempos, y Dios con ellos, nos invitan a trabajar de modo diferente.

En otras palabras, no podemos seguir pensando que nuestro trabajo es «nuestro», o que estamos llevando a cabo «nuestra» limitada misión, sino más bien que somos solamente, en la Iglesia, una mínima parte de la misión de Dios.

A menudo «nuestras» obras (colegios, etc.) en realidad ya no son propiamente «nuestras», en el sentido de que ya no ocupamos en ellas los puestos de más alta dirección. ¿Qué diría usted a aquellos jesuitas a los que asustan estos cambios?

R. En realidad estas obras nunca fueron «nuestras», sino que eran parte de una empresa más grande. Si la historia y la realidad son el modo que Dios tiene de decirnos que debemos cambiar y ser flexibles para responder a nuevos desafíos, quizá nos está conduciendo hacia maneras nuevas de ser ministros suyos. Quizá nos está obligando a repensar cuál es nuestro papel en las instituciones, quizá nos está invitando a refundar la Compañía y hacer de nuestro tesoro ignaciano un patrimonio que se ofrece a sacerdotes y seglares, a todos los que desean compartir la visión y la misión de Ignacio.

Hemos comenzado a pasar nuestro carisma manos de líderes laicos, pero ¿y la siguiente generación? Quiero decir, ¿qué sucederá con la próxima generación de dirigentes seglares que quizá no han conocido a ningún jesuita? ¿Obliga esta realidad a planificar de modo diferente?

R. Es la preocupación que tienen muchos jesuitas seriamente comprometidos en la colaboración con laicos. La experiencia nos enseña que no es difícil encontrar una persona seglar excelente, profesional y seriamente motivada, para ponerla al frente de una institución. La pregunta afecta más bien al futuro. ¿Quién sucederá a esta persona? ¿Qué garantía tenemos de que la identidad católica y el espíritu ignaciano encontrarán continuidad, al menos durante dos o tres generaciones? En la antigua Provincia de Loyola los jesuitas pensaron que parte de la solución consistía en crear Comunidades Apostólicas, que llevasen adelante la identidad y el espíritu de la institución. Esto implicaba, naturalmente, dar buenas oportunidades de capacitación y una formación intensiva en valores y pedagogía ignaciana. Se trataba de cursos libres, como es obvio, pero un 80% tomaron parte en ellos.

¿Qué nuevas fronteras se presentan a la «Misión y la Colaboración»?

R. Dado que en nuestro trabajo las fronteras quedan definidas por las categorías de ¿»dónde»?, ¿»para quién»? y ¿»para qué»?, lo que decidirá las fronteras será la mayor necesidad apostólica y los demás criterios ignacianos que aplicamos al apostolado. Las dinámicas internas que lleva consigo la colaboración nos plantean también algunos desafíos que someten a buena prueba nuestro espíritu evangélico y nuestro compromiso.

Jesuitas por el Mundo

 

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