Por Gustavo Monzón SJ
En esta encíclica del Papa Francisco sobre ecología, nos encontramos una invitación a ampliar horizontes. En ese sentido, en un contexto de crisis planetaria tal como el que vivimos, la palabra del Papa es un llamado de atención para poder reflexionar acerca de nuestro lugar en el mundo y cómo administrar los dones que el Señor nos ha regalado.
Este documento nos recuerda el desafío al cual nos invitaba Benedicto XVI en su discurso en la Universidad de Ratisbona, en septiembre de 2006. El Papa afirmaba que la razón es ampliada por la fe cristiana en sus posibilidades, mediante la búsqueda de la verdad. Para que se genere esta “ampliación” debe ser capaz de abrirse a los interrogantes más profundos de la experiencia humana, pues una razón que no se abre a las cuestiones de la ética, del destino humano y de las últimas preguntas, se está suicidando. Toda propuesta, para ser merecedora de atención al hombre que piensa, debe ofrecerle un conocimiento de la realidad, una ética con criterios para vivir en la bondad y en la verdad, una propuesta de salvación última [1].
Estas reflexiones nos abren a la denominada teología pública. Esta corriente o escuela teológica, es la versión estadounidense de la teología política europea que surge después de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, se considera a la teología no limitada a una serie de afirmaciones sobre las propias creencias judeo-cristianas, entendidas como un todo cerrado, como si no tuvieran ninguna relación con la experiencia humana, sino a comprenderlas en cuanto a una relación con el conjunto de la realidad objeto de experiencia humana [2].
De esta forma, se parte desde el hecho de que en las sociedades plurales tal como las que vivimos el papel de la religión es generar ideas que ayuden a constituir un horizonte común de valores cívicos compartidos por todos los ciudadanos [3].
Por tanto, leeremos esta encíclica desde una triple perspectiva. En primer lugar, como un análisis de la crisis del paradigma de civilización, en segundo lugar, considerando los aportes que realiza al Magisterio Social, y, por último, como una ampliación de horizontes tal como lo mencionábamos anteriormente.
Crisis del paradigma civilizatorio
Es en este contexto de crisis de la racionalidad científica y técnica [4](LS, 19) -que lleva al cuestionamiento profundo de un modelo de desarrollo-, y a la incertidumbre sobre el futuro que el Papa Francisco nos presenta la Encíclica Laudato Si’, Sobre el cuidado de la casa común. En estas líneas, el Pontífice se hace consciente del deterioro del mundo y la pérdida de la calidad de vida (LS,18) que lleva a considerar a la tierra como un depósito de porquería (LS,21) fruto de la cultura del descarte (LS,22).El problema ecológico presenta un reto a la teología, en cuanto el considerar a la realidad como Creación puede aportar un sentido último de responsabilidad y un llamado de atención sobre el cuidado de la misma, entendiendo al hombre como una criatura del mundo con derecho a vivir en dignidad y felicidad (LS, 43).
Este aporte de la reflexión teológica ayuda a detenerse y a reflexionar acerca de nuestro lugar en el mundo. Para lo cual, en la encíclica nos encontramos con el concepto de “ecología integral” (LS, 59).
Al analizar la raíz humana de la crisis ecológica (LS, 101) realiza una crítica del paradigma tecnocrático dominante, además de mostrar que el poderío tecnológico pone al hombre en una encrucijada ante la Creación (LS, 102-103).
Con este análisis pone en el tapete que el ser humano no tiene una capacidad de ejercer el poder con autonomía propia (LS, 105).
Asimismo, coloca como otro de los males del momento al relativismo práctico (LS, 122), por el cual el hombre se ubica como única fuente de criterio, no respetando el don de lo creado por Dios (LS, 123).
Al analizar la raíz humana de la crisis ecológica, Francisco realiza una crítica del paradigma tecnocrático dominante, además de mostrar que el poderío tecnológico pone al hombre en una encrucijada ante la Creación.
Ante la complejidad de la crisis socio ambiental (LS, 139), Francisco propone una ecología integral (LS, 137) en donde el valor inalienable de cada ser humano se da sin importar su nivel de desarrollo (LS, 137).
Es en este punto del Magisterio Social (LS, 15), en el cual se incorpora esta encíclica, en donde las propuestas teológicas pueden ser integradas como «saberes» en los respectivos sectores de la experiencia humana y social. Saberes que colaboren con un debate serio y honesto (LS, 61).
Aportes al Magisterio Social de la Iglesia
Esta encíclica se inserta en la línea de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, en la que se afirma que “las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser concretos —sin pretender entrar en detalles— para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie [5]”. De esa manera, tal como nos los recuerda Francisco, “hace falta sacar sus consecuencias prácticas para que puedan incidir eficazmente también en las complejas situaciones actuales. Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos” [6].
