Oración del nuevo despertar

Jesús, resucita nuestra confianza. El coronavirus nos ha desconcertado a todos. Nunca nos habíamos sentido tan inseguros ni tan paralizados por el miedo. De pronto, los seres humanos estamos experimentando que somos frágiles y vulnerables… Jesús, despierta en nosotros la confianza en ese misterio de Bondad insondable que es Dios, ese Padre que nos ama con entrañas de Madre. Ningún ser humano está solo. Nadie vive olvidado. Ninguna queja cae en el vacío.

Jesús, resucita nuestra esperanza. Caminábamos con orgullo hacia un bienestar cada vez mayor y, de pronto, nos hemos quedado sin horizonte. En estos momentos, nadie en toda la humanidad sabe cómo será nuestro futuro, ni quién nos podrá conducir hacia el porvenir… Jesús, que la pandemia no nos robe la esperanza. Recuérdanos que no estamos solos, perdidos en la historia, enredados en nuestros conflictos y contradicciones, que tenemos un Padre que, por encima de todo, busca nuestro bien.

Jesús, resucita nuestra solidaridad. El coronavirus nos ha descubierto que nos necesitamos unos a otros. No podemos caminar divididos hacia el futuro, sin aliviar a los que sufren, sin acercarnos a los que nos necesitan… Jesús, despierta en nosotros la fraternidad. Recuérdanos el proyecto humanizador del Padre que solo quiere construir con nosotros en la tierra una familia donde reinen cada vez más la justicia, la igualdad y la solidaridad.

Jesús, resucita en nosotros la lucidez y la responsabilidad. Superada la pandemia, nos tendremos que enfrentar a las graves consecuencias que dejará entre nosotros… Jesús, llénanos de tu Espíritu para que nos encaminemos hacia un mundo más humano: promoviendo la cooperación internacional y la gobernanza global, cada vez más necesaria; asegurando el pan de los que saldrán de la pandemia para caer en el hambre; protegiendo a los pueblos más débiles que quedarán sin infraestructuras. Jesús, que seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso con todos nosotros.

Jesús, resucita y sacude nuestras conciencias. El coronavirus se ha convertido de modo inesperado en una grave llamada de alarma. El proyecto creador de Dios, nuestro Padre, que busca que la tierra sea la “Casa común” de la familia humana, está siendo arruinado precisamente por nosotros, la especie más inteligente… Jesús, haz que tomemos conciencia de que el planeta nos ofrece todo lo que la humanidad necesita, pero no todo lo que busca la obsesión de bienestar insaciable de los poderosos. Que despertemos cuanto antes para entender que la degradación del equilibrio ecológico nos está conduciendo hacia un futuro cada vez más incierto.

Jesús, resucita nuestra fe en el Padre. Para que nunca perdamos la esperanza de creer en nuestra propia resurrección, más allá de la muerte. Solo entonces descubriremos que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se han perdido en el vacío. Solo entonces experimentaremos que lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestros errores y torpezas, lo que hemos construido con gozo o con lágrimas, todo quedará transformado. Entonces escucharemos desde el misterio de la Bondad insondable de Dios estas palabras admirables: “Yo soy el origen y el fin de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la vida” (Ap 21, 6). ¡Gratis!, sin merecerlo, así saciará Dios la sed de vida eterna que todos los humanos sentimos dentro de nosotros.

Por José Antonio Pagola

La Universidad Católica de Córdoba y un proyecto que abre puertas

Desde la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Córdoba y  a través del Laboratorio de Modelos y Prototipados (lamp), se trabaja en el diseño de un accesorio de tipo hand off que permite abrir y cerrar puertas sin tener que utilizar las manos. Su destinatario inmediato es la Clínica Universitaria Reina Fabiola, pero el modelo imprimible se encuentra a disposición de otros centros de salud de la ciudad y de otras provincias.

El proyecto fue impulsado por los arquitectos y docentes Daniel Sardo y Gabriel Massano, autores del diseño del prototipo, y está basado en el modelado y la impresión 3D.  Lo que se pretende es evitar el contagio por manipulación de manijas y picaportes en hospitales y centros de salud, lo que también podrá extenderse a otro tipo de establecimientos que lo necesiten.

