Pascua, esa Alegría Eterna

Por Matías Hardoy SJ

Llegó la Pascua. La esperamos, la deseamos, la buscamos. Algunos más que otros. Tal vez nos agarró un poco desprevenidos, se nos vino encima. Pero llegó, y Jesús resucita para todos.

San Ignacio descubrió que una de las características más fuertes de la experiencia pascual es la alegría. Por eso nos invita a pedir la gracia de “alegrarnos y gozar de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor” (EE 221).

Siempre me ha llamado la atención que lo que pedimos es alegrarnos con la alegría de Jesús, es decir, que es Jesús quien se siente feliz por estar vivo. El miedo de la Cruz se transforma ahora en una alegría infinita por volver a estar vivo y para siempre. Esa pasión por la vida, por los amigos y por el camino es lo que hace tan grande el contraste entre la angustia y el miedo del Huerto y la Cruz, y la alegría de este Domingo pascual.

Es que la Pascua es así, todo lo transforma. Nuestra mirada, nuestro sentir, nuestro modo de estar en el mundo. De ella brota la serena certeza de que toda situación, por oscura y difícil que parezca, tiene futuro y esconde Vida en su interior, de modos muchas veces misteriosos.

Pero, ¿de qué alegría hablamos cuando hablamos de la alegría pascual? No se trata de una alegría superficial, de sonrisas vacías o fingidas, ni de una euforia forzada. Se trata, más bien, de una alegría honda y profunda.

Una alegría que no niega el dolor, sino que se anima a mirarlo a los ojos y a sostenerlo con la mirada, pero de la mano del Resucitado.

Una alegría que nos hace profundamente libres para amar, porque sabemos que la última palabra siempre la tiene el Señor y la fuerza de su Amor.

Una alegría que amplía horizontes, renueva la esperanza y reaviva deseos.

Una alegría, como la de Jesús, que necesita ser compartida. Y por eso esas escenas que nos regalará el Evangelio en este tiempo: los abrazos de reencuentro, el asado que le prepara Jesús en la playa a sus amigos. Tanta alegría no puede no ser compartida.

Ojalá esta Pascua, sea como sea que nos haya salido al encuentro, venga con la gracia de sentir en lo más hondo de nuestro corazón esa alegría pascual que nada ni nadie nos puede quitar.

Les comparto, para terminar (o, tal vez, para dar comienzo a este tiempo pascual) un poema de Cristophe Lebreton, monje trapense mártir en Argelia, quien entregó su vida confiando en esta alegría eterna.

“Nacer (la esperanza que me llega)

contigo todo comienza por fin

ayer es liberado, hoy es libre

en la abertura se dibuja un porvenir de luz

tu semejanza me atrae

dentro de tu pascua me he deslizado

y me dejo tomar enteramente en tu vida

Tu resurrección me invade

por ti se actualiza el don

y todo se eterniza en alegría

Evangelio y poema según tu parecer.”

 

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