140 años del Colegio Seminario: la biblioteca

La biblioteca «P. Juan Alberto Sancho, S.J.» posee una amplia historia. Lleva ese nombre en memoria de quien fue ex alumno del Colegio, profesor de historia y literatura, prefecto de alumnos y director de la Congregación Mariana. También fue  Juan Alberto Sancho quien inició y organizó el concurso literario que perdura en el presente con su nombre.

Los comienzos de la biblioteca se remontan al año 1880 aunque no existe evidencia que atestigüe cómo y dónde funcionaba antes del año 1920. En sus 140 años de vida ha tenido varias ubicaciones, ha sufrido modificaciones edilicias, algunas más y otras menos acertadas, y ha visto transformar su colección. En ella han trabajado variedad de funcionarios con distintas formaciones.

La biblioteca ha servido de apoyo a sacerdotes, docentes y alumnos que han formado parte de la institución a lo largo de su vida.

A continuación compartimos un vídeo que recorre la historia de la biblioteca. Fue realizado por Julia Demasi, como trabajo de fin de grado y se titula: La biblioteca del Colegio Seminario. Una aproximación al estudio de la historia de las bibliotecas.

El acervo de imágenes fue complementado con material de archivo del Colegio, colecciones digitales de la Biblioteca Nacional de Uruguay y del Centro de Fotografía de la Intendencia de Montevideo, archivos privados de antiguos funcionarios, y las obras: Recuerdos en Blanco y Negro Colegio Seminario : 1880 – 125 años – 2005 (Fernández; Leone, 2005); y Preparatorios del Seminario : memoria de 60 años, 1942-2002 (Fernández, 2005). Las entrevistas que se utilizan datan de octubre de 2006.

La lectura fue realizada por el actual equipo de biblioteca: Silvana Dos Santos, Julia Demasi, Daniela García, Mónica Martínez, Maité Gascue, y Deborah Suhr.

Fuente: www.seminario.edu.uy

Reflexión del Evangelio – Solemnidad del Corpus Christi

Evangelio según San Juan 6, 51-58.

Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».

Reflexión por P. Hermann Rodríguez Osorio, S.J

Había una vez un pan malo que, tan pronto salió del horno, fue colocado, contra su voluntad, en la vitrina de la panadería junto a otros muchos panes. Poco a poco los clientes se fueron llevando todos los panes y sólo quedó el pan malo que siempre que trataban de agarrarlo, gritaba y protestaba para que no lo tocaran. De pronto, llegó una señora a comprar pan y, como no encontró más, se llevó el pan malo que refunfuñó disgustado: – “¿A dónde cree que me lleva?” La señora le dijo: –“Pues te llevo a mi casa, donde hay cuatro niños que te esperan para poder ir a la escuela a estudiar todo el día”. El pan malo no tuvo más remedio que dejarse llevar, pero siguió refunfuñando para sus adentros… Tan pronto estuvo en medio de la mesa del comedor de la familia y se sintió amenazado por los cuatro niños, comenzó a gritar: –“¡No tienen derecho a hacerme daño! ¡Yo no quiero que me partan, ni estoy dispuesto a que me coman! ¡No lo voy a aceptar de ninguna manera!”.

Los niños, estupefactos, se contentaron esa mañana con el café con leche y algunas galletas que había del día anterior… Dejaron el pan malo sobre la mesa y se fueron a la escuela sin discutir más con el… Pasaron los días y la señora terminó tirando el pan malo a la basura, porque se puso tieso y nadie se lo quería comer…

Había, en cambio, otro pan bueno que tan pronto salió del horno, crujiente y tierno, se sintió feliz de que se lo llevaran de primero para la casa de una familia numerosa. Cuando lo colocaron sobre la mesa, sabiendo que lo iban a partir y que se lo iban a comer, agradeció a Dios porque podía darle vida a los niños que iban a estudiar a la escuela. Tuvo miedo y le dolió cada uno de los embates del cuchillo que lo fue rebanando poco a poco; luego, cuando sentía cada mordisco, sufría, pero sabía que los niños lo necesitaban para jugar, para estudiar, para reír toda la mañana. Así que se ofreció con generosidad hasta el final, sin dejar sentir el dolor que lo embargaba.