Bajo el nombre «Manija COVID-19», el proyecto ha sido acreditado por la Secretaria de Proyección y Responsabilidad Social Universitaria.

La particularidad más notable del modelo desarrollado es que está concebido en una sola pieza y puede ser aplicado de manera rápida ante una emergencia, incluso sin la utilización de sujeciones complejas porque puede asegurarse con simples precintos plásticos.

El Laboratorio de la Universidad, ya entregó los primeros prototipos a la Clínica Reina Fabiola. A su vez, el Laboratorio de Investigación y Desarrollo de Biomodelos 3D del Ministerio de Salud de la Provincia de Córdoba, del que forma parte el docente Gbriel Massano, imprime unidades para el Hospital de Niños de la Santísima Trinidad. Se sumará también el trabajo de alumnos y exalumnos voluntarios.

Es importante destacar que una de las versiones del prototipo ha sido seleccionada, destacada y recomendada por expertos del U.S. Department of Health and Human Services – National Institutes of Health, para su producción en serie, destinada al uso comunitario masivo en situaciones como la generada actualmente por el COVID-19.

Fuente: ucc.edu.ar

Papa Francisco: un plan para resucitar

El papa Francisco escribe una nueva reflexión para Pascua. Se trata de una meditación de puño y letra para la revista Vida Nueva Digital y para toda la Iglesia. A partir del «Alégrense» de Jesús a las mujeres, envía un mensaje de esperanza que nace de la alegría pascual y que anima la vida en estos tiempos que corren.

Presentamos a continuación el texto íntegro de la meditación escrita por el Papa:

Un plan para resucitar

“De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: ‘Alégrense’” (Mt 28, 9). Es la primera palabra del Resucitado después de que María Magdalena y la otra María descubrieran el sepulcro vacío y se toparan con el ángel. El Señor sale a su encuentro para transformar su duelo en alegría y consolarlas en medio de la aflicción (cfr. Jr 31, 13). Es el Resucitado que quiere resucitar a una vida nueva a las mujeres y, con ellas, a la humanidad entera. Quiere hacernos empezar ya a participar de la condición de resucitados que nos espera.

Invitar a la alegría pudiera parecer una provocación, e incluso, una broma de mal gusto ante las graves consecuencias que estamos sufriendo por el COVID-19. No son pocos los que podrían pensarlo, al igual que los discípulos de Emaús, como un gesto de ignorancia o de irresponsabilidad (cfr. Lc 24, 17-19). Como las primeras discípulas que iban al sepulcro, vivimos rodeados por una atmósfera de dolor e incertidumbre que nos hace preguntarnos: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3). ¿Cómo haremos para llevar adelante esta situación que nos sobrepasó completamente? El impacto de todo lo que sucede, las graves consecuencias que ya se reportan y vislumbran, el dolor y el luto por nuestros seres queridos nos desorientan, acongojan y paralizan. Es la pesantez de la piedra del sepulcro que se impone ante el futuro y que amenaza, con su realismo, sepultar toda esperanza. Es la pesantez de la angustia de personas vulnerables y ancianas que atraviesan la cuarentena en la más absoluta soledad, es la pesantez de las familias que no saben ya como arrimar un plato de comida a sus mesas, es la pesantez del personal sanitario y servidores públicos al sentirse exhaustos y desbordados… esa pesantez que parece tener la última palabra.

