Matteo Ricci. La santidad en el encuentro
Por Federico Lombardi SJ
El 17 de diciembre de 2022, el Papa Francisco firmó un decreto declarando que Matteo Ricci vivió las virtudes cristianas de manera «heroica», es decir, en modo eminente y ejemplar, y por lo tanto puede ser propuesto para la «veneración» de los cristianos. Este es un primer reconocimiento oficial por parte de la Iglesia, al que pueden seguir otros aún más solemnes, a saber, la beatificación y canonización, si Dios quiere conceder estas importantes gracias por su intercesión.
El P. Ricci ya era muy famoso. Fue el primer misionero jesuita que, en el siglo XVI y principios del XVII, cumpliendo un sueño de San Francisco Javier, pudo entrar en el Imperio chino, en 1583, y llegar a la capital de Pekín. Ahí permaneció desde 1601 hasta 1610, inaugurando una presencia cristiana que existe hasta el día de hoy. En épocas anteriores, otros misioneros cristianos habían estado en China, pero su labor no duró mucho, por lo que los católicos chinos reconocen a Ricci como el principal iniciador de la evangelización en su país.
La fama de Ricci también está ligada al método que siguió durante su misión, es decir, el estudio en profundidad de la lengua, las costumbres y la cultura de la China de su tiempo, para convertirse en interlocutor y amigo de muchos chinos muy autorizados y ser estimado en la misma corte imperial. No sólo eso, sino que siendo él mismo sólidamente formado en la cultura científica y humanística occidental, fue un interlocutor admirado y querido por los conocimientos y la sabiduría que aportaba. Cuando murió, su entierro en Pekín fue autorizado por decreto imperial, algo que nunca había sucedido para un extranjero hasta entonces. En este sentido, fue un constructor de puentes de diálogo duraderos entre Oriente y Occidente.
Pero en estas páginas no pretendemos repetir datos bien conocidos sobre los méritos culturales de este jesuita, ni reafirmar la actualidad e importancia de su figura, en una época en la que China ocupa un espacio tan decisivo en la historia mundial. Sería superfluo. Pretendemos, más bien, resaltar su testimonio cristiano y religioso, y la inspiración evangélica que sustentó su extraordinaria historia: en otras palabras, su santidad.
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