Reflexión del Evangelio, Domingo I de Cuaresma
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.
En aquel tiempo Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo esto, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: – «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto»».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le contestó: – «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Completadas las tentaciones, el diablo se marchó hasta otra ocasión.
(Lucas 4, 1-13).
Desde el miércoles pasado ha comenzado el tiempo de la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la Semana Santa. Junto con la señal de la cruz que nos identifica como seguidores de Jesús, marcada en nuestra frente con ceniza bendita, hemos recibido la invitación que Él mismo nos hace: “conviértete y cree en el Evangelio”. Convertirse es cambiar la mentalidad egoísta por una disposición al amor verdadero, reorientándose uno hacia Dios, que es Amor. Y creer en el Evangelio es acoger la Buena Noticia de Dios proclamada por el mismo Jesús, una noticia de liberación de todo cuanto encadena al ser humano impidiéndole ser verdaderamente feliz. Hoy, continuando como trasfondo esta misma invitación, los textos bíblicos nos exhortan a renovar nuestra fe en Dios, a vencer las tentaciones siguiendo el ejemplo de Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, y a reafirmar nuestra confianza en su poder de salvación.
1.- El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo
Marcos, Mateo y Lucas, los tres evangelistas que narran el retiro de Jesús al desierto de Judea inmediatamente después de su bautismo, indican que lo hizo conducido por el Espíritu. Lucas lo llama Espíritu Santo para indicar más explícitamente que Jesús era movido por el aliento vital de Dios, al que reconocemos en el Credo como la “tercera persona” de la santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del Espíritu Santo como Jesús vence las tentaciones provenientes del “diablo” (en griego diábolos, traducción del hebreo satán o satanás), palabra que significa adversario y con la que es denominado en los textos bíblicos el poder del mal que se opone al Reino de Dios.
Los apetitos desordenados básicos de todo ser humano son el ansia de poseer, el ansia de dominar y el ansia de aparentar. En otras palabras, el hambre del dinero fácil, la ambición de poder sobre los demás para someterlos a los propios caprichos y la inclinación a la vanagloria. Esta es la triple tentación original, la de los inicios de la humanidad y la de siempre, que corresponde al deseo de “ser como Dios” (Génesis 3, 5), pero no en el sentido de identificarse con lo que Él es realmente (Dios es Amor -1 Juan 4, 8.16-), sino en el de una concepción distorsionada de la divinidad, según la cual ser “dios” es tenerlo todo, someter o esclavizar a los demás y hacerse adorar de ellos.
2. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios…”
Jesús quiso ser sometido a las tentaciones para enseñarnos a vencerlas con la fuerza del Espíritu Santo. Acababa de ser proclamado Hijo de Dios en su bautismo, y ahora lo vemos en un retiro de 40 días, al final de los cuales el tentador le hace tres propuestas, cada una con la frase inicial “si eres Hijo de Dios”.
El relato de las tentaciones a las que se sometió Jesús es interpretado por los estudiosos de los textos bíblicos como una contraposición entre lo que muchos esperaban que fuera el Mesías prometido -un superhéroe que resolvería los problemas humanos por artes de magia, en forma poderosa y espectacular, y la verdadera misión que Dios Padre le había dado a su Hijo Jesús: hacer presente el Reino de Dios por la acción de su Espíritu, que es Espíritu de Amor, llevando hasta las últimas consecuencias el amor auténtico al entregar su propia vida en la cruz por la salvación de toda la humanidad. Las tres respuestas de Jesús son, paradójicamente, expresiones de su condición de Hijo de Dios, cumplidor cabal de la voluntad de su Padre.
El evangelista san Lucas termina el relato diciendo que “el diablo se marchó hasta otra ocasión”. En efecto, Jesús no sólo fue tentado en el marco de aquellos 40 días. Las tentaciones continuaron en toda su vida pública, como por ejemplo cuando la gente quiso proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes y peces; o cuando los doctores de la ley le exigían una señal espectacular para creer en Él; o cuando, después de anunciar su pasión, Simón Pedro -a quien le respondería “apártate de mí Satanás”– trató de disuadirlo para que no se sometiera a ella; o finalmente, cuando en el Calvario le gritaban que bajara de la cruz para demostrarles que era el “Hijo de Dios”.
3.- “Tú que habitas al amparo del Altísimo, di al Señor: confío en ti” (Salmo 91)
La primera lectura (Deuteronomio 26, 4-10) nos presenta la profesión de fe de los israelitas, que rememoran su pasado como una historia de salvación anunciada a los patriarcas (Abraham, Isaac, Jacob y sus 12 hijos, que darían origen a las 12 tribus de Israel), realizada en la liberación de la esclavitud de Egipto y que sigue sucediendo gracias al poder liberador de Dios. Este poder se canta en el Salmo 91 (90), propuesto para este domingo como salmo responsorial, no en la forma tergiversada en que lo cita el tentador, sino en el sentido de una confianza humilde en Dios que nos salva en medio de las tribulaciones o situaciones difíciles, porque, como dice la segunda lectura (1 Romanos 10, 8-13), “quien confía en Él no quedará defraudado”.
Por eso, en todo momento pero de modo especial durante el tiempo de la Cuaresma, Dios mismo nos invita a renovar nuestra confianza en su amor infinito manifestado en nuestro Salvador Jesucristo, disponiéndonos a una sincera conversión e invocando la fuerza del Espíritu Santo para luchar victoriosamente contra todos los poderes del mal, tal como nos enseñó Jesús a pedir en el Padre Nuestro: “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal».
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