La Alegría Anunciada
Por Leonardo Amaro SJ
“Ustedes estarán tristes y el mundo se alegrará, pero la tristeza de ustedes se convertirá en alegría”.
En nuestro texto, la tristeza anunciada, es la tristeza de los amigos, cuando Jesús sea maltratado y asesinado; cuando se queden solos -sin su maestro- perplejos y asustados por la victoria del mal. E intenta infundirles confianza, porque su vida arrebatada, desde él, será vida entregada por amor. Y esa entrega dará frutos y les traerá una alegría invencible.
Jesús está viviendo su propia entrega como una gestación, como la gestación de un mundo nuevo, que -ya madurada en su historia personal- deberá llegar hasta el final, hasta el misterioso testimonio de su amor en la cruz. El Señor avanza en la esperanza, en la fe que anticipa lo que todavía no ve. Lo que se ve, lo que se impone, es la cruz a ser asumida, la noche; lo que se espera, el triunfo del amor, un hombre nuevo, un definitivo amanecer. Se espera con confianza en la fidelidad de Dios. Su propia resurrección será el primero y el más sublime de los frutos, en el que estarán contenidos todos los demás, la salvación de todos los hombres y su Espíritu derramado para hacernos capaces de vivir como él la plenitud del amor.
El propio Evangelio de Juan nos habrá contado la turbación en el alma de Jesús ante la proximidad de “su hora”. “Y, ¿qué diré: Padre, líbrame de esta hora? Si para esta hora he llegado. ¡Padre, glorifica tu Nombre!” Y los otros evangelistas nos explicitarán el drama de la oración de Jesús en el Huerto: “Siento una tristeza de muerte. Padre, si es posible, que no tenga que beber esta copa. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Jesús no habla de oídas, cuando anuncia a sus discípulos una tristeza a ser asumida, e invita a creer en la luz que brillará al otro lado del túnel, en el definitivo triunfo de una alegría que ya nada les podrá arrebatar.
Para comprender esto desde dentro, desde el dolor habitado con esperanza -desde la tristeza presente, de algún modo ya superada por la alegría anticipada- el Señor nos pone como paradigma a la mujer, específicamente a la madre: la que conoce la dicha entre los los malestares de la gestación, la que habita, llegada su hora, el “trabajo de parto” y el propio dolor y gozo de dar a luz. Y no es una “improvisación del cuerpo”, es todo su ser implicado en el dolor, la tristeza, la esperanza y la alegría; todo su ser envuelto en el misterio del amor encarnado que da fruto.
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