Adviento, ocasión para cambiar

Ciertamente, Dios ha hecho maravillas en cada ser humano, pero, entre los vínculos complejos que solemos crear, su obra se desvía, desvirtúa o malogra con distinta intensidad, asumiendo modos de relación con nosotros mismos o los demás que nos hacen mal. Cada cual con sus heridas trata de resolverlas de la mejor manera para continuar, aunque, de paso, todos enfatizamos algún aspecto del ego que puede habernos sido útil como escudo, pero que, a la larga, nos comenzó a asfixiar.

En este tiempo de Adviento y esperanza que se aproxima, quizás podemos transformar ese pequeño o gran defecto conductual, no esencial, que nos aleja del pesebre de Dios en nuestro interior y que nos entrampa en los vínculos con los demás y la creación. Nunca es tarde para cambiar y acercarnos al nacimiento real de Dios en nuestro corazón.

Avancemos hacia una Navidad real: sin prisa, pero sin pausa, siguiendo la estrella de la esperanza de Dios, guiando nuestro trabajo de transformación, podremos llegar al 24 de diciembre más libres del ego, más amables en nuestro modo de relacionarnos con nosotros mismos y los demás, más livianos de la carga de la vergüenza y el dolor que provocaba este malestar, más felices y en paz. Para que este proceso sea viable, eso sí, se requieren dos ingredientes fundamentales: mucho amor propio y de los cercanos, y también buen humor, sabiendo que nadie está libre “de pecado” en esta dimensión relacional. Mal que mal, los que llegaron primero al pesebre eran hombres y mujeres muy sencillos y pobres de corazón.

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