Esta historia la suelo contar a los niños y niñas cuando hacen su primera comunión; a partir de este sencillo cuento, converso con ellos sobre el valor de la entrega, del sacrificio por los demás, de la entrega generosa de Dios a través de su Hijo en la Eucaristía. Los niños, como los que escuchaban al Señor, se preguntan aterrados: ¿cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?

Leyendo a santo Tomás de Aquino, podemos entender un poco mejor el sentido de la fiesta de hoy y de los textos bíblicos que nos propone la Iglesia para la celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo: “El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres (…) Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión (…)”.

Participar de la vida del Señor, por haber comido su carne y haber bebido su sangre, es participar de su vida divina, que no es otra cosa que una vida entregada, por amor, hasta la muerte. Por eso, “el que come de este pan, vivirá para siempre”, porque es una vida que no termina, sino que se transforma en vida para el mundo, como el pan generoso que se hizo risa y alegría en los niños del cuento.

Fuente: jesuitas.lat

Fe y Alegría celebra los 24 años del primer Centro Educativo en Argentina

En este mes de Junio, Fe y Alegría está celebrando los 24 años del Centro Educativo fundacional en Argentina, ubicado en Barrio Alberdi en la localidad de Resistencia, Chaco.

Con testimonios de egresados, docentes y directivos, nos cuentan sobre la evolución de este proyecto educativo, la propuesta y los valores que guían la enseñanza y lo que se busca promover en la comunidad.

«Fue una experiencia llena de valores porque desde que ingresé hasta que terminé el profesor siempre estaba acompañándonos, nos brindaron apoyo. Actualmente cuando tengo dudas sobre algo de la carrera vengo y ellos me ayudan. Además nos enseñaron a ser más humanitarios, nos llenaron de valores en la formación del trabajo y continuamente a socializarnos y a trabajar grupalmente.» Iris Martínez, Egresada.

El vídeo fue filmado el año pasado, y con este material se quiere agradecer lo vivido y compartir el deseo de volver pronto a las aulas: «¡Nuestros patios y aulas volverán a llenarse del canto de nuestras alumnas y alumnos aprendiendo!»

Fuente: Facebook Fe y Alegría Argentina

La olla que une a varias parroquias

En Montevideo, las comunidades parroquiales de Villa del Cerro se unieron en solidaridad para colaborar con las familias más necesitadas del barrio. Acompañados por los párrocos Guillermo Porras y Rubén Strina SJ, el día 1 de abril se abrieron las puertas de las parroquias Nuestra Señora de la Ayuda y Nuestra Señora Fátima para llevar adelante esta iniciativa. La revista Entre Todos nos cuenta en detalles de qué se trata la «olla que una a varias parroquias».

Reportaje completo

En la Capilla Cruz Alta, a metros de la fortaleza del Cerro, funciona una olla popular en la que participan, de una u otra forma, las parroquias y movimientos de la zona.

Bernarda y Óscar llevan 36 años juntos y viven en la calle Filipinas, al lado de la capilla donde desde hace unos años funciona el programa Volver A Empezar (VAE), impulsado por la Asociación San Juan Apóstol. En la crisis de 2002 instalaron una olla popular para ayudar a los que lo necesitaban. Cuando se agudizó la crisis por la pandemia,  retomaron la iniciativa: el 1° de abril abrieron la capilla para todos los que necesitaran un plato de guiso.

“Nos juntamos con otros tres conocidos de la capilla porque vimos que el barrio  necesitaba algo así”, cuenta Bernarda. Ella es auxiliar de cocina en un salón de fiestas (ahora sin actividad), pero el que revuelve la olla es su marido, que trabaja de maitre en el mismo local. Colaboran Sandra y Marcelina —hermanas entre sí—, y Alfredo y Paola. Esta última es la única que recuperó su trabajo después de un tiempo en el seguro, pero igual mantiene el voluntariado cuando vuelve a su casa tras 12 horas de ausencia. Además de ellos, hay otros anotados en «lista de espera», por si es necesario suplantar a alguien. La iniciativa convoca a las distintas comunidades de la zona, principalmente a las parroquias Ntra. Sra de la Ayuda y Ntra. Sra. De Fátima. Los párrocos —P. Guillermo Porras y P. Rubén Strina, respectivamente— están en lo cotidiano: visitan mientras
cocinan, consiguen donaciones, se acercan a la gente, leen el Evangelio.

También, si es el caso, le piden a los encargados que fijen un tope de beneficiarios, cuando ven que las donaciones que consiguen no alcanzan para tantos platos. El P. Leonel Burone, de Casabó, está presente también.

Todos colaboran

Como en otras iniciativas de este tipo, la olla sale adelante gracias a la generosidad de muchos. De los encargados que ponen su tiempo y a veces su dinero —“estamos siempre tratando de colaborar, a veces sale de nuestro bolsillo”, contaba Óscar— pero también de los mismos beneficiarios: una señora que deja algo de dinero para pagar el gas, otra que acerca unas verduras.

Además está lo que obtienen los sacerdotes y lo que otros consiguen: un amigo de Óscar que donó para una garrafa, la ex novia de su hijo, su hijo, otro conocido de Rivera… toda una red social que involucra también a la vecina que prestó una olla más grande y a quien donó un equipo deportivo de marca para hacer una rifa y así tener dinero para comprar anafes o ingredientes. El carnicero que cobra un poco menos, los reponedores del gas que hacen algún descuento.

Y todo va para el guiso. La tarde en que ENTRE TODOS fue a hacer fotos, el plato se complementó con queso conseguido por uno de los sacerdotes. Otras veces son panchos
o carne, que se agregan a la base de verduras y fideos.

Trabajo en equipo

Los seis organizadores empiezan temprano en la tarde. Se reúnen en el salón principal de la capilla, donde habitualmente son las reuniones semanales del VAE, que ahora no se realizan a causa de la pandemia. En ese espacio que tiene una cruz pintada en la pared, imágenes de Jesús y carteleras, instalaron el horno y el anafe para las ollas. Ahí pican las verduras, cocen los garbanzos, cortan los panes. Cuando llega, Paola lee un tramo de la Biblia en voz alta.

También está la parte “administrativa”: llevan una lista con nombre y dirección de los beneficiarios, donde figura cuántos platos lleva cada uno. Ese día son unos 110 niños
y 120 adultos. Cuando son cerca de las seis, empieza a llegar la gente. Vienen del mismo Cerro o de Casabó. Son uno por familia y primero retiran un número, luego será el  momento de entregar su tupper para que lo llenen con el guiso caliente.

Las medidas de salud se cuidan en todo momento: los voluntarios tienen siempre guantes y tapabocas, usan alcohol en gel, las personas mantienen la distancia entre sí y no ingresan al templo devenido en cocina. Y siempre mantienen una sonrisa y el buen humor, señal de que hacen las cosas por amor a Dios y a los demás.

De tres a dos días

Al comienzo, la olla funcionaba los días miércoles, sábados y domingos. Por falta de donaciones, ahora será los miércoles y domingos.

Contacto por donaciones: 2311 1150 o 2311 1674.

Fuente: Revista Entre Todos

Charles de Foucauld, siete palabras para el hombre de hoy

El beato Carlos de Foucauld recibió el colosal encargo de recuperar la milenaria tradición de sabiduría de los padres del desierto y de actualizarla. En ocasión de su próxima canonización, compartimos este artículo de Pablo D’ors que escribiera al cumplirse el centenario de su muerte en 2016.

En esta tesis propone siete palabras que ilustran y reflejan más logradamente el aporte de aquel a quien hoy llamamos hermano universal.

Búsqueda

La vida de este hombre fue totalmente insólita. Foucauld no se parece a nadie. Decía de sí, según las épocas, que quería ser monje o ermitaño, pero lo cierto es que viajó muchísimo, que se asentó en distintos sitios, que fue un peregrino estructural. Este cambio de horizonte, geográfico pero sobre todo existencial, esta metamorfosis constante que le llevó a ser hoy explorador disfrazado de judío y mañana autor de un diccionario tuareg, hoy soldado del Ejército francés y mañana jardinero de unas monjas en Nazaret, pone a las claras su continua búsqueda. Foucauld, como Gandhi o Simone Weil en otros órdenes, hizo de su vida un auténtico y continuo experimento.

Conciencia

Se pasó la vida escrutando su conciencia, entrando en las motivaciones de sus actos, examinando cada detalle minuciosamente, como aprendió de san Ignacio, proyectando sueños con que dar cuerpo a una intuición, mirándose en el espejo de Jesucristo, su Bienamado, estudiando lo más conveniente, reprochándose sus faltas, agradeciendo los dones recibidos… Foucauld, que fue un soldado en su juventud, no dejó de serlo en el fondo en su madurez. No solo era un enamorado, sino un estratega: alguien que planifica su entrega: que refuerza los flancos más endebles, que diseña planes para dar fecundidad a su ingobernable amor. Pasó muchísimos días y horas en la más estricta soledad y en el más riguroso silencio. Y en ese caldo de cultivo, aprendió a escuchar. Y obedeció a la voz que escuchaba y, más que eso, hizo de esa escucha y de esa obediencia un estilo de vida: siempre escuchando y obedeciendo, siempre tras la aventura de ser uno mismo. Siempre entendiendo que él era la mejor palabra, acaso la única, que Dios le había concedido.

Desierto

Foucauld se convirtió en África del Norte, admirándose de la extraordinaria religiosidad de los musulmanes. Entendió el desierto primeramente en clave metafórica, de ahí que buscara ser monje al principio en Ardèche y luego en Akbés y hasta en Tierra Santa; pero pronto volvió al desierto del Sahara, el de su juventud, a su amado Marruecos y a su deseada Argelia. Y allí era donde el destino y la providencia le esperaban. Quizá porque pocos parajes de la tierra, al estar tan desolados, pueden evocar y remitir con tanta fuerza al mundo interior. Foucauld es un recordatorio permanente de cómo sin desierto y purificación no hay camino espiritual.

Adoración

En medio de ese desierto, Foucauld adora. Esta es una palabra que hoy nos resulta extraña, pero adoración significa, simple y llanamente, que el hombre no se realiza por la vía del ego, sino saliendo del propio micromundo y superando esa tendencia tan nefasta como generalizada a la apropiación y autoafirmación. Adoración quiere decir tan solo dejar de vivir desde el pequeño yo para dar paso al yo profundo, donde mora el huésped divino. Lo sepan o no, todos los que buscan al misterio por medio de la meditación, tienen –tenemos– en Charles de Foucauld a un maestro insigne. Amó mucho porque calló mucho. Hablamos de él porque se vació de sí.

Nombre

«Te quiero, te adoro, quiero darlo todo por ti, cuánto me amas, cuánto te amo, te doy las gracias, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, te alabo, mi Bienamado…». Pocos hombres en la historia como Foucauld han dejado un testimonio escrito tan elocuente de su apasionado amor por Jesús de Nazaret. El nombre de Jesús, como un incansable mantra, acompañó a Foucauld durante casi todos los minutos de su vida. Era un loco de amor, un apasionado de ese nombre, alguien que dejó que el nombre, y la persona a quien evoca, le poseyeran. Esto significa que la soledad en que Foucauld vivió era acompañada, por dura que en algunas ocasiones le pudiera resultar. Que su silencio era sonoro, por doloroso que se le pudiera hacer muchas veces. Solo hay una palabra que explica la increíble peripecia humana de Foucauld: Jesús.

Corazón

El nombre de Jesús fue arraigando en su conciencia y en su corazón, de modo que ambas, unidas al fin en lo que podríamos llamar el corazón consciente, eran el lugar en que esa Presencia moraba. Foucauld fue, desde luego, un sentimental. Aunque su llamada era a la oración contemplativa y silenciosa, nunca abandonó la oración afectiva, alimentada por palabras e imágenes que le inflamaban. Practicó lo que los hesicastas llaman la guardia del corazón: sentir la vida, oculta y frágil, en cada palpitación; sentir la Vida con mayúsculas en esa vida nuestra, tan limitada como intensa, tan humana y tan divina.

Fracaso

Al término de su vida, poco antes de ser asesinado, Foucauld se encuentra con las manos felizmente vacías. Podría decirse que a lo largo de su existencia cosechó un fracaso tras otro: fue el último de su promoción en el Ejército, del que estuvo a punto de ser expulsado repetidas veces por sus escándalos e indisciplina. Fracasó también como patriota y abortó su vocación de explorador, echando a perder una brillante carrera profesional. Monje fallido de la trapa de Heikh. Fallido también su quimérico proyecto de adquirir el monte de las Bienaventuranzas para instalarse allí como ermitaño. Ni una sola conversión tras años de apostolado. Ni un solo seguidor tras haber redactado tantos borradores de una regla para sus proyectados ermitaños. Ignorado por la administración civil y por la eclesiástica, ni un esclavo redimido, ni un compañero para su misión… Foucauld es uno de los mejores iconos del fracaso. Porque prefirió los últimos puestos a los primeros, la vida oculta a la pública, la humillación al encumbramiento. Por todo ello, Foucauld es esa imagen en la que pueden reconocerse todos los fracasados de la historia. Y por todo ello veo a menudo a las gentes del mundo caminando en una dirección y a Foucauld en la contraria. Pero no es el único; hay otros con él, solitarios todos, todos locos. Y el primero de esa fila es el propio Jesucristo, el más loco de todos.

Pablo d’Ors

Fuente: alfayomega.es

Un hueso roto que se vuelve a soldar – Rafael Velasco SJ

En una nota para el diario La Nación, el P. Provincial Rafael Velasco SJ, analiza la  difícil realidad que actualmente atraviesan los barrios más desprotegidos y reflexiona sobre la necesidad de un trabajo colaborativo y fraterno que construya una sociedad más justa.

Nota completa:

La fraternidad y la cooperación son esenciales en un país en crisis en el que la pandemia se suma a la pobreza.

La antropóloga Margaret Mead afirmaba que el primer indicio de civilización humana, a su juicio, era un fémur roto y vuelto a soldar. La razón: un animal con un hueso roto no puede hacerse de los alimentos necesarios ni de agua, por lo cual hubiera muerto antes de sanar el hueso o en su defecto habría sido devorado por los depredadores. Que el hueso tuviera tiempo para soldar significaba que alguien se había hecho cargo de proveerle agua, alimento y protección a ese humano con el hueso roto hasta que pudiera sanar. Con lo que, de acuerdo a esta antropóloga norteamericana, el primer signo de civilización es cuidar del que está en situación de dificultad.

Es una teoría iluminadora. Particularmente en tiempos de pandemia, en los que quedan tan a la luz nuestras contradicciones como sociedad. El virus nos abofetea y pone a la vista que vivimos en un país fracturado. Un país en el que muchos compatriotas quebrados, como aquel primer ancestro, no pueden alcanzar la comida y están a merced de los depredadores: el hambre, la violencia, la desesperanza. Si bien la situación es difícil para todos, en los barrios más vulnerables la situación es muy dura. Para los sectores más desprotegidos, el coronavirus es una realidad a la que le tienen miedo, sobre todo, porque la ven en los medios, pero al hambre lo tienen sentado en sus mesas o golpeando amenazante sus puertas. Y la van peleando, organizándose en merenderos y ollas populares que se nutren de lo que ellos mismos aportan o de lo que los almacenes del lugar pueden dar. Los alimentos que van llegando desde los gobiernos o campañas de otras organizaciones también suman.

Y se ayudan con criterios propios del que sabe lo que es pasar necesidad. Una de las referentes de una comunidad muy castigada, cuando recibió las cajas de la campaña Seamos Uno y comprobó que la cantidad de necesitados en su barrio era mayor a la cantidad de cajas recibidas, decidió abrir las cajas (que son para una familia) y dividir el contenido para que alcanzara a dos familias en lugar de una. «Así todos tienen un poco», dijo. Ante la advertencia de uno de los líderes de la campaña, que le dijo que no se podían abrir las cajas, ella lo miró y le respondió: «Padre, tiene que aprender a ser más solidario». Lo cual causó risas (los que llevaron los alimentos lo hicieron por solidaridad) pero también significó un golpe de realidad.

Ante esta evidencia, no ayudan los discursos poco inteligentes y simplistas que culpan a los pobres de sus propios padecimientos. Se escucha penosamente a referentes culparlos de no cuidarse y «contagiarnos». Lo paradójico es que el virus llegó en avión pero ahora hay quien señala con el dedo a los que andan a pie o tirando del carro con cartones. No se puede pretender que una familia que vive al día quede de brazos cruzados para dejarse morir. Y aquí hay otra contradicción en ese discurso clasista: se les endilga a los pobres que viven de la ayuda del Estado, pero luego se les exige que se queden en sus casas sin poder ir a trabajar. ¿En qué quedamos?

Sin embargo, el error más profundo es pensar que el hambre es solo problema de ellos. Es un problema de todos como sociedad. No son solo ellos los que, como el homínido de la antropóloga, quedan con el hueso roto a merced de los depredadores (la droga, la violencia, la delincuencia). Somos todos como sociedad «civilizada» los afectados por esa fractura. Los depredadores, los conocemos, nos acechan. Y respondemos como civilización cuando cuidamos de los más débiles. No podemos avanzar con un miembro roto. La solución no es apalear al miembro, es cuidarlo, ocuparse de él para que pueda sanar y todos podamos avanzar.

Es luminosa la intuición de Margaret Mead. Más aún en estos tiempos. Viene a decirnos que nuestros antepasados ya sabían lo que a nosotros aún nos cuesta aprender: que no será el desprecio al más vulnerable lo que nos salvará, sino la cooperación y la fraternidad.

Fuente: lanacion.com.ar

Jesuitas Ecuador: Líneas de acción en tiempos de pandemia

El P. Gustavo Calderón, S.J. Provincial de la Compañía de Jesús en el Ecuador, explica las líneas provinciales de acción para afrontar la difícil situación de su país en medio de la pandemia mundial.

Con el título «Unidos en solidaridad», presenta los principales objetivos que guían el accionar en tres ámbitos diferentes:

SALUD

  • Objetivo: Disminuir la propagación del virus a través de diversas acciones para apoyar al sistema nacional de salud en emergencia.

ALIMENTACIÓN

  • Objetivo: Contribuir a que las familias de alta vulnerabilidad económica y social para que puedan mantener el confinamiento sin afectar sus condiciones vitales.

ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

  • Objetivo: Realizar un acompañamiento espiritual para apoyar en la contención a los colaboradores de la SJ y a la población que se encuentre en una situación crítica.

En el mismo contexto, con un mensaje difundido en las redes sociales de Jesuitas Ecuador, Gustavo Calderón invita a la reflexión y hace un llamado a la conversión: «Que se abran para nosotros los ojos del entendimiento, los ojos del alma. Que nos convirtamos en otros hombres y mujeres capaces de sanar este mundo herido. De hacer posible lo que pareciera no lo es. Para esto hay que detenerse, hacer silencio. (A. Nicolás SJ). Sin profundidad espiritual, sin determinación de acciones desde una deliberación encarnada, no habrá cambios. Las nuevas fases no son el reto, lo es la humanización de lo cotidiano. Sabernos, sentirnos, una sola humanidad.»

 

Fuente: www.jesuitas.ec

Nuevo coordinador para el Servicio Jesuita a Migrantes en Montevideo

Joan Gratacós asumió como Coordinador del Servicio Jesuita a Migrantes en Montevideo, Uruguay. A modo de presentación, nos cuenta sobre su llegada e incorporación al sector, el trabajo que llevan adelante actualmente y los mayores desafíos en la tarea atender necesidades urgentes.

Palabras del nuevo coordindador

Soy Joan Gratacós Guillén. Me acabo de incorporar como coordinador del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) en Uruguay. Soy español y estoy vinculado con Uruguay por razones familiares hace 25 años. Desde el 2018 estoy residiendo acá.

En diferentes etapas de mi trayectoria profesional he trabajo en la atención a migrantes y refugiados. En México, en el Servicio Jesuita a Refugiados, primero y, unos años después, en el SJM. En Cataluña, he trabajado como docente liceal en el acompañamiento para la inserción del alumnado migrante que se incorpora al sistema educativo catalán. 

El SJM Uruguay forma parte del Servicio Jesuita a Migrantes Argentina-Uruguay (SJM ARU). Además de la oficina de Montevideo, hay otras tres en Argentina: San Miguel (Prov. de Buenos Aires), Córdoba y CABA, donde se ubica la sede central.

Las cuatro oficinas del SJM ARU tenemos el empeño de acompañar a las personas migrantes, protegiendo y promoviendo sus derechos. Esto nos lleva a desplegar nuestras acciones en diferentes áreas: social (facilitando los procesos de inserción), educativa (promoviendo una cultura de la hospitalidad), pastoral (posibilitando espacios de encuentro con Dios) e incidencia (contribuyendo a generar políticas y prácticas inclusivas).

Dentro de este esquema común, en el SJM Uruguay tenemos el reto de fortalecer y cohesionar las diferentes obras que la Compañía de Jesús tiene en Uruguay en lo referente al acompañamiento a personas migrantes: en parroquias, colegios y la Universidad Católica. Gracias al esfuerzo de muchas personas implicadas, estos espacios ya han recorrido un camino, y se trata de poner los medios para seguir avanzando, buscando sinergias y complementariedades, en primera instancia con las obras de la Compañía, pero más allá con otras organizaciones eclesiales locales y de la sociedad civil uruguaya.

La situación de pandemia que estamos atravesando nos ha obligado a reconfigurar la atención a las personas migrantes. Estos meses hemos estado entregando canastas, ropa de abrigo y otros apoyos de emergencia en la parroquia de San Ignacio de Montevideo. La crisis sanitaria está golpeando de forma cruel a muchas personas que carecen de redes socioeconómicas estables, entre ellas, a los migrantes. 

Nuestro trabajo en otras áreas  (acompañamiento psicológico, orientación laboral, etc.) ha tenido que recluirse en el ámbito virtual. Cuando nos presentan necesidades de vivienda, salud o documentación que no podemos resolver directamente, informamos de aquellas instituciones que pueden atenderlos. Hemos cancelado temporalmente un servicio de comida y de convivencia que se ofrecía los domingos.

Más allá de la presente crisis sanitaria, esta población es vulnerable por su misma condición de migrantes. Muchas veces invisibilizada, está en los márgenes de nuestra sociedad. Nos sentimos llamados, como dijo el Papa Francisco, a acoger, proteger, promover e integrar a estos migrantes que recalan en el paisito para buscar una vida mejor, como hicieron antaño aquellos otros migrantes que llegaron de Europa.

Corpus Christi: el Papa celebrará la misa en la Basílica de San Pedro

La Oficina de Prensa de la Santa Sede informó que el papa Francisco celebrará la Misa por el Corpus Christi el domingo 14 de junio, a las 9.45 (hora de Roma) en la Basílica de San Pedro y a la que asistirán unos 50 fieles. Al final de la celebración, tendrá lugar la exposición del Santísimo Sacramento y la bendición eucarística.

El 18 de mayo se reabrieron las iglesias de Italia y del Vaticano para la celebración de la misa con presencia de fieles, luego de varias semanas en que las Eucaristías solo se podían celebrar de forma privada para evitar contagios. Sin embargo, aún se deben mantener medidas sanitarias como la reducción del aforo y el distanciamiento entre personas.

Fuente: www.aica.org

 

De una Iglesia sacramentalista a una Iglesia evangelizadora

Por Victor Codina, Jesuita español y doctor en teología.

Unas de las consecuencias de la pandemia ha sido el cierre de todos los lugares de culto, de todas las iglesias y templos. También las bendiciones Urbi et Orbi de Francisco fueron ante una Plaza y una basílica de San Pedro vacías. Muchos auguraban una cuaresma y una Semana Santa muy pobre, sin celebraciones litúrgicas, sin Via crucis, ni pasos de procesiones.

Y, sin embargo, ha sido una Semana Santa sumamente profunda y rica, no solo por participar mediáticamente de las ceremonias, sino por algo más hondo: vivir de cerca la pasión del Señor en la pasión y el sufrimiento de los enfermos, lectura del evangelio y oración en familia, experimentar la ayuda a gente mayor solitaria y la colaboración a vecinos, aplausos a médicos, sanitarios, transportistas, trabajadores de farmacias y supermercados, a voluntarios que reparten comidas, etc. Los protagonistas de esta Semana Santa no han sido los curas, ni siquiera sus trasmisiones mediáticas, sino las familias, laicos y laicas, los y las jóvenes. Se ha promovido una Iglesia doméstica, en la que los laicos son protagonistas, donde han sido siempre los papás, no el párroco, quienes han enseñado a rezar a sus niños antes de ir a dormir. Donde hay dos o tres reunidos en nombre del Señor, Él está en medio de ellos.

Quizás muchos crean que este cierre de las iglesias ha sido solo un paréntesis pastoral y que pronto se volverá a la situación de antes. Otros, como el sociólogo y teólogo Tomás Halik, de Praga, afirman claramente que este es un tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos, Dios nos quiere revelar algo.

¿Qué quiere decirnos Dios? Cada uno puede dar una respuesta personal, pero a nivel eclesial quizás podemos pensar que el Espíritu nos invita a pasar de una Iglesia sacramentalista y clerical a una Iglesia evangelizadora.

Iglesia sacramentalista sería la que se identifica tanto con los siete sacramentos que tiene el riesgo de considerar al clero como el protagonista de la Iglesia y al templo como su centro autorrefencial o propio, mientras margina a los laicos, descuida la evangelización, el anuncio la Palabra, la iniciación a la fe, la oración, la formación cristiana, sin formar una comunidad cristiana, ni un laicado de ciudadanos responsables y solidarios con los pobres y marginados. Muchos párrocos se angustian al ver que los sacramentos rápidamente disminuyen y sus fieles envejecen.

Iglesia evangelizadora es la que hace lo que hizo Jesús: anunciar la buena nueva del Reino de Dios, predicar, curar enfermos, comer con pecadores, dar de comer a hambrientos, liberar de toda opresión y esclavitud. Este era el programa de Jesús en la sinagoga de Nazaret: dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de Dios. En la última cena Jesús instituyó la eucaristía, pero el evangelio de Juan situó en la última cena el lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo del amor fraterno, completando la dimensión litúrgica con la más existencial y evitar así que la eucaristía se convirtiese en un mero rito vacío.

No se trata de olvidar los sacramentos, sino de valorarlos como “signos sensibles y eficaces de la gracia”, pero siempre a la luz de la fe y de la Palabra, para que no se conviertan en magia y pasividad. Por esto, toda celebración sacramental viene precedida por la celebración de la Palabra; el Concilio Vaticano II afirma que la misión primera de los obispos y presbíteros consiste en anunciar la Palabra de Dios.

Ciertamente “la eucaristía hace la Iglesia”, sin eucaristía no hay Iglesia plenamente constituida, pero esta frase debe completarse con su contraparte: “la Iglesia hace la eucaristía”, es toda la comunidad, presidida por sus pastores, la que celebra la eucaristía, sin el tejido de una comunidad eclesial no habría eucaristía.

El Cardenal Jorge Bergoglio, en el cónclave de su elección como obispo de Roma, ofreció una original interpretación del texto de Apocalipsis 3,20, en el que el Señor llama a la puerta para que le abramos. Ordinariamente se entiende que el Señor quiere que le abramos la puerta para entrar en nuestra casa, pero Bergoglio dijo que lo que el Señor nos pide ahora es que le abramos la puerta y le dejemos salir a la calle.

Por esto Francisco habla de “una Iglesia en salida”, hacia las fronteras, hospital de campaña, que huela a oveja, que encuentre a Cristo en las heridas del pueblo y de la Iglesia, cuide nuestra casa común, callejee la fe, como María que fue a toda prisa a visitar a su prima Isabel. No se trata de convertir a la Iglesia en una ONG, pues la eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de Jesús, es la cumbre de la vida cristiana, pero solo se va a esta cumbre por el camino de fe y del seguimiento de Jesús.

A veces los poetas son quienes entienden mejor los misterios de la fe. Las reflexiones del poeta catalán Joan Maragall ante una iglesia quemada durante la Semana Trágica de Barcelona, el año 1909, pueden ser actuales. Cuando Maragall, acudió el domingo a una iglesia que había sido incendiada la semana anterior, escribió:

«Yo nunca había oído una Misa como aquella. La bóveda de la iglesia descalabrada, las paredes ahumadas y desconchadas, los altares destruidos, ausentes, sobre todo aquel gran vacío negro donde estuvo el altar mayor, el suelo invisible bajo el polvo de los escombros, ningún banco para sentarse, y todo el mundo de pie o arrodillado ante una mesa de madera con un crucifijo encima, y un torrente de sol entrando por el boquete de la bóveda, con una multitud de moscas bailando a la luz cruda que iluminaba toda la iglesia y hacía parecer que oíamos la Misa en plena calle…».

A Maragall, aquella misa, después de la violencia anticlerical de la Semana Trágica le pareció nueva, un rincón de las catacumbas de los primeros cristianos. Pensaba que la misa siempre debería ser así: una puerta abierta a los pobres, a los oprimidos, a los desesperados, para quienes fue fundada la Iglesia, y no cerrada ni enriquecida “amparada por los ricos y poderosos que vienen a adormecer su corazón en la paz de las tinieblas”. No hay que reedificar la iglesia quemada, ni ponerle puertas.

No puede establecerse un paralelismo fácil entre la Semana Trágica y la actual pandemia, pero es válida la intuición del poeta: no volvamos a edificar la iglesia de antes.

Cuando acabe la pandemia, no volvamos a restaurar la Iglesia sacramentalista del pasado, salgamos a la calle a evangelizar, sin proselitismos, para anunciar con alegría la buena noticia de Jesús a quienes no entran en el templo. Así tendrá sentido pleno celebrar en la comunidad cristiana la fracción del pan y los demás sacramentos.

Fuente: blog.cristianismeijusticia.net