Reflexión del Evangelio, 19 de Julio

Por Gustavo Monzón Sj

La figura del Pastor en el pueblo de Israel, correspondía al líder del pueblo, a aquel referente de la comunidad que era presencia de Dios. Por otra parte, era aquel que estaba llamado a celebrar la Nueva Alianza. En esa función, se habían ido sucediendo “malos pastores”. Aquellos que no atienden a su pueblo, que no son capaces de mantener a las ovejas en el redil. (Jeremías 23, 1-6). Ante esta imagen de Pastor, nos encontramos a la persona de Jesús que se preocupa por su pueblo y va formando Pastores. En este Evangelio, tenemos el doble pastoreo de Jesus. Al interior de la comunidad de sus discípulos, “vayamos a descansar a un lugar apartado” (Mc. 6, 31) y ante la multitud del pueblo “sintió compasión de ellos” (Mc. 6,34).

A lo largo de este capítulo del Evangelio, vemos que los Apóstoles, venían de dos experiencias fuertes. La primera el envío misionero por parte de Jesús en donde los constituye dispensadores del mensaje evangélico (Mc. 6, 6-21). La segunda la muerte del Bautista (Mc. 6, 14-29), que presagia la suerte del “buen pastor”. Estas vivencias, les exigen “bajar un cambio”, hacer una pausa, apartarse de la cotidianeidad del ministerio para entrar en relación con el Señor. ¿De qué manera descanso en el Señor?, ¿Cómo me dejo acompañar por Él?, ¿Dónde descansan mis “éxitos” y mis “fracasos”?.

Este pasaje que la Iglesia propone para la liturgia de hoy, nos introduce en el corazón de Pastor de Jesús. En este hecho, narrado por Marcos, vemos como el Señor va tomando conciencia de su identidad de Pastor anunciado y esperado. Él cómo líder de la comunidad de los Apóstoles va acompañando el proceso de descubrimiento que la palabra de Dios es obra, anuncio, misión. Para eso, los lleva a descansar a un lugar apartado. Por otro lado, aparece la multitud. Vemos en ella rostros cansados, abatidos, decepcionados por sus malos pastores, abandonados a la buena de Dios. Ellos reconocen a su Pastor, son el pueblo que ve en Jesús el sentido de su vida, el sentido de la espera. En Jesús encuentran la más profunda verdad que les ilumina su camino. Ante esta actitud del pueblo vemos la compasión de Jesús. La misericordia lo decide a actuar. No es solo lástima, no es solamente caridad, sino una decisión radical de liberar al que está sin sentido, oprimido por un vacío que no lo deja en paz. Jesús ve que la gente está como “oveja sin pastor” (Mc. 6, 34). La compasión actúa, no se queda en palabras. Pone remedio, consuela, sostiene. A diferencia de los malos pastores, Jesús Buen Pastor comparte su Palabra, renueva el corazón.

El llamado de Jesús a nosotros, que nos toca transmitir su mensaje a nuestro medio, pasa porque seamos buenos pastores, que podamos ejercer el liderazgo en los distintos ámbitos en donde nos toca ejercer nuestro pastoreo.

Contemplar el pastoreo de Cristo, en este tiempo de ausencia de liderazgos claros y honestos, de crisis de sentido y de valores, de cambio de paradigmas y confusión, nos permite ver que tenemos una roca firme en la cual anclarnos, un modo de proceder que nos invita a ser compasivos en acción, convicción. Para esto, tenemos que descansar con Él. Estar en un tiempo de intimidad con el Señor, en la oración, en los Sacramentos, pues en el fortalecernos espiritualmente está la fuerza de nuestro liderazgo, ya que pues por él “podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu (Ef. 2,13-18). De esa manera, podremos ser significativos en la vida de los demás. La persona significativa es aquel que alumbra, que acompaña en dar sentido, que deja que se den los procesos, que acompaña fielmente como San José sabiendo ponerse a un costado cuando es necesario. En definitiva, deja huella. Eso es lo que nos invita Jesús en nuestro pastoreo. De eso se trata la verdad y credibilidad de nuestro compromiso. Que el Señor nos regale la gracia de poder ser buenos pastores, creíbles, coherentes pero por sobre todas las cosas, compasivos.

 

 

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