Sin embargo, resulta conmovedor destacar la actitud de las mujeres del Evangelio. Frente a las dudas, el sufrimiento, la perplejidad ante la situación e incluso el miedo a la persecución y a todo lo que les podría pasar, fueron capaces de ponerse en movimiento y no dejarse paralizar por lo que estaba aconteciendo. Por amor al Maestro, y con ese típico, insustituible y bendito genio femenino, fueron capaces de asumir la vida como venía, sortear astutamente los obstáculos para estar cerca de su Señor. A diferencia de muchos de los Apóstoles que huyeron presos del miedo y la inseguridad, que negaron al Señor y escaparon (cfr. Jn 18, 25-27), ellas, sin evadirse ni ignorar lo que sucedía, sin huir ni escapar…, supieron simplemente estar y acompañar. Como las primeras discípulas, que, en medio de la oscuridad y el desconsuelo, cargaron sus bolsas con perfumes y se pusieron en camino para ungir al Maestro sepultado (cfr. Mc 16, 1), nosotros pudimos, en este tiempo, ver a muchos que buscaron aportar la unción de la corresponsabilidad para cuidar y no poner en riesgo la vida de los demás. A diferencia de los que huyeron con la ilusión de salvarse a sí mismos, fuimos testigos de cómo vecinos y familiares se pusieron en marcha con esfuerzo y sacrificio para permanecer en sus casas y así frenar la difusión. Pudimos descubrir cómo muchas personas que ya vivían y tenían que sufrir la pandemia de la exclusión y la indiferencia siguieron esforzándose, acompañándose y sosteniéndose para que esta situación sea (o bien, fuese) menos dolorosa. Vimos la unción derramada por médicos, enfermeros y enfermeras, reponedores de góndolas, limpiadores, cuidadores, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas, abuelos y educadores y tantos otros que se animaron a entregar todo lo que poseían para aportar un poco de cura, de calma y alma a la situación. Y aunque la pregunta seguía siendo la misma: “¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro?” (Mc 16, 3), todos ellos no dejaron de hacer lo que sentían que podían y tenían que dar.

Y fue precisamente ahí, en medio de sus ocupaciones y preocupaciones, donde las discípulas fueron sorprendidas por un anuncio desbordante: “No está aquí, ha resucitado”. Su unción no era una unción para la muerte, sino para la vida. Su velar y acompañar al Señor, incluso en la muerte y en la mayor desesperanza, no era vana, sino que les permitió ser ungidas por la Resurrección: no estaban solas, Él estaba vivo y las precedía en su caminar. Solo una noticia desbordante era capaz de romper el círculo que les impedía ver que la piedra ya había sido corrida, y el perfume derramado tenía mayor capacidad de expansión que aquello que las amenazaba. Esta es la fuente de nuestra alegría y esperanza, que transforma nuestro accionar: nuestras unciones, entregas… nuestro velar y acompañar en todas las formas posibles en este tiempo, no son ni serán en vano; no son entregas para la muerte. Cada vez que tomamos parte de la Pasión del Señor, que acompañamos la pasión de nuestros hermanos, viviendo inclusive la propia pasión, nuestros oídos escucharán la novedad de la Resurrección: no estamos solos, el Señor nos precede en nuestro caminar removiendo las piedras que nos paralizan. Esta buena noticia hizo que esas mujeres volvieran sobre sus pasos a buscar a los Apóstoles y a los discípulos que permanecían escondidos para contarles: “La vida arrancada, destruida, aniquilada en la cruz ha despertado y vuelve a latir de nuevo” (1) . Esta es nuestra esperanza, la que no nos podrá ser robada, silenciada o contaminada. Toda la vida de servicio y amor que ustedes han entregado en este tiempo volverá a latir de nuevo. Basta con abrir una rendija para que la Unción que el Señor nos quiere regalar se expanda con una fuerza imparable y nos permita contemplar la realidad doliente con una mirada renovadora.

Y, como a las mujeres del Evangelio, también a nosotros se nos invita una y otra vez a volver sobre nuestros pasos y dejarnos transformar por este anuncio: el Señor, con su novedad, puede siempre renovar nuestra vida y la de nuestra comunidad (cfr. Evangelii gaudium, 11). En esta tierra desolada, el Señor se empeña en regenerar la belleza y hacer renacer la esperanza: “Mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notan?” (Is 43, 18b). Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente.

Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todo los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos. La Pascua nos convoca e invita a hacer memoria de esa otra presencia discreta y respetuosa, generosa y reconciliadora capaz de no romper la caña quebrada ni apagar la mecha que arde débilmente (cfr. Is 42, 2-3) para hacer latir la vida nueva que nos quiere regalar a todos. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presente (o bien, aquí estoy) ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).

En este tiempo nos hemos dado cuenta de la importancia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral” (2). Cada acción individual no es una acción aislada, para bien o para mal, tiene consecuencias para los demás, porque todo está conectado en nuestra Casa común; y si las autoridades sanitarias ordenan el confinamiento en los hogares, es el pueblo quien lo hace posible, consciente de su corresponsabilidad para frenar la pandemia. “Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad” (3). Lección que romperá todo el fatalismo en el que nos habíamos inmerso y permitirá volver a sentirnos artífices y protagonistas de una historia común y, así, responder mancomunadamente a tantos males que aquejan a millones de hermanos alrededor del mundo. No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quien nos volverá a preguntar “¿dónde está tu hermano?” (Gn, 4, 9) y, en nuestra capacidad de respuesta, ojalá se revele el alma de nuestros pueblos, ese reservorio de esperanza, fe y caridad en la que fuimos engendrados y que, por tanto tiempo, hemos anestesiado o silenciado.

Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia? La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos” (4).

En este tiempo de tribulación y luto, es mi deseo que, allí donde estés, puedas hacer la experiencia de Jesús, que sale a tu encuentro, te saluda y te dice: “Alégrate” (Mt 28, 9). Y que sea ese saludo el que nos movilice a convocar y amplificar la buena nueva del Reino de Dios.

 

Texto publicado por la revista en formato pdf para leer y descargar: click aquí

Fuente: vidanuevadigital.com

 

Reflexión del Evangelio – Segundo Domingo de Pascua

Evangelio Según San Juan 20, 19 – 31

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.

Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”.

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”.

Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.

Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.

Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”.

Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.

Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

En alguna parte leí la historia de un montañista que, desesperado por conquistar el Aconcagua, inició su travesía, después de años de preparación. Quería la gloria sólo para él, por lo tanto subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y no se preparó para acampar, sino que siguió subiendo, decidido a llegar a la cima. Oscureció, la noche cayó con gran pesadez en la altura de la montaña; ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era oscuro, cero visibilidad, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes. Subiendo por un acantilado, a solo cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires… Bajaba a una velocidad vertiginosa; solo podía ver veloces manchas cada vez más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.  Seguía cayendo… y en esos angustiantes momentos, pasaron por su mente todos sus gratos y no tan gratos momentos de la vida; pensaba que iba a morir; sin embargo, de repente sintió un tirón tan fuerte que casi lo parte en dos… Como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.  En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar: «¡Ayúdame, Dios mío!»

De repente una voz grave y profunda de los cielos le contesta: –«¿Qué quieres que haga, hijo mío?» –«¡Sálvame, Señor!» –«¿Realmente crees que puedo salvarte?» –«Por supuesto, Señor». –«Entonces, corta la cuerda que te sostiene…» Hubo un momento de silencio y quietud.  El hombre se aferró más a la cuerda… y no se soltó como le indicaba la voz. Cuenta el equipo de rescate que al otro día encontraron colgado a un alpinista congelado, muerto, agarrado con fuerza, con las manos a una cuerda… a tan solo dos metros del suelo…

La duda mata, dice la sabiduría popular. Y para demostrarlo, basta ver una gallina tratando de cruzar una carretera por la que transitan camiones con más de diez y ocho llantas… El Evangelio que nos propone la liturgia del segundo domingo de Pascua nos muestra a un Tomás exigiendo pruebas y señales claras para creer: “Tomás, uno de los doce discípulos, al que llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Después los otros discípulos le dijeron: – Hemos visto al Señor. Pero Tomás contestó: – Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, y si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no lo podré creer”. Seguramente, muchas veces en nuestra vida hemos dicho palabras parecidas a Dios. Este domingo tenemos una buena oportunidad para revisar la confianza que tenemos en el Señor.

Cuando el Señor volvió a aparecerse en medio de sus discípulos, llamó a Tomás y le dijo: – Mete aquí tu dedo, y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado…” Será necesario que el Resucitado nos diga «¡No seas incrédulo sino creyente!» o, por el contrario, seremos merecedores de esa bella bienaventuranza que dice: «Dichosos los que creen sin haber visto». Sinceramente, preguntémonos: ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza? ¿Dónde está nuestra seguridad? ¿Estamos llenos de dudas que nos van matando? ¿Qué tanto confiamos en la cuerda que nos sostiene en medio del abismo?

Fuente: jesuitas.lat

El Colegio del Salvador canta #desdecasa

Desde que comenzó este tiempo de confinamiento, el Colegio jesuita del Salvador, encontró en la música un espacio para seguir haciendo comunidad entre alumnos, personal docente y no docente, madres y padres, ex alumnos, sacerdotes y estudiantes jesuitas.

El 26 de Marzo publicaban un video con la canción «La Mesa» de los Carabajal,  invitando a compartir en comunidad este tiempo nuevo que nos toca atravesar: «Para algunos, en este tiempo toca compartir la mesa en familia con más intensidad. Para otros, toca sentarse a solas en la mesa y extrañar. Como sea, todos soñamos con reencontrarnos y con que las mesas sean cada vez más “de todos”. Hoy nos encontramos cantando desde casa, y compartimos esta mesa del encuentro.»

La Semana Santa fue ocasión también para cantar #desdecasa, es así como 17 miembros de la comunidad educativa grabaron el Pregón Pascual para celebrar la Resurrección del Señor, haciendo llegar a cada hogar una feliz pascua: «Jesús vive para siempre. Y esa es nuestra alegría más honda, nuestra certeza más profunda, la que renueva nuestras vidas.»

Instagram: colegiodelsalvador

Facebook: Colegio del Salvador

¿De qué Dios hablar y… cómo?

El jesuita español Darío Mollá se formula estas preguntas en este tiempo de distanciamiento y nos propone una reflexión en dos momentos y una constatación. 

Inicialmente considera que el primer movimiento ha de ser el de callar, y callar mucho antes de decir una palabra. Es de la postura de que no tenemos derecho a hablar de Dios si antes no hemos hecho nuestro el silencio, las lágrimas, la impotencia, la rabia de tantas y tantas personas que viven el despojo en carne propia.

En segundo lugar, nos indica que es necesario asumir este como tiempo de tentación, como lo fue el tiempo de Israel en el desierto. Tentaciones (y pecados) en el ámbito de lo político, la economía, la actividad empresarial y laboral; tentaciones (y pecados) en el ámbito de la convivencia familiar y vecinal, en lo personal. Asumirlos y cada uno deberíamos reconocer los nuestros. Y en ese reconocernos pecadores hacernos más misericordiosos en nuestras actitudes y muy (mucho más) humildes en nuestras proclamas. 

Y entonces, no antes, podremos hablar de Dios. Y si no, mejor callar.

Pero ¿de qué Dios y cómo? Del Dios que “se esconde” en la pasión como dice San Ignacio. 

En palabras de Dietrich Bonhoeffer: “Dios clavado en la cruz permite que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda indica claramente que Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos”.

Sí. La fe se hace a veces muy oscura, la esperanza muy costosa y la caridad es el único lenguaje posible.

Fuente: bit.ly/3euAxKB 

Pascua.. y ahora ¿qué?

Para reflexionar después de la Semana Santa, darle lugar a las preguntas.. y ahora ¿qué?

Pasó la Cuaresma, pasó la Semana Santa… y un mes después seguimos en este tiempo de aislamiento comenzando a celebrar la Pascua. Durante la Cuaresma la crisis de la COVID nos invitaba a profundizar en el sentido del tiempo de conversión: silencio, aislamiento, prueba, cambio de vida, desierto, tentación… Pero ¿Y ahora?

También vivimos la Pasión con un rostro sufriente fácil de reconocer. No necesitábamos buscar cruces, ni tumbas abiertas, ni madres dolorosas, ni amigos desesperados, bastaba mirar las noticias. Pero ¿Y ahora?

¿Dónde está la luz? ¿Dónde la alegría? ¿Dónde la comunidad que celebra la presencia del Resucitado? ¿Dónde la vida venciendo a la muerte? Este tiempo de Pascua que se abre ante nosotros es para muchos nuevo. Muchos hemos vivido siempre la Pascua en un contexto de alegría natural, de vacaciones, de fiesta. Y ahora ¿qué Pascua celebramos?

De nuevo aparece aquí un diálogo fundamental, la conversación entre la realidad y la fe. El diálogo supone que ambas partes se reconocen, se hablan y se escuchan. Los discípulos no experimentaron la Resurrección inmediatamente como una gran fiesta. María no fue capaz de reconocer al Resucitado a primera vista. Las mujeres no salieron del sepulcro colmadas de felicidad, sino con miedo y alegría. A Tomás no le bastó con saber que Jesús había resucitado. Los discípulos seguían encerrados después de saber la noticia. Lo fueron descubriendo al poner en diálogo la realidad de su miedo y sus dudas con la alegría y la esperanza que manaba de su fe.

Tal vez nos habíamos acostumbrado con demasiada facilidad a que el contexto facilitaba la experiencia personal, y ahora es tiempo de descubrir que, aunque estén cerradas las puertas, Jesús se vuelve a poner en medio. Él nos vuelve a salir al encuentro, vuelve a caminar con nosotros, pero nosotros debemos querer reconocerlo. Hoy debemos poner en diálogo la oscuridad de la realidad que nos envuelve y la luz de la fe en el Resucitado. Y lo debemos hacer cada uno personalmente, porque el encuentro con Cristo es personal.

Quizás esa sea la invitación de este tiempo, redescubrir que nos dice Jesús Resucitado en nuestra realidad concreta. Discernir que supone anunciar la Vida eterna en este tiempo de vidas truncadas. La Resurrección de Jesús toma la realidad humana para revestirla de gloria, también esta realidad que nos envuelve ahora, atrevámonos a hacer este camino.

Por Javier Prieto.

Fuente: pastoral.sj

Papa Francisco: Buscar la paz siempre y de todas maneras

En la catequesis de este miércoles 15 de abril, el Papa Francisco reflexionó sobre la séptima bienaventuranza: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Los «artesanos de paz», los que actúan de forma activa y artesanal, colaborando en la obra de la creación.

Además, profundizó sobre el significado de la palabra paz y dos concepciones que hay sobre ella:

La primera idea es la bíblica, donde aparece la hermosa palabra shalom, que expresa abundancia, prosperidad, bienestar. Cuando en hebreo se desea el shalom, se desea una vida bella, plena y próspera, pero también la verdad y la justicia, que se cumplirán en el Mesías, expresó.

El otro sentido de paz es el sentido subjetivo  y  está muy difundido en nuestra sociedad, es el de tranquilidad y equilibrio personal, que en ocasiones no corresponde a un crecimiento interior, explicó el Papa.

La paz que viene del Señor es la que hace de dos pueblos uno solo

La verdadera shalom y el verdadero equilibrio interior – asegura finalmente el Pontífice – brotan de la paz de Cristo, capaz de generar una nueva humanidad, encarnada en una  infinita fila de santos y santas, inventivos, creativos, que han ideado formas siempre nuevas de amar. «En esta vida como hijos de Dios, está la verdadera felicidad. Bienaventurados aquellos que van por este camino”.

«El amor por su nacimiento es creativo y busca la reconciliación a cualquier costo. Los que han aprendido el arte de la paz y lo practican saben que no hay reconciliación sin el don de la vida, y que hay que buscar la paz siempre y de todas maneras. Siempre y de todas maneras. ¡No olviden esto!»

Sean constructores de paz

Francisco anima a todos los fieles «a colaborar con Dios en la tarea de construir la paz, en cada momento y lugar, comenzando por aquellas situaciones particulares que cada uno vive y con las personas que tienen alrededor; especialmente, en estos momentos que estamos viviendo a causa de la pandemia, para que, con un gesto concreto de bien, puedan llevar la ternura, la alegría y la paz de Cristo Resucitado».

 

Fuente: vaticannews.va

Para resucitar con Vos

Ilumina nuestras sombras para llevar tu luz.
Ilumina nuestras sonrisas para abrazar tus resurrecciones.
Ilumina nuestras impotencias para fortalecernos en tu amor.
Ilumina nuestro andar, hoy quedándonos en nuestros hogares, para crecer en la entrega.
Ilumina nuestras palabras para no tener miedo a tus silencios.
Ilumina nuestras lágrimas para seguir sembrando.
Ilumina nuestros errores para aprender de vos
Ilumina nuestra oración para no ser sordos a tu llamada.
Ilumina nuestro latir para no perder el ritmo del Reino.
Ilumina nuestras necesidades para animarnos a vivir más allá de ellas
Ilumina nuestro amor para que sea incondicional y hasta el extremo como el tuyo.
Ilumina nuestro soñar para despertar contigo.
Ilumina nuestra música para cantar con los demás
Ilumina nuestras heridas para regarlas desde tu manantial.
Ilumina nuestros carismas y nuestras espiritualidades, para que sean plenitud de vida.
ilumina nuestras distancias para construir nuevas cercanías.
Ilumina nuestra Eucaristía, hoy espiritual, para hacerla en memoria tuya.
Ilumina nuestra paz, que es la Tuya.

Marcos Alemán sj

Un llamado a discernir y actuar a favor de los pobres y los marginados

El P. Xavier Jeyaraj,  jesuita indio de la Provincia de Calcuta y actual secretario para la Justicia Social y la Ecología, dirigió un mensaje para animarnos y darnos algunas orientaciones en el contexto de la pandemia mundial. Compartimos el mensaje completo:

Por Xavier Jeyaraj SJ

Mis queridos hermanos y hermanas:

¡Saludos desde SJES – Roma!

Hace unos meses, celebramos el 50 aniversario del Secretariado de Justicia Social y Ecología (SJES) con un Congreso en Roma en el que participaron más de 200 delegados y delegadas de todas partes del mundo. El Santo Padre Francisco, en su audiencia, nos animó e invitó a: «abrirnos de par en par al futuro, crear posibilidades e imaginar alternativas». Nos recordó que: «por encima de todo, el apostolado social debe promover procesos y fomentar la esperanza». En las conclusiones del Congreso, identificamos cuatro procesos de conversión que el apostolado social debe asumir: la transformación necesaria para la sociedad, la colaboración, la sinodalidad y la creación de nuevas narrativas. Este año planeábamos trabajar en la preparación de un documento basado en estos procesos de conversión a fin de proporcionar información para el discernimiento y la planificación apostólica en línea con las Preferencias Apostólicas Universales.

No podíamos prever entonces que, en los meses siguientes, nuestras vidas y el mundo, tal como lo conocíamos, cambiarían drásticamente. No sabíamos entonces que, en pocos meses, nos encontraríamos en una crisis de salud global, sin precedentes, debido a la Pandemia COVID-19. Con cifras que aumentan cada día desde su nivel actual de casi 1.300.000 casos y más de 70.000 muertes en 183 países a 6 de abril de 2020, el virus ha interrumpido la vida en casi todos los rincones del mundo. En respuesta a su rápida propagación, muchos países han decidido cerrar sus fronteras, cesar todas las actividades no esenciales e imponer cuarentenas a todos los residentes.

Los sistemas de salud corren el riesgo de verse aún más colapsados a medida que la pandemia se extienda. La salud y las consecuencias socioeconómicas y políticas serán devastadoras y afectarán -de hecho, ya están afectando – a las personas y comunidades más vulnerables, incluyendo, en particular, a los ancianos, niños y niñas, personas migrantes refugiadas y desplazadas forzosas y a los pueblos indígenas. ¿Cómo afrontarán los pobres y los excluidos esta crisis? ¿Cómo mantendrán la “distancia social” en los barrios marginales de muchas de las ciudades de nuestro mundo? ¿Dónde encontrarán los “sin techo” una casa segura? ¿Cómo se encerrarán durante días y semanas aquellos que tienen que ganarse el sustento diario? Como muchos ya están diciendo: si tienen que elegir entre el hambre y el coronavirus, elegirán el último. Al mismo tiempo, esta crisis global nos da un sentido de interconexión y de ser parte de la misma familia humana en una casa común.

En la situación actual, creo sinceramente que muchos de nosotros, en el apostolado social de la Compañía de Jesús hemos respondido a esta crisis global de manera creativa pero prudente. Me siento profundamente consolado e interpelado por las palabras del Padre General en su reciente seminario web del 2 de abril de 2020, a los miembros y colaboradores de la Compañía de Jesús, cuando dijo: «Mi primer pensamiento es para los pobres y aquellos que viven al margen de nuestra sociedad».

Entonces, ¿a qué nos está llamando Dios? Me gusta escuchar de muchos de ustedes que, a pesar de las grandes dificultades debido al confinamiento, están estableciendo redes y conexiones, “creando posibilidades e imaginando alternativas” para llegar a las personas afectadas, en particular a los pobres, a los migrantes, a los trabajadores, a los ancianos, a los abandonados y a los desamparados. Muchos de ustedes han encontrado creativamente maneras de ser solidarios con los pobres y de expresar su cercanía y afecto.

Creo que a todos los niveles estamos discerniendo y activando procesos colectivamente, estrategias y acciones que alivien la difícil situación de las personas y comunidades marginadas y que les ayuden a elevar su voz en la esfera pública. Las Preferencias Apostólicas Universales nos dan una excelente hoja de ruta. En el plano internacional, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030 también pueden ser un buen marco para nuestras iniciativas de incidencia pública.

A pesar de las limitaciones impuestas por el confinamiento, desde el Secretariado de Justicia Social y Ecología nos sentimos obligados a aceptar este desafío y a dar respuestas. Por ello, hemos iniciado las siguientes líneas de trabajo:

a) Mantuvimos reuniones virtuales con los seis delegados de las Conferencias, los cuatro líderes de los GIAN, junto con el grupo de emergencia de la Red Xavier (XN), espacios éstos en los que compartimos sobre las situaciones en los distintos países, conferencias y redes.

b) Con el apoyo de la Red Xavier, el Secretariado inició una encuesta el pasado 30 de marzo de 2020 para obtener información básica sobre las dificultades encontradas, las medidas adoptadas y los planes hechos por los centros, instituciones y redes de la Compañía de Jesús. Este estudio incluye a las redes internacionales de los jesuitas como Fe y Alegría y el Servicio Jesuita a Refugiados. Esperamos que esta encuesta nos proporcione información clave para un discernimiento colectivo con el fin de favorecer la articulación global, en base a una planificación estratégica conjunta tanto para la acción inmediata como en el medio plazo durante la fase de recuperación. Les invitamos a compartir sus sugerencias y unirse a estos esfuerzos.

c) El Secretariado también ha creado una nueva sección, Covid-19, dentro de nuestro sitio web: https://www.sjesjesuits.global/en/index.php/covid-19/. Confiamos en que fortalecerá nuestras estrategias de comunicación global, para compartir noticias y reflexiones, preocupaciones mundiales y buenas prácticas de la Compañía de Jesús en este momento de la pandemia. Les animo a compartir sus experiencias, aprendizajes y buenas prácticas, especialmente en esta época de crisis.

d) Estamos actualizando los cuatro procesos de conversión que identificamos al final del Congreso: la transformación de nuestra sociedad, la colaboración, la “sinodalidad” y la creación de nuevas narrativas, también durante esta crisis sanitaria mundial.

Estamos viviendo la prueba más dura e inesperada que podíamos imaginar. Sin embargo, llegaremos a mejor puerto si nos acordamos de cómo el padre Pedro Arrupe llegó a las víctimas de la bomba atómica de Nagasaki el 6 de agosto de 1945. Sigamos su ejemplo y recordemos sus palabras: «El Señor nunca había estado tan cerca de nosotros, porque nunca nos habíamos sentido tan inseguros». Pedimos que, por su intercesión, la luz del Espíritu nos guíe para que podamos responder adecuadamente en esta crisis mundial, defendiendo la dignidad y los derechos de las comunidades pobres y marginadas, y ayudando a construir un mundo más sano, sostenible y fraterno para todos.

Con profunda gratitud y los mejores deseos de una Semana Santa llena de gracia y la convicción de que resucitaremos con Cristo.

Fuente: jesuitas.lat