¿De qué manera nos amplía los horizontes?
Antropológicos
En primer lugar, ante el individualismo metodológico que predomina como forma de entender al hombre, Francisco considera al humano como un ser capaz de diálogo con otros (LS, 81), de ser libre siendo capaz de limitar a la técnica y colocarla al servicio del mismo hombre (LS, 112-113).
Ante una razón incapaz de encontrar horizontes últimos, manifiesta que todo está conectado (LS, 120), y, teniendo esta certeza, supera al cartesianismo moderno (LS, 115,116) y pasa a colocar al hombre en relación con su entorno.
Con respecto a la crisis de un paradigma científico técnico heredero del positivismo, Laudato Si’ nos invita a ver al hombre como capaz de abrirse al encuentro de otros modos de pensar, en los que el aporte sapiencial de las diversas tradiciones religiosas contribuyen con un significado específico al debate. En ese sentido, ante el triunfo de la indiferencia religiosa y la privatización de la religión, afirma que el pensamiento judeo-cristiano coloca un compromiso y responsabilidad ante la Creación (LS, 78), y un aire a la fragmentación de saberes que no reconocen horizontes éticos de referencia al perder el sentido de la totalidad (LS, 110).
Con respecto a la crisis de un paradigma científico técnico heredero del positivismo, Laudato Si’ nos invita a ver al hombre como capaz de abrirse al encuentro de otros modos de pensar, en los que el aporte sapiencial de las diversas tradiciones religiosas contribuyen con un significado específico al debate.
Noción de Creación
De esta manera, el aporte de los principios del cristianismo a la razón secular puede ayudar al cuidado del medioambiente. En ese sentido, la idea de Creación, don originario que conlleva una responsabilidad, nos invita a ver a la naturaleza no como una fuente de recursos, sino con una finalidad determinada, que es Dios mismo (LS,80,83). A su vez, la tierra es la herencia común. Es un derecho universal, y este destino de los bienes es el primer principio ético de organización social (LS, 93).
Gobernanza global
Ante la complejidad del asunto, la sugerencia papal pasa por un desarrollo de una ecología económica como capacidad de ampliar la realidad productiva (LS, 141). En ese sentido, frente el desencanto o indiferencia ante el fenómeno de lo político, se nos invita a los cristianos a que colaboremos en la salud institucional en los países, ya que un civismo para el desarrollo de la solidaridad y el respeto de la ley es necesario para que se dé un sano desarrollo de la vida social (LS, 142). De esta forma, nos recuerda el papel de la sana política en la doble capacidad de reformar las instituciones y propiciar grandes fines (LS, 181) además de ser capaz de construir diálogos y acuerdos básicos (LS, 177).
Por último, ante el relativismo moral que conduce a la ley de la selva o a una dictadura del relativismo, este esfuerzo expresado en la encíclica nos interpela y ayuda a reconocer un criterio de objetividad moral, que le permita al hombre ser capaz de seguir una ley existente en el interior de su corazón que debe saber respetar (LS,155), ya que de oír este llamado interior va a entender al mundo, no como un espacio de consumo, sino como un proyecto en común (LS,164).
Conclusiones y perspectivas
Esta encíclica puede ser leída desde un paradigma teológico como la teología pública. Esta lectura implica que se considere a las proposiciones fundamentales del cristianismo como públicas y capaces de construir valores comunes de cara al cuidado de nuestra casa común. En esa línea, se inserta en una comprensión de la teología como capaz de transformar la esfera pública en sociedades pluralistas y secularizadas, aportando símbolos y discursos religiosos que inspiren o fortalezcan los imaginarios sociales de cara a los problemas contemporáneos. Pues, “sólo si el cristianismo interviene en la construcción de una sociedad mundial, podrá hacer valer en ella y para ella su propio ideal de solidaridad sin odio ni violencia. Pero el amor al enemigo, la resistencia al odio y la violencia no dispensan al cristianismo de la lucha para que todos los hombres sean sujetos. De lo contrario, faltaría su misión de ser: la esperanza en el Dios de vivos y muertos que llama a todos los hombres a ser sujetos en su presencia” [7].
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[1] BENEDICTO XVI, Fe, razón y universidad. Recuerdo y reflexiones. Discurso en el Aula Magna de la Universidad de Ratisbona, 12 de septiembre de 2006, 7.
[2] D. HOLLENBACH, Common Good and Social Ethics, Cambridge University Press, 2002, 22.
[3] Ibid, 100.
[4] Laudato Sii, 19. En adelante, citaremos la referencia del documento papal al lado de la idea que manifiesta de la siguiente manera: (LS, n°).
[5] Evangelii Gaudium, 182
[6] Op. Cit., 183
[7] JOHAN BAPTIST METZ, La fe en la historia y en la sociedad, Ed. Cristiandad